Hace unos meses a Jorge Vega le pasó algo. Nada, digamos, de vida o muerte, pero sí fue un episodio de vida que sacudió sus sentimientos.
Desde que ocurrió esa situación, no ha dejado de darle vueltas en su cabeza, pero no ha podido llegar a una conclusión definitiva. Por eso, cada vez que tiene la oportunidad, le toca el tema a algunos amigos, que entre más disparen sean sus profesiones, es mucho mejor, piensa.
Si lo hace no es para que le digan qué debe hacer, sino para tener más información y puntos de vista, a ver si algún día puede tomar una decisión al respecto.
Hasta hace unos días u postura tendía hacia el dicho de un amigo: “Pa la mierda pastorcitos se acabó la navidad”, pues creía que ya tenía todo solucionado y que no había razón para que su obstinada cabeza siguiera repasando el tema.
Todo seguía así hasta hace unos días que almorzó con Daniela, una vieja amiga que hace rato no veía. En un momento de la conversación, cuando esta se estancó en uno de esos silencios incómodos, Vega le dio un sorbo a su cerveza, aclaró su garganta y le planteó el “dilema”, esperando escuchar una opinión similar a las que le habían dado otras personas.
Lo que ocurrió fue que se encontró con una totalmente opuesta. Una que le hizo preguntarse si no le estará metiendo un exceso de drama al asunto, solo por querer adoptar el papel de víctima.
Vega aprecia mucho esas amistades que son como el buen arte, en el sentido en que cuestionan sus creencias y evitan que sus puntos de vista se enquisten. “Nada como esas charlas que sacuden nuestros puntos de vista con ínfulas de verdad, piensa.
Cuando el tema, al parecer, quedo zanjado. Los amigos se sumieron en un corto silencio, como evaluando lo que habían dicho. Al poco tiempo ordenador el postre: ella un flan de coco y el un pie de manzana con una bola de helado. Los acompañaron con dos tintos.
miércoles, 21 de diciembre de 2022
lunes, 19 de diciembre de 2022
El anciano
Está sentado en la mesa de una cafetería. Lleva un traje de paño de color café y un sombrero de copa del mismo color reposa sobre una silla que está a su lado derecho.
No hace nada, es decir, no toma ninguna bebida o lee un periódico, sino que se dedica a observar el panorama. Parece que estudia a las personas que están a su alrededor y saca conclusiones acerca de ellas, según lo que estén haciendo y los recuerdos y la información que lleva en su cabeza.
Yo hago, lo mismo, es decir, observo a las demás personas. Lo hago para escribir estas palabras, quizá como salida fácil para no tener que pensar en ningún tema y, como dice Millás acerca del significado de escribir, para contarles lo que pasa enfrente de mis narices.
Intercalo la actividad de observar con leer y, a veces, cuando subo la mirada, me encuentro con la del viejo. Nos la sostenemos por un par de segundos, mientras pienso “Sé lo que está haciendo”. Luego la desviamos para seguir en lo nuestro.
Queda claro que no es nada del otro mundo, solo una tajada de vida que puede ocurrir en cualquier lugar del planeta, pero creo que en ellas hay cierta verdad escondida, solo que hay que mirar bien para descubrirla. Entonces está uno ahí, como el anciano, mirando sin intención alguna lo que pasa por enfrente de los ojos y ¡zaz! Una verdad de esas aparece y es imposible ignorarla.
Al rato un hombre llega con un termo plástico transparente, se sienta cerca del viejo y le dice algo. Este le sonríe, al tiempo que le responde algo, imagino que una de esas frases cordiales que utilizamos con extraños, para quitárselo de encima y volver a su estado contemplativo.
Luego el celular del anciano timbra, lo toma entre sus manos y presiona frenéticamente la pantalla para tomar la llamada. Poco tiempo después llega un hombre que le da un efusivo abrazo, cruzan un par de palabras y luego abandonan el lugar.
No hace nada, es decir, no toma ninguna bebida o lee un periódico, sino que se dedica a observar el panorama. Parece que estudia a las personas que están a su alrededor y saca conclusiones acerca de ellas, según lo que estén haciendo y los recuerdos y la información que lleva en su cabeza.
