En diciembre Peter, un amigo británico, estuvo de visita en Bogotá. No venía a la ciudad desde el comienzo de la pandemia. Fue una visita corta, llena de compromisos, pero un día logramos reunirnos a tomar algo; él un agua aromática y yo, claro está, un capuchino.
Hablamos sobre cómo estábamos cada uno y nuestras familias, qué habíamos hecho durante el tiempo que no nos habíamos visto y, como siempre, en algún momento nuestra conversación se desvío, o mejor, encontró la ruta hacia el tema de los libros.
Después de un sorbo a su bebida, estiró un brazo para recoger su maleta, del suelo, que tenía engarzada en una pierna, y me dijo: “yo ahora estoy leyendo este esto”, y saco un libeo pequeño y algo trajinado.
Me dijo que lo había conseguido en una librería de segunda en Londres, y que se pueden encontrar muy buenas obras por tan solo dos libras.
Con el libro en mis manos, Leí la portada; decía 10th of Dcember. Antes de comenzar a hojearlo, le pregunté “¿Quién es el autor?”
“George Saunders”
Entonces guarde el nombre en ese cajón de mi cabeza que lleva un sticker que dice: “libros o autores por leer”.
Luego, en otro lado, ya no recuerdo dónde, alguien mencionó que Saunders tiene una Newsletter buenísima en la que habla sobre escritura.
Aunque estoy suscrito a 6544648548 newsletters, y soy fiel lector de unas tres o cuatro, me suscribí a la de Saunders.
A medida que comenzaron a llegar sus correos, los fui archivando, pero hoy me propuse leerlos para quedar al día.
¿Qué les digo? Pues que este año lo leeré en algún momento.
En uno de los correos hablaba sobre confiar en el instinto, y decía que podemos pasar toda una vida artística aprendiendo a navegar con él.
Dice Saunders que cuando encontremos ese lugar, que imagino tiene que ver mucho con el subconsciente, o sepamos acceder a él, nos daremos cuenta de que ahí es donde comienza el trabajo de verdad, luego de recorrer sus callejones y recovecos.
Concluye que aprender a estar realmente atento a su instinto o presentimientos, es aproximadamente el 90 por ciento de lo que ha aprendido sobre escritura.
George Saunders, anótenlo.
lunes, 16 de enero de 2023
viernes, 13 de enero de 2023
Amazon cree que pirateo libros
Hace unos años dejé de comprar libros en el Kindle, porque una vez, posiblemente metí mal el dedo, me empezó a llegar el cobro de un servicio premium que nunca había adquirido, y que se repetía cada mes. Entonces retire el número de mi tarjeta de crédito de mi perfil.
Ahora resulta que desde hace un tiempo estoy obsesionado con el copywriting, y una de mis copys de cabecera recomendó un libro. Entonces pensé, “sí o sí tengo que tenerlo”, así que después de mirar cómo carajos configuraba de nuevo la tarjeta de crédito, por fin lo pude hacer y lo ordené.
Como ustedes sabrán, y si no lo saben se los cuento, me gusta ir leyendo y subrayando los apartes que considero importantes en los libros, y la opción que tiene el Kindle me parece perfecta porque puedo pasar el archivo al computador y luego a un documento de Word.
Pues bien, esa función de subrayar se llama highlights, y ese libro que les comenté lo he subrayado hasta la madre.
Ayer me enteré de que hay un tope de highlights por libro, entonces, de ahora en adelante, me va a tocar digitar los pasajes que subraye.
Imagino que los de Amazon piensan que si uno subraya mucho un libro es porque la persona tiene pensando piratearlo.
Hay veces que uno es inocente y lo van acusando por ahí, sin ningún tipo de prueba fiable.
Hablando Escribiendo de más, no me gusta tener mi tarjeta de crédito ligada a ningún servicio de internet, porque las megacorporaciones si nos pueden ir robando porque sí, y es un rollo para solucionar el asunto.
En mi caso tuve que chatear varias veces con empleados de Amazon en la India, hasta que por fin un tal Kiran me puso atención y me dio una tarjeta de regalo gratis por el valor de los cobros que me habían realizado.
Ya ven, hay que tener cuidado, incluso subrayando.
