lunes, 7 de noviembre de 2022

Alanis y Adriana

Veo Jagged el documental de Alanis Morissette que trata sobre el éxito que alcanzó con su álbum debut Jagged Little Pill.

Me pareció muy bueno, y lo que más me gustó fue que me llenó la cabeza de preguntas, reforzando una que me hago a cada rato: ¿Será que algunas personas nacen destinadas para ejecutar cierto trabajo?, pero no desperdicié tiempo en ella, pues quizá no tiene respuesta, sino que me me acordé de Adriana.

Cuando estaba en la universidad, seguro por el músico frustrado que llevo por dentro, me gustaba pasar tiempo en la cafetería de la facultad de música. Iba a ese lugar a estudiar, leer o a comer unas pizzas personales que solo vendían en ese lugar.

Me gustaba ver a las personas con partituras en sus manos o sobre sus muslos, mientras solfeaban, o tocando sus instrumentos.

Paola, una amiga que había tomado clases de música cuando era pequeña, alguna vez me intentó enseñar a leer notas, pero no lo logré, porque mi cabeza estaba condicionada a la lógica del plano cartesiano.

Igual quería seguir intentándolo, así que un día, hacia el final del semestre, me acerqué a una mesa en la que dos mujeres estaban practicando. Les pregunté de qué semestre eran y me dijeron que estaban en octavo. Les dije que tenía intención de aprender a leer una partitura y que si  una de ellas estaría dispuesta a enseñarme.

Se miraron y se quedaron calladas, y cuando estaba a punto de despedirme y dar media vuelta, Adriana hablo: “Yo te puedo enseñar”. Cuadramos un precio por hora y un horario de dos días a la semana para que me diera clases en esa cafetería.

Alcancé a tomar muy pocas, porque el final del semestre, con sus trabajos y parciales, me absorbió, pero recuerdo que en uno de nuestros encuentros, me contó que su cantante favorita era Alanis y, sin yo pedírselo, cantó las primeras líneas de Right Through You:

Wait a minute man
You mispronounced my name
You didn't wait for all the information
Before you turned me away.

viernes, 4 de noviembre de 2022

Casi se me derrama el café

Leo una columna de un hombre que critica la obra de Vargas Llosa. Dice, por ejemplo, que su prosa es plana y gris, signifique lo que eso signifique, y que es difícil encontrar una idea brillante o un párrafo amable.

De pronto la culpa de mi raye con el escrito la tengan los adjetivos, tan determinantes y absolutos. La escritora Sara Klinkert dice que una de las claves para escribir es no usar adjetivos y pretender adornar la prosa.

Pero bueno, cada quien puede hacer lo que le dé la gana en esta vida, y no me importa que critiquen al escritor peruano. Llosa me gusta, y cuando digo eso me refiero a que las 3 o 4 novelas que he leído de él me han parecido entretenidas, menos Conversación en la catedral que, al parecer, es su preferida, en fin.

Llegue a su obra porque hace ya varios años en la entrega de regalos de amigo secreto de una empresa en la que trabajé, me regalaron La fiesta del chivo. De no haber sido por eso quizá no habría leído ninguna de sus novelas hasta el momento.

Pero bueno les decía que leí la columna y luego decidí escribir algo al respecto, un texto en el que decía que el columnista tiene un tonito de superioridad intelectual subido, utiliza palabras rebuscadas, y esto y lo otro, pero cuando lo terminé, lo leí y me pareció muy chimbo, pues era una opinión gris, si el columnista me permite utilizar su figura.

Algunos dirán que tener opiniones y dispararlas a los cuatro vientos es una muestra de carácter, de que uno no traga entero, pero a mí las opiniones me aburren porque no son más que muestras de superioridad moral, pero igual es paradójico porque esto que escribo también es una opinión, en fin.

No sé, me estoy enredando. Quizá todo fue una mala idea, es decir, desde leer el artículo y reaccionar, hasta querer escribir algo para sentar mi punto de vista. Pero si uno no lo intenta, me refiero a lo de escribir, ¿entonces qué?

Quizá debí haber escogido otro tema, algo tan simple como contarles que el microondas se daño, y como me gusta tomarme el café casi a la misma temperatura de la lava de un volcán, tuve que prepararlo y luego calentarlo en una olleta, pero me fui de la cocina, me senté en el escritorio y a los pocos minutos me acordé que había dejado la estufa prendida. Entonces me puse de pie y me fui corriendo a la cocina, y llegué justo cuando el café estaba a punto de derramarse.

