martes, 23 de mayo de 2023

Volver

Por eso había estado tan ausente en este espacio, porque solo me daban ganas de echarme en la cama para despotricar del mundo y lo miserable que era.

Una exageración, claro está, porque nadie, que yo sepa, ha muerto por un dolor de cabeza, y al final siempre se desvanecía tan de repente como había llegado.

El hecho es que heme aquí estancado, pues la falta de práctica me tiene como embotado. Apenas me senté me hice la misma pregunta que en muchas ocasiones: ¿Sobre qué carajos voy a escribir? entonces opté por lo fácil, contarles que, al parecer, estoy saliendo de mi temporada de dolor de cabeza.

Aunque lo mejor, tal vez, sería ser prudente y no cantar victoria tan pronto. Si lo hago es porque es el primer día que me siento normal, si es que esa definición aplica. A lo que me refiero es que los dolores siempre venían acompañados de una sensación de extrañeza, como melancolía o ansiedad, producto, imagino, del coctel de medicamentos que estaba tomando. Entonces sentía que estaba sin estar, si es que ustedes me entienden.

Algo que me propuse en esta nueva temporada de dolor de cabeza que no me daba desde marzo de 2020 cuando la pandemia estalló, fue no parar de leer, así que aprovechaba cualquier periodo de mediana calma para hacerlo.

Además, porque me di cuenta de que cuando esa sensación de extrañeza intentaba sobrepasarme, la lectura era la única actividad que la contrarrestaba. Así que al menor indicio de cabeza despejada. metía mis narices, ojos más bien, en un libro.

Cuando todo lo demás falla, la lectura siempre seguirá en pie.

Por ahora espero volver a Almojábana con la misma frecuencia de antes y si alguien me extrañó, pues aquí estoy de vuelta.

Larga vida a la escritura, mi blog y a la lectura.

jueves, 18 de mayo de 2023

Temblores, caos y otras cosas

Ahí estaba, con las gotas de agua golpeándome la cabeza mientras pensaba sobre mis dolores de cabeza, cuando de repente la siguiente idea aterrizó en mi cerebro; Los dolores de cabeza guardan cierta relación con los temblores de tierra. (la ducha siempre será uno de los mejores espacios de creación).

Se me ocurre pensar que siempre los tenemos, que siempre están por ahí escondidos dentro de un pliegue del cerebro, listos a hacer presencia cuando menos se espera.

¿Acaso esa no es la forma de actuar de los temblores de tierra? Siempre he escuchado que cada día tiembla, que las placas tectónicas no dejan de acomodarse, sino que son movimientos casi imperceptibles y por eso solo se les presta atención cuando son terremotos.

Así, imagino, pasa con los dolores de cabeza; que en medio de tanta ocupación no reparamos en ellos, solo hasta cuando son dolores intensos.

Todo esto me hace pensar también en la locura. Siempre he creído que de una u otra forma todos andamos mal de la cabeza, pero afortunadamente contamos con válvulas de escape (trabajo, estudio, sexo, hobbies, etc.) para que salga de nosotros de manera dosificada. De no ser así supongo que todos andaríamos armados esperando cualquier momento que consideremos propicio para levantar a plomo a las personas a nuestro alrededor.

Hay personas a las que esas válvulas de escape les resultan insuficientes.

La conclusión, si es que hay alguna, es que el caos y el desorden acechan a la vuelta de la esquina, que en un segundo todo está bien y al siguiente todo puede irse en picada.

Por eso no hay que tomarse la vida tan en serio.

miércoles, 17 de mayo de 2023

Puta cabeza

Ya Perdí la cuenta de los días que llevo sin escribir acá.

Bueno no la perdí, sino más bien nunca la encontré, es decir nunca la llevé. Esto que acabo de escribir quizá no tenga mucho sentido, pero vale cinco, pues uno al final escribe lo que le dé la gana, sin importar lo que piensen las personas, es decir, no se escribe para el aplauso.

La culpa, de no escribir me refiero, la tiene mi puta cabeza. Llevo semanas con dolores de cabeza diarios y simplemente no soy persona cuando tengo las crisis, pero bueno a quejarse a otro lado.