Ahora resulta que desde hace un tiempo estoy obsesionado con el copywriting, y una de mis copys de cabecera recomendó un libro. Entonces pensé, “sí o sí tengo que tenerlo”, así que después de mirar cómo carajos configuraba de nuevo la tarjeta de crédito, por fin lo pude hacer y lo ordené.
Como ustedes sabrán, y si no lo saben se los cuento, me gusta ir leyendo y subrayando los apartes que considero importantes en los libros, y la opción que tiene el Kindle me parece perfecta porque puedo pasar el archivo al computador y luego a un documento de Word.
Pues bien, esa función de subrayar se llama highlights, y ese libro que les comenté lo he subrayado hasta la madre.
Ayer me enteré de que hay un tope de highlights por libro, entonces, de ahora en adelante, me va a tocar digitar los pasajes que subraye.
Imagino que los de Amazon piensan que si uno subraya mucho un libro es porque la persona tiene pensando piratearlo.
Hay veces que uno es inocente y lo van acusando por ahí, sin ningún tipo de prueba fiable.
En mi caso tuve que chatear varias veces con empleados de Amazon en la India, hasta que por fin un tal Kiran me puso atención y me dio una tarjeta de regalo gratis por el valor de los cobros que me habían realizado.
Ya ven, hay que tener cuidado, incluso subrayando.
jueves, 12 de enero de 2023
Podcast para encontrar paz mental
Tengo una cita con mi optómetra a la 1 y me parte el día.
Cuando salgo del lugar busco un restaurante para almorzar. Estoy en un sector con muchos edificios de oficinas y en la mesa de enfrente se encuentra una pareja. Mientras me traen el almuerzo me pongo a leer. No había caído en cuenta de ellos hasta que el hombre dice en voz alta: “¡No!, las cosas no pueden ser así”.Subo la cabeza, pues la frase, el tono y la rabia que carga –Al hombre solo le faltó manotear la mesa– me sacan de mi lectura; además quiero saber que cosas no pueden ser de cierta manera. No está mal tomar precauciones que por uno u otro motivo han pasado desapercibidas en nuestras vidas.
Tiene los ojos encendidos, y parece que dicen en silencio “no sea bruta”, mientras la mujer le intenta dar explicación de por qué esas cosas a las que se refiere el señor si pueden ser de determinada manera.
La mujer, consciente de que está en un lugar público, habla en voz baja y la única respuesta que obtiene de su interlocutor es un movimiento de negación con su cabeza. “¿Qué relación tienen? ¿acaso son pareja, compañeros de trabajo, socios o jefe y subalterna?.
Todo son preguntas.
Pienso en cambiarme de puesto para quedar de espaldas a la mujer y mirar si mis oídos pueden captar lo que está diciendo, pero la maniobra sería muy obvia. Por más de que trato no alcanzo a descifrar ni una palabra de las que le dice al hombre.
Se quedan en silencio por un rato, entonces vuelvo a mi lectura. Maldigo un poco porque se me perdió la página en la que iba, pero no tardo en encontrarla y termino el capítulo que había dejado a medias.
Al rato vuelvo a levantar la cabeza y veo que la mujer acaba de ponerse de pie y abandona el restaurante sin despedirse del hombre. La sigo con la mirada hasta que cruza una calle y luego me fijo en el hombre. Tiene el ceño fruncido y las canas que lleva en las cejas refuerzan su expresión.
El hombre toma su celular, lo conecta a unos audífonos y luego se los pone. Imagino que sintonizó un podcast que habla sobre cómo encontrar paz mental.
miércoles, 11 de enero de 2023
La nada y la ortografía
Me siento a escribir y siento que no hay nada en mi cabeza. Solo un decir porque seguro guarda muchas cosas. El punto es que hay veces que algún tema llega a ella en el día y lo anoto en mi libreta, o si es muy intenso se queda conmigo hasta que me siento a escribir, y entonces logro arrancarle unas cuantas palabras.
Otras veces soy más metódico y dedico un par de minutos a pensar sobre qué voy a escribir, pero hoy no hice eso y tampoco aterrizó ninguna idea en mi cabeza. Fue un día, aceptémoslo, improductivo. en el que mi cabeza estuvo minada por la duda, desfasada hacia atrás y hacia adelante, sobre todo lo segundo. El futuro y sus posibles escenarios, aunque no existan, tienen una capacidad tremenda para instalarse en la cabeza.