Yo hago, lo mismo, es decir, observo a las demás personas. Lo hago para escribir estas palabras, quizá como salida fácil para no tener que pensar en ningún tema y, como dice Millás acerca del significado de escribir, para contarles lo que pasa enfrente de mis narices.
Intercalo la actividad de observar con leer y, a veces, cuando subo la mirada, me encuentro con la del viejo. Nos la sostenemos por un par de segundos, mientras pienso “Sé lo que está haciendo”. Luego la desviamos para seguir en lo nuestro.
Queda claro que no es nada del otro mundo, solo una tajada de vida que puede ocurrir en cualquier lugar del planeta, pero creo que en ellas hay cierta verdad escondida, solo que hay que mirar bien para descubrirla. Entonces está uno ahí, como el anciano, mirando sin intención alguna lo que pasa por enfrente de los ojos y ¡zaz! Una verdad de esas aparece y es imposible ignorarla.
Al rato un hombre llega con un termo plástico transparente, se sienta cerca del viejo y le dice algo. Este le sonríe, al tiempo que le responde algo, imagino que una de esas frases cordiales que utilizamos con extraños, para quitárselo de encima y volver a su estado contemplativo.
Luego el celular del anciano timbra, lo toma entre sus manos y presiona frenéticamente la pantalla para tomar la llamada. Poco tiempo después llega un hombre que le da un efusivo abrazo, cruzan un par de palabras y luego abandonan el lugar.
jueves, 15 de diciembre de 2022
Una sirena en un trancón
Voy en un Uber por una de las calles principales de la ciudad. El carro frena porque el semáforo cambió a rojo. Al rato se pone en verde, pero los vehículos no avanzan. Diciembre y sus trancones del demonio.
En la radio suena la canción de Café Águila Roja, ya saben eso de que “la navidad es todo aquello que nos hace recordar que la vida es bella y que diciembre es amor”, pero ahí en ese trancón, Diciembre solo tiene pinta de caos.
Para contrastar aún más la letra de la canción, una sirena de una ambulancia que avanza por nuestro carril comienza a sonar. Siempre que escuchó ese sonido, me pregunto qué persona irá dentro de ella, y si se está jugando la vida, mientras uno va por ahí con preocupaciones ridículas en la cabeza, como llegar tarde a una cita.
En la radio suena la canción de Café Águila Roja, ya saben eso de que “la navidad es todo aquello que nos hace recordar que la vida es bella y que diciembre es amor”, pero ahí en ese trancón, Diciembre solo tiene pinta de caos.
Para contrastar aún más la letra de la canción, una sirena de una ambulancia que avanza por nuestro carril comienza a sonar. Siempre que escuchó ese sonido, me pregunto qué persona irá dentro de ella, y si se está jugando la vida, mientras uno va por ahí con preocupaciones ridículas en la cabeza, como llegar tarde a una cita.
También pasa que me llega uno de los pocos recuerdos que se me quedaron grabados –el resto se esfumaron por aquello de causa de la amnesia postraumática–,del día del accidente que me dejó el amable recordatorio.
Estoy tendido en la camilla en la parte trasera de una ambulancia, que avanza a gran velocidad, y escucho la sirena. Alguien, un enfermero supongo, está a mi lado y me habla, pero quién sabe qué dice. La cabeza me palpita como si fuera a explotar.
De vuelta en el Uber, volteo a mirar a la derecha y veo a una mujer que va en bicicleta. Lleva un saco azul oscuro y una maleta de color amarillo fosforescente cruzada sobre su espalda. También lleva unos audífonos grandes de color blanco, muy parecidos a los de la mujer que escribía una novela en un café.
Me recuerda a Paula Paula Bélier, el personaje protagónico de la película la familia Bélier, cuando va en su bicicleta por las calles de un pueblo francés escuchando música a todo volumen.
Cada quien con sus estrategias para contrarrestar el caos, el propio y el de la ciudad.
Estoy tendido en la camilla en la parte trasera de una ambulancia, que avanza a gran velocidad, y escucho la sirena. Alguien, un enfermero supongo, está a mi lado y me habla, pero quién sabe qué dice. La cabeza me palpita como si fuera a explotar.
