Hace unos años me aficioné a los programas sobre criminales psicópatas, ya saben, de esos que pican gente y meten los pedazos en la nevera de su casa, por ejemplo. Siempre me preguntaba: ¿Qué le habrá pasado a una persona para llegar a hacer eso?
Pasaba horas y horas mirando Investigation Discovery, canal dedicado exclusivamente a transmitir ese tipo de programas.
De repente, un día me harté de ellos. Imagino que eso ocurrió porque vi un caso demasiado sórdido y por alguna razón, recuerdo, experiencia que tengo almacenada en la cabeza me hizo sentir mal. Desde ese día me dije “mi mismo, estos programas no aguanta consumirlos tan seguido”, y me propuse dejar mi adicción por ese tipo de shows.
Ayer, antes de dormir, decidí mirar algo en Netflix y pasó lo mismo de siempre: pasaban los minutos y no sabía por qué serie o película decidirme.
Entonces apareció en tendencias o novedades la serie y el documental sobre Dahmer, el asesino en serie.
Mi hermana, que todavía consume ese tipo de programas, me había dicho que era un caso impresionante, así que ante mi indecisión, decidí ver el documental.
Después de 10 minutos de alternar mirar el televisor y el celular, lo que indica que no estoy enganchado con lo que esté viendo, decidí apagar el aparato, aunque no habían presentado nada dramático como para torcer la cara.
No digo que sea necesario ver a los Ositos cariñositos, pero siento que ya no tengo el más mínimo interés en tipo de programas, pues me aburren con toda.
De hecho, hace rato que no me engancho con ninguna serie. Quizá la culpa no es de ese tipo de documentales , que están bien hechos, sino mía, mejor dicho, como dice esa frase acaba relaciones: No eres tú, soy yo.
martes, 18 de octubre de 2022
sábado, 15 de octubre de 2022
Palabras fugitivas
Escribir debería ser tan natural como caminar, es decir, poner una palabra delante de la otra para ver a dónde se llega y ya está.
Me dispongo a hacer eso porque llevo un buen rato sentado y no se me ocurre ningún tema. En horas de la tarde me pasó lo mismo y pensé: “No importa, más tarde se me ocurrirá algo”, pero ya ven, ahora es ese más tarde y sigo en las mismas.
¿A dónde se me fueron las palabras? No tengo idea. Quizás uno cuenta con cierta cantidad al mes y cuando se agotan pasa eso de quedarse mirando la pantalla en blanco como un idiota.
De pronto algo tiene que ver el cuento que corregí ayer.
Trata sobre un hombre que quiere matar al jefe porque está cansado que lo deje en ridículo en frente de sus compañeros de trabajo, sobre todo de Violeta, una mujer que le encanta. El punto es que esa no era motivación suficiente para que el personaje quisiera hacer eso, así que tuve que trabajar mejor su desequilibrio mental, para justificar su modo de actuar.
Al hombre se le aparecía a cada rato una voz en la cabeza que le decía qué hacer, pero la eliminé casi toda porque era confusa y le quitaba ritmo al texto.
La próxima semana, cuando sienta que tengo palabras, me dedicará a arreglar los diálogos de los personajes, pues están bien flojos, es decir, poco creíbles o forzados.
Ahí en esas correcciones se me fueron una porción de las palabras que ahora busco y no encuentro.
Escribo este párrafo luego de haberme dispersado por unos minutos. Primero me quedé mirando el desorden que tengo encima del escritorio por culpa de Inktober: lápices, la libreta de dibujo, rapidógrafos, un tajalápiz, borrador, un copito Johnson, un color blanco, y viruta de borrador por todo lado.
Dibujar se parece mucho a escribir, es decir, son contados los trazos que quedan bien de primerazo y por lo general hay que borrar y borrar uno tras otro hasta encontrar el adecuado. Pasa lo mismo con las palabras, hay que darles vueltas, cambiarlas, hasta dar con la que mejor se acople al texto y la idea que se quiere expresar.
Ribeyro tiene mucha razón cuando dice que después de todo, escribir no es más que tratar de darle caza a una idea siempre fugitiva.
Me dispongo a hacer eso porque llevo un buen rato sentado y no se me ocurre ningún tema. En horas de la tarde me pasó lo mismo y pensé: “No importa, más tarde se me ocurrirá algo”, pero ya ven, ahora es ese más tarde y sigo en las mismas.
¿A dónde se me fueron las palabras? No tengo idea. Quizás uno cuenta con cierta cantidad al mes y cuando se agotan pasa eso de quedarse mirando la pantalla en blanco como un idiota.
