miércoles, 14 de junio de 2023

Palabras que no dan espera

No me refiero a estas, pues son algo planeadas. Hablo de unas que escribí ayer y las causantes de mi ausencia en este espacio. Ese tipo de palabras que sí o sí se deben escribir en el acto porque si se dejan para después pierden fuerza o sentido. Palabras, digamos, que esclavizan.

Trabajo en una presentación de forma lenta. Selecciono las imágenes con cuidado, podría decirse que con modorra. No me fluye el trabajo, pero ahí voy, lento pero seguro (disculpen ustedes la frase hecha)

En medio del trabajo una idea para un cuento se me aparece en la cabeza. Juego con ella por un rato, la saboreo, la analizo como de lejos y la guardo en “ideas para cuentos”, uno de los compartimientos de mi cabeza.

Vuelvo a la presentación, pero ya estoy distraído. Pienso en otras cosas, toco batería aérea y tardo unos minutos en encarrilarme de nuevo en el trabajo.

La idea de la que les hablé está inquieta y busca cómo salir del espacio mental al que la destiné. Por fin lo logra y se me aparece de nuevo, Esta vez exige atención con mayor insistencia.

Necesito escribir un borrador, así que abro un documento nuevo y durante un poco más de media hora, vómito todas las palabras que tengo atragantadas en la cabeza, lo que vaya saliendo, sin importar si tienen mucho sentido o no.

El resultado son tres hojas que necesitan edición. Pero bueno, ya hay algo, unas cuantas palabras de las que se puede tirar una hebra narrativa y, con fortuna, crear un relato con algo de significado.

Uno no debería hablar sobre lo que escribe, sino más bien preocuparse en escribir las historias y ya está. Cornac McCarthy decía que si uno pasa un buen tiempo escribiendo algo no debería hablar sobre eso, sino que debería estar escribiéndolo.

En fin.

miércoles, 7 de junio de 2023

2 problemas

Hoy les iba a contar algo de lo que me acordé en algún momento del día.

Problema 1: No anoté la idea, el recuerdo, llámese como se llame, en ningún lugar y se me esfumó por completo de la cabeza. Entonces heme aquí, como casi siempre, buscando un tema, el que sea, para arrancarle mínimo 300 palabras.

¿Por qué trescientas? Si no estoy mal (cada día mi memoria se fragmenta más y recuerdo eventos de forma imprecisa o simplemente ficciono esos que, creo, son recuerdos sólidos) eso es algo que Stephen King menciona en su libro Mientras Escribo. Hace una especie de analogía: dice que, si se escribieran 300 palabras todos los días durante un año, al final se tendría un manuscrito de más de 100.000 palabras, un libro de buen tamaño, en fin. Está claro que esto no es un libro sino meras entradas de blog, pero bueno se me quedó grabada esa cifra de 300 que, vuelvo y repito, puede que me la esté inventando.

Escribí lo anterior para ver si alguna idea llegaba a mi cabeza mientras lo hacía pero nada. La verdad fue que me enrede en el párrafo anterior y no pude pensar en nada más que intentar expresarme de forma clara.

Es ahí cuando se aparece el problema 2: No tengo ni puñetera idea sobre qué escribir, de ahí que acuda a la escritura libre, escribir de chorro a ver qué sale y ya está. No todo puede tener una estructura ordenada pues, como ya lo he repetido hasta el cansancio, somos más nudo que inicio o desenlace, solo que por alguna extraña razón no queremos mostrar los conflictos que llevamos por dentro, sino dar a entender a las personas que todo marcha bien.

Somos bien extraños y escasamente nos entendemos a nosotros mismos. Con la anterior palabra ya alcance las 300 y con estas son 313.

Que descansen.

martes, 6 de junio de 2023

Un breve momento en la vida de Pedro Bayona

Pedro Bayona se despertó aturdido de una mala siesta, una de esas en las que no se sabe si en realidad se durmió o solo fue cuestión de cerrar los ojos por unos cuantos minutos. Cree que lo que lo sacó del sueño o estado de adormecimiento fue el ladrido un perro. Quizá sí se alcanzó a quedar dormido, porque lo único que escucha ahora son los carros que pasan por la avenida Libertador.

De ser así fue un sueño extraño, lleno de sombras e imágenes inconclusas que lo dejó aturdido. Quizá esa sea la razón por la que ahora siente la realidad algo grumosa.

A Bayona le parece que esos carros que pasan por la avenida Libertador van a toda velocidad, más de la permitida. Personas que, a diferencia de él, tienen un día lleno de ocupaciones y necesitan llegar a un destino lo más rápido posible. Personas que no se toman ni un segundo para mirar el cielo e intentar descubrir qué forma tienen las nubes. Las envidia y compadece al mismo tiempo.