De vuelta en el Uber, volteo a mirar a la derecha y veo a una mujer que va en bicicleta. Lleva un saco azul oscuro y una maleta de color amarillo fosforescente cruzada sobre su espalda. También lleva unos audífonos grandes de color blanco, muy parecidos a los de la mujer que escribía una novela en un café.
Me recuerda a Paula Paula Bélier, el personaje protagónico de la película la familia Bélier, cuando va en su bicicleta por las calles de un pueblo francés escuchando música a todo volumen.
Cada quien con sus estrategias para contrarrestar el caos, el propio y el de la ciudad.
miércoles, 14 de diciembre de 2022
Balas perdidas
V. nos cuenta que siente que es el momento de empezar a escribir una novela, que es algo a lo que ya no le puede dar más largas. Una de esas típicas situaciones de vida de ahora o nunca, o do or die, como dirían los gringos.
Eso me recuerda a una frase que se me grabó de una charla: Ideas are nothing doing is evcerything. Entonces, como suele ocurrir, se me aparece otra frase en la cabeza, de la letra de No se vuelve atrás: “la vida nos enseña realidades y nos viene repartiendo teorías”, una de las canciones de la banda sonora de la película Habana Blues que, quizá, tiene que ver con esto que escribo o puede que no, pero se me disparó en la cabeza, y como ya lo he dicho, hay que prestarle atención a esos susurros del subconsciente.
Caí en esa película, un día miércoles en el que a mi hermana le dio por ir a cine, y me dio tres vueltas, porque hacía poco había acabado de terminar una relación y algo de la historia, lo asocié con mi maltrecho stado sentimental, pero bueno, de eso se tratan los libros, las, películas y el arte en general, de hacernos sentir, ¿acaso no? Como decía Kafka sobre el deber de los libros: “El hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros”.
Ya ven ustedes que soy una batería de frases y dichos y aún así, cuando me encuentro en un momento crucial en el que debo utilizar palabras, me puedo volver un ocho, en fin.
Este post no tiene ni pies ni cabeza, solo empecé a escribir lo que se me ocurriera y esto fue lo que salió. En un momento pensé iniciarlo con la típica frase que he utilizado cientos de veces: “No sé sobre qué escribir”, pero que pereza tanta quejadera, es decir, volvemos a lo mismo; a veces lo mejor es hacer lo que sea, sin importar si esta bien o mal. En el actuar, creo, es donde reside la belleza, pues dejarlo todo al mundo teórico o de las ideas quizá tenga que ver con ese mar helado del que hablaba Kafka.
Ya como para cerrar, V. también nos contó que una de las mejores novelas que leyó este año fue “Mi año de descanso y relajación”, que trata sobre una mujer que intenta hibernar de forma prolongada, para escapar de los males del mundo.
Como ven, los temas que toqué parecen balas perdidas, es decir, en apariencia no tienen relación el uno con el otro, pero imagino que si se conectan de alguna manera, sino que somos muy ciegos y aún nos cuesta ver de qué forma se relaciona todo.
Eso me recuerda a una frase que se me grabó de una charla: Ideas are nothing doing is evcerything. Entonces, como suele ocurrir, se me aparece otra frase en la cabeza, de la letra de No se vuelve atrás: “la vida nos enseña realidades y nos viene repartiendo teorías”, una de las canciones de la banda sonora de la película Habana Blues que, quizá, tiene que ver con esto que escribo o puede que no, pero se me disparó en la cabeza, y como ya lo he dicho, hay que prestarle atención a esos susurros del subconsciente.
Caí en esa película, un día miércoles en el que a mi hermana le dio por ir a cine, y me dio tres vueltas, porque hacía poco había acabado de terminar una relación y algo de la historia, lo asocié con mi maltrecho stado sentimental, pero bueno, de eso se tratan los libros, las, películas y el arte en general, de hacernos sentir, ¿acaso no? Como decía Kafka sobre el deber de los libros: “El hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros”.
Ya ven ustedes que soy una batería de frases y dichos y aún así, cuando me encuentro en un momento crucial en el que debo utilizar palabras, me puedo volver un ocho, en fin.