De pronto algo tiene que ver el cuento que corregí ayer.
Trata sobre un hombre que quiere matar al jefe porque está cansado que lo deje en ridículo en frente de sus compañeros de trabajo, sobre todo de Violeta, una mujer que le encanta. El punto es que esa no era motivación suficiente para que el personaje quisiera hacer eso, así que tuve que trabajar mejor su desequilibrio mental, para justificar su modo de actuar.
Al hombre se le aparecía a cada rato una voz en la cabeza que le decía qué hacer, pero la eliminé casi toda porque era confusa y le quitaba ritmo al texto.
La próxima semana, cuando sienta que tengo palabras, me dedicará a arreglar los diálogos de los personajes, pues están bien flojos, es decir, poco creíbles o forzados.
Ahí en esas correcciones se me fueron una porción de las palabras que ahora busco y no encuentro.
Escribo este párrafo luego de haberme dispersado por unos minutos. Primero me quedé mirando el desorden que tengo encima del escritorio por culpa de Inktober: lápices, la libreta de dibujo, rapidógrafos, un tajalápiz, borrador, un copito Johnson, un color blanco, y viruta de borrador por todo lado.
Dibujar se parece mucho a escribir, es decir, son contados los trazos que quedan bien de primerazo y por lo general hay que borrar y borrar uno tras otro hasta encontrar el adecuado. Pasa lo mismo con las palabras, hay que darles vueltas, cambiarlas, hasta dar con la que mejor se acople al texto y la idea que se quiere expresar.
Ribeyro tiene mucha razón cuando dice que después de todo, escribir no es más que tratar de darle caza a una idea siempre fugitiva.
miércoles, 12 de octubre de 2022
Abandonar lecturas
Entonces llega ese momento en el que se debe escoger una nueva lectura. Puede parecer no tener ciencia alguna, pero imagino que es crucial para las personas a las que les gusta leer, sobre todo cuando uno acaba de terminar un libro que le gustó mucho. Pero nada, hay que cambiar de historia, personajes y trama tan fácil como se cambia de medias.
He conocido a algunos lectores juiciosos que planifican sus lecturas, es decir, saben de antemano con cuál libro van a seguir apenas acaban uno.
Alguna vez, luego de llegar de una feria del libro, intenté algo similar. Ese día vacié la maleta sobre la cama y el orden de lectura que escogí fue aquel en el que quedaron los libros uno encima del otro.
Ahora, cuando termino de leer uno, nunca tengo claro con cuál voy a continuar y lo escojo a punta de feeling. A veces combino ese método leyendo un par de reseñas, pero cada vez me convenzo de que poco o nada sirve saber qué piensa una persona de un libro.
Hace poco, por ejemplo, terminé Zen en el arte de escribir, el libro de ensayos de Ray Bradbury. En uno de ellos el escritor recomendó un libro de cuentos. Luego, cuando me iba a decidir por una nueva lectura, por alguna razón caí en un archivo donde había anotado unos libros recomendados por Hemingway y ¡oh sorpresa!, entre ellos estaba el mismo libro de cuentos del que hablaba Bradbury.
Yo, que no creo en señales, lo tomé como una y de inmediato pensé: “Ese es el libro que voy a leer. Lo empecé entusiasmado, leí dos cuentos y medio y no me pude enganchar con la lectura, “¿Pero qué me pasa, acaso no debería gustarme?".
Intenté venderme esa idea, pero al final decidí abandonar esa lectura, fiel, como ya lo he dicho, al consejo de Frank Zappa: So many books, so little time.
Luego a punta de solo feeling, escogí Nuestra parte de noche, de Mariana Enriquez y me ha gustado mucho lo que llevo leído hasta el momento.
Abandonar lecturas, sin agüero alguno, como estilo de vida.
Alguna vez, luego de llegar de una feria del libro, intenté algo similar. Ese día vacié la maleta sobre la cama y el orden de lectura que escogí fue aquel en el que quedaron los libros uno encima del otro.
Ahora, cuando termino de leer uno, nunca tengo claro con cuál voy a continuar y lo escojo a punta de feeling. A veces combino ese método leyendo un par de reseñas, pero cada vez me convenzo de que poco o nada sirve saber qué piensa una persona de un libro.
Hace poco, por ejemplo, terminé Zen en el arte de escribir, el libro de ensayos de Ray Bradbury. En uno de ellos el escritor recomendó un libro de cuentos. Luego, cuando me iba a decidir por una nueva lectura, por alguna razón caí en un archivo donde había anotado unos libros recomendados por Hemingway y ¡oh sorpresa!, entre ellos estaba el mismo libro de cuentos del que hablaba Bradbury.
