Estoy en un supermercado.
Se supone que estoy haciendo mercado, pero es una actividad que me aburre con ganas, Así que me siento en un Juan Valdez a tomar capuchino y leer por un rato.
Leo un libro que habla sobre cómo funciona el cerebro, cómo tomamos decisiones y esas cosas, un tema que me chifla. Intento concentrarme, pero a veces mi atención se dirige a otros lados.
En la mesa que está a mi derecha Un hombre le dice lo siguiente a otro: ”Le voy a contar una historia que es verdad. ¿Usted quién cree que prefiere Bill Gates para un trabajo, a alguien perezoso o alguien muy trabajador? Se queda callado como esperando la respuesta y como su interlocutor no dice nada se responde solo: “Al perezoso, ¿sabe por qué? Porque va a querer acabar lo que le pongan a hacer en el menor tiempo posible.
En otra mesa una mujer joven lleva puestos pantalones anchos de drill y una cachucha verde. Tiene pinta de rapera. Cuando llegué al café hicimos contacto visual por unos segundos y me di cuenta de que el color de sus ojos es verde aguamarina, que combinan a la perfección con el resto de us prendas, su pelo rubio y facciones finas. Imagino que es de otro país porque no se le ve ningún rasgo autóctono por ningún lado.
Después de la conversación sobre Bill Gates, el Barista empieza a gritar como loco: “¡2 nevados de arequipe! Pero nadie parece ponerle atención. Al rato la acompañante de la mujer con la cachucha le dice “es el de nosotros”, y cuando llegan a la barra le dice fuerte y seco a su amiga: "Grab it!"
Tiempo después veo como una señora maneja un carrito de mercado de forma hábil y le da dirección con solo una mano.
Mi lectura se fragmenta, a rato me sumerjo en ella y a ratos me pongo a ver pasar la gente. Cuando caigo en cuenta de eso leo un párrafo que dice lo siguiente:
“El cerebro realiza sus maquinaciones en secreto, evocando ideas con una magia tremenda. No permite que su colosal sistema operativo sea probado por la cognición consciente. El cerebro dirige su espectáculo de incógnito.”
Me pregunto cuántas cosas me he perdido en ese instante que solo captó mi subconsciente, ese otro yo que llevamos por dentro y que, sin que lo sepamos, dirige la forma en que actuamos.
miércoles, 28 de junio de 2023
lunes, 26 de junio de 2023
Cosas que tienen que ocurrir
Escribo algo que tiene que ver con Ironic la canción de Alanis Morissette. Explico que la letra es un buen ejemplo de storytelling porque está llena de picos emocionales.
Es decir, habla de personas que siempre están a punto de alcanzar algo, pero al final resulta ser totalmente contrario a lo que esperaban.
Sus expectativas se van a la caneca.
Para entrar en el modo de escritura busco el video de la canción y lo pongo como música de fondo.
Cuando termino la pieza, caigo en esa arena movediza llamada Youtube y ahí me quedo. Entonces salto de un video a otro, de una canción a otra hasta que me encuentro una entrevista, en la que la artista cuenta el episodio en el que casi la roban en Los Angeles cuando tenía 19 años.
Un día en el que iba a comprar zapatillas para correr, Morissette cuenta que llevaba las letras y cintas de Jagged Little Pill en una mochila, y en un momento un hombre le apunto a la cara con un arma exigiéndole que le diera todas sus pertenencias.
La cantante entregó su billetera, la cartera y el hombre le dijo que se recostara en el piso. Ella le hizo caso mientras apretaba su mochila. Pensó que al final también se la quitarían, pero el hombre se alejó y la dejó con sus letras y música.
¿Cómo sería el mundo sin el Jagged Little Pill?
¿Cuántas personas no han encontrado refugio en sus letras?
¿Quién no se ha visto identificado en ellas en lo más mínimo?
Me parece que Morissette fue a lo profundo. Bajo al barro y las saco de sus entrañas. Imagino que hay cosas que sí o sí tienen que ocurrir. Definitivamente una de ellas el Jagged Little Pill.
Es decir, habla de personas que siempre están a punto de alcanzar algo, pero al final resulta ser totalmente contrario a lo que esperaban.
Sus expectativas se van a la caneca.
Para entrar en el modo de escritura busco el video de la canción y lo pongo como música de fondo.
Cuando termino la pieza, caigo en esa arena movediza llamada Youtube y ahí me quedo. Entonces salto de un video a otro, de una canción a otra hasta que me encuentro una entrevista, en la que la artista cuenta el episodio en el que casi la roban en Los Angeles cuando tenía 19 años.
