martes, 22 de noviembre de 2022

Pedro y su bóveda craneal

Pedro, no Navajas sino otro, un bogotano común y corriente, va por la vida tratando de hacer las cosas bien, desde caminar sin tropezarse hasta ganarse la vida. Este Pedro, de apellido Pérez, espera que todo fluya, que la vía de su destino esté despejada; en fin, aspira, como todas las personas, a tener la menor cantidad de contratiempos hasta que la muerte decida visitarlo.

Es un hombre callado, que habla poco y, por lo general, prefiere pasar el tiempo, encerrado con sus pensamientos, dentro de su bóveda craneal. Le gusta ese término para referirse al espacio que ocupa el cerebro humano. A Pedro le agrada imaginarlo como una caja fuerte, y cree que no existirían tantos problemas si las personas no lo abrieran de par en par para que cualquier persona entre como Pedro por su casa, valga la redundancia, a ver con qué se encuentran.

Como al señor Pérez le gusta entretenerse con sus pensamientos, le molesta cuando adquiere responsabilidades repentinas. Hace unos años, por ejemplo, le emputaba subirse a un bus repleto, no por lo lleno que estuviera, sino porque casi siempre le tocaba hacer parte de la cadena de personas que pasaban las vueltas de un pasajero de mano en mano, hasta que estas encontraban a su propietario.

Sabía que, desde ese entonces, tenía algo mal en su cabeza, pues eso le generaba una leve ansiedad. Luego de que las vueltas dejaban sus manos, nunca sabía si llegaban a su destino y de ser así, si llegaban intactas. Pensaba que cabía la posibilidad de que alguien se robara una moneda o un billete y creía que algún día, a ese pasajero al que no le llegaban las vueltas completas enloquecería de rabia. Luego sacaría un cuchillo y comenzaría a apuñalear a los otros pasajeros.

Por esa razón se compró una bicicleta y dejó de utilizar el transporte urbano, sin importarle cuál fuera la distancia que le tocara recorrer.

Ahora, sentado en una sala de espera de un consultorio, se acordó de esa responsabilidad repentina de las vueltas del bus, porque está a punto de adquirir otra: Las personas que salen de consulta gritan el nombre del paciente que debe seguir al consultorio “¿Por qué carajos no sale el médico y llama él mismo a sus pacientes?”, se pregunta.

Otra vez la ansiedad comienza a hacer estragos: “¿y si me toca llamar a un paciente y no escucha mi llamado?”, ¿Qué tal que en el corto trayecto se me olvide el nombre que me haya dicho el médico, y en vez de un Jaime llame a un Jairo, por ejemplo?”, estas y otras preguntas le comienzan a llegar a la cabeza.

Se pone de pie y abandona el consultorio.

Ya en la calle, luego de cerrarse la chaqueta y meter las manos en los bolsillos, piensa: “a mí no me jodan. No me pongan tareas que no me corresponden”.

lunes, 21 de noviembre de 2022

Los trucos del subconsciente

Hace unos días escribí un post titulado “Manos con sangre”. Al momento de redactarlo, pasó lo de muchas veces: no tenía ni idea sobre qué escribir. Así que mientras miraba la pantalla como un tarado, viendo al cursor titilar y practicaba batería aérea para dilatar el proceso de escritura, esa frase llegó a mi cabeza.

Escribí sobre un hombre que se despertaba con sangre seca en las manos, pero que no sabía por qué las tenía manchadas. Al parecer, cuando eso le ocurría, el hombre salía de su apartamento en la noche y al siguiente día no se acordaba de nada. Lo más probable, imagino, es que el hombre era poseído  en medio de la noche, y se levantaba a cometer crímenes.

Digo imagino, porque no ahondé más en ese personaje, solo pinté una tajada de su vida. De pronto sería bueno llevar la idea a un cuento, pero quizá estoy fusilando uno de Rubem Fonseca, en el que un padre de familia ejemplar, sale todas las noches en su carro a atropellar personas.

