martes, 4 de octubre de 2022

Releer libros

Nunca me ha gustado releer libros. De hecho solo he releído la trilogía del Señor de los Anillos cinco veces, en aquella época intensa en la que me aficioné a toda la obra de Tolkien. Recuerdo que a modo romántico decía que leerla era como escuchar el Made in Japan, de Deep Purple, mi álbum favorito, en el sentido en que siempre le encuentro algo nuevo. ¡Bahh! Puro cuento chimbo.

Ahora no, ahora nunca releo un libro por más fascinante que me haya parecido, pero no por dármelas de arrogante, sino porque el tiempo es limitado y prefiero leer cosas nuevas. Tal vez releería libros para acordarme de las tramas, pues se me esfuman a los pocos días de haber terminado uno.

Una vez un escritor me preguntó sobre una escena de una de sus novelas y cómo me había parecido. Me dio a entender que era un momento clave de su novela. Comencé a escarbar mi mente, a ver si daba con la tal escena de la que hablaba, y lo único que logré fue recordar el nombre de la protagonista.

Elaboré, en cuestión de milisegundos, una respuesta a las patadas y como vi que no le pude sacar más información a mi oxidado cerebro , se la solté con un tono serio, esperando que no confundiera a su protagonista con una de otro novela.

El escritor me miro raro. Yo creo que fue como si me hubiera preguntado cuánto es 2+2 y yo le hubiera respondido: “manzana” o algo así. Luego de eso cambió de tema.

Entonces eso hago, no releer libros y no preocuparme mucho por cuántos he leído al año, más allá de que sea una estadística propia que a la final no sirva para nada.

lunes, 3 de octubre de 2022

Dejar de hacer cosas

Ayer me dieron unos retorcijones en el estómago. “Quién sabe que porquería comí” pensé, pero luego caí en cuenta del porque mi cuerpo estaba protestando: No escribo aquí desde el miércoles pasado.

Ya sabemos que cuando se deja de practicar algo que a uno le gusta mucho, el curso de la vida se despiporra y pueden ocurrir desgracias pequeñas o gigantes.

Podría salir por la tangente, inventarme mil excusas. Salir con la típica frase hecha de: Es que una cosa llevo a la otra” o cualquier barrabasada semejante, pero no. Mejor acudo a otra de esas frases sin sentido: Las cosas pasan por algo” que, en medio de todo, guarda algo de verdad. Es obvio que las cosas pasan por algo, algo que uno hizo o dejó de hacer.

En mi caso esa cosa fue dejar de escribir. No importa si la razón fue pereza, cansancio o una mezcla de ambos estados. 

 Me pregunto a dónde a dónde fueron a parar esos textos que debí haber escrito esos días.
A veces pienso que tenemos cierta cantidad de palabras destinadas para cada día y que si no hacemos uso de ellas, se esfuman para siempre, o van a dar en la cabeza de otra persona que si las va a saber aprovechar.

Entonces heme aquí tratando de recuperar el ritmo que he perdido, escribiendo 4 posts de un solo tacazo, porque mañana salgo de viaje y mis niveles de pisco rigidez están por lo alto, y una voz interna me dice que si no lo hago, pueden ocurrir grandes desastres.

Ya ven, aquí estoy salvando mi vida y la de ustedes.

miércoles, 28 de septiembre de 2022

Almuerzo con A.

Imagino que hay Personas que funcionan como redes, que están ahí listos para atraparnos si por alguna razón empezamos a caer. A es una de ellas.

La conocí en la universidad, y en un principio, cuando no la trataba, llegué a interesarme por ella en un plano sentimental, pero antes de realizar cualquier avance, que seguro hubiera sido fallido porque tiene uno de esos novios eternos, nos hicimos amigos.

Lo mejor de nuestra amistad es que nos vemos cada mil años, pero cada vez que lo hacemos es como si no lleváramos más de una semana sin hablarnos. Nuestra conversación fluye como si nada

Ayer me escribió y me preguntó: “¿Firme mañana?”