Llego a este tercer párrafo sin tener ni idea de que hablar. El único tema que se me ocurrió es hablar sobre tildes, porque en el primero escribí la palabra solo, a la que siempre me dan ganas de ponerle una al igual que a guion.
No me considero un chacho para poner tildes y me aburren en extremos esos mercenarios del lenguaje que no perdonan que a alguien se le escape una. Como si escribir consistiera solo en tener buena ortografía, en fin.
También a veces se me escapa ponerles tilde a las palabras agudas, sobre todo a los verbos conjugados en pasado.
Y Hablando de otro tema, en ocasiones pienso que coger se debería escribir con j. Sé que no es así, pero hay veces que lo siento de esa manera. No sé, es como si me llegara la señal de un mundo paralelo en el que esa palabra se escribe de esa forma.
Quizá a García Márquez a veces le pasaban cosas similares, y por eso en su discurso para el primer congreso de la lengua española en Zacatecas, México, dijo lo siguiente:
“Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?”
Otras veces soy más metódico y dedico un par de minutos a pensar sobre qué voy a escribir, pero hoy no hice eso y tampoco aterrizó ninguna idea en mi cabeza. Fue un día, aceptémoslo, improductivo. en el que mi cabeza estuvo minada por la duda, desfasada hacia atrás y hacia adelante, sobre todo lo segundo. El futuro y sus posibles escenarios, aunque no existan, tienen una capacidad tremenda para instalarse en la cabeza.
Llego a este tercer párrafo sin tener ni idea de que hablar. El único tema que se me ocurrió es hablar sobre tildes, porque en el primero escribí la palabra solo, a la que siempre me dan ganas de ponerle una al igual que a guion.
No me considero un chacho para poner tildes y me aburren en extremos esos mercenarios del lenguaje que no perdonan que a alguien se le escape una. Como si escribir consistiera solo en tener buena ortografía, en fin.
También a veces se me escapa ponerles tilde a las palabras agudas, sobre todo a los verbos conjugados en pasado.
Y Hablando de otro tema, en ocasiones pienso que coger se debería escribir con j. Sé que no es así, pero hay veces que lo siento de esa manera. No sé, es como si me llegara la señal de un mundo paralelo en el que esa palabra se escribe de esa forma.
Quizá a García Márquez a veces le pasaban cosas similares, y por eso en su discurso para el primer congreso de la lengua española en Zacatecas, México, dijo lo siguiente:
“Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?”
martes, 10 de enero de 2023
Prologar una obra
Bien saben los seguidores a muerte de este blog, y les cuento a los que apenas llegan, que por culpa o gracias a L. uno de mis autorregalos de navidad fue la novela La Nostalgia del Melómano de Juan Carlos Garay.
Pues bien, ayer la empecé a leer y pinta que va a ser una de esas lecturas lentas, pues uno quiere saborear cada letra para que se no se acabe tan rápido.
Comienza con un prólogo que se titula “Pondremos el tocadiscos para siempre”, y no sé si es que he leído muy poco o qué, pero hacía rato no me topaba con uno. Lo extraño de este es que no se siente como un prólogo, en el que otro escritor habla sobre la novela, sino que más bien parece un pre-capitulo (imagino que el término no existe) de esta.
Quien la escribió nos va presentando personajes y algo de acción y está tan condenadamente bien escrito, con su correcta dosis de lirismo, que dan ganas de querer chutarse la obra de forma intravenosa.
“La punta de diamante devela algunos arcanos. La materia abstracta yace aprisionada en vetas microscópicas. Aparecen entonces las canciones y las voces recluidas. De otros tiempos llegan presencias, abandonos, estremecimientos, tambores, truenos, la suma inconclusa de los amores equivocados”.
A medida que leo me pregunto: ¿sería capaz de escribir así tan bueno, tan cálido, si me pusieran a prologar una obra? No lo sé, pero creo que el dueño de estas líneas tiene que ser un melómano de raca mandaca, y uno con uno con un gusto desmedido por esos platos negros que giran a distintas revoluciones.
