miércoles, 4 de enero de 2023

El principio y el fin

El sábado pasado, el último día del año viejo, me llevé un librito a un café, pedí un capuchino con un algo y leí por un par de horas. Ese es un ritual que practico desde hace unos años.

En Ese día que resulta tan significativo, extraño, aburridor a ratos; tan cargado de nostalgia, en fin, me gusta dedicarle tiempo a la lectura.

Para no ponerme trascendental y enumerar todo lo bello que deseo me traiga este año, solo les cuento que quiero un par de cosas: que sea uno repleto de buenas lecturas y escritos. Decir eso es medio vacío, porque cada quién tiene sus métodos para calificar un libro; dicho esto, a lo que me refiero es que espero leer libros que me sacudan, o como decía Kafka: “libros que sean el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”.

Porque uno necesita libros que descoloquen, que confronten lo que uno piensa o, como dice Mario Mendoza: “Modificarnos internamente, darnos golpes de estado a nosotros mismos, doblegar los tiranos que habitan nuestras mentes”.

Leer, pienso, es el principio y el fin, el Big Bang creativo que todos necesitamos, así que qué mejor hacerlo un día que, en apariencia, marca una especie de borrón y cuenta nueva, ¿acaso no?

Rosa Montero cuenta que cada vez que conoce un escritor, le pregunta con cuál actividad se quedaría si le tocara escoger entre leer o escribir,  y dice que según la estadística que lleva, va ganando la primera opción.

En un congreso de escritores, Montero dijo que dejar de leer sería como vivir en un mundo sin oxigeno y que si nos gusta la lectura es porque cada uno de nosotros está más cerca del abismo que de la luz, y que las palabras sirven como red, para no caer y perdernos en la oscuridad.

Les deseo buenas lecturas.

martes, 3 de enero de 2023

Lo cotidiano

El día que fui con L a la librería, le conté que el día anterior había visto un libro nuevo de Elena Ferrante. ¿Cuál?, me pregunto, pero el título se había esfumado de mi cabeza, así que busqué a un librero para que me refrescara la memoria.

Cuando lo encontré, le dije lo que me acordaba que había leído en la contraportada: un libro de ensayos de la autora, que surgieron de una cátedra que dictó en una universidad. El hombre tampoco supo decirnos cuál era el título, así que nos llevó a la sección de la librería donde se encontraban sus libros de y nos los fue pasando uno a uno.

“Esto es lo último que ha llegado de ella”, dijo, y entre los libros estaba Sobre Los Márgenes, el que había visto y que L. decidió llevar casi a ciegas, porque confía en todo lo que escribe Ferrante.

El librero nos contó cuáles había leído y lo mucho que le gustaba la autora, “Nada que ver con la que ganó el premio nobel”, dijo con desánimo, “Hace poco leí uno, pero no me convenció”.

Pero es que Ernaux es pura autoficción”, pensé, pero me quedé callado.

Luego de decir eso, el hombre dio media vuelta y se fue a atender a otros clientes. Yo y L. nos quedamos con los libros en las manos por un rato. y le dije que lo que más me gustaba de Ferrante era su capacidad para narrar escenas de vida cotidianas, y ella estuvo de acuerdo.

Y es que hay pericia en narrar lo cotidiano de buena forma, que enganche, que no aburra. Me imagino que si llama tanto la atención, es porque son terrenos que probablemente hemos transitado de forma directa o indirecta.

Ernaux, ya ven, también me parece buena haciéndolo, pues también hay pericia en contar la vida de uno sin adornos, sino fiel a lo que se vivió.

Bien lo dice Millás: "en lo más cotidiano es donde siempre encuentras el mayor misterio".

lunes, 2 de enero de 2023

Lunes otra vez

Otro año otra vez. Otro año en el que no ocurre nada extraordinario en la transición del anterior hacia el nuevo.  Tanta expectativa, tantos preparativos, tantas selfies, tanto vino y uvas, y en pocos minutos todo se disuelve y la rueda del tiempo continúa girando como si nada.

Dice mi blog que escribí 216 días del año pasado. Pensé que habían sido menos, quizá porque fue un año en el que muchas de las veces que me senté a escribir no sabía sobre qué hacerlo, pero ya ven muchas veces lo que se cree simplemente no es.

Así que vuelvo a este espacio el primer lunes de este año, a escribir unas cuantas palabras, mientras se pueda, de lunes a viernes. Vaya uno a saber, si en estos momentos, un asteroide viaja a toda velocidad por el espacio, en línea hacia la tierra, para acabar con la raza humana; vaya a uno a saber.

Insisto en que uno sabe muy pocas cosas, casi siempre menos de las que se creen saber, pero bueno, ahí nos las arreglamos para vivir y vamos dando tumbos con ese supuesto conocimiento que llevamos encima.

Al nuevo año no le pido mucho, o sí, mejor dicho, como siempre, espero que esté lleno de lectura y escritura. La primera es necesaria para no creer que se sabe tanto o como dice Mario Mendoza en su libro Leer es resistir: “para darnos golpes de estado a nosotros mismos y doblegar a los tiranos que dominan nuestras mentes".

