Me siento a escribir y siento que no hay nada en mi cabeza. Solo un decir porque seguro guarda muchas cosas. El punto es que hay veces que algún tema llega a ella en el día y lo anoto en mi libreta, o si es muy intenso se queda conmigo hasta que me siento a escribir, y entonces logro arrancarle unas cuantas palabras.
Otras veces soy más metódico y dedico un par de minutos a pensar sobre qué voy a escribir, pero hoy no hice eso y tampoco aterrizó ninguna idea en mi cabeza. Fue un día, aceptémoslo, improductivo. en el que mi cabeza estuvo minada por la duda, desfasada hacia atrás y hacia adelante, sobre todo lo segundo. El futuro y sus posibles escenarios, aunque no existan, tienen una capacidad tremenda para instalarse en la cabeza.
Llego a este tercer párrafo sin tener ni idea de que hablar. El único tema que se me ocurrió es hablar sobre tildes, porque en el primero escribí la palabra solo, a la que siempre me dan ganas de ponerle una al igual que a guion.
No me considero un chacho para poner tildes y me aburren en extremos esos mercenarios del lenguaje que no perdonan que a alguien se le escape una. Como si escribir consistiera solo en tener buena ortografía, en fin.
También a veces se me escapa ponerles tilde a las palabras agudas, sobre todo a los verbos conjugados en pasado.
Y Hablando de otro tema, en ocasiones pienso que coger se debería escribir con j. Sé que no es así, pero hay veces que lo siento de esa manera. No sé, es como si me llegara la señal de un mundo paralelo en el que esa palabra se escribe de esa forma.
Quizá a García Márquez a veces le pasaban cosas similares, y por eso en su discurso para el primer congreso de la lengua española en Zacatecas, México, dijo lo siguiente:
“Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?”
miércoles, 11 de enero de 2023
martes, 10 de enero de 2023
Prologar una obra
Bien saben los seguidores a muerte de este blog, y les cuento a los que apenas llegan, que por culpa o gracias a L. uno de mis autorregalos de navidad fue la novela La Nostalgia del Melómano de Juan Carlos Garay.
Pues bien, ayer la empecé a leer y pinta que va a ser una de esas lecturas lentas, pues uno quiere saborear cada letra para que se no se acabe tan rápido.
Comienza con un prólogo que se titula “Pondremos el tocadiscos para siempre”, y no sé si es que he leído muy poco o qué, pero hacía rato no me topaba con uno. Lo extraño de este es que no se siente como un prólogo, en el que otro escritor habla sobre la novela, sino que más bien parece un pre-capitulo (imagino que el término no existe) de esta.
Quien la escribió nos va presentando personajes y algo de acción y está tan condenadamente bien escrito, con su correcta dosis de lirismo, que dan ganas de querer chutarse la obra de forma intravenosa.
“La punta de diamante devela algunos arcanos. La materia abstracta yace aprisionada en vetas microscópicas. Aparecen entonces las canciones y las voces recluidas. De otros tiempos llegan presencias, abandonos, estremecimientos, tambores, truenos, la suma inconclusa de los amores equivocados”.
A medida que leo me pregunto: ¿sería capaz de escribir así tan bueno, tan cálido, si me pusieran a prologar una obra? No lo sé, pero creo que el dueño de estas líneas tiene que ser un melómano de raca mandaca, y uno con uno con un gusto desmedido por esos platos negros que giran a distintas revoluciones.
Cuando termino esas tres hojas, de las que releo pasajes que evocan imágenes y sensaciones de las que no quiero salir, me encuentro con la firma de su autor, y me llevo la grata sorpresa que es el gran Luis Daniel Vega, un entrañable amigo del colegio.
Pues bien, ayer la empecé a leer y pinta que va a ser una de esas lecturas lentas, pues uno quiere saborear cada letra para que se no se acabe tan rápido.
Comienza con un prólogo que se titula “Pondremos el tocadiscos para siempre”, y no sé si es que he leído muy poco o qué, pero hacía rato no me topaba con uno. Lo extraño de este es que no se siente como un prólogo, en el que otro escritor habla sobre la novela, sino que más bien parece un pre-capitulo (imagino que el término no existe) de esta.
Quien la escribió nos va presentando personajes y algo de acción y está tan condenadamente bien escrito, con su correcta dosis de lirismo, que dan ganas de querer chutarse la obra de forma intravenosa.