Este post no tiene ni pies ni cabeza, solo empecé a escribir lo que se me ocurriera y esto fue lo que salió. En un momento pensé iniciarlo con la típica frase que he utilizado cientos de veces: “No sé sobre qué escribir”, pero que pereza tanta quejadera, es decir, volvemos a lo mismo; a veces lo mejor es hacer lo que sea, sin importar si esta bien o mal. En el actuar, creo, es donde reside la belleza, pues dejarlo todo al mundo teórico o de las ideas quizá tenga que ver con ese mar helado del que hablaba Kafka.
Ya como para cerrar, V. también nos contó que una de las mejores novelas que leyó este año fue “Mi año de descanso y relajación”, que trata sobre una mujer que intenta hibernar de forma prolongada, para escapar de los males del mundo.
Como ven, los temas que toqué parecen balas perdidas, es decir, en apariencia no tienen relación el uno con el otro, pero imagino que si se conectan de alguna manera, sino que somos muy ciegos y aún nos cuesta ver de qué forma se relaciona todo.
“Ojos abiertos a espacios transitorios que la
vanalidad te arrastra pa´ su territorio,
define de tu gente sus máscaras, su idea, que
esta historia es de nosotros y de quien la crea”.
– No se vuelve atrás.
martes, 13 de diciembre de 2022
Escribir una novela
La mujer es rubia y lleva puesto un saco rosado. Está sentada en una de las mesas de la terraza de un café y teclea frenéticamente en su portátil. La tapa de su computador es gris, y una calcomanía verde de una lagartija resalta sobre ella.
A veces se detiene por un par de segundos y mira fijamente un punto en la distancia, como tratando de evocar un recuerdo. Cuando por fin lo visualiza, vuelve de nuevo a su tarea de teclear sin cansancio, para capturarlo antes de que se le esfume.
Los rayos de sol caen de forma perpendicular sobre su mesa y, por breves instantes, le da a su aspecto un aire de aparición divina.
Sobre el piso reposa una maleta con un estampado de flores de diversos colores. Esperemos que una de las correas las tenga engarzadas a un pie, pues está completamente inmersa en su actividad, ¿cuál? escribir una novela.
La mujer está y no está, es decir, habita dos dimensiones al mismo tiempo: la real de la que hacemos parte usted o yo, querido lector, y otra imaginaria, la de su mundo. Flota al lado de sus personajes y cuando quiere se mete en sus cabezas para escribir lo que piensan.
Para que ningún estímulo de eso que llamamos realidad la distraiga, también lleva puestos unos audífonos blancos de de diadema y cancelación de ruido, que cubren por completo sus orejas.
No escucha ninguna canción. En lo que lleva escribiendo, nunca le ha gustado poner música cuando lo hace, porque siente que es algo que la distrae y comienza, en el momento menos pensado, a llevar el ritmo con un pie o a cantar mentalmente.
Un sorbo de café, su portátil y un poco de inspiración es lo único que necesita para vivir libre de angustias.
A veces se detiene por un par de segundos y mira fijamente un punto en la distancia, como tratando de evocar un recuerdo. Cuando por fin lo visualiza, vuelve de nuevo a su tarea de teclear sin cansancio, para capturarlo antes de que se le esfume.
Los rayos de sol caen de forma perpendicular sobre su mesa y, por breves instantes, le da a su aspecto un aire de aparición divina.
Sobre el piso reposa una maleta con un estampado de flores de diversos colores. Esperemos que una de las correas las tenga engarzadas a un pie, pues está completamente inmersa en su actividad, ¿cuál? escribir una novela.
La mujer está y no está, es decir, habita dos dimensiones al mismo tiempo: la real de la que hacemos parte usted o yo, querido lector, y otra imaginaria, la de su mundo. Flota al lado de sus personajes y cuando quiere se mete en sus cabezas para escribir lo que piensan.
Para que ningún estímulo de eso que llamamos realidad la distraiga, también lleva puestos unos audífonos blancos de de diadema y cancelación de ruido, que cubren por completo sus orejas.