Al principio no caí en cuenta de qué me hablaba y luego recordé que la semana pasada habíamos chateado y ella se había comprometido a enviarme un mensaje para confirmar si nos veíamos o no para almorzar.

Ya me había comprometido con algo más, pero verme con A. mata cualquier plan así que cancelé lo que tenía y le respondí: “No me le corro ni a un tren”.

A me dijo que nos viéramos antesitos de la 1 porque a las 2 tenía reunión.

Nuestro almuerzo se alargó y cuando miré el reloj eran las 2:10. “¿No tenías reunión?, le pregunte. “Sí, pero no voy a ir”. No piensen ustedes que A. es una rebelde sin causa. Lo que pasa es que es la jefe, la mera mera, entonces puede tomar esas decisiones así como de la nada. De inmediato llamó a alguien de su equipo y le pidió que la cubriera y que aplazara otra reunión que tenía más tarde.

Apenas colgó, me miro sonriendo y me pregunto: “¿Vamos y echamos cafecito?” y no solo hicimos eso, sino que me lo gasto, ¿cómo no quererla?

Borges tenía razón: La amistad no necesita frecuencia, puede prescindir de ella o de la frecuentación, a diferencia del amor que está lleno de ansiedades y dudas y que si la necesita.

En su Tentación del Fracaso Ribeyro también le da el lugar que se merece a la amistad: “¡Sin embargo, que superioridad la de la amistad sobre el amor! Es más desinteresada, más generosa e igualmente capaz de acercarnos a la felicidad.”

lunes, 26 de septiembre de 2022

Resulta que

Resulta que viajo la otra semana. ¿A dónde? Esta claro que no importa, digamos que a Shanghái, solo por si hay alguien a quien el dato le es de suma importancia y lo necesita para seguir leyendo.

Bueno pero mejor no me desvío más, si les cuento que viajo es por lo siguiente: este año otra vez decidí participar en Inktober, ya saben el reto de hacer un dibujo todos los días de octubre. Pues bien como viajo y a veces soy de un psico rígido que da miedo, decidí adelantar los dibujos de los días que voy a estar por fuera.

El primero era un scallop “ ¿Qué es esa mierda?”, pensé, y entonces le pedí ayuda a google y me dijo que era una Vieira , “Eso es algo como de mar”, volví a pensar”, igual busqué imágenes a ver que dibujaba y las primeras que salieron fueron las de Patrick Vieira, el exfutbolista, hágame el berraco favor.

Entonces le di vueltas y vueltas al tema, y al final me dije: “mi mismo, pues pintemos a un chef, un chef que esta cocinando cualquier joda con vieras”, y me puse a buscar la foto.
Ahí me puedo tirar un buen rato, porque la foto me tiene que decir algo. Sé que suena medio romántico y estúpido, pero es verdad, mejor dicho me tiene que gustar, tiene que tener como movimiento, no digo que tiene que contar una historia porque eso ya es cliché nivel dios, pero bueno, en fin, pasado un tiempo encontré una.

Entonces comencé a dibujarla, pero estaba más complicada de lo que creí y pensé abandonar la tarea, pero me dije “ni mierda, aquí morimos con las botas puestas”, y seguí.

Y bueno todo esto para decirles que me he dado cuenta que cuando uno crece gana psico rigidez y pierde paciencia.

Cuando era pequeño me sentaba a dibujar y me concentraba en el dibujo como si de ello dependiera mi vida, como un monje zen en su jornada de meditación, pero hoy tuve muchas distracciones tomaba el celular a cada rato, levantaba la mirada y me ponía a observar un punto fijo en la pared a pensar quien sabe en qué, y así.

