jueves, 4 de mayo de 2023

Speck on the ground

La traducción literal, por lo bajo viene a ser: mota en el suelo.

Esa es la frase que se me aparece en la cabeza. Irrumpe de un momento a otro con fuerza; no me suelta, hace que la repita una y otra vez: speck on the ground, speck on the ground, speck on the ground.

Pienso en motas, una ventisca ,polvo y tierra.

La digo fuerte en voz alta, y luego la susurro hasta que la encierro en mí cabeza.

¿Acaso es el subconsciente, en su papel de musa, que intenta enviarme un mensaje? No lo sé.

¿Cómo saberlo? ¿Cómo saber con certeza algo en esta vida o en cualquier otra? ¿Cómo Saber si es una filia o un miedo, que por algún estímulo externo brotó a la superficie de la conciencia?

Me inclino a pensar que es la letra de una canción, pero no logro precisar cual. Me gusta su sonoridad, por eso la repito hasta la saciedad.

Podría ser la semilla de un poema, de la letra de una canción, un ensayo o toda una novela, igual que cuando Tolkien escribió: en un agujero en el suelo vivía un hobbit, en una hoja de examen que calificaba, y ya sabemos el universo fantástico que se desmembró de esa frase.

La escribo en mi libreta de la siguiente forma: el viento levanta una mota de polvo del suelo.

Y la dejó ahí quieta, a ver si crece por si sola o me llegan más mensajes que tengan que ver con ella.

Los mantendré informados.

martes, 2 de mayo de 2023

La eterna parranda

Ese es el título de un libro de crónicas de Alberto Salcedo Ramos. Lo acabo de ver en mi biblioteca y por eso escribo esto.

Recuerdo que lo empecé a leer en un viaje de trabajo a Cartagena. Teníamos que dictar 3 capacitaciones diarias y al final del día, cuando yo lo daba todo por echarme en una cama y no hacer nada, la que era mi jefe en ese entonces le daba por trabajar más.

Un día, debido a un cambio de grupos, lo teníamos libre, y como el hotel quedaba en la mitad de la nada, lejos de la ciudad, tomé un cupo de uno de los buses que salían para la ciudad vieja.

Para mi fortuna, mi jefe decidió quedarse en el hotel ese día y como ya estaba mamado de verle la mala cara todos los días quería pasar un buen rato solo.

El bus nos dejó, a mi y a otro par de personas, cerca de la Plaza de Armas, y el conductor nos dijo que a las 7 de la noche nos recogía en ese mismo lugar.

Lo primero que hice fue ubicarme, porque soy muy despistado y si me iba del lugar de una, seguro después no lo encontraba. Cuando ya creí haber ajustado mi brújula interna comencé a deambular por la ciudad vieja hasta que di con un restaurante de sushi, en el que venden un rollo con tiritas de naranja encima que no he visto en ningún otro sitio.

Eso lo vine a saber después en un viaje que hice con mi hermana, pues el día del que les hablo, no sé por qué me decidí por un arroz con langostinos que al final no me convenció del todo.

Después del almuerzo ya tenía cuadrada el resto de mi tiempo libre: meterme a un café y leer el libro de Salcedo Ramos, que no había podido tocar en todo el viaje, debido a las largas jornadas de trabajo.

Luego de caminar  un par de cuadras encontré uno, pedí un capuchino con una porción de torta de zanahoría y me puse a leer como si el mundo se fuera a acabar, concentrado, con furía, o bien, con furia concentrada, si me entienden.

En medio de mi lectura cayó un pequeño diluvio universal, y el agua se estanco en las calles, pero el sol de la tarde la evaporó en menos de media hora.

Cuando faltaba una hora para tomar el bus, comencé a caminar hacia la Plaza de Armas por si de pronto olvidaba el camino y necesitaba tiempo para ubicarme, pero llegué sin inconvenientes, con más de 40 minutos de sobra, así que busqué otro café, pedí un jugo de piña con mucho hielo y me dediqué al fino arte de ver pasar la gente.

viernes, 28 de abril de 2023

Operación precisa

Quedo de verme con A. a las 10:30 a. m. Me envía un mensaje y me dice que no alcanza, que mejor a las 11. Le respondo que no hay problema y antes mejor porque ya me veía llegando tarde.

Finalmente nos encontramos a las 11:30 y no se puede demorar porque tiene que recoger a su hijo dentro de una hora, pero igual charlamos un rato y, me parece, tenemos una conversación productiva a pesar de su corta duración.

Cuando nos despedimos me pregunto: ¿Y ahora qué?

Comienzo a deambular sin rumbo alguno y un vacío en el estómago me recuerda que ya es la hora del almuerzo. ¿Pero solo?,  y pues sí, qué carajos, no entiendo bien porque andar solos está tan satanizado.

Me doy cuenta de que estoy cerca de ese restaurante mexicano que tanto me gusta y comienzo a caminar hacia el lugar. Antes de llegar ya sé que voy a pedir: 3 taquitos, 1 al pastor, 2 de camaron con salsa chipotle y una ginger con hielo y rodajas de limón.