Igual el mío sería una variación y como ya se sabe no existe ninguna idea 100% original, sino que las que van apareciendo son retazos de cosas que se han leído , visto o nos han contado, en fin.

Días después me puse a pensar sobre el post de las manos con sangre y de dónde habría salido. Recordé que el esposo de una prima me contó que había tenido una pesadilla en la que tenía una hemorragia por la nariz y la sangre le salía a chorros. De puro acto reflejo su yo del sueño intentaba detener la hemorragia con sus manos y, claro, se le empapaban de sangre. En ese momento se despertó gritando, y cuenta que por un segundo se miró las manos y las tenía llenas de sangre.

Imagino que como la imagen es potente se me quedó grabada en el subconsciente y salió a la superficie en el momento que iba a escribir ese día.

También supongo que decidí ese tema medio oscuro porque me vi un documental sobre exorcismos y porque estoy leyendo a la gran Mariana Enríquez.

jueves, 17 de noviembre de 2022

Un último deseo

Camina esposado con las manos en la espalda y siente un olor a orines en el ambiente. No sabe si son propios, producto de sus esfínteres que ya le fallan por la cantidad de golpizas que ha recibido de reclusos y guardias, o si el olor proviene de del pasillo por el que camina.

La luz del lugar es débil y apenas tiene los ojos abiertos, a causa de sus parpados hinchados. Arrastra los pies a cada paso y las veces que se detiene, porque un recuerdo de cuando era libre le llega a la cabeza, uno de los guardias que lo escoltan presiona su espalda con el bolillo y lo obliga a seguir caminando. A veces cae y se arrastra un poco, pero de inmediato alguien lo toma por las axilas, y lo levanta como si fuera un muñeco de trapo.

El hombre va camino hacia su muerte, a la sala en dónde le van a aplicar la inyección letal. Horas antes le dijeron que podía pedir lo que quisiera de última cena, pero respondió que mejor se reservaba su último deseo hasta el último momento del show.

Cuando le preguntaron recordó que una vez leyó un artículo que hablaba de las últimas cenas de reclusos importantes. La nota mencionaba lo que le sirvieron a Sadam Hussein: Pollo con arroz shawarma, que el dictador rechazó, junto con la posibilidad de fumarse un cigarrillo.

“Quizá detestaba el pollo”, piensa el hombre.

Ahora se encuentra en frente de la puerta de la sala de ejecución y el guardia que lo acompaña le pregunta por su último deseo.

“Es sencillo”, dice mientras muestra una sonrisa triste y se se sopla un mechón de pelo que le cae sobre la cara.

“Solo quiero ver cuantas notificaciones tengo en mi celular. Hace una semana me lo decomisaron y debo tener cientos de mi última publicación”.

martes, 15 de noviembre de 2022

Manos con sangre

“¿Estaré poseído?”, piensa mientras mira la pantalla de su computador. Desde hace 10 minutos le está dando vueltas a la pregunta. Si le han parecido raras esas oleadas de rabia repentina, que ha tenido desde hace un tiempo con Cristina, su esposa, y también con sus hijos.

“Discúlpame Cris”, no va a volver a pasar, siempre le dice a para disculparse, y le achaca su estado de ánimo a un supuesto estrés producido por el trabajo. Sabe que es mentira, pues no siente angustia alguna. Al final siempre le resta importancia al tema, pues piensa que todas las personas son bipolares, solo que las reciben tratamiento psiquiátrico, no cuentan con válvulas de escape efectivas como el sexo, el trabajo, las drogas, la familia o alguna afición que les apasione.

Últimamente, cuando abre los ojos en la mañana, siente sus manos pegajosas. Cuando se las mira se da cuenta de que la sensación se debe a sangre seca sobre su piel.