“La punta de diamante devela algunos arcanos. La materia abstracta yace aprisionada en vetas microscópicas. Aparecen entonces las canciones y las voces recluidas. De otros tiempos llegan presencias, abandonos, estremecimientos, tambores, truenos, la suma inconclusa de los amores equivocados”.
A medida que leo me pregunto: ¿sería capaz de escribir así tan bueno, tan cálido, si me pusieran a prologar una obra? No lo sé, pero creo que el dueño de estas líneas tiene que ser un melómano de raca mandaca, y uno con uno con un gusto desmedido por esos platos negros que giran a distintas revoluciones.
Cuando termino esas tres hojas, de las que releo pasajes que evocan imágenes y sensaciones de las que no quiero salir, me encuentro con la firma de su autor, y me llevo la grata sorpresa que es el gran Luis Daniel Vega, un entrañable amigo del colegio.
viernes, 6 de enero de 2023
Incursión a una librería
Estoy con mi hermana en un centro comercial. Quemamos tiempo para almorzar dando vueltas por ahí, porque todavía no tenemos mucha hambre. “¿Vamos a la librería?", le pregunto y tuerce los ojos como diciendo “¿Otra vez?”. Le respondo con un gesto de súplica con el que accede a mi petición.
Apenas entro al lugar, gravito hacia la mesa de novedades, aunque pienso que va a ser difícil encontrar un libro que me sacuda en ese espacio.
De todas maneras, me pongo a hojear las novelas que se encuentran ahí: a leer las primeras líneas, las contraportadas y las dedicatorias; como me gustan las dedicatorias, para ver que tanto me enganchan de primerazo.
Está, por ejemplo, Partes de Guerra de Jorge Volpi, un autor que tengo en el radar desde hace un tiempo porque ganó el premio Alfaguara. La novela comienza con un párrafo potente sobre el corazón, el órgano, en el que el narrador dice lo tanto que le irrita su estirpe de manzana y su martilleo quejumbroso. “Nada tan sobrevalorado como el corazón y sus achaques”, nos cuenta.
“Tengo que leer a Volpi”, pienso mientras cambio de libro y escojo: Qué hacer con estos pedazos de Piedad Bonnett. En las primeras páginas una mujer habla sobre su marido y sus ganas de hacerle remodelaciones a su apartamento sin informarle a ella. Ahora va por la cocina.
El hombre le sugiere que tal vez la remodelación daría pie a salir de tanto chéchere, y tiene el descaro de concluir: “…Y de paso salir de tanto libro que ya leíste o que ya no vas a leer”. La mujer lo mira ofendida, pero no le responde nada, pues sabe lo ambigua que es su relación con los libros.
“Porque a los veinte una biblioteca es una ilusión, a los cuarenta un lugar de plenitud y a los sesenta un recordatorio permanente de que la vida no te va a alcanzar para leerlos todos.”, cuenta el narrador.
“Bonnett, parece, tiene muchas cosas claras, tengo que volver a su obra”, pienso.
Luego tomo El tiempo de las Moscas de Claudia Piñeros, porque hace poco Rosa Montero lo recomendó. De ese me impacta una frase de Marguerite Duras, previa al inicio de la novela:
“La muerte de una mosca: es la muerte (…)
Vemos morir a un perro, vemos morir a
un caballo, y decimos algo, por ejemplo
pobre animal…
Pero por el hecho de que muera una mosca.
No decimos nada,
No damos constancia, nada."
“No sé en qué momento, pero tengo que leer a Piñeros”, pienso.
También me atraen otros libros como Colombian Psycho, la última novela de Santiago Gamboa y los diarios de Héctor Abad Faciolince.
Apenas entro al lugar, gravito hacia la mesa de novedades, aunque pienso que va a ser difícil encontrar un libro que me sacuda en ese espacio.
De todas maneras, me pongo a hojear las novelas que se encuentran ahí: a leer las primeras líneas, las contraportadas y las dedicatorias; como me gustan las dedicatorias, para ver que tanto me enganchan de primerazo.
Está, por ejemplo, Partes de Guerra de Jorge Volpi, un autor que tengo en el radar desde hace un tiempo porque ganó el premio Alfaguara. La novela comienza con un párrafo potente sobre el corazón, el órgano, en el que el narrador dice lo tanto que le irrita su estirpe de manzana y su martilleo quejumbroso. “Nada tan sobrevalorado como el corazón y sus achaques”, nos cuenta.
