lunes, 13 de febrero de 2023

Escribir un párrafo

Me gusta como escribe Elena Ferrante.

Me parece que es fácil leerla, es decir, que uno se monta fácil en su prosa y, de repente, se leen 100 páginas de una de sus novelas sin casi sentirlas.

Casi siempre cuenta cosas, lleva los personajes de un lado a otro o los pone a hacer algo, y de vez en cuando estos tienen pensamientos brillantes, pero creo que la autora no los plasma para mostrarse de esa manera, sino que es producto de una escritura frenética, algo que se le da de forma natural, un efecto secundario de su  estilo.

Me la imagino como uno de sus personajes, sentada en su escritorio, escribiendo un párrafo durante horas, decidiendo qué palabra le cae mejor al ritmo de lo que cuenta.

O puede que no sea así, porque “En los días del abandono”, hay tramos de la novela que tienen aire de escritura libre, pero una contenida, que no deja que el subconsciente tome el control por completo. Entonces Ferrante, busca una manera elegante de conectar esos segmentos frenéticos con la historia que venía contando, para que la obra tenga la cohesión necesaria.

De ser así, Ferrante dedica el mínimo de tiempo a cada párrafo y todo el trabajo pesado se lo lleva la reescritura, las versiones posteriores a ese borrador atropellado, producto de las ansias de contar algo y vaciarse de las voces que inundan su cabeza. Caso contrario, como, imagino, le pasa a cualquier escritor, enloquecería.

Me pregunto, cuánto tiempo le tomará escribir un párrafo.

Me gustaría saber si dedica horas enteras a hacerlo o si descarga todo en la página y luego edita hasta la saciedad

“Inmediatamente después, hice un gesto demasiado brusco
para coger la bayeta y tiré también el azucarero. Durante una larga fracción
de segundo me explotó en los oídos el zumbido de la lluvia de azúcar, primero
sobre el mármol y luego sobre el suelo, manchado de vino.”
- Crónicas del desamor -

jueves, 9 de febrero de 2023

Terapia física

B. Es terapeuta física.

Es una mujer de pelo rubio, que debe tener alrededor de 50 años. Algo que la caracteriza es su voz chillona.

Cuando llego a la terapia y luego de pagar la sesión, me saluda y me pregunta: "¿ya te lavaste las manitos?”

La última palabra me rechina en los oídos.

De fondo se escucha música que sale de unos parlantes que no están a la vista. Es de un piano, como de un concierto de cámara. ¿Debussy?, pienso, pero seguro no. Siempre que escucho música de piano me llega a la cabeza ese nombre, por una escena de una novela que leí, en la que una mujer está en una cafetería, y cuando le pone atención a la música que suena, identifica de inmediato que es una pieza de ese compositor.

Volvamos con Beatriz.

¿Por qué el uso del diminutivo?, me pregunto. ¿Acaso mis manos son tan pequeñas para referirse a ellas de esa manera?

Siento que me habla como si fuera un bebe, un tarado, o bien, un bebé tarado.

Pero no es solo conmigo. Me doy cuenta de que los otros pacientes también cuentan con manitos, zapaticos, y otras cositas chiquiticas.

Luego viene el frío. Un paquete de esos que está helado y se lo zampan a uno en la zona afectada sin previo aviso, como enviando el mensaje de: Lo siento, pero a este mundo se vino a sufrir.

Pasados unos minutos llega el calor, solo para dejar claro que la vida son puros contrastes: Lluvia/sol, Luz/tinieblas, rico/pobre, etc. y que, sin importar quien sea cada uno, se puede transitar de un extremo al otro en cuestión de segundos.

El calor también viene acompañado de electricidad, porque cualquier placer no deja de tener algo de castigo.

Por último, los ejercicios y apretar como si no hubieras un mañana. En cada uno que me ponen a hacer, debo apretar el abdomen o los glúteos.

A veces, en medio de los ejercicios, me pierdo contando las repeticiones y cuando B. me pregunta ¿cuántos llevas? Le respondo con el primer número que se me venga a la cabeza: 5,6,8…

Rutinas, repeticiones y dolor de espalda. Eso, entre otras cosas, es la vida.

lunes, 6 de febrero de 2023

La gente

Una mujer publica una foto.

Es una selfie en la que se alcanza a ver la mano que le queda libre sobre el teclado de un portátil, una libreta, unos lápices y esferos como puestos aleatoriamente; un cactus, y al final del escritorio se alcanzan a ver unas llaves de un coche o de la puerta de la casa o apartamento en el que, uno supone, vive.

Hace un gesto específico de aburrimiento para la foto, y acompaña la imagen con un mensaje que dice “Hoy me toca currar”. Es española, claro está.