También parezco una farmacia ambulante con todo lo que me han recetado. Esto me recuerda una frase de Juan José Millás de su diario novelado La vida a ratos:

“Ya tengo incorporadas cuatro pastillas que son para toda la vida. Todos los días de mi puta vida me las he de tomar con el desayuno o con la comida o con la cena. No se trata de un gran trabajo, pero su ingesta posee un significado simbólico de la hostia. El significado simbólico es que me hago viejo de manera real, palpable”.

Puede ser que ese desbalance físico se deba a no escribir. Por alguna razón, antes de los dolores de cabeza, dejé de hacerlo un par de días y eso fue lo que los desencadenó, y si se siguen presentando es simplemente porque no saco de mi sistema lo que necesite expulsar de él en letras.

Esa es mi teoría y la pondré a prueba. A partir de hoy intentaré escribir algo, lo que sea, aunque mi cabeza esté a punto de explotar.

Deséenme suerte.

miércoles, 10 de mayo de 2023

Leer y opinar

“Leo, es como una enfermedad”, cuenta Agota Kristof en su libro La analfabeta.

¿Cómo no identificarse con esa frase? No hay momento del día en el que no quiera leer.

Igual que a Kristof, que a muchos. me gustar leer, y sí, a veces parece una enfermedad. Cabe anotar que a los que nos gusta hacerlo, no somos seres especiales, solo nos gusta leer y ya está, como a otros les puede gustar hacer Papás Noel con bom bom bun y papel crepé, por nombrar cualquier actividad.

Entonces fantaseo con la idea de que algún día voy a conseguir un trabajo en el que me van a pagar por leer y en el que no debo hacer nada más que decir si lo que leí me gustó o no, sin necesidad de tener que dar mi opinión concreta sobre una obra. Un trabajo que involucra lectura y tomar café en cantidades abundantes.

En este mundo en el que vivimos, e imagino que en otros, no tener opiniones sería lo mejor. Como dice Ribeyro en la Tentación al fracaso: “Me gustan las personas sobre las que no podemos formarnos una opinión, en otras palabras, las que nos obligan a renovar constantemente la opinión que tenemos de ellas; frase que no sé si aplique para la idea que quiero tratar, pero me acordé que el escritor peruano tocaba el tema de las opiniones.

Entonces leo para llenarme de historias en vez de opiniones. Igual las ultimas son muy jodidas, pues parecen tener vida propia y uno se las termina formando quiéralo o no.

Dicho esto, parece ser que el truco para que no sean tan nocivas, es aprender a dominar el fino arte de encerrarlas en la bóveda craneal, y saber morderse la lengua cuando alguna quiere salir disparada por la boca.

lunes, 8 de mayo de 2023

¿Quién es ese hombre?

El hombre está sentado en un café de un centro comercial. El ruido que hace en el medio ambiente parece no afectarlo gracias a los audífonos que lleva puestos.

Sobre su mesa esposa una mochila descolorida, una libreta cerrada con un esfero de color azul encima, y un vaso de café que rara vez se lleva a la boca. Podría suponerse que ya se acabó la bebida, o que esta se enfrió y él perdió todo interés en tomarla. La vida, ya sabrán, es muy corta para tomar café helado. En eso estamos de acuerdo con ese hombre.

Teclea con fuerza sobre el teclado de un portátil diminuto y cuando lo hace deja de mirar la pantalla. Luego, cuando sube la vista, parta ver si no cometió algún error de digitación, lee lo que acaba de escribir, y lo hace sonreír o asentir con la cabeza. Incluso a veces gesticula con las manos como si pretendiera explicarle algo a la persona a la que va dirigido su mensaje. Entonces agacha la cabeza de nuevo, corrige algunas frases, y repite la operación de revisión.

¿Quién ese ese hombre? ¿Quién camina a nuestro lado? ¿Con quiénes nos cruzamos en el día? Seguramente son perfectos desconocidos, pero ¿cómo dimensionar cuál es su papel en la historia de la humanidad?

¿Cómo saber si ese hombre barbado y con el pelo ensortijado del que les hablé hace un momento no es un emprendedor tecnológico que va a cambiar el destino de nuestras vidas con eso a lo que se dedica?