Ya en el lugar de todas formas vuelvo a mirar la carta y me entero de que lo tacos de camarón también llevan piña. Que buen dato, le podría echar piña sin problema alguno a todo lo que me como.

Cuando mi pedido llega a la mesa, el mesero también trae una botella de salsa picante. La etiqueta dice: Del primo, salsa habanera roja, y a esa frase la acompaña un dibujo de un hombre con bigotes largos, sombrero y chiles rojos y verdes a su alrededor.

Es ahí cuando debo efectuar una operación precisa, pues quiero echarle salsa a los tacos, pero solo unos punticos porque se ve demasiado picante, entonces le quito la tapa y la inclino lentamente para derramar la cantidad exacta.

Muerdo el primero, me pico lo justo, y determino que la operación fue un éxito.

jueves, 27 de abril de 2023

4:13 a. m.

Algo me despierta. Abro los ojos y el cuarto está completamente a oscuras. Como casi no hay ruido alcanzo a escuchar  mi respiración. Le presto atención por un instante hasta que un carro que, parece, va a toda velocidad, pasa por una de las calles cercanas.

Menos mal que no son las 3 de la mañana, la hora del diablo, pues dicen, los que saben de esas cosas, que abandonar el sueño abruptamente a esa hora, tiene que ver con actividad paranormal.

No soy del club de las 4 a.m. ni tampoco del de las 5. Pertenezco más bien al de las 7, pero tengo ganas de que me admitan en el de las 10:00 o 10:30, pero en ese grupo deben estar personas del estilo de Paris Hilton, sin mayores preocupaciones que dedicarse a tener billete, entonces veo complicado el ingreso.

Vida catresetentadoblequintuplehp, ¿Por qué me desperté?, me pregunto, y caigo en cuenta al instante: un dolor martilla el costado izquierdo de mi cabeza.

Acomodo las almohadas y cierro los ojos. Intento relajarme a ver si de pronto se esfuma. Lo hago por un par de minutos, pero no pasa nada.

Entonces imagino que soy un monje Zen, Shaolin, Capuchino, monje al fin y al cabo, y tomo consciencia de mi respiración, de como entra el aire frío y luego sale caliente.

Intento entrar en un estado profundo de meditación, pero tampoco pasa nada. El dolor de cabeza sigue ahí, como si nada e incluso es más intenso.

Como ninguno de mis métodos de relajación funciona, me pongo de pie derrotado, me zampo una pastilla y mojo un pañuelo para ponérmelo en la frente. Me gustaría ser como una amiga que no consume medicamentos, porque dice que el cuerpo es capaz de aliviar el dolor por sí solo, a punta de concentración, meditación o quién sabe qué. Yo no soy tan valiente y si debo tomar una pastilla para tratar alguna dolencia bienvenida sea con los efectos secundarios que traiga.

Prendo el televisor, pero la luz me molesta y lo apago de inmediato. Cierro los ojos de nuevo y al final la relajación surte efecto. El dolor comienza a esfumarse al tiempo que me voy quedando dormido.

miércoles, 26 de abril de 2023

¿Qué me pasa?

No sé qué me pasa. Llevo como quince minutos mirando la pantalla sin hacer ni el más mínimo amague de escribir. Estoy estancado por completo. La verdad tengo más ganas de levantarme del escritorio y echarme en la cama a mirar pal techo, que ponerme a escribir algo. ¿Qué por qué lo hago entonces? No sé de pronto es masoquismo puro o, como dicen hoy en día, porque la escritura es terapéutica.

Ahora que me viene ese término a la mente y aprovechando que mi cerebro está lento, pues hablemos de eso. Además, hoy esto en modo opinionador y no en modo contar historias. Lo sé, un asco total, pero es lo que hay querido lector. A veces hay que conformarse con lo que hay y dejarse llevar por la corriente y ya está, ser como la hoja de un árbol que el viento arrastra para donde le dé la gana. No resistirse a nada.

¿Pero si ven? Ya me desvié del tema que me había encontrado, el de escritura terapéutica. El punto, bueno el mío por lo menos, no sé si alguien lo comparta, de pronto soy yo solo contra el mundo, pero bueno, como dicen por ahí: terco pero decidido.

El punto del que no hablé en el párrafo pasado, es que no tengo nada contra de la escritura terapéutica, pero su nombre me parece redundante. Casi toda la escritura es terapéutica, a menos de que uno escriba manuales de electrodomésticos o algo por el estilo.

Estas palabras, por ejemplo, sin ton ni son, ya sacudieron un poco mi estado aletargado. No digo que del todo, pero de algo han servido, porque, ya sabemos, escribir es terapéutico.

Ahora me voy a echar en la cama.

Hasta luego.

martes, 25 de abril de 2023

Los imbéciles del 402

Antes en el 402 vivía D. un anciano que ponía a calentar ollas en la estufa y muchas veces lo  olvidaba, hasta que a los vecinos les empezaba a llegar el olor a quemado y avisaban a la portería.