Quiere, o bien necesita que el mundo se entere de que está trabajando un Domingo. La gente es feliz tomándose fotos trabajando, ¿qué le vamos a hacer?

La gente es rara, somos raros, sobre todo con lo de tomar fotos: selfies con miradas sexys o compungidas, imágenes de bebidas y platos de comida, atardeceres en lugares paradisiacos o que no lo son tanto; fotos de la caratula del libro que estamos leyendo, en fin.

Puede ser que el que está metido en un cubículo de oficina sienta envidia de todos esos dichosos nómadas digitales que trabajan en la playa con un coctel en la mano, bien sea lunes o domingo.

La gente es buena envidiando lo que tienen los demás y ellos no, así no sepan si lo necesitan.

Yo, por ejemplo, a veces siento envidia de esa gente que hace llamar booktubers,  Bookstragamners o Bookloquesea. Ya saben esa Gente que, parece, se la pasan leyendo todos los días a toda hora.

Me pregunto, ¿cómo lo hacen? ¿Acaso resultaron ser familiares de un multimillonario que murió, y de la nada les cayó una herencia encima?

En estos días he pensado que solo debería dedicarme a leer y tomar café, pero bueno no sé puede, ¿qué le vamos a hacer?

Somos raros.

La gente es rara.

viernes, 3 de febrero de 2023

Conversaciones decisivas

Hace sol, pero no está picante y lo acompaña una leve brisa.

Me siento en una mesa a la sombra de un árbol, saco el Kindle, lo prendo y le doy un sorbo al capuchino que compré.

Me sabe bien. Parece que tiene la justa medida de café, leche y espuma. Comienzo a leer y me deslizo fácil en la lectura. Las páginas que leo parecen estar plagadas de verdades, las cuales releo como intentando memorizarlas.

Me doy cuenta qué ocurre. Experimento lo que yo llamo un momento sublime, es decir, un fragmento de vida en el que todo cobra sentido, y cualquier tipo de angustia se desvanece por completo.

El escritor francés Romain Rolland llamó a esos estados momentos oceánicos, que no son más que instantes de vida repletos de intensidad, en los que parece que las células del cuerpo se expanden y fusionan con las demás partículas del universo.

Ahora me fijo en una pareja a dos mesas de la mía. La mujer esta de frente y el hombre me queda de espaldas. Me parece que ella tiene una cara bonita, o más bien proporcionada. Alguna vez escuché eso en un programa de televisión: que si una cara nos parece llamativa es porque las proporciones y distancias entre sus elementos (ojos, nariz, boca, pómulos frente, etc) guardan distancias correctas.

El hombre es el único que habla y la mujer escucha atentamente si ninguna expresión en su cara. A ratos parece que fuera un maniquí.

Imagino que son novios y ella le está terminando, mientras el hombre despliega todo su arsenal narrativo para intentar salvar la relación.

Miro hacia otras mesas y veo a otras parejas y algunos grupos de personas conversando. Me parece extraño que mientras uno experimenta calma total, quienes nos rodean se pueden estar jugando la vida con sus palabras.

jueves, 2 de febrero de 2023

Vocacional de arte

En el colegio, a partir de noveno de bachillerato si no estoy mal, teníamos la opción de escoger una vocacional. Yo siempre escogía la de arte.

Los dos primeros años me tocó con Jairo, un profesor de dibujo que siempre andaba con una bata blanca de laboratorio y gafas de marco negro y grueso. De él aprendí mucho y fue quien me enseño a dibujar con carboncillo. En ese entonces me sentía muy profesional al dibujar con una hoja pegada en una repisa de madera, acomodada sobre un caballete.

Recuerdo en especial una clase en que la instrucción fue sencilla: “dibujen una de sus manos en 5 posiciones diferentes”.

“¿Qué, dibujar la mano?, me pregunté ¿Y qué de las arrugas, las líneas y demás detalles imposibles?

“Pero me dediqué a hacer lo que siempre hago cuando dibujo que, de cierta forma también  aplico cuando escribo, intentar plasmar en la hoja lo que tengo enfrente de mis narices de la forma más fiel posible. Es, creo es una característica que comparten el dibujo y la escritura.

Cuando Jairo pasaba por mi puesto, se detenía a observar mi dibujo y daba apreciaciones técnicas del estilo: “¡Qué buen trazo!”, pero a mí me daba algo de pena porque no entendía a qué se refería y me sentía incómodo al quedar expuesto ante el resto de la clase, aunque sabía que el solo lo hacía con el ánimo de admirar mi trabajo.

Para el último año de colegio Jairo renunció, lo echaron o cambió de trabajo y la vocacional la dictó un profesor joven, que siempre llevaba una bufanda de cuadros blancos y negros enroscada en el cuello.