Da un poco de angustia pensar que a cada rato nos cruzamos con personas que son como big bangs, listos a explotar para cambiar el mundo tal cual como lo conocemos.

jueves, 4 de mayo de 2023

Speck on the ground

La traducción literal, por lo bajo viene a ser: mota en el suelo.

Esa es la frase que se me aparece en la cabeza. Irrumpe de un momento a otro con fuerza; no me suelta, hace que la repita una y otra vez: speck on the ground, speck on the ground, speck on the ground.

Pienso en motas, una ventisca ,polvo y tierra.

La digo fuerte en voz alta, y luego la susurro hasta que la encierro en mí cabeza.

¿Acaso es el subconsciente, en su papel de musa, que intenta enviarme un mensaje? No lo sé.

¿Cómo saberlo? ¿Cómo saber con certeza algo en esta vida o en cualquier otra? ¿Cómo Saber si es una filia o un miedo, que por algún estímulo externo brotó a la superficie de la conciencia?

Me inclino a pensar que es la letra de una canción, pero no logro precisar cual. Me gusta su sonoridad, por eso la repito hasta la saciedad.

Podría ser la semilla de un poema, de la letra de una canción, un ensayo o toda una novela, igual que cuando Tolkien escribió: en un agujero en el suelo vivía un hobbit, en una hoja de examen que calificaba, y ya sabemos el universo fantástico que se desmembró de esa frase.

La escribo en mi libreta de la siguiente forma: el viento levanta una mota de polvo del suelo.

Y la dejó ahí quieta, a ver si crece por si sola o me llegan más mensajes que tengan que ver con ella.

Los mantendré informados.

martes, 2 de mayo de 2023

La eterna parranda

Ese es el título de un libro de crónicas de Alberto Salcedo Ramos. Lo acabo de ver en mi biblioteca y por eso escribo esto.

Recuerdo que lo empecé a leer en un viaje de trabajo a Cartagena. Teníamos que dictar 3 capacitaciones diarias y al final del día, cuando yo lo daba todo por echarme en una cama y no hacer nada, la que era mi jefe en ese entonces le daba por trabajar más.

Un día, debido a un cambio de grupos, lo teníamos libre, y como el hotel quedaba en la mitad de la nada, lejos de la ciudad, tomé un cupo de uno de los buses que salían para la ciudad vieja.

Para mi fortuna, mi jefe decidió quedarse en el hotel ese día y como ya estaba mamado de verle la mala cara todos los días quería pasar un buen rato solo.

El bus nos dejó, a mi y a otro par de personas, cerca de la Plaza de Armas, y el conductor nos dijo que a las 7 de la noche nos recogía en ese mismo lugar.

Lo primero que hice fue ubicarme, porque soy muy despistado y si me iba del lugar de una, seguro después no lo encontraba. Cuando ya creí haber ajustado mi brújula interna comencé a deambular por la ciudad vieja hasta que di con un restaurante de sushi, en el que venden un rollo con tiritas de naranja encima que no he visto en ningún otro sitio.

Eso lo vine a saber después en un viaje que hice con mi hermana, pues el día del que les hablo, no sé por qué me decidí por un arroz con langostinos que al final no me convenció del todo.

Después del almuerzo ya tenía cuadrada el resto de mi tiempo libre: meterme a un café y leer el libro de Salcedo Ramos, que no había podido tocar en todo el viaje, debido a las largas jornadas de trabajo.

Luego de caminar  un par de cuadras encontré uno, pedí un capuchino con una porción de torta de zanahoría y me puse a leer como si el mundo se fuera a acabar, concentrado, con furía, o bien, con furia concentrada, si me entienden.

En medio de mi lectura cayó un pequeño diluvio universal, y el agua se estanco en las calles, pero el sol de la tarde la evaporó en menos de media hora.

Cuando faltaba una hora para tomar el bus, comencé a caminar hacia la Plaza de Armas por si de pronto olvidaba el camino y necesitaba tiempo para ubicarme, pero llegué sin inconvenientes, con más de 40 minutos de sobra, así que busqué otro café, pedí un jugo de piña con mucho hielo y me dediqué al fino arte de ver pasar la gente.