Esa simple historia, anécdota, llámenla como quieran, habría sido un mejor tema para tratar hoy, pues carga cierto nivel de drama y conflicto.

jueves, 3 de noviembre de 2022

Sobre lanzar granadas y otros temas

Hace varios años me gustaban mucho los juegos de echar bala en X-box y pasaba horas sentado enfrente del televisor. Todavía me gustan, pero ya no tengo la paciencia para jugarlos.

En esos juegos uno va pasando misiones y se encuentra con armas y municiones a lo largo del camino y, al parecer, el personaje de uno siempre tiene la fuerza de Hulk, pues lleva encima pistola, metralleta, rifle francotirador, bazuca, entre otras armas, y salta o escala paredes o montañas como si nada. Además es muy hábil, pues cambia de arma en menos de un segundo. Digamos que tiene la bazuca al hombro, pero uno decide que coja la pistola y entonces se mete la primera donde le quepa y agarra la segunda.

Pues bien, al principio, cuando estaba jugando y me encontraba unas granadas –porque esa es otra maravilla de esos juegos, uno encuentra municiones en medio del camino–la consigna que tenía era guardarlas para cuando llegara a una parte peligrosa o difícil del juego, pero muchas veces mataban a mi muñeco antes de poder utilizarlas. Así que un día cambié de táctica y prometí gastarlas con el primer enemigo que se me cruzara ya fuera un jefe poderoso o cualquier debilucho.

Pienso en esto porque imagino que las ideas son como granadas.

Hace un momento, cuando me senté a escribir, no sabía que iba a escribir sobre esto, pues tengo una idea en la cabeza de algo que leí hoy sobre Mozart, pero que quiero arrejuntar con otras ideas que tienen que ver con el poder creativo del subconsciente. Entonces decidí no gastar esa granada hoy para lanzarla otro día sobre la página.

Ya les contaré si me funciona o no. De pronto el día que me proponga a escribir sobre aquel tema me voy a bloquear, solo porque decidí guardar la idea para más tarde.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

Sé tú mismo

Me llega un email de una inmobiliaria.

Me dicen que la factura y el XML se encuentran como archivos adjuntos al final del correo, y que para aceptar o rechazar la factura puedo hacer clic en un enlace que me lleva a un pdf.

Tiene toda la pinta de ser un virus o una estafa para robar datos así que pienso: “Hará clic su madre”, y borro el correo.

No recuerdo haber echo ningún negocio con esa inmobiliaria. Otras veces me llegan facturas de un servicio de televisión por cable de un argentino que debe tener un email similar al mío y que siempre lo está debiendo. En fin, imagino que en medio de lo inteligente y poderoso que es internet, también se le cruzan los cables y terminan pasando cosas de ese estilo, o puede ser que sea verdad eso de que uno tiene dobles regados por todo el mundo.

En uno de sus cuentos, Ribeyro dice que todos tenemos un doble que vive en las antípodas, ese lugar diametralmente opuesto a otro, pero que encontrarlos es muy difícil porque siempre tienden a efectuar un movimiento contrario.

Asocio todo esto, quizá a las malas, con un aviso de neón color cereza, que vi en una tienda de,  cosméticos en un centro comercial: “La belleza depende de que seas tú misma”.

¿Qué carajos es ser uno mismo? Se podría suponer que consiste en no ser otro, ser irrepetible, distinto a los demás, en fin, pero a veces la vida es lo suficientemente agobiante con el rollo de ser, y que pereza tener que sumarle una capa adicional. Es decir, uno es y ya, mismo, diferente, igual, repetido, como sea.

Además, con esto de los dobles, no hay forma alguna de ser uno mismo, pues ya hay alguien idéntico, pero que hace las cosas al revés.

Ex extraño este mundo.

martes, 1 de noviembre de 2022

Los libros nos llaman

Ha vuelto a pasar lo mismo. No, no hablo sobre no saber qué escribir.

Me refiero que se me ha vuelto a cruzar una librería en mi camino y no me ha quedado otra opción que entrar a hojear libros.

Cómo no tengo ninguno especial en mente, me voy a la sección de novedades. Cuando comienzo la tarea lo hago rápido: levanto el libro, leo algún aparte de cualquier página de forma aleatoria y si no me llama la atención lo dejo donde estaba, pensando en que debe haber uno mejor que me estoy perdiendo.

Repito esa operación hasta que llego a Violeta, la última novela de Isabel Allende. Leo la contraportada y me atrapa el el resumen de la trama: “La historia de una mujer cuya vida abarca los momentos históricos más relevantes del siglo XX. Desde 1920 -con la llamada «gripe española»- hasta la pandemia de 2020”.

Lo abro y leo las primeras páginas y la dedicatoria me atrapa, Allende es muy buena arrullando con sus palabras, su prosa es muy especial. Sostengo el libro en mis manos otro rato más, hasta que decido dejarlo donde lo encontré antes de que mi comprador compulsivo se apodere de mí.