Yo, que no creo en señales, lo tomé como una y de inmediato pensé: “Ese es el libro que voy a leer. Lo empecé entusiasmado, leí dos cuentos y medio y no me pude enganchar con la lectura, “¿Pero qué me pasa, acaso no debería gustarme?".
Intenté venderme esa idea, pero al final decidí abandonar esa lectura, fiel, como ya lo he dicho, al consejo de Frank Zappa: So many books, so little time.
Luego a punta de solo feeling, escogí Nuestra parte de noche, de Mariana Enriquez y me ha gustado mucho lo que llevo leído hasta el momento.
Abandonar lecturas, sin agüero alguno, como estilo de vida.
lunes, 10 de octubre de 2022
De lunadas y otras cosas
En la universidad había eventos extraños. Unos de ellos eran las lunadas. Un grupo de personas de diferentes carreras se reunía en algún espacio de la universidad a escuchar música y a tomar canelazo, ese era el plan. Que ese día saliera la luna o no, no importaba en lo más mínimo.
Era un ambiente como medieval con antorchas de fuego que alumbraban el camino para llegar al lugar del evento.
No puedo negar que asistí a varias, incluso una vez canté sin rencores, de Ekhymosis, en una (¿en qué estaba pensando?) y se me olvidó la letra en pleno escenario, que vergüenza tan infinita, en fin.
Pero esa, en medio de todo, fue la mejor porque en ella conocí a Mariana. Ella llegó a mi facultad, con un par de amigos en busca de plan, y quedamos sentados cerca. Era crespa y tenía la nariz respingada más perfecta de toda la historia de la humanidad.
No sé en qué momento ni qué dio pie a que comenzáramos a charlar, pero desde el segundo que lo hicimos nos embarcamos en una conversación que parecía no tener fin y sin silencios incómodos. Cada uno tenía el comentario preciso o la pregunta adecuada para que la conversación siguiera su curso. Ustedes tendrían que haber visto su expresión cuando yo lograba hacerla reír con algún comentario.
Esa noche estaba listo a pasar el resto de mi vida con Mariana, la enfermera. Hacia el final del evento ella estaba sentada entre mis piernas y yo la tenía abrazada.
Ya no recuerdo qué pasó en los siguientes días; creo que nos vimos un par de veces para almorzar, pero Mariana, como dice Héctor Abad, se convirtió en uno de mis tantos exfuturos: lo que pudo haber sido, pero al final no fue.
Ya les digo, si la llegan a encontrar, no dejen escapar a su respectiva Mariana.
Era un ambiente como medieval con antorchas de fuego que alumbraban el camino para llegar al lugar del evento.
No puedo negar que asistí a varias, incluso una vez canté sin rencores, de Ekhymosis, en una (¿en qué estaba pensando?) y se me olvidó la letra en pleno escenario, que vergüenza tan infinita, en fin.
Pero esa, en medio de todo, fue la mejor porque en ella conocí a Mariana. Ella llegó a mi facultad, con un par de amigos en busca de plan, y quedamos sentados cerca. Era crespa y tenía la nariz respingada más perfecta de toda la historia de la humanidad.
No sé en qué momento ni qué dio pie a que comenzáramos a charlar, pero desde el segundo que lo hicimos nos embarcamos en una conversación que parecía no tener fin y sin silencios incómodos. Cada uno tenía el comentario preciso o la pregunta adecuada para que la conversación siguiera su curso. Ustedes tendrían que haber visto su expresión cuando yo lograba hacerla reír con algún comentario.
Esa noche estaba listo a pasar el resto de mi vida con Mariana, la enfermera. Hacia el final del evento ella estaba sentada entre mis piernas y yo la tenía abrazada.
Ya no recuerdo qué pasó en los siguientes días; creo que nos vimos un par de veces para almorzar, pero Mariana, como dice Héctor Abad, se convirtió en uno de mis tantos exfuturos: lo que pudo haber sido, pero al final no fue.
Ya les digo, si la llegan a encontrar, no dejen escapar a su respectiva Mariana.
viernes, 7 de octubre de 2022
Jairo Staedtler
Una vez en una rueda de prensa, le preguntaron al famoso dibujante Jairo Staedtler cómo lograba la precisión en cada una de sus piezas.
Mientras le hacían la pregunta Staedtler, como siempre, parecía distraído, inmerso en su mundo de ficciones en tinta, pero cuando el reportero terminó de hablar, sonrió, le dio una calada al cigarrillo que siempre lleva en su mano derecha y justo cuando parecía que iba a responder, aprovechó para darle un sorbo a una botella de agua.