Cuando termino esas tres hojas, de las que releo pasajes que evocan imágenes y sensaciones de las que no quiero salir, me encuentro con la firma de su autor, y me llevo la grata sorpresa que es el gran Luis Daniel Vega, un entrañable amigo del colegio.
Pues bien, ayer la empecé a leer y pinta que va a ser una de esas lecturas lentas, pues uno quiere saborear cada letra para que se no se acabe tan rápido.
Comienza con un prólogo que se titula “Pondremos el tocadiscos para siempre”, y no sé si es que he leído muy poco o qué, pero hacía rato no me topaba con uno. Lo extraño de este es que no se siente como un prólogo, en el que otro escritor habla sobre la novela, sino que más bien parece un pre-capitulo (imagino que el término no existe) de esta.
Quien la escribió nos va presentando personajes y algo de acción y está tan condenadamente bien escrito, con su correcta dosis de lirismo, que dan ganas de querer chutarse la obra de forma intravenosa.
“La punta de diamante devela algunos arcanos. La materia abstracta yace aprisionada en vetas microscópicas. Aparecen entonces las canciones y las voces recluidas. De otros tiempos llegan presencias, abandonos, estremecimientos, tambores, truenos, la suma inconclusa de los amores equivocados”.
A medida que leo me pregunto: ¿sería capaz de escribir así tan bueno, tan cálido, si me pusieran a prologar una obra? No lo sé, pero creo que el dueño de estas líneas tiene que ser un melómano de raca mandaca, y uno con uno con un gusto desmedido por esos platos negros que giran a distintas revoluciones.
Cuando termino esas tres hojas, de las que releo pasajes que evocan imágenes y sensaciones de las que no quiero salir, me encuentro con la firma de su autor, y me llevo la grata sorpresa que es el gran Luis Daniel Vega, un entrañable amigo del colegio.
viernes, 6 de enero de 2023
Incursión a una librería
Estoy con mi hermana en un centro comercial. Quemamos tiempo para almorzar dando vueltas por ahí, porque todavía no tenemos mucha hambre. “¿Vamos a la librería?", le pregunto y tuerce los ojos como diciendo “¿Otra vez?”. Le respondo con un gesto de súplica con el que accede a mi petición.
Apenas entro al lugar, gravito hacia la mesa de novedades, aunque pienso que va a ser difícil encontrar un libro que me sacuda en ese espacio.
De todas maneras, me pongo a hojear las novelas que se encuentran ahí: a leer las primeras líneas, las contraportadas y las dedicatorias; como me gustan las dedicatorias, para ver que tanto me enganchan de primerazo.
Está, por ejemplo, Partes de Guerra de Jorge Volpi, un autor que tengo en el radar desde hace un tiempo porque ganó el premio Alfaguara. La novela comienza con un párrafo potente sobre el corazón, el órgano, en el que el narrador dice lo tanto que le irrita su estirpe de manzana y su martilleo quejumbroso. “Nada tan sobrevalorado como el corazón y sus achaques”, nos cuenta.
“Tengo que leer a Volpi”, pienso mientras cambio de libro y escojo: Qué hacer con estos pedazos de Piedad Bonnett. En las primeras páginas una mujer habla sobre su marido y sus ganas de hacerle remodelaciones a su apartamento sin informarle a ella. Ahora va por la cocina.
El hombre le sugiere que tal vez la remodelación daría pie a salir de tanto chéchere, y tiene el descaro de concluir: “…Y de paso salir de tanto libro que ya leíste o que ya no vas a leer”. La mujer lo mira ofendida, pero no le responde nada, pues sabe lo ambigua que es su relación con los libros.
“Porque a los veinte una biblioteca es una ilusión, a los cuarenta un lugar de plenitud y a los sesenta un recordatorio permanente de que la vida no te va a alcanzar para leerlos todos.”, cuenta el narrador.
“Bonnett, parece, tiene muchas cosas claras, tengo que volver a su obra”, pienso.
Luego tomo El tiempo de las Moscas de Claudia Piñeros, porque hace poco Rosa Montero lo recomendó. De ese me impacta una frase de Marguerite Duras, previa al inicio de la novela:
“La muerte de una mosca: es la muerte (…)
Vemos morir a un perro, vemos morir a
un caballo, y decimos algo, por ejemplo
pobre animal…
Pero por el hecho de que muera una mosca.