Un día en el que iba a comprar zapatillas para correr, Morissette cuenta que llevaba las letras y cintas de Jagged Little Pill en una mochila, y en un momento un hombre le apunto a la cara con un arma exigiéndole que le diera todas sus pertenencias.
La cantante entregó su billetera, la cartera y el hombre le dijo que se recostara en el piso. Ella le hizo caso mientras apretaba su mochila. Pensó que al final también se la quitarían, pero el hombre se alejó y la dejó con sus letras y música.
¿Cómo sería el mundo sin el Jagged Little Pill?
¿Cuántas personas no han encontrado refugio en sus letras?
¿Quién no se ha visto identificado en ellas en lo más mínimo?
Me parece que Morissette fue a lo profundo. Bajo al barro y las saco de sus entrañas. Imagino que hay cosas que sí o sí tienen que ocurrir. Definitivamente una de ellas el Jagged Little Pill.
viernes, 23 de junio de 2023
Perros
Les traigo noticias.
Nada del otro mundo, la verdad, si se compara con lo del submarino que se hizo añicos o los desastres políticos bien sean nacionales o internacionales.
Solo vengo a contarles que ya creo saber cuál es la razón por la que me estoy despertando antes de que suene la alarma del celular.
¿Y qué conmigo? Se podrá preguntar usted, querido lector. Y es verdad, tal vez nada. Si comparto esto, es solo por cumplir con mi premisa de escribir algo, lo que sea. Que le interese o no a las personas ya es otro tema totalmente diferente.
En fin, volviendo al tema de despertarse de improvisto, me gustaría ser de ese tipo de personas iluminadas que llevan un despertador interno y no necesitan de alarmas, pero si yo no configuro unas cuantas la volqueta del sueño se va al río.
Dicho esto, la culpa la tienen los perros del parqueadero de al lado. Solo un decir porque son animales y no hay forma enseñarles a no ladrar. Imagino que lo hacen porque algo les incomoda y es la única manera que tienen para comunicarse con sus cuidadores.
El caso es que hoy apenas me desperté, estaban ladrando con todas sus fuerzas. Tengo sospechas de que la persona que los cuida los molesta, les golpea la puerta de sus jaulas, les grita, en fin, no los deja tranquilos y por eso ladran con tanta fuerza casi todo el día, y por las noches aúllan de forma triste.
Parecen ser bravos y, de tener la oportunidad, seguro se lo comerían vivo. Si no lo hacen es porque sea quien sea esa persona, es la que les da de comer.
De ser así, entonces la culpa no la tienen los perros sino la(s) personas que los cuidan.
¡Qué perros!
Nada del otro mundo, la verdad, si se compara con lo del submarino que se hizo añicos o los desastres políticos bien sean nacionales o internacionales.
Solo vengo a contarles que ya creo saber cuál es la razón por la que me estoy despertando antes de que suene la alarma del celular.
¿Y qué conmigo? Se podrá preguntar usted, querido lector. Y es verdad, tal vez nada. Si comparto esto, es solo por cumplir con mi premisa de escribir algo, lo que sea. Que le interese o no a las personas ya es otro tema totalmente diferente.
En fin, volviendo al tema de despertarse de improvisto, me gustaría ser de ese tipo de personas iluminadas que llevan un despertador interno y no necesitan de alarmas, pero si yo no configuro unas cuantas la volqueta del sueño se va al río.
Dicho esto, la culpa la tienen los perros del parqueadero de al lado. Solo un decir porque son animales y no hay forma enseñarles a no ladrar. Imagino que lo hacen porque algo les incomoda y es la única manera que tienen para comunicarse con sus cuidadores.
El caso es que hoy apenas me desperté, estaban ladrando con todas sus fuerzas. Tengo sospechas de que la persona que los cuida los molesta, les golpea la puerta de sus jaulas, les grita, en fin, no los deja tranquilos y por eso ladran con tanta fuerza casi todo el día, y por las noches aúllan de forma triste.
Parecen ser bravos y, de tener la oportunidad, seguro se lo comerían vivo. Si no lo hacen es porque sea quien sea esa persona, es la que les da de comer.
De ser así, entonces la culpa no la tienen los perros sino la(s) personas que los cuidan.
¡Qué perros!
jueves, 22 de junio de 2023
Sueños rotos
Varios días de esta semana me he despertado antes de que suene la alarma. Contrario a estirar la mano para tomar el celular y dedicarme a esa muerte en vida que es hacer Scroll down de forma compulsiva, lo que suelo hacer cuando eso ocurre, he decidido quedarme quieto.
Si hay algo bueno de esos episodios, es interrumpir el sueño de forma apacible y no con la violencia de la chicharra de una alarma.
Hoy, apenas me desperté, supe que había soñado algo agradable, algo que tenía que ver con Estambul. Quizá tenía esa información en mi cabeza porque unos familiares están de paseo allá y porque estoy leyendo una novela ambientada en esa ciudad, quién sabe.