“Tengo que leer a Volpi”, pienso mientras cambio de libro y escojo: Qué hacer con estos pedazos de Piedad Bonnett. En las primeras páginas una mujer habla sobre su marido y sus ganas de hacerle remodelaciones a su apartamento sin informarle a ella. Ahora va por la cocina.
El hombre le sugiere que tal vez la remodelación daría pie a salir de tanto chéchere, y tiene el descaro de concluir: “…Y de paso salir de tanto libro que ya leíste o que ya no vas a leer”. La mujer lo mira ofendida, pero no le responde nada, pues sabe lo ambigua que es su relación con los libros.
“Porque a los veinte una biblioteca es una ilusión, a los cuarenta un lugar de plenitud y a los sesenta un recordatorio permanente de que la vida no te va a alcanzar para leerlos todos.”, cuenta el narrador.
“Bonnett, parece, tiene muchas cosas claras, tengo que volver a su obra”, pienso.
Luego tomo El tiempo de las Moscas de Claudia Piñeros, porque hace poco Rosa Montero lo recomendó. De ese me impacta una frase de Marguerite Duras, previa al inicio de la novela:
“La muerte de una mosca: es la muerte (…)
Vemos morir a un perro, vemos morir a
un caballo, y decimos algo, por ejemplo
pobre animal…
Pero por el hecho de que muera una mosca.
No decimos nada,
No damos constancia, nada."
“No sé en qué momento, pero tengo que leer a Piñeros”, pienso.
También me atraen otros libros como Colombian Psycho, la última novela de Santiago Gamboa y los diarios de Héctor Abad Faciolince.
Soy como Emilia, la protagonista de la novela de Bonnett que necesita atesorar libros sin importar que los lea una única vez o quizá nunca.
Decido dejar esa mesa y camino un poco hacia el fondo de la librería, pasando por una mesa con puros libros de autoayuda, un género que no me emociona mucho, pues qué más autoayuda que la literatura, en fin.
El último libro que hojeo es uno de Constanza Gutiérrez, una escritora Chilena, y se titula Pelusa Baby. Son cuentos y leo el inicio de varios y me gusta su estilo. Miro el precio y mi comprador compulsivo me dice: “Le alcanza con lo que tiene en la billetera”
“Tiene razón, pero si lo compro me quedo sin almuerzo. Además, tengo en cola de espera la Nostalgia del Melómano, ¿recuerda?”
No responde nada, así que antes de que se invente cualquier frase persuasiva, abandono la librería.
Decido dejar esa mesa y camino un poco hacia el fondo de la librería, pasando por una mesa con puros libros de autoayuda, un género que no me emociona mucho, pues qué más autoayuda que la literatura, en fin.
El último libro que hojeo es uno de Constanza Gutiérrez, una escritora Chilena, y se titula Pelusa Baby. Son cuentos y leo el inicio de varios y me gusta su estilo. Miro el precio y mi comprador compulsivo me dice: “Le alcanza con lo que tiene en la billetera”
“Tiene razón, pero si lo compro me quedo sin almuerzo. Además, tengo en cola de espera la Nostalgia del Melómano, ¿recuerda?”
No responde nada, así que antes de que se invente cualquier frase persuasiva, abandono la librería.
jueves, 5 de enero de 2023
Café y realidad
Para Rodrigo Renschler, el desayuno es uno de los mejores momentos del día.
Todo comienza con la preparación del café, y tener que calcular la correcta cantidad de agua y grano molido que tiene que echar en la cafetera italiana. Sabe que es una acción que no requiere una habilidad especial, pero la mecánica de esos movimientos le trae paz. Cree que esos rituales insignificantes que se practican a lo largo del día, cargan cierto poder Zen.
Después de preparar el café y si el día no está muy frío, sale al balcón a mirar el parque que queda enfrente de su apartamento, donde las personas madrugadoras sacan a pasear a sus perros y los niños esperan el bus del colegio. En ese lugar, con la taza de café entre sus manos, Renschler observa el mundo, mientras el aroma del café despierta su olfato.
Á veces, en algún momento de su rutina mañanera, su subconsciente comienza a disparar ideas, pensamientos que no tendría, si tratara de generarlos a propósito. Hoy los extraños caminos del pensamiento le hacen concluir que la realidad no es tan sólida como parece.
La imagina como una gran manta que lo cubre todo, y una vez descubres como levantar una de sus esquinas, verás todas sus fallas y suciedad.