Todos los presentes estaban ansiosos de escuchar la respuesta y Staedtler parecía jugar con ese sentimiento que permeaba toda la habitación. Los clic y flashes de las cámaras no dejaban de sonar, retratando hasta el más mínimo movimiento del artista.
Cuando puso la botella sobre la mesa pidió que le pasaran el micrófono, le dio dos golpecitos con los dedos índice y medio juntos, aclaro su garganta y comenzó a hablar:
"Mirá –entonó con su acento argentino–, la verdad es muy fácil. Lo que vos y todo el mundo deben hacer cuando emprenden cualquier tarea, desde la más artística a la más monótona, es morir con ella."
Luego le dio otro sorbo a la botella, y se dio cuenta de la cara de confusión de las personas en el auditorio. Rió y volvió a tomar alientos para seguir hablando. "¿Pero que es lo que no entienden nenes? Es sencillo, tenes que pensar que te juegas la vida en cada cosa que haces, que todo es un pulso contra la muerte, que la parca te respira en la nuca todoslos días y vos ni siquiera te das cuenta."
"Si vos le vas a hacer caso a ese cliché horrible de: “vive cada día como si fuera el último”, tenes que ser consecuente y pensar que cada vez que haces algo, es tu última oportunidad para practicarlo."
Mientras le hacían la pregunta Staedtler, como siempre, parecía distraído, inmerso en su mundo de ficciones en tinta, pero cuando el reportero terminó de hablar, sonrió, le dio una calada al cigarrillo que siempre lleva en su mano derecha y justo cuando parecía que iba a responder, aprovechó para darle un sorbo a una botella de agua.
Todos los presentes estaban ansiosos de escuchar la respuesta y Staedtler parecía jugar con ese sentimiento que permeaba toda la habitación. Los clic y flashes de las cámaras no dejaban de sonar, retratando hasta el más mínimo movimiento del artista.
Cuando puso la botella sobre la mesa pidió que le pasaran el micrófono, le dio dos golpecitos con los dedos índice y medio juntos, aclaro su garganta y comenzó a hablar:
"Mirá –entonó con su acento argentino–, la verdad es muy fácil. Lo que vos y todo el mundo deben hacer cuando emprenden cualquier tarea, desde la más artística a la más monótona, es morir con ella."
Luego le dio otro sorbo a la botella, y se dio cuenta de la cara de confusión de las personas en el auditorio. Rió y volvió a tomar alientos para seguir hablando. "¿Pero que es lo que no entienden nenes? Es sencillo, tenes que pensar que te juegas la vida en cada cosa que haces, que todo es un pulso contra la muerte, que la parca te respira en la nuca todoslos días y vos ni siquiera te das cuenta."
"Si vos le vas a hacer caso a ese cliché horrible de: “vive cada día como si fuera el último”, tenes que ser consecuente y pensar que cada vez que haces algo, es tu última oportunidad para practicarlo."
miércoles, 5 de octubre de 2022
Hablar con los autores de los libros
Estoy preocupado. Todo parece indicar que a estas alturas del partido no sé leer.
Una mujer, llamémosla Ifigenia para conservar su anonimato, que aparentemente es una lectora voraz, hace referencia en una publicación a la actividad de subrayar y hacer notas en los libros.
Dice que cuando se pierde el miedo a rayar los libros, uno aprende que a un autor no se le lee, sino que se le habla y se le contesta.
Yo no sé, pero a mi me parece una frase bien baretera.
Pero bueno eso no importa, cada quien que piense lo que le de la gana, ¿no? A lo que voy es que un gran filósofo de Apellido Mccartney y nombre Paul, dijo algo que todos deberíamos poner en práctica: Vive y deja morir.
Yo no rayo los libros, porque me gusta conservarlos en buen estado. Debo tener algún raye en la cabeza, porque lo ideal sería que los libros no se quedaran con uno sino que llegaran a más lectores, pero que me perdone Marie Kondo, pues a mí me gusta verlos ordenaditos en mi biblioteca, así solo los consulte eventualmente para algo que estoy escribiendo.
Dicho esto, mi método es el siguiente: cuando leo en físico y alguna frase me llama la atención, le pongo un punto al lado, anoto la página en la aplicación de notas del celular y sigo con la lectura. Cuando termino el libro, me envío ese archivo al correo y transcribo las frases una a una.
Entonces que cada quien lea lo que quiera y como quiera, rayando, subrayando o hablando con los autores, signifique lo que eso signifique. Al final la consigna es leer y mientras cada persona descifre cuál es el método que más le gusta, no le veo problema alguno.