No escucha ninguna canción. En lo que lleva escribiendo, nunca le ha gustado poner música cuando lo hace, porque siente que es algo que la distrae y comienza, en el momento menos pensado, a llevar el ritmo con un pie o a cantar mentalmente.
Un sorbo de café, su portátil y un poco de inspiración es lo único que necesita para vivir libre de angustias.
lunes, 12 de diciembre de 2022
Escribir, caos y locura
No escribo desde el viernes en este espacio, pero siento que han pasado más días.
Estoy seguro de que cuando dejo pasar más de un día sin escribir, algo se desequilibra. Por ejemplo, hoy por la mañana caí en un torbellino de pensamientos negativos, y como la mente es bien cabrona, se negaba a salir de ese bucle, así que pensé: "ni mierda, voy a comenzar a escribir un cuento".
Entonces hice algo que tal vez no se deba hacer, y lo primero que hice fue escribir el título: "Realidad Liquida", un par de palabras o un sintagma, signifique lo que eso signifique, con las que vengo jugando en mi cabeza desde hace más de un mes.
La idea me llego de una frase de Rosa Montero: " A poco que levantes una pizca la esquina de la alfombra de la realidad, enseguida descubres el moho, el caos que se agazapa y esa pequeña muerte que anida en el corazón de todas las cosas."
Hace dos días había garabateado las escenas que va a tener, entonces escribí la primera casi de un tirón, cuando terminé, la sensación caos, o esa pequeña muerte de la que habla la escritora española, había desaparecido.
Me va a mejor cuando hago eso, es decir, cuando sé, más o menos, hacia dónde va la historia, que cuando me pongo a escribir de la nada. Juan Gabriel Vásquez decía que existen dos formas para escribir, una con brújula y la otra a punta de machete abriéndose camino en medio de la maleza mental (esto último me lo acabo de inventar, pero más o menos esa era la idea). Yo creo que me funciona más la primera, porque con la segunda me pierdo, y si eso ocurre, me aburro.
Queda claro que escribir cura, relaja, y nos aleja de esa locura que a todos nos habita y que en cualquier momento puede salir a la superficie de la conciencia. Esa es una de mis teorías: todos, por más cuerdos que parezcamos, estamos locos, pero contamos con diferentes válvulas de escape para liberar esa tensión demente con la que venimos al mundo por culpa de nuestros ancestros.
Doris Lessing lo tenía muy claro: "Creo que puedo simplemente pasar mi locura a…tal vez otra gente. Puedo rebotarla fuera de mí".
Estoy seguro de que cuando dejo pasar más de un día sin escribir, algo se desequilibra. Por ejemplo, hoy por la mañana caí en un torbellino de pensamientos negativos, y como la mente es bien cabrona, se negaba a salir de ese bucle, así que pensé: "ni mierda, voy a comenzar a escribir un cuento".
Entonces hice algo que tal vez no se deba hacer, y lo primero que hice fue escribir el título: "Realidad Liquida", un par de palabras o un sintagma, signifique lo que eso signifique, con las que vengo jugando en mi cabeza desde hace más de un mes.
La idea me llego de una frase de Rosa Montero: " A poco que levantes una pizca la esquina de la alfombra de la realidad, enseguida descubres el moho, el caos que se agazapa y esa pequeña muerte que anida en el corazón de todas las cosas."
Hace dos días había garabateado las escenas que va a tener, entonces escribí la primera casi de un tirón, cuando terminé, la sensación caos, o esa pequeña muerte de la que habla la escritora española, había desaparecido.
Me va a mejor cuando hago eso, es decir, cuando sé, más o menos, hacia dónde va la historia, que cuando me pongo a escribir de la nada. Juan Gabriel Vásquez decía que existen dos formas para escribir, una con brújula y la otra a punta de machete abriéndose camino en medio de la maleza mental (esto último me lo acabo de inventar, pero más o menos esa era la idea). Yo creo que me funciona más la primera, porque con la segunda me pierdo, y si eso ocurre, me aburro.
Queda claro que escribir cura, relaja, y nos aleja de esa locura que a todos nos habita y que en cualquier momento puede salir a la superficie de la conciencia. Esa es una de mis teorías: todos, por más cuerdos que parezcamos, estamos locos, pero contamos con diferentes válvulas de escape para liberar esa tensión demente con la que venimos al mundo por culpa de nuestros ancestros.