No decimos nada,
No damos constancia, nada."
“No sé en qué momento, pero tengo que leer a Piñeros”, pienso.
También me atraen otros libros como Colombian Psycho, la última novela de Santiago Gamboa y los diarios de Héctor Abad Faciolince.
Apenas entro al lugar, gravito hacia la mesa de novedades, aunque pienso que va a ser difícil encontrar un libro que me sacuda en ese espacio.
De todas maneras, me pongo a hojear las novelas que se encuentran ahí: a leer las primeras líneas, las contraportadas y las dedicatorias; como me gustan las dedicatorias, para ver que tanto me enganchan de primerazo.
Está, por ejemplo, Partes de Guerra de Jorge Volpi, un autor que tengo en el radar desde hace un tiempo porque ganó el premio Alfaguara. La novela comienza con un párrafo potente sobre el corazón, el órgano, en el que el narrador dice lo tanto que le irrita su estirpe de manzana y su martilleo quejumbroso. “Nada tan sobrevalorado como el corazón y sus achaques”, nos cuenta.
“Tengo que leer a Volpi”, pienso mientras cambio de libro y escojo: Qué hacer con estos pedazos de Piedad Bonnett. En las primeras páginas una mujer habla sobre su marido y sus ganas de hacerle remodelaciones a su apartamento sin informarle a ella. Ahora va por la cocina.
El hombre le sugiere que tal vez la remodelación daría pie a salir de tanto chéchere, y tiene el descaro de concluir: “…Y de paso salir de tanto libro que ya leíste o que ya no vas a leer”. La mujer lo mira ofendida, pero no le responde nada, pues sabe lo ambigua que es su relación con los libros.
“Porque a los veinte una biblioteca es una ilusión, a los cuarenta un lugar de plenitud y a los sesenta un recordatorio permanente de que la vida no te va a alcanzar para leerlos todos.”, cuenta el narrador.
“Bonnett, parece, tiene muchas cosas claras, tengo que volver a su obra”, pienso.
Luego tomo El tiempo de las Moscas de Claudia Piñeros, porque hace poco Rosa Montero lo recomendó. De ese me impacta una frase de Marguerite Duras, previa al inicio de la novela:
“La muerte de una mosca: es la muerte (…)
Vemos morir a un perro, vemos morir a
un caballo, y decimos algo, por ejemplo
pobre animal…
Pero por el hecho de que muera una mosca.
No decimos nada,
No damos constancia, nada."
“No sé en qué momento, pero tengo que leer a Piñeros”, pienso.
También me atraen otros libros como Colombian Psycho, la última novela de Santiago Gamboa y los diarios de Héctor Abad Faciolince.
Soy como Emilia, la protagonista de la novela de Bonnett que necesita atesorar libros sin importar que los lea una única vez o quizá nunca.
Decido dejar esa mesa y camino un poco hacia el fondo de la librería, pasando por una mesa con puros libros de autoayuda, un género que no me emociona mucho, pues qué más autoayuda que la literatura, en fin.
El último libro que hojeo es uno de Constanza Gutiérrez, una escritora Chilena, y se titula Pelusa Baby. Son cuentos y leo el inicio de varios y me gusta su estilo. Miro el precio y mi comprador compulsivo me dice: “Le alcanza con lo que tiene en la billetera”
“Tiene razón, pero si lo compro me quedo sin almuerzo. Además, tengo en cola de espera la Nostalgia del Melómano, ¿recuerda?”
No responde nada, así que antes de que se invente cualquier frase persuasiva, abandono la librería.
Decido dejar esa mesa y camino un poco hacia el fondo de la librería, pasando por una mesa con puros libros de autoayuda, un género que no me emociona mucho, pues qué más autoayuda que la literatura, en fin.
El último libro que hojeo es uno de Constanza Gutiérrez, una escritora Chilena, y se titula Pelusa Baby. Son cuentos y leo el inicio de varios y me gusta su estilo. Miro el precio y mi comprador compulsivo me dice: “Le alcanza con lo que tiene en la billetera”
“Tiene razón, pero si lo compro me quedo sin almuerzo. Además, tengo en cola de espera la Nostalgia del Melómano, ¿recuerda?”