Continúo mirando y veo otro que se llama “El poder de las palabras” de Mariano Sigman. Hago lo mismo, lo abro en cualquier página y leo un poco, pero con este siento que mi comprador está a punto de salir a flote y apoderarse de mi voluntad, así que lo devuelvo rápido a su lugar.

Mientras tanto en la caja, una hija le dice a su madre: “Ya vengo ma, solo voy a ir a mirar un libro”. “Prométeme que solo vas a mirar y que no vas a comprar más”, le responde la mamá.

Tiempo después se escucha un grito de la hija: “Mamá mira este libro está espectacular”, y la madre le responde con tono de derrota en su voz: “donde estoy no lo puedo ver”.

jueves, 27 de octubre de 2022

Quinientas mil sombras

Comienzo un dibujo. Como Les conté hace unos días, el proceso inicia desde que selecciono la foto que quiero dibujar. A veces me demoro varios minutos escogiendo una, porque evaluó que no sea demasiado complicada (no quiero quedarme dibujando hasta las 2:00 a.m), es decir, que no tenga quinientas mil sombras y líneas difusas.

A veces le atino y otras no, es decir,  en ocasiones, cuando ya llevo el dibujo avanzado, llego a una sección con quinientas mil sombras en la que no me había fijado antes. En ese punto ya no hay nada que hacer, es morir con el dibujo o abandonarlo, suelo escoger la primera. En fin, por eso es que tardo tanto seleccionando una imagen, porque quiero ir a la fija.

Hoy paso lo contrario. 

 Comencé un dibujo de una mujer que estaba sentada comiendo pizza desde un punto de vista panorámico. Las proporciones me estaban haciendo sufrir y cuando llevaba parte de la cara y los hombros me di cuenta de que una sección de la foto tenía quinientas mil sombras.

“¿Qué hago?”, me pregunté y claro, “hasta la muerte”, me respondí, como buen masoquista que soy, pero la volqueta de las proporciones ya se había ido al río, y para salvar el dibujo tenía que borrarlo casi todo; si acaso dejando la nariz (casi siempre comienzo por ahí).

Luego de un rato de intentar borrar fino con un borrador gigante (mi próximo autorregalo será unborrador electrico),borré porciones del dibujo que no tenía intención de borrar, así que me emberraqué, arranqué la hoja, y como ya había gastado un tiempo considerable, busqué una imagen que no tuviera quinientas mil sombras.

Otras veces siento que lo que llevo dibujado no tiene sentido ni proporción alguna, pero llega ese momento en el que me alejo de la libreta o me pongo de pie para mirarlo desde otra perspectiva y veo que voy por buen camino. Eso me llena de confianza, y ahí si pienso: “Que carajos, hasta las 2 de la mañana”.

miércoles, 26 de octubre de 2022

No escribir

Insisto en que parece que me he gastado las palabras en otros lugares y se me está dificultando escribir en este espacio estos días. 

Imagino que no escribir también está bien, que se pueden tener temporadas de sequía de palabras y que volverán a la cabeza en el momento en que uno menos lo espera.

Puede ser que escribir, aparte de mover los dedos, produzca algún tipo de cansancio. En su Tentación del fracaso, Ribeyro cuenta:

“Escribir es como hacer el amor: una cosa brutal, fatigante, en la cual morimos y renacemos. Luego de escribir una página caigo extenuado en la cama, los ojos ardientes, la náusea del tabaco y la sensación de la consumición física. Y ello es el precio de 20 líneas, ni buenas ni malas, que serán probablemente corregidas o eliminadas, pero en cuya elaboración hemos puesto lo mejor de nosotros mismos”

Escribir, como todo, tiene su costo.

Doris Lessing contó en una entrevista que le hizo Rosa Montero, que una vez duró un año entero sin escribir. Lo extraño del caso es que lo hizo a propósito a ver qué le sucedía. La conclusión a la que llegó es que no le sentaba bien no escribir, pues la ponía de muy mal humor. Afirmaba que la escritura da cierta especie de equilibrio.

Me imagino que escribir sirve como válvula de escape de la locura que llevamos almacenada, independiente de los cuerdos que creamos ser. Lessing decía que una de las ventajas que le daba, es que ella podía pasar su locura a otra gente; rebotarla fuera de ella por medio de sus novelas.

En un episodio de no escritura, Kafka anotó en su diario: “El estado en que me encuentro no es la desdicha, pero tampoco es la dicha, ni la indiferencia, ni la debilidad, ni el cansancio, ni ningún otro interés, ¿qué es pues?

Imagino que no hay que luchar contra esos episodios de no escritura, sino dejar que se instalen a sus anchas, hasta que se aburran y decidan largarse.