“De pronto el verdadero problema, como leyó hace poco es que muy rara vez nos situamos en el lugar adecuado para observarla.
Luego de su conclusión, de vuelta la cocina y cuando le da el último sorbo de la bebida, se pregunta por qué sigue soltero y un ataque de tristeza lo embiste ¿Es que ni siquiera soy un poco atractivo?, se pregunta Y así de la nada, se comienza a llenar de interrogantes “¿Por qué todos se ven tan felices con su pareja y yo sigo soltero? ¿Cuál fue esa encrucijada en mi vida donde tomé la dirección equivocada? ¿Será posible deshacer mis pasos hasta ese momento?
Cuando termina el café pone la taza en el lavaplatos y mira el reloj rojo que cuelga de la pared “¡Mierda, se me hizo tarde Por andar pensando en maricadas! Exclama, y sale disparado hacia la ducha.”
Todo comienza con la preparación del café, y tener que calcular la correcta cantidad de agua y grano molido que tiene que echar en la cafetera italiana. Sabe que es una acción que no requiere una habilidad especial, pero la mecánica de esos movimientos le trae paz. Cree que esos rituales insignificantes que se practican a lo largo del día, cargan cierto poder Zen.
Después de preparar el café y si el día no está muy frío, sale al balcón a mirar el parque que queda enfrente de su apartamento, donde las personas madrugadoras sacan a pasear a sus perros y los niños esperan el bus del colegio. En ese lugar, con la taza de café entre sus manos, Renschler observa el mundo, mientras el aroma del café despierta su olfato.
Á veces, en algún momento de su rutina mañanera, su subconsciente comienza a disparar ideas, pensamientos que no tendría, si tratara de generarlos a propósito. Hoy los extraños caminos del pensamiento le hacen concluir que la realidad no es tan sólida como parece.
La imagina como una gran manta que lo cubre todo, y una vez descubres como levantar una de sus esquinas, verás todas sus fallas y suciedad.
“De pronto el verdadero problema, como leyó hace poco es que muy rara vez nos situamos en el lugar adecuado para observarla.
Luego de su conclusión, de vuelta la cocina y cuando le da el último sorbo de la bebida, se pregunta por qué sigue soltero y un ataque de tristeza lo embiste ¿Es que ni siquiera soy un poco atractivo?, se pregunta Y así de la nada, se comienza a llenar de interrogantes “¿Por qué todos se ven tan felices con su pareja y yo sigo soltero? ¿Cuál fue esa encrucijada en mi vida donde tomé la dirección equivocada? ¿Será posible deshacer mis pasos hasta ese momento?
Cuando termina el café pone la taza en el lavaplatos y mira el reloj rojo que cuelga de la pared “¡Mierda, se me hizo tarde Por andar pensando en maricadas! Exclama, y sale disparado hacia la ducha.”
miércoles, 4 de enero de 2023
El principio y el fin
El sábado pasado, el último día del año viejo, me llevé un librito a un café, pedí un capuchino con un algo y leí por un par de horas. Ese es un ritual que practico desde hace unos años.
En Ese día que resulta tan significativo, extraño, aburridor a ratos; tan cargado de nostalgia, en fin, me gusta dedicarle tiempo a la lectura.
Para no ponerme trascendental y enumerar todo lo bello que deseo me traiga este año, solo les cuento que quiero un par de cosas: que sea uno repleto de buenas lecturas y escritos. Decir eso es medio vacío, porque cada quién tiene sus métodos para calificar un libro; dicho esto, a lo que me refiero es que espero leer libros que me sacudan, o como decía Kafka: “libros que sean el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”.
Porque uno necesita libros que descoloquen, que confronten lo que uno piensa o, como dice Mario Mendoza: “Modificarnos internamente, darnos golpes de estado a nosotros mismos, doblegar los tiranos que habitan nuestras mentes”.
Leer, pienso, es el principio y el fin, el Big Bang creativo que todos necesitamos, así que qué mejor hacerlo un día que, en apariencia, marca una especie de borrón y cuenta nueva, ¿acaso no?
Rosa Montero cuenta que cada vez que conoce un escritor, le pregunta con cuál actividad se quedaría si le tocara escoger entre leer o escribir, y dice que según la estadística que lleva, va ganando la primera opción.