Se pregunta si no será otro, si por alguna razón despertó en otra vida. Otra vida en la que sigue siendo el mismo, pero ya no es Bayona, sino Álvaro González, por decir cualquier nombre. “¿Quién seré?”, se pregunta.

La realidad, según parece, sigue siendo la misma, es decir, su apartamento luce igual y hace poco se asomó por la ventana y las cosas que ve siempre siguen en su sitio. Ahí está el árbol en el separador, la caseta del vigilante, el edificio que colinda con el suyo, pero Bayona o González sabe que nunca es bueno fiarse de la realidad por más sólida que parezca. Que lo mejor es frecuentarla, pero no pasar todo el tiempo en ella.

Decide ir al baño a echarse agua en la cara a ver si esa acción le quita la sensación de extrañeza que lleva encima. La gente dice que el agua siempre ayuda, que por eso es bueno llorar o visitar ciudades con mar. Quizá, piensa Bayona, también por eso a uno le ofrecen un vaso de agua si se siente mal, si tuvo un susto o si se atora. El agua como cura.

Apenas sale del baño decide ir a la cocina para preparar un café. Si hay algo que lo puede traer de vuelta de donde sea que este es la cafeína. Eso piensa Bayona, pero siente que muchas veces, la mayoría, está equivocado.

Después de poner la cafetera en la estufa y prender el fogón, suena el teléfono.

Los primeros timbrazos parecen lejanos, como si fuera un ruido que desconoce. El cuarto le hace poner un pie en la realidad y corre a contestar.

“¿Alo?”
“Hola”
“¿Quién habla?”
“¿Cómo que quién habla? Déjate de pendejadas Pedro. Llamo a avisarte que hoy llego tarde”

La mujer está de mal genio. Es Marina, su esposa, pero suena diferente. Quizá ese síndrome de otredad no solo le ocurre a él sino a cualquiera en el momento menos pensado. Por eso es que algunas personas nos parecen tan idiotas en ciertos momentos, pues son otros con los que nunca hemos tratado.

“Bueno”, responde dejando escapar el aire.

“Te quiero”, concluye al segundo, pero la mujer con la que hablo ya le había colgado.

La cafetera anuncia que el tinto ya está listo. Va la cocina cmindo despacio y se lo sirve en su pocillo preferido, uno rojo con la oreja desportillada.  Luego del primer sorbo siente que los bordes de su existencia son más sólidos.

No sabe si eso es una buena o mala señal.  "Mejor seguir desconfiando de la de la realidad", piensa.

lunes, 5 de junio de 2023

De existir y otros temas

Una vez, en la feria del libro que tuvo lugar justo después de la muerte de García Márquez, me topé con una sección de libros de Quino y me puse a hojear uno.

Lo abrí de forma aleatoria en cualquier página y caí en una caricatura en la que, si no estoy mal, Felipe conversaba con Libertad. Más que conversar recitaba la siguiente especie de Monologo:

¿Qué necesita ser una vaca para ser una vaca? Una vaca. ¿Qué necesita ser un oso para ser un oso? Ser un oso ¿Qué necesita ser un perro para ser un perro? Ser un perro ¿Qué necesita ser un humano para ser un humano?...Ser un ingeniero, médico, economista…

La he buscado como loco pero no la he podido encontrar. Debí haberme llevado el libro ese día, en fin.

Escribo sobre este tema porque hace poco escuché por ahí  que alguien se preguntaba lo siguiente: "¿Por qué no es suficiente existir?"

Imagino que es un tema que ya ha sido tratado por grandes filósofos, que han atacado la pregunta desde diferentes ángulos.

Y es que es una buena pregunta, ¿acaso no? ¿Por qué no es suficiente respirar, mirar pal techo o andar por ahí y ya está?

Y entonces claro, aparecen las obligaciones: el trabajo, la familia, las deudas esto, lo otro, lo   loaquello y lo más aquello.

El punto es que a veces todo se vuelve tan complicado que olvidamos que la vida es un parpadeo, o como leí en una novela: “una chispa entre dos vacíos idénticos, la oscuridad antes del nacimiento y la que viene después de la muerte.”

Por eso cuando siento que todo empieza a perder sentido miro el amable recordatorio que cargo en mi cuello. Es ahí cuando pienso “Existir es suficiente”.

viernes, 2 de junio de 2023

"Allá donde estés"

“Uno se muere y después se muere un poco más, a medida que van desapareciendo quienes te recuerdan”, dice Rosa Montero.

Verdad Pura.

Me cruzo con esta frase de la escritora española, tan obsesionada con la muerte y el paso del tiempo, y recuerdo a C, un conocido que murió en 2021. Quienes todavía lo recuerdan no dejan que su presencia se evapore por completo.