Doris Lessing lo tenía muy claro: "Creo que puedo simplemente pasar mi locura a…tal vez otra gente. Puedo rebotarla fuera de mí".
viernes, 9 de diciembre de 2022
Conversaciones decisivas
Me gusta prestarle atención a las conversaciones ajenas. No sé si esté bien o mal. Tal vez la balanza de lo correcto se incline hacia el segundo aspecto.
Si lo hago es solo porque me gusta imaginarme la vida de las personas, aventurarme a pensar qué los mueve en la vida, a qué le temen, cuáles son sus deseos, en fin esas finas hebras que conforman el tejido de la realidad, y que al final son las que realmente importan y nos definen.
Le prestó atención a dos conversaciones, como siempre, haciéndome el loco, porque en ambas hablan en voz baja, y no quiero que sea obvio que estoy espiando lo que conversan.
En la primera una pareja almuerza en una mesa detrás de mí. Hablan de viajes y de cómo es vivir inmerso en otras culturas. Por lo que alcanzo a captar parece que ella se va de viaje a España.
Es una conversación repleta de lugares comunes, como si los dos caminaran por el borde del abismo de los temas comprometedores, y miden sus palabras hasta tal punto que la conversación resulta sonsa.
En un momento el hombre olvida los formalismos y dice "Espero que no te vayas a olvidar de mí cuando te vayas a España.". “Lo mismo te digo”, responde la mujer.
Más tarde, en la terraza de un café, otra pareja cucharea una copa de un helado de color rojo y hablan casi en susurros. Tienen las manos entrelazadas y hay cierta tensión en el ambiente.
Es difícil captar el hilo de la conversación, así que solo alcanzo a escuchar un par de frases sueltas por parte de la mujer:
Va a llegar un día en el que no te voy a ver
Por lo menos sé que le voy a seguir diciendo mentiras.
Sé que no nos vamos a dejar de hablar y que nos vamos a ver por este medio
Pasado un rato, la copa de helado ahora ocupa una esquina de la mesa y el hombre tiene las manos de ella dentro de las de él. Entre frase y frase la mujer las libera de esa prisión para agarrarle la cara y darle besos prolongados, y luego las devuelve a la posición original.
En uno de esos movimientos, luego de que la mujer dice Te quiero mucho, caigo en cuenta de que él es el único que lleva argolla de matrimonio.
Le prestó atención a dos conversaciones, como siempre, haciéndome el loco, porque en ambas hablan en voz baja, y no quiero que sea obvio que estoy espiando lo que conversan.
En la primera una pareja almuerza en una mesa detrás de mí. Hablan de viajes y de cómo es vivir inmerso en otras culturas. Por lo que alcanzo a captar parece que ella se va de viaje a España.
Es una conversación repleta de lugares comunes, como si los dos caminaran por el borde del abismo de los temas comprometedores, y miden sus palabras hasta tal punto que la conversación resulta sonsa.
En un momento el hombre olvida los formalismos y dice "Espero que no te vayas a olvidar de mí cuando te vayas a España.". “Lo mismo te digo”, responde la mujer.
Más tarde, en la terraza de un café, otra pareja cucharea una copa de un helado de color rojo y hablan casi en susurros. Tienen las manos entrelazadas y hay cierta tensión en el ambiente.
Es difícil captar el hilo de la conversación, así que solo alcanzo a escuchar un par de frases sueltas por parte de la mujer:
Va a llegar un día en el que no te voy a ver
Por lo menos sé que le voy a seguir diciendo mentiras.
Sé que no nos vamos a dejar de hablar y que nos vamos a ver por este medio
Pasado un rato, la copa de helado ahora ocupa una esquina de la mesa y el hombre tiene las manos de ella dentro de las de él. Entre frase y frase la mujer las libera de esa prisión para agarrarle la cara y darle besos prolongados, y luego las devuelve a la posición original.
En uno de esos movimientos, luego de que la mujer dice Te quiero mucho, caigo en cuenta de que él es el único que lleva argolla de matrimonio.
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