Imagino que a medida que el reto avance iré afinando mi habito de nuevo.

jueves, 22 de septiembre de 2022

Pies fríos

Son las 9:30 y estoy a punto de apagar el computador cuando me acuerdo que no he escrito nada. Bueno, solo un decir, porque si he escrito otras cosas hoy, pero no para Almojábana, entonces mi psicorigidez se activa y me obliga a escribir algo para mi blog.

Pero ocurre lo mismo de siempre, estoy cansado, no tengo ni puñetera idea sobre qué escribir y además de eso tengo los pies helados. Entonces, mientras trato de escarbar alguna idea en mi cabeza a la cual le pueda arrancar unas cuantas palabras, no logro concentrarme porque solo pienso en el frío de los pies, así que muevo los dedos de forma frenética a ver si se calientan.

A medida que hago eso, ya me doy cuenta el rumbo que toma este escrito: lo que los gringos llaman free writing o escritura automática, lo que el cerebro vomite porque sí, sin pensarlo, en una fracción de segundo: gotas, esfero, hoja blanca, celular, por ejemplo. Eso no lo pensé, sino que son los objetos que tengo delante de mis narices, que no sé porque se utiliza el plural si solo se tiene una, igual que cuando uno dice: “hicieron algo a mis espaldas”. Imagino que debe ser por sentirse traicionado, entonces uno piensa en dos o más espaldas, para buscar más protección, qué sé yo.

La verdad es que había intentado escribir algo unas horas antes, pero estaba seco de palabras y después de mirar la pantalla con el cursor titilando como un pendejo por un par de minutos, me fui a la cocina a comer algo a ver si me despejaba la mente y después pensé: “pues que se jodan los dioses de la escritura”, pero ya ven, al final termine rindiéndoles tributo.

Siendo las 9:40 les informo que mi táctica de mover los dedos surtió efecto y los pies ya se me calentaron. Siendo así, doy por terminadas estas palabras que quizá no tienen ni pies ni cabeza, pero bueno, las escribí.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

De madrugada

Se despierta a eso de las 3 de la mañana por primera vez. Luego intenta dormirse, pero cuando lo logra, al rato vuelve a despertarse. Es como si algo no la dejara dormir. Se la pasa en ese estado de duermevela hasta las 5 de la mañana, hora en la que decide prender el televisor y de entre los muchos canales de cable que tiene, le da por sintonizar uno de noticias. Mala decisión, pues al rato se llena de angustia porque todas las que transmiten son malas, dan indicios de que el mundo va en picada y resulta extraño que aún funcione envuelto en tanto caos.

“A dormir donde la trasnocharon mija”, le dice Julieta apenas ve su cara de sueño cuando llega a la oficina.

“No me jodas Juli”, le contesta Margarita y le cuenta lo sucedido en la madrugada.

Ten cuidado, ¿No has oído que esa es la hora del diablo?

“ ¿La qué?”, pregunta Margarita.

“También le dicen la hora del muerto”, le responde Julieta. “Una franja de tiempo de mucha actividad paranormal, donde los espíritus malignos aprovechan para poseer a las personas.

“ ¿Dónde aprendes tantas pendejadas Juli?”

“Bueno, ojalá no tenga que ir a sacarte de tu cama con un cura, un crucifijo y agua bendita. ¿A qué hora te despertaste?”

“¿Y eso qué importa?"

“Claro que importa, si fue a las 3:33 tienes que preocuparte”

“La verdad no miré el reloj”

Margarita es escéptica ante esos temas, pero a su firme postura siempre le queda abierta una rendija por donde se le cuela la duda ¿Y si es cierto?, piensa.

“Pues nada a mis 35 años de edad ningún espíritu va a venir a joderme”, le dice a su amiga. "Que me tengan miedo ellos a mí."

Más tarde cuando salen de la oficina, su amiga, con cara de preocupación, le dice que la llame si necesita algo”.