En un congreso de escritores, Montero dijo que dejar de leer sería como vivir en un mundo sin oxigeno y que si nos gusta la lectura es porque cada uno de nosotros está más cerca del abismo que de la luz, y que las palabras sirven como red, para no caer y perdernos en la oscuridad.
Les deseo buenas lecturas.
En Ese día que resulta tan significativo, extraño, aburridor a ratos; tan cargado de nostalgia, en fin, me gusta dedicarle tiempo a la lectura.
Para no ponerme trascendental y enumerar todo lo bello que deseo me traiga este año, solo les cuento que quiero un par de cosas: que sea uno repleto de buenas lecturas y escritos. Decir eso es medio vacío, porque cada quién tiene sus métodos para calificar un libro; dicho esto, a lo que me refiero es que espero leer libros que me sacudan, o como decía Kafka: “libros que sean el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”.
Porque uno necesita libros que descoloquen, que confronten lo que uno piensa o, como dice Mario Mendoza: “Modificarnos internamente, darnos golpes de estado a nosotros mismos, doblegar los tiranos que habitan nuestras mentes”.
Leer, pienso, es el principio y el fin, el Big Bang creativo que todos necesitamos, así que qué mejor hacerlo un día que, en apariencia, marca una especie de borrón y cuenta nueva, ¿acaso no?
Rosa Montero cuenta que cada vez que conoce un escritor, le pregunta con cuál actividad se quedaría si le tocara escoger entre leer o escribir, y dice que según la estadística que lleva, va ganando la primera opción.
En un congreso de escritores, Montero dijo que dejar de leer sería como vivir en un mundo sin oxigeno y que si nos gusta la lectura es porque cada uno de nosotros está más cerca del abismo que de la luz, y que las palabras sirven como red, para no caer y perdernos en la oscuridad.
Les deseo buenas lecturas.
martes, 3 de enero de 2023
Lo cotidiano
El día que fui con L a la librería, le conté que el día anterior había visto un libro nuevo de Elena Ferrante. ¿Cuál?, me pregunto, pero el título se había esfumado de mi cabeza, así que busqué a un librero para que me refrescara la memoria.
Cuando lo encontré, le dije lo que me acordaba que había leído en la contraportada: un libro de ensayos de la autora, que surgieron de una cátedra que dictó en una universidad. El hombre tampoco supo decirnos cuál era el título, así que nos llevó a la sección de la librería donde se encontraban sus libros de y nos los fue pasando uno a uno.
“Esto es lo último que ha llegado de ella”, dijo, y entre los libros estaba Sobre Los Márgenes, el que había visto y que L. decidió llevar casi a ciegas, porque confía en todo lo que escribe Ferrante.
El librero nos contó cuáles había leído y lo mucho que le gustaba la autora, “Nada que ver con la que ganó el premio nobel”, dijo con desánimo, “Hace poco leí uno, pero no me convenció”.
Pero es que Ernaux es pura autoficción”, pensé, pero me quedé callado.
Luego de decir eso, el hombre dio media vuelta y se fue a atender a otros clientes. Yo y L. nos quedamos con los libros en las manos por un rato. y le dije que lo que más me gustaba de Ferrante era su capacidad para narrar escenas de vida cotidianas, y ella estuvo de acuerdo.
Y es que hay pericia en narrar lo cotidiano de buena forma, que enganche, que no aburra. Me imagino que si llama tanto la atención, es porque son terrenos que probablemente hemos transitado de forma directa o indirecta.
Ernaux, ya ven, también me parece buena haciéndolo, pues también hay pericia en contar la vida de uno sin adornos, sino fiel a lo que se vivió.
Bien lo dice Millás: "en lo más cotidiano es donde siempre encuentras el mayor misterio".
Cuando lo encontré, le dije lo que me acordaba que había leído en la contraportada: un libro de ensayos de la autora, que surgieron de una cátedra que dictó en una universidad. El hombre tampoco supo decirnos cuál era el título, así que nos llevó a la sección de la librería donde se encontraban sus libros de y nos los fue pasando uno a uno.
“Esto es lo último que ha llegado de ella”, dijo, y entre los libros estaba Sobre Los Márgenes, el que había visto y que L. decidió llevar casi a ciegas, porque confía en todo lo que escribe Ferrante.
El librero nos contó cuáles había leído y lo mucho que le gustaba la autora, “Nada que ver con la que ganó el premio nobel”, dijo con desánimo, “Hace poco leí uno, pero no me convenció”.