La segunda como dice Millás porque “Abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas”. Las heridas, al parecer, son necesarias y constantes que no podemos evitar, así que en vez de lamentarnos por sufrirlas, lo mejor es mirar qué métodos se pueden utilizar para cicatrizarlas lo más rápido posible.

Ya entenderán ustedes que la mezcla de las dos sirve para enfrentar cualquier revés de la vida, pues ella sí que sabe y tiene claro cómo ponernos trabas y jodernos el caminao’.

jueves, 29 de diciembre de 2022

Mala pronunciación

Le digo a Alexa, el aparatico de Amazon, que ponga música de James Rhodes. No es que sea un fanático ni mucho menos conocedor de ese tipo de música, pero me apetece escuchar algo tranquilo, tener una música de fondo con la que no me distraiga cantando mentalmente la letra de las canciones.

Escojo a Rhodes, porque una vez estuve en una rueda de prensa que dio en Bogotá y me pareció un tipo sincero, con cero ínfulas de grandeza. En esa ocasión, en la librería Santo y Seña, compre su libro Fugas, en el que relata cómo maneja sus problemas de ansiedad durante una gira.

Al inicio de cada capítulo contaba una historia relacionada con las piezas clásicas que tocaba en esa gira, y me pareció hermoso la pasión con la que hablaba de cada una.

Recordé ese episodio y por eso se me ocurrió pedirle a Alexa que reprodujera su música.

El punto es que el aparato entendió James Rose y no Rhodes, y entonces sonó la canción Notes in the Park. Al principio pensé en ponerme de pie y decir: “No sea bruta Alexa, dije James Rhodes”, pero luego de escuchar las primeras notas, la canción me gusto, así que dejé que sonara.

Tome el episodio como uno de esos eventos que suceden para bien, es decir, que por alguna razón en este preciso instante de mi vida debía escuchar la canción de Rose. Ese fue el cuento que me creí para cargar de misticismo un error de pronunciación, ya ven ustedes las pendejadas que uno puede llegar a pensar.

Ya me dirán ustedes qué les parece y disculpen mi mala pronunciación.

Pd: Lean Fugas, es un buen libro.

“Me lanzo a la piscina y empiezo por el suave arpegio con que inicia el preludio de Bach. en cierto sentido estos ciento veinte segundos contienen todos los secretos del universo. Siempre me deja pasmado que algo de apariencia tan sencilla, pueda ser en realidad tan profundo. Mientras avanzo compás tras compás voy bajando del do mayor a aguas más turbulentas desde el punto de vista armónico, dejo que la música se apodere de mí y me voy a un lugar más seguro. Por eso me dedico a esto. Justo en ese segundo coincido plenamente con Bach: esta es la prueba de que Dios existe. Todo el día de mierda, de preocupaciones, de angustias desaparece y me quedo tendido junto a un océano, amado, acogido.”
–Fugas

miércoles, 28 de diciembre de 2022

La torta de manzana de Prólogo

En el 2007 trabajé con L. muy cerca a la primera sede de la librería Prólogo, y uno de nuestros planes preferidos, al salir de la oficina, era ir a tomar café a ese lugar. Cuando estábamos de buenas, muy de buenas la verdad, lográbamos ordenar una porción de torta de manzana que casi siempre estaba agotada. No he vuelto a encontrar una igual en ningún otro lugar.

Hablábamos de muchas cosas: del trabajo, de quienes nos caían mal, de esto, lo otro y aquello y, cuando nos cansábamos de esos temas del, digamos, día a día, nos poníamos de pie y comenzábamos a recorrer los estantes de la librería para hablar de autores y libros.

Algunas veces también espiábamos conversaciones de las mesas cercanas a la nuestra, y nos reíamos de las personas con ínfulas de intelectuales, con sus voces graves y bufandas enroscadas en el cuello, mientras disparaban opiniones a diestra y siniestra.

Otras veces me iba a almorzar solo a la librería. Vendían unos sanduches que no eran nada del otro mundo, aunque eso era lo de menos, pues me los devoraba en pocos minutos; si almorzaba allá no era por la comida, sino para pasar la mayor parte del tiempo del almuerzo hojeando libros. Esa sede, la de la 97, siempre me ha parecido la más acogedora de todas.

La imagen que tengo de Mauricio Lleras, su fundador, es detrás de la caja, siempre conversando con alguien, como tratando de analizar a las personas, para ver qué libro recomendarles.

Recuerdo que una vez, en la sede la 81, hablamos sobre Firmin, la novela de Sam Savage. Le conté que me había gustado y él me dijo que no le había parecido nada del otro mundo.

Una pregunta que siempre tenía lista era: "¿Ya leyó X o Y libro?". Parece que ese era uno de sus métodos para calibrar a los lectores que visitaban su librería, y así tener un mejor criterio para recomendarles algún libro.