Hace un mes exacto fue la primera vez que le pasó. Lo primero que hizo fue revisar su cuerpo en busca de alguna herida, pero no encontró nada. Luego miro a cristina que dormía plácidamente y levantó la cobijas para ver su cuerpo, pero así, por encima, tampoco vio una herida en el cuerpo de su esposa. Luego se volvió a mirar las manos no pudo contener las arcadas que le produjo el olor y terminó por ensuciar las cobijas. Luego de quitarse la ropa se revisó con más cuidado frente al espejo, pero no vio nada raro, todo estaba en orden, su piel no tenía ni el más mínimo rasguño; es más se sentía lleno de energía.

En algunos de los días que se ha repetido la escena, cuando está a punto de dejar el apartamento para ir al trabajo, el hombre se ha dado cuenta que la puerta está sin seguro. Incluso en una ocasión la encontró semiabierta, y siempre se asegura de echar llave todas las noches, pues el sector donde vive se ha vuelto inseguro.

Lo que más le extraña es lo que Héctor, el celador de su edificio, le dijo cuando salía hacia la oficina. El vigilante lo miró sonriendo de forma pícara, hasta que el hombre no tuvo más remedio que preguntarle por qué hacía cara de idiota.

“Tranquilo señor”, su secreto está a salvo conmigo. Por una módica suma de dinero, prometo no decirle nada a la señora Cristina.

“¿De qué secreto habla idiota?”, le respondió, al tiempo que lo fulminaba con la mirada.

“De sus escapadas nocturnas señor Tovar”. Siempre lo veo llegar con una sonrisa en su cara y me preguntó dónde o más bien con quién la habrá pasado tan bien.

“Bájele a la confianza”, le respondió Tovar, antes de que la puerta del edificio se cerrara”.

Ahora quita la vista de la pantalla para mirarse las manos.

“Parece que enloquecer también es otra opción de vida”, piensa.

lunes, 14 de noviembre de 2022

Dormir, leer y lavar la loza

Media hora después del almuerzo, decido leer. Como no tengo un sillón específico para esa actividad, ubicado al lado de una chimenea y en una casa en las montañas, acomodo las almohadas, el haz de luz de la lámpara que está encima del mueble modular que haces sus veces de mesa de noche, y me echo en la cama.

No sé cuántas veces cambio de posición, pero cuando doy con una de medio lado, los ojos se me comienzan a cerrar. “Por lo menos debo acabar el capítulo o llegar a un punto donde la acción se mueva a otro lado”, pienso, así que me obligo a abrirlos.

Me duermo.

Son solo un par de minutos hasta que algo me despierta. Veo que el Kindle se apagó automáticamente y que la habitación está muy oscura. Al poco rato caigo en cuenta de qué fue lo que pasó: se fue la luz.

Lo que me despertó fue el ruido de la planta eléctrica del edificio de al lado. Como hay veces, no sé por qué, que la energía se va por sectores del apartamento, presionó frenéticamente el botón de encendido de la lámpara, pero tanto empeño no sirve para nada.

Me levanto, me quito los lentes y me tapo con una cobija. Ahora tengo el firme propósito de dormir.

Me despierto a las 2 horas y la luz todavía no ha llegado. Me quedo mirando el techo fijamente, como si rugosidad escondiera el sentido de la vida. No me transmite ningún tipo de información ni concluyo nada, y en ese momento suena el citófono.

Había olvidado que una prima iba a pasar para tomar vino y hacer una tabla de quesos y jamones improvisada.

Más tarde intento dormir, pero la siesta me quitó el sueño. En un arrebato de responsabilidad, decido ponerme a lavar la loza, y cuando termino de hacferlo estoy aún más despierto que hace un momento.

Me obligo a meterme en la cama y no me queda más que ponerme a leer a ver si me agarra el sueño.

Miro cuánto le falta al capítulo y el Kindle dice que más de una hora. Por lo general no me llaman la atención las novelas con capítulos tan largos, pero la que leo está muy buena, así que hago una excepción.