Sus clases eran muy conceptuales y el proyecto final fue hacer un happening, algo que nunca entendí muy bien en qué consistía y una actividad que yo y mis amigos tomamos más en broma que en serio.

Recuerdo que tuvo lugar en uno de los salones más grandes del colegio y que del techo colgaban cintas de caset, pero nunca supe cuál era su fin o qué queríamos expresar con ese desorden de objetos.

miércoles, 1 de febrero de 2023

El peso del mundo

A pesar de que se levantó muy temprano, no había sentido cansancio durante todo el día. El ir de un lado al otro de la ciudad, siempre con el tiempo justo y temiendo llegar tarde, no le había dado tiempo para sentirse agotado.

Cuando llegó a su casa todavía conservaba esa energía que lo había acompañado durante toda la jornada. Tenía decidido jugar con sus hijos y sorprender a su esposa con una comida sencilla pero apetitosa.

Luego de entrar al apartamento, apenas puso un pie en su cuarto, se quitó los zapatos sin ayuda de las manos.

Pasta Alfredo, ese sería el plato, pensó. Fetuccini, mantequilla, parmesano, sal y pimienta.

La vida, pensó, debería ser igual de sencilla que una receta de pasta, con instrucciones claras de qué hacer y que cantidad de emoción esparcir sobre una determinada experiencia o persona.

Fue en ese momento cuando el peso del mundo le cayó encima.

De camino hacia la cocina, se tumbó en en un sofá de la sala y pensó: “Voy a cerrar los ojos cinco minutos”. En eso quedaron sus planes de cocinar pasta. 

 Casi al instante de cerrar los ojos se quedó dormido. Segundos antes de ingresar en el territorio del sueño, sintió que no solo llevaba su cansancio encima sino el de todos sus ancestros, y que el sentido de la vida, no solo el de él, sino el de todos, consistía en cerrar los ojos y descansar.

“Ya habrá momento de preocuparse de todo durante la vigilia”, fue uno de los últimos pensamientos que se le cruzaron por la cabeza antes de quedar dormido.

Ese día su esposa llegó a las 11 de la noche y lo encontró tumbado en el sofá. Se inclinó y le dio un beso en la cabeza y le dijo que lo esperaba en la cama, que ya era tarde. Con un pie en la vigilia y otro en el sueño, él murmuró algo ininteligible. Al poco tiempo el frío lo terminó de despertar y se fue al cuarto.

Luego, ya en la cama, el cansancio que tenía se le había esfumado. Estiró una mano hacia su mesa de noche y tomó el libro que estaba leyendo.

Luego prendió la lámpara, acomodó las almohadas y se propuso leer hasta que el sueño le llegara de nuevo.

lunes, 30 de enero de 2023

Reglas de escritura

“Temas que por lo general no nos atraen”:

1. Historias escritas en tiempo presente (especialmente en tiempo presente en tercera persona)
2. Historias con escenas gráficas de bebes muertos.
3. Historias sobre escritores
4. Historias sobre matrimonios con dificultades.
5. Historias que transcurren en un bar
6. Historias con más trasfondo que trama
7. Historias con personajes no desarrollados.
8. Historias demasiado reflexivas
9. Historias que se apoyan demasiado en el uso de la segunda persona


Una amiga me cuenta que esas reglas aparecían una página web, para enviar escritos, de una revista literaria.

Qué pereza eso de tener que escribir con reglas. Según el listado solo les gustan las historias en primera persona, un punto de vista meloso y en ocasiones egocéntrico. Por algo Salman Rushdie, al momento de escribir Josep Anton, sus memorias, título que le dio para honrar a Antón Chéjov y Joseph Conrad, dos de sus escritores favoritos, decidió escribirlo en la tercera, porque cuando comenzó a escribirlo en primera le pareció un ejercicio narciso.

La tercera en cambio, parece que es la voz narradora por defecto. Una vez dicté un taller de storytelling, y uno de los ejercicios era contar una experiencia personal. Me sorprendió que la gran mayoría de participantes , así hubiera sido un evento que vivieron de primera mano, lo contaron en tercera persona.

De un texto lo que importa es que esté bien escrito y ya está, trate el tema que trate y la voz narrativa que tenga.

Una vez en un taller de escritura creativa, un profesor al que nunca le tuve mucha fe, decía que las novelas con muchos adverbios de modo terminados en “mente”, eran descartadas de primerazo.

A mí todas esa reglas tan fulminantes me aburren mucho. Si alguien me pidiera un consejo para escribir yo le diría que escriba lo que quiera, sobre el tema que quiera y en el punto de vista que se le dé la regalada gana.

Eso, creo, es todo lo que se necesita para escribir; aparte de talento y disciplina, pero eso ya es harina de otro escrito.