Que miedo eso, no lo de quemar la comida sino lo de envejecer, en fin. D. ahora vive en una residencia para personas de la tercera edad. 

Luego el apartamento lo ocupo J. el nieto de D, un personaje medio alocado que se la pasaba de fiesta en fiesta. Esos eran los rumores y muchas veces los fines de semana se escuchaba música y voces en su apartamento.

Otros rumores cuentan que J. se fue a Estados unidos y que allá murió, quién sabe si de tanta fiesta o qué.

Luego P. el hijo de D. y tío de J., ocupo el apartamento por unos meses, pero por cuestiones de trabajo se tuvo que ir del edificio.

Ahora el apartamento está arrendado y después de un interrogatorio a los porteros, se sabe que viven dos hombres: uno mayor y otro menor.

Pues bien estos dos hombres siguieron la tónica fiestera de J. y el sábado pasado muy a las 2:30 a.m, cuando un dolor intenso me comía la cabeza, decidieron, con un grupo de amigos, al parecer todos hombres, cantar a grito herido canciones que también ponían a todo volumen.

Me despertaron con Living on a Prayer de Bon Jovi y cada vez que llegaba el coro (Whoa, we're half way there Whoa oh, livin' on a prayer) los imbéciles coreaban el Whoa como si su vida dependiera de ello.

Luego continuaron con The reason de Hobbastank, canción que me parece sonsa.

Y luego, para terminar de indignarme, cantaron Wonderwall, canción que, me parece, está sobrevalorada y me aburre demasiado.

Pues bien así siguieron hasta casi las 5 de la mañana  y no hubo ni celador ni policía que pudiera callarlos.

¿Por qué algunas personas son tan imbéciles?
 

viernes, 21 de abril de 2023

7 libros

Volví a la FilBo.

Siempre pienso: “Este año no voy a comprar tantos libros, ¿para qué atiborrarse de libros de un tacazo si los puedo comprar en una librería en cualquier momento ?”, pero cuando apenas pongo un pie en el primer pabellón que visito, me olvido de eso.

“Ayer que fui a la charla pasé por un pabellón y me dio una alegría, una emoción ja. Es una cosa rara la sensación de la FilBo”. Nos dijo C., una amiga, por un chat, y es verdad, la Filbo siempre emociona.

Como siempre, visito la feria sin ningún libro en mente, y deambulo por ella sin una intención precisa.

El primero que escojo es Las intermitencias de la muerte de Saramago. Pienso que el escritor Portugués es de esos autores con los que uno siempre va la fija y me gusta mucho cómo maneja el absurdo. Hacía poco había leído unas notas que tomé de su novela El Hombre Duplicado y por eso me llamo la atención su libro en el que la gente deja de morir.

Ya no recuerdo bien el orden de compra, es decir, cuál fue el segundo que decidí llevarme. Creo que fue Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo de Elif Shafak, porque me cautivo su premisa: “El cerebro permanece activo unos 10 minutos después de que el corazón deja de latir”.

En otro stand me topé con Malabarista Nervioso, un libro de cuentos de Luis Miguel Rivas. De este autor había leído Era más grande el muerto, y me gusta porque habla de eventos cotidianos de barrio y ciudad.

Luego miré el celular y María, una paisa a la que le encanta leer y a la que le había pedido una recomendación, me había escrito lo siguiente: “Hamnet, que no he leído, pero lo quiero leer”.

En el pabellón de caricatura aproveché para comprarme un separador y escampar de un aguacero que, afortunadamente, fue express. Luego me metí en otro pabellón cercano y me puse a mirar una sección de literatura colombiana.

Había varios libros de Santiago Gamboa. Antes había pensado comprar Colombian Psycho, su última novela, pero al final no lo hice. En este lugar hojeé El síndrome de Ulises y leí la contraportada. Nunca he leído nada de ese autor, así que entre de nuevo al chat , pues días entes M, el  esposo de C., me había recomendado unas novelas de Gamboa, entre las que se encontraba la que había tomado.

Luego, caminando desprevenido, se me apareció Hamnet y decidí que era una señal del destino y también la llevé.

Antes de seguir este recorrido desordenado, debo contarles que también había comprado Escribir de Marguerite Duras, pues me gustan esos libros en los que los escritores hablan de su oficio.

En ese punto ya me dolían los pies de dar tantas vueltas y solo me quedaba ir al pabellón de México, el país invitado. Allá le pregunté a uno de los vendedores en que lugar estaban las novelas y luego de que me indicara me puse a mirar los libros, pero ninguno me llamaba la atención. Cuando creí que no iba a encontrar nada, apareció el libro de Crónicas completas de Clarice Lispector, que no sé por qué estaba ahí, pues la escritora es brasilera.

De ella había leído En estado de viaje, Otro libro de crónicas y una, que trata sobre unos bailarines de flamenco me preció brillante. Lispector también era muy buena narrando lo cotidiano. Al final decido llevar ese libro porque también cumplía con mi teoría de precio y volumen: a mayor precio mayor número de páginas.

Larga vida a la FilBo.