Hace un tiempo escribí que cuando muere un escritor siento algo de tristeza, porque es como si las tinieblas ganaran un poco más de terreno en este mundo que está tan patas arriba. Creo que lo mismo ocurre cuando muere un librero, más cuando deja el mundo uno del calibre de Lleras, que era todo un boticario de Letras.

martes, 27 de diciembre de 2022

L. y su visión 20/20

Cada fin de año me veo con L. para almorzar. Siempre son buenos encuentros porque nos preocupamos por escoger un buen restaurante. Ya no recuerdo en qué año establecimos, de forma tácita, que debíamos regalarnos libros, y cada uno trata de hacer una buena selección.

A pesar de que casi siempre llevamos meses sin vernos, nuestra conversación fluye de forma natural. Vuelvo y lo repito. Borges tenía razón: “La amistad no necesita frecuencia, puede prescindir de ella o de la frecuentación, a diferencia del amor que está lleno de ansiedades y dudas y que si la necesita”.

Ribeyro refuerza ese pensamiento en la Tentación del Fracaso: “¡Sin embargo, que superioridad la de la amistad sobre el amor! Es más desinteresada, más generosa e igualmente capaz de acercarnos a la felicidad.”

Después del almuerzo, le propongo a L. echarle un vistazo a una librería. Aquí he de decir que si hojear libros es totalmente placentero, hacerlo con alguien a quien le gusta leer es mil veces mejor, pues se van intercambiando ideas de lecturas y autores a medida que se recorren los pasillos del lugar.

L. me cuenta que no le ha dedicado mucho tiempo a la lectura este año, pero es extraño eso que dice, porque en nuestro recorrido me muestra varios libros que ha leído. “Menos mal que has leído poco”, le digo. Me cuenta que lo que quería decir es que le gustaría dedicarle más tiempo a la lectura, en vez de mirar tantas series de televisión.

Yo me paseo por los pasillos y tomo algunos libros, a punta de feeling, sin alcanzar a leer el título o el nombre de los autores en los lomos, a diferencia de ella que parece tener visión 20/20 y sabe exactamente cuáles escoge.

Estamos ante una estante, con cientos de libros y L me dice: “¡Ay mira! La Nostalgia del Melomano", la novela de Juan Carlos Garay. Desde la charla Playlists de nuestras vidas , del Hay Festival del año 2019, lo teníamos en nuestro radar de lectura y nunca lo habíamos conseguido. En ese entonces algunos libreros nos dijeron que lo habían descontinuado.

Y  ahí estaba. Le dije a L que era una señal divina y que ambos debíamos comprarlo, pero solo quedaba un ejemplar. Finalmente, L. dejó que yo lo comprara, pero creo que más bien notó mi ansiedad por tenerlo.

Al final y ella se decantó por el segundo volumen de Puñalada Trapera y “En los márgenes –Conversaciones sobre el placer de leer y escribir– de Elena Ferrante, una de sus autoras favoritas que, ya le advertí, me lo tiene que prestar cuando lo acabe.

lunes, 26 de diciembre de 2022

Escribir un cuento y perros en la librería

En este momento tengo pereza de juntar unas cuantas letras y más bien tengo ganas de terminar de leer una novela. De todas maneras, veamos cómo me va. A veces obligarse a hacer ciertas cosas es bueno, solo a veces.

Acabo de terminar de escribir un cuento que, parece, agoto mis palabras. Dicen, los que saben, que escribir un cuento es mucho más difícil que escribir una novela, en el sentido en que hay que ser mucho más preciso, pues las historias son extrañas y a veces comienzan a crecer, entonces en un cuento hay que contenerlas para que no se desparramen por los bordes.

Como leí alguna vez, el cuento es como mirar un claro entre unos árboles y contar que hay en él, mientras que las novelas son una vista periférica de todo el bosque, o como dice Rosa montero: “las novelas ofrecen más lugar para la aventura, un viaje más largo, un territorio en el que casi cabe todo”.

El cuento que escribí no es nada del otro mundo, incluso creo que para llegar a ser medianamente bueno necesito editarlo hasta la muerte, en fin.

A veces eso pasa, es decir, hay días en que lo que se escribe tiene todo el sentido del mundo y los mecanismos narrativos encajan perfectos unos con otros, sin que existan grietas por donde se escape el significado, pero otros días los textos no tienen ni pies ni cabeza o puede que sí, pero están en posición fetal extrema y los mantienen escondidos.

Eso era todo lo que les quería contar acerca de mi episodio de no escritura. En un principio pensé contarles que hoy visité una librería y apenas entré había una fila larga en la caja. Luego me pusé a hojear libros y una mujer a mí lado se agachaba con suma facilidad para coger los que estaban abajo. También que un señor entró con un perro, y de un momento a otro le empezó a gruñir al de otro señor que llevaba audífonos y tanto el dueño como el perro no le prestaron atención a sus afrentas. Yo me alejé un poco, pues pensé que en cualquier momento se iba a armar un mierdero entre el par de animales.

Al final no pasó nada, el señor del perro que gruñía solo le decía “ya, ya no más, calmado” e intentaba taparle los ojos, para que no viera el otro animal, acción que solo lo emputaba más y hacía que comenzara a ladrar.

Pensé contarles eso, pero lo que salió fue lo otro, ya ven.