Margarita solo ríe para disimular su nerviosismo. Luego pasa por una droguería compra un frasquito de vidrio y luego entra a una capilla, va a una pila que se supone tiene agua bendita. Introduce el frasquito en ella y lo llena hasta el tope.

Luego se sienta, reza un poco y abandona el lugar.

Por la noche deja el frasquito al lado de la almohada y luego de ver televisión cae fundida. No sabemos si el episodio se vuelve a repetir esa noche o no. 

Pero ya sabe, querido lector, si se llega a despertar en la madrugada,  tiene la valentía de mirar el reloj y este marca las 3:33, tal vez debería preocuparse.

martes, 20 de septiembre de 2022

Uno de esos lunes

Apenas entró a su apartamento dejó caer al suelo el morral que siempre lleva a la oficina. Olafo, su labrador viejo y ciego sintió su presencia y salió a saludarlo. Horacio Carvajal se arrodillo para acariciarle el lomo y le preguntó:

“Y ahora qué vamos a hacer amigo mío?”

Olafo agacho las orejas y se marchó de nuevo a la cocina para echarse en su cama.

Carvajal se refería a lo sucedido en la oficina tan solo hace un par de horas atrás. Había sido, como desde los últimos cincos años, un lunes de mierda. No porque odie su trabajo––o en parte sí, como casi todo el mundo–, sino porque a medida que envejece, cada vez le es más difícil iniciar una semana laboral.

A las 4:30 de la tarde, cuando faltaba solo media hora para terminar ese primer maldito día de la semana, y mientras intentaba insertar una imagen en un documento de Word que le descuadraba todo, Marielita, la secretaría de la gerente de recursos humanos le dijo que la señora Echavarría lo necesitaba en su oficina.

´Carvajal respondió con una sonrisa mientras pensaba: “¿Y ahora qué quiere esa bruja?”

Cuando se puso de pie y comenzó a caminar, sintió las miradas de todos sus compañeros de trabajo clavadas sobre su espalda y un leve murmullo que crecía y decrecía como una ola. Fue ahí cuando cayó en cuenta ¡Mierda, me van a echar!

Y así fue. La conversación con la señora Echavarría no duró más de cinco minutos, en los que le explicó brevemente el por qué la compañía prescindía de sus servicios y le indicaba que pasos debía seguir para largarse de ese lugar.

Ahí sentado con las manos sobre las rodillas y las piernas juntas, Carvajal además de escuchar la voz chillona de la gerente de recursos humanos, se concentró en su respiración. La noche anterior había visto un documental sobre eso, de cómo respirar de forma consciente le baja las revoluciones a la vida y hace ver cualquier problema chiquitico.

Los del documental era pura mierda o algo, porque pasado un minuto Carvajal solo pensaba en meterle un puño a la vieja esa. Solo deseaba que terminara su perorata pronto para poder salir y no cometer ninguna locura.

Luego de servirle un plato de concentrado a Olafo, se fue a su cuarto, se paro al lado de la cama, abrió los brazos y se dejó caer hacia atrás.

“¿Qué voy a hacer?", se pregunto una, dos y tres veces, luego recordó lo de la respiración, pero pensó que eso solo les sirve a los monjes budistas que no tienen que aguantarse jefes, ni gerentes e recursos humanos, y volvió a repetirse la pregunta: Qué voy a hacer.

“Nada”, se respondió.

“¿Qué?”, se pregunto

“Si, nada”, se dijo a sí mismo de nuevo.

“Me estaré volviendo loco”, pensó

De alguna extraña manera llegó a esa conclusión. Decidió que no iba a actuar, que iba a dejar que el destino, el universo, dios, la Pachamama, los alienígenas, el chupacabras, sea quien sea, acomodara los acontecimientos a su antojo y mirara qué papel le tocaba interpretar a él.

“Que cantidad de huevonadas las que pienso”, se dijo.

Acto seguido se puso la piyama y se durmió pronto, con un amplia sonrisa en su cara. Al otro día no tenía que madrugar.