Su cuenta de Facebook sigue activa y algunos despistados todavía le dejan mensajes; sobre todo de felicitaciones por su cumpleaños.

Otros de sus amigos (¿o examigos? no sé si el título de una amistad cambia, junto con los tiempos verbales, de un somos a un éramos, cuando una de las partes deja este plano) le dejan mensajes como si  todavía los pudiera leer.

Le mandan abrazos allá donde esté. ¿Será que si está en algún lado? ¿Qué tal que después de la muerte, contrario a lo que se piensa, no haya nada? También escriben que celebran su existencia en ese lugar en el que se encuentra.

¿En dónde caen esos mensajes? No es que tenga nada en contra de ellos o esas actitudes. Imagino que esas palabras son los mecanismos que ponemos a andar cuando la muerte husmea cerca de nuestras vidas. La única manera que tenemos de llegar a buen término con ella. 

Entonces le encuentro razón a lo que dice Montero, que la presencia de un muerto se va borrando poco a poco, en la medida en la que esos que lo recuerdan y le envían mensajes, a  ese lugar indeterminado, van muriendo para empezar a ser recordados por otros.

miércoles, 31 de mayo de 2023

El fin del mundo

Hoy volví al supermercado en el que hice mercado justo cuando estalló la pandemia y nos iban a encerrar en nuestras casas. Recuerdo que ese día había una sensación de angustia en el ambiente y las personas estaban llenando los carritos de mercado con una compulsión que nunca había visto , como si se estuvieran preparando para el fin del mundo. Ese día llevaba guantes y utilicé el tapabocas por primera vez, sin saber que iba a ser una prenda de uso frecuente los años siguientes. Nunca sabemos nada.

Hoy, cuando pasé por una sección de productos de belleza femenina, una marca tenía una pantalla con un video de un producto. Eso, por alguna razón, me hizo acordar de esa ocasión, y también del Telescreen que inventó Orwell para 1984, el sistema de televisión que difunde mensajes de propaganda del partido y que permite a la Policía del pensamiento escuchar y ver lo que se hace en cualquier lugar en el que esté instalado uno.

No sé por qué asocie el recuerdo de los inicios de la pandemia con eso, seguro fue porque la novela da la sensación de fin, de que todo se fue al carajo.

Quizá no venga al caso, pero en ese momento también llegaron dos palabras en ingles a mi cabeza, una de ellas fue smithereens y ya no recuerdo cual fue la otra.

Ahora me entero que “añicos” es la traducción de esa palabra. Lo más probable es que haga parte de la letra de una canción y apareció en mi cabeza simplemente porque sí, porque las palabra son caprichosas y nos habitan cuando les da la gana.

La definición de añicos es: “Pedazos o piezas pequeñas en que se divide algo al romperse”. De ahí ,imagino, que haya llegado a mi cabeza, pues supongo que el fin del mundo ocurrirá cuando todo se rompa en miles de pedazos y no haya forma de volver a unirlos.

martes, 30 de mayo de 2023

Cambio

Partamos del hecho de que la gente cambia, nada que hacer. Que el de ayer nunca será el mismo que el de hoy. Que a cada segundo experimentamos metamorfosis a nivel celular que pasan desapercibidas y, vuelvo y repito, nos cambian.

Entonces nuestra psique se altera y el punto de vista que teníamos tan enquistado en la cabeza se derrumba. Pasamos del amor al odio en menos de un segundo. No sé quizá son lo mismo, o comparten terreno, y no nos hemos dado cuenta.

Nunca nos damos cuenta de nada, ese es otro gran problema. Vamos por ahí como dando tumbos, y a veces tenemos episodios de lucidez, pero por lo general transitamos a tientas por la oscuridad.

¿Y qué hacer con el cambio? Pues nada, no queda más que aceptarlo, aceptar lo que la vida tenga por ofrecer sin lloriquear, como me dijo la escritora Laura Ortiz hace poco, el truco está en “Dejar de poner resistencia a los ritmos de la vida”.

La frase me sacudió por completo apenas la escuché. Estuve a punto de decirle “Tienes huevo, ¿de dónde sacaste esas palabras?”, pero me quedé callado para no sugestionar su respuesta.

Lo mejor es no dar la opinión nunca. Así las personas se abren por completo, son sinceras, y de vez en cuando si tienen la sensibilidad adecuada, salen con esos balazos poéticos como el de Laura.

¿Pero les hablaba del cambio cierto? Entonces me repito. Es aceptar lo que venga y ya está, sin echarle tiza a ideas, acontecimientos, actitudes o lo que sea que nos raye la cabeza.

Nada nunca es igual, eso es todo, y como dice Thumbing my way de Pearl Jam: “There’s no right or wrong, but I’m sure there’s Good an bad”. Entonces lo único que queda son los puntos de vista y procurar que el de uno no esté tan torcido.