Ya es de madrugada y el capítulo sigue ahí, infinito, como si nada. “Pues será acabarlo”, pienso. Al rato me encuentro con una subdivisión, titulada 2. Como ya es tarde, o bien, temprano decido dejar de leer.

Apago la luz doy media vuela y cierro los ojos sin el más mínimo rastro de sueño. Quién sabe cuánto me demoré en quedarme dormido.

jueves, 10 de noviembre de 2022

El demonio en el espejo

Lo acaba de ver, pero sigue manejando como si nada. Siente cómo se le acelera el corazón así que respira profundo para bajar las pulsaciones.

Llega a una intersección y el semáforo se pone en rojo. No le gusta quedarse quieto. Piensa que estar en movimiento le ayuda a calmarse. Además, hace calor y su auto no tiene aire acondicionado.

Sabe que es una ilusión, un juego de su cabeza, un truco visual de su enfermedad mental, pero es tan real como la mujer que ahora cruza la calle. Le sostiene la mirada y ella le sonríe: “Si tan solo supiera que estoy en el borde del precipicio de la locura”, piensa.

Quiere y no quiere mirar otra vez por el retrovisor, le molesta esa especie de morbo. Le molesta que su cabeza esté mal cableada y que la realidad se distorsione en el momento menos pensado. Igual lo termina por hacer y ve al demonio sentado en el asiento trasero, que lo mira sin decir nada.

Es de piel roja y cuernos como de cabra. “Es muy normal. Quizá la imagen solo es una proyección de toda la basura que tengo almacenada en el subconsciente”, piensa.

Las apariciones nunca le dicen nada. Cree que esa es una buena señal, pues le indica que, de cierta forma, los medicamentos que toma funcionan. No tiene idea qué podría llegar a hacer si el demonio comienza a hablarle. Significaría que ha enloquecido por completo, que ya no vale la pena seguir viviendo.

El pito de los carros que vienen detrás lo sacan de sus pensamientos. El semáforo ya está en verde. Arranca de nuevo y otra vez fija la mirada en la calle, solo espera que cuando vuelva a mirar por el espejo, su acompañante haya desaparecido.

miércoles, 9 de noviembre de 2022

Cuello y la autoconciencia

Felipe Cuello lee una cita de bradbury de Zen el arte de escribir que dice lo siguiente:“La autoconciencia es el enemigo de todo arte, ya sea actuar, escribir, pintar o vivir, que es el arte más grande de todos.”

“¿Qué carajos es la autoconciencia?”, se pregunta. Acude, como suele hacerlo cuando no tiene clara la definición de una palabra, al diccionario: “Conciencia de sí mismo”. Se desinfla un poco ante la definición tan breve, pues le parece que la  palabra es muy importante como para resumirla con tan pocas palabras.

Le da un sorbo al jugo de naranja que tiene encima del escritorio y luego busca la palabra conciencia. Se encuentra con cinco significados y la mayoría habla de tener la facultad de reconocer la realidad.

“¿Qué es la realidad?”, se pregunta ahora Cuello. Alguna vez leyó un artículo que decía que la realidad no existe porque es subjetiva, entonces cada quién tiene una distinta. Eso lo lleva a pensar que es traicionera y que lo mejor es frecuentarla, pero no vivir todo el tiempo dentro de ella. A fin de cuentas, amputarla cuando sea necesario.

Eso, imagina, tiene que ver con acceder al subconsciente, no dejarse influenciar por la realidad y conectarse con los miedos profundos, deseos reprimidos y las experiencias traumáticas. Ahí, en esos aspectos de vida de los que no queremos hablar, piensa Cuello, está toda la pulpa de la creación, pues están repletos de drama y conflicto.

Decirlo es fácil, pero hacerlo es otra cosa, pues si piensa en escribir desde el subconsciente ya está siendo consciente del acto, entonces nunca va a llegar a esa fuente infinita de creación de la que tanto hablan otros escritores.