Pero es que Ernaux es pura autoficción”, pensé, pero me quedé callado.
Luego de decir eso, el hombre dio media vuelta y se fue a atender a otros clientes. Yo y L. nos quedamos con los libros en las manos por un rato. y le dije que lo que más me gustaba de Ferrante era su capacidad para narrar escenas de vida cotidianas, y ella estuvo de acuerdo.
Y es que hay pericia en narrar lo cotidiano de buena forma, que enganche, que no aburra. Me imagino que si llama tanto la atención, es porque son terrenos que probablemente hemos transitado de forma directa o indirecta.
Ernaux, ya ven, también me parece buena haciéndolo, pues también hay pericia en contar la vida de uno sin adornos, sino fiel a lo que se vivió.
Bien lo dice Millás: "en lo más cotidiano es donde siempre encuentras el mayor misterio".
lunes, 2 de enero de 2023
Lunes otra vez
Otro año otra vez. Otro año en el que no ocurre nada extraordinario en la transición del anterior hacia el nuevo. Tanta expectativa, tantos preparativos, tantas selfies, tanto vino y uvas, y en pocos minutos todo se disuelve y la rueda del tiempo continúa girando como si nada.
Dice mi blog que escribí 216 días del año pasado. Pensé que habían sido menos, quizá porque fue un año en el que muchas de las veces que me senté a escribir no sabía sobre qué hacerlo, pero ya ven muchas veces lo que se cree simplemente no es.
Así que vuelvo a este espacio el primer lunes de este año, a escribir unas cuantas palabras, mientras se pueda, de lunes a viernes. Vaya uno a saber, si en estos momentos, un asteroide viaja a toda velocidad por el espacio, en línea hacia la tierra, para acabar con la raza humana; vaya a uno a saber.
Insisto en que uno sabe muy pocas cosas, casi siempre menos de las que se creen saber, pero bueno, ahí nos las arreglamos para vivir y vamos dando tumbos con ese supuesto conocimiento que llevamos encima.
Al nuevo año no le pido mucho, o sí, mejor dicho, como siempre, espero que esté lleno de lectura y escritura. La primera es necesaria para no creer que se sabe tanto o como dice Mario Mendoza en su libro Leer es resistir: “para darnos golpes de estado a nosotros mismos y doblegar a los tiranos que dominan nuestras mentes".
La segunda como dice Millás porque “Abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas”. Las heridas, al parecer, son necesarias y constantes que no podemos evitar, así que en vez de lamentarnos por sufrirlas, lo mejor es mirar qué métodos se pueden utilizar para cicatrizarlas lo más rápido posible.
Ya entenderán ustedes que la mezcla de las dos sirve para enfrentar cualquier revés de la vida, pues ella sí que sabe y tiene claro cómo ponernos trabas y jodernos el caminao’.
Dice mi blog que escribí 216 días del año pasado. Pensé que habían sido menos, quizá porque fue un año en el que muchas de las veces que me senté a escribir no sabía sobre qué hacerlo, pero ya ven muchas veces lo que se cree simplemente no es.
Así que vuelvo a este espacio el primer lunes de este año, a escribir unas cuantas palabras, mientras se pueda, de lunes a viernes. Vaya uno a saber, si en estos momentos, un asteroide viaja a toda velocidad por el espacio, en línea hacia la tierra, para acabar con la raza humana; vaya a uno a saber.
Insisto en que uno sabe muy pocas cosas, casi siempre menos de las que se creen saber, pero bueno, ahí nos las arreglamos para vivir y vamos dando tumbos con ese supuesto conocimiento que llevamos encima.
Al nuevo año no le pido mucho, o sí, mejor dicho, como siempre, espero que esté lleno de lectura y escritura. La primera es necesaria para no creer que se sabe tanto o como dice Mario Mendoza en su libro Leer es resistir: “para darnos golpes de estado a nosotros mismos y doblegar a los tiranos que dominan nuestras mentes".
La segunda como dice Millás porque “Abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas”. Las heridas, al parecer, son necesarias y constantes que no podemos evitar, así que en vez de lamentarnos por sufrirlas, lo mejor es mirar qué métodos se pueden utilizar para cicatrizarlas lo más rápido posible.
Ya entenderán ustedes que la mezcla de las dos sirve para enfrentar cualquier revés de la vida, pues ella sí que sabe y tiene claro cómo ponernos trabas y jodernos el caminao’.
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