Dizque a un autor se le habla y se le contesta. Como diría el personaje de la película de Tarantino: “Fucking Hippie MotherFuckers”.
Una mujer, llamémosla Ifigenia para conservar su anonimato, que aparentemente es una lectora voraz, hace referencia en una publicación a la actividad de subrayar y hacer notas en los libros.
Dice que cuando se pierde el miedo a rayar los libros, uno aprende que a un autor no se le lee, sino que se le habla y se le contesta.
Yo no sé, pero a mi me parece una frase bien baretera.
Pero bueno eso no importa, cada quien que piense lo que le de la gana, ¿no? A lo que voy es que un gran filósofo de Apellido Mccartney y nombre Paul, dijo algo que todos deberíamos poner en práctica: Vive y deja morir.
Yo no rayo los libros, porque me gusta conservarlos en buen estado. Debo tener algún raye en la cabeza, porque lo ideal sería que los libros no se quedaran con uno sino que llegaran a más lectores, pero que me perdone Marie Kondo, pues a mí me gusta verlos ordenaditos en mi biblioteca, así solo los consulte eventualmente para algo que estoy escribiendo.
Dicho esto, mi método es el siguiente: cuando leo en físico y alguna frase me llama la atención, le pongo un punto al lado, anoto la página en la aplicación de notas del celular y sigo con la lectura. Cuando termino el libro, me envío ese archivo al correo y transcribo las frases una a una.
Entonces que cada quien lea lo que quiera y como quiera, rayando, subrayando o hablando con los autores, signifique lo que eso signifique. Al final la consigna es leer y mientras cada persona descifre cuál es el método que más le gusta, no le veo problema alguno.
Dizque a un autor se le habla y se le contesta. Como diría el personaje de la película de Tarantino: “Fucking Hippie MotherFuckers”.
martes, 4 de octubre de 2022
Releer libros
Nunca me ha gustado releer libros. De hecho solo he releído la trilogía del Señor de los Anillos cinco veces, en aquella época intensa en la que me aficioné a toda la obra de Tolkien. Recuerdo que a modo romántico decía que leerla era como escuchar el Made in Japan, de Deep Purple, mi álbum favorito, en el sentido en que siempre le encuentro algo nuevo. ¡Bahh! Puro cuento chimbo.
Ahora no, ahora nunca releo un libro por más fascinante que me haya parecido, pero no por dármelas de arrogante, sino porque el tiempo es limitado y prefiero leer cosas nuevas. Tal vez releería libros para acordarme de las tramas, pues se me esfuman a los pocos días de haber terminado uno.
Una vez un escritor me preguntó sobre una escena de una de sus novelas y cómo me había parecido. Me dio a entender que era un momento clave de su novela. Comencé a escarbar mi mente, a ver si daba con la tal escena de la que hablaba, y lo único que logré fue recordar el nombre de la protagonista.
Elaboré, en cuestión de milisegundos, una respuesta a las patadas y como vi que no le pude sacar más información a mi oxidado cerebro , se la solté con un tono serio, esperando que no confundiera a su protagonista con una de otro novela.
El escritor me miro raro. Yo creo que fue como si me hubiera preguntado cuánto es 2+2 y yo le hubiera respondido: “manzana” o algo así. Luego de eso cambió de tema.
Entonces eso hago, no releer libros y no preocuparme mucho por cuántos he leído al año, más allá de que sea una estadística propia que a la final no sirva para nada.
Ahora no, ahora nunca releo un libro por más fascinante que me haya parecido, pero no por dármelas de arrogante, sino porque el tiempo es limitado y prefiero leer cosas nuevas. Tal vez releería libros para acordarme de las tramas, pues se me esfuman a los pocos días de haber terminado uno.
Una vez un escritor me preguntó sobre una escena de una de sus novelas y cómo me había parecido. Me dio a entender que era un momento clave de su novela. Comencé a escarbar mi mente, a ver si daba con la tal escena de la que hablaba, y lo único que logré fue recordar el nombre de la protagonista.
Elaboré, en cuestión de milisegundos, una respuesta a las patadas y como vi que no le pude sacar más información a mi oxidado cerebro , se la solté con un tono serio, esperando que no confundiera a su protagonista con una de otro novela.
El escritor me miro raro. Yo creo que fue como si me hubiera preguntado cuánto es 2+2 y yo le hubiera respondido: “manzana” o algo así. Luego de eso cambió de tema.
Entonces eso hago, no releer libros y no preocuparme mucho por cuántos he leído al año, más allá de que sea una estadística propia que a la final no sirva para nada.
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