No responde nada, así que antes de que se invente cualquier frase persuasiva, abandono la librería.
jueves, 5 de enero de 2023
Café y realidad
Para Rodrigo Renschler, el desayuno es uno de los mejores momentos del día.
Todo comienza con la preparación del café, y tener que calcular la correcta cantidad de agua y grano molido que tiene que echar en la cafetera italiana. Sabe que es una acción que no requiere una habilidad especial, pero la mecánica de esos movimientos le trae paz. Cree que esos rituales insignificantes que se practican a lo largo del día, cargan cierto poder Zen.
Después de preparar el café y si el día no está muy frío, sale al balcón a mirar el parque que queda enfrente de su apartamento, donde las personas madrugadoras sacan a pasear a sus perros y los niños esperan el bus del colegio. En ese lugar, con la taza de café entre sus manos, Renschler observa el mundo, mientras el aroma del café despierta su olfato.
Á veces, en algún momento de su rutina mañanera, su subconsciente comienza a disparar ideas, pensamientos que no tendría, si tratara de generarlos a propósito. Hoy los extraños caminos del pensamiento le hacen concluir que la realidad no es tan sólida como parece.
La imagina como una gran manta que lo cubre todo, y una vez descubres como levantar una de sus esquinas, verás todas sus fallas y suciedad.
“De pronto el verdadero problema, como leyó hace poco es que muy rara vez nos situamos en el lugar adecuado para observarla.
Luego de su conclusión, de vuelta la cocina y cuando le da el último sorbo de la bebida, se pregunta por qué sigue soltero y un ataque de tristeza lo embiste ¿Es que ni siquiera soy un poco atractivo?, se pregunta Y así de la nada, se comienza a llenar de interrogantes “¿Por qué todos se ven tan felices con su pareja y yo sigo soltero? ¿Cuál fue esa encrucijada en mi vida donde tomé la dirección equivocada? ¿Será posible deshacer mis pasos hasta ese momento?
Cuando termina el café pone la taza en el lavaplatos y mira el reloj rojo que cuelga de la pared “¡Mierda, se me hizo tarde Por andar pensando en maricadas! Exclama, y sale disparado hacia la ducha.”
Todo comienza con la preparación del café, y tener que calcular la correcta cantidad de agua y grano molido que tiene que echar en la cafetera italiana. Sabe que es una acción que no requiere una habilidad especial, pero la mecánica de esos movimientos le trae paz. Cree que esos rituales insignificantes que se practican a lo largo del día, cargan cierto poder Zen.
Después de preparar el café y si el día no está muy frío, sale al balcón a mirar el parque que queda enfrente de su apartamento, donde las personas madrugadoras sacan a pasear a sus perros y los niños esperan el bus del colegio. En ese lugar, con la taza de café entre sus manos, Renschler observa el mundo, mientras el aroma del café despierta su olfato.
Á veces, en algún momento de su rutina mañanera, su subconsciente comienza a disparar ideas, pensamientos que no tendría, si tratara de generarlos a propósito. Hoy los extraños caminos del pensamiento le hacen concluir que la realidad no es tan sólida como parece.
La imagina como una gran manta que lo cubre todo, y una vez descubres como levantar una de sus esquinas, verás todas sus fallas y suciedad.
“De pronto el verdadero problema, como leyó hace poco es que muy rara vez nos situamos en el lugar adecuado para observarla.
Luego de su conclusión, de vuelta la cocina y cuando le da el último sorbo de la bebida, se pregunta por qué sigue soltero y un ataque de tristeza lo embiste ¿Es que ni siquiera soy un poco atractivo?, se pregunta Y así de la nada, se comienza a llenar de interrogantes “¿Por qué todos se ven tan felices con su pareja y yo sigo soltero? ¿Cuál fue esa encrucijada en mi vida donde tomé la dirección equivocada? ¿Será posible deshacer mis pasos hasta ese momento?
Cuando termina el café pone la taza en el lavaplatos y mira el reloj rojo que cuelga de la pared “¡Mierda, se me hizo tarde Por andar pensando en maricadas! Exclama, y sale disparado hacia la ducha.”
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