Ahí, quieto, oyendo mi respiración, me esforcé en recordar alguna escena del sueño, y justo cuando creía que lo iba a lograr, las imágenes que se habían comenzado a formar en mi cabeza de desvanecían por completo.
Laura, una amiga, me contó que casi siempre sueña todas las noches y que cuando se despierta, recuerda los sueños a la perfección. Tanto así, que por unos años llevo un blog en el que registraba todo lo que soñaba.
Yo en cambio, no sueño un carajo o, mejor dicho, nunca recuerdo los sueños. Parece entonces que mis sueños, por lo general, están rotos, es decir, son historias sin ton ni son, que están compuestas por imágenes fragmentadas. Es como si un director loco habitara mi cabeza, uno que dirige los personajes de forma aleatoria y escoge escenarios como le de la gana.
También existe la posibilidad de que sueñe puras cochinadas, pues según Freud nuestro sueños tienen que ver con los deseos profundos y si no los recordamos es porque nuestro cerebro los bloquea.
Pago por ver.
Si hay algo bueno de esos episodios, es interrumpir el sueño de forma apacible y no con la violencia de la chicharra de una alarma.
Hoy, apenas me desperté, supe que había soñado algo agradable, algo que tenía que ver con Estambul. Quizá tenía esa información en mi cabeza porque unos familiares están de paseo allá y porque estoy leyendo una novela ambientada en esa ciudad, quién sabe.
Ahí, quieto, oyendo mi respiración, me esforcé en recordar alguna escena del sueño, y justo cuando creía que lo iba a lograr, las imágenes que se habían comenzado a formar en mi cabeza de desvanecían por completo.
Laura, una amiga, me contó que casi siempre sueña todas las noches y que cuando se despierta, recuerda los sueños a la perfección. Tanto así, que por unos años llevo un blog en el que registraba todo lo que soñaba.
Yo en cambio, no sueño un carajo o, mejor dicho, nunca recuerdo los sueños. Parece entonces que mis sueños, por lo general, están rotos, es decir, son historias sin ton ni son, que están compuestas por imágenes fragmentadas. Es como si un director loco habitara mi cabeza, uno que dirige los personajes de forma aleatoria y escoge escenarios como le de la gana.
También existe la posibilidad de que sueñe puras cochinadas, pues según Freud nuestro sueños tienen que ver con los deseos profundos y si no los recordamos es porque nuestro cerebro los bloquea.
Pago por ver.
miércoles, 14 de junio de 2023
Palabras que no dan espera
No me refiero a estas, pues son algo planeadas. Hablo de unas que escribí ayer y las causantes de mi ausencia en este espacio. Ese tipo de palabras que sí o sí se deben escribir en el acto porque si se dejan para después pierden fuerza o sentido. Palabras, digamos, que esclavizan.
Trabajo en una presentación de forma lenta. Selecciono las imágenes con cuidado, podría decirse que con modorra. No me fluye el trabajo, pero ahí voy, lento pero seguro (disculpen ustedes la frase hecha)
En medio del trabajo una idea para un cuento se me aparece en la cabeza. Juego con ella por un rato, la saboreo, la analizo como de lejos y la guardo en “ideas para cuentos”, uno de los compartimientos de mi cabeza.
Vuelvo a la presentación, pero ya estoy distraído. Pienso en otras cosas, toco batería aérea y tardo unos minutos en encarrilarme de nuevo en el trabajo.
La idea de la que les hablé está inquieta y busca cómo salir del espacio mental al que la destiné. Por fin lo logra y se me aparece de nuevo, Esta vez exige atención con mayor insistencia.
Necesito escribir un borrador, así que abro un documento nuevo y durante un poco más de media hora, vómito todas las palabras que tengo atragantadas en la cabeza, lo que vaya saliendo, sin importar si tienen mucho sentido o no.
El resultado son tres hojas que necesitan edición. Pero bueno, ya hay algo, unas cuantas palabras de las que se puede tirar una hebra narrativa y, con fortuna, crear un relato con algo de significado.
Uno no debería hablar sobre lo que escribe, sino más bien preocuparse en escribir las historias y ya está. Cornac McCarthy decía que si uno pasa un buen tiempo escribiendo algo no debería hablar sobre eso, sino que debería estar escribiéndolo.
En fin.
Trabajo en una presentación de forma lenta. Selecciono las imágenes con cuidado, podría decirse que con modorra. No me fluye el trabajo, pero ahí voy, lento pero seguro (disculpen ustedes la frase hecha)
En medio del trabajo una idea para un cuento se me aparece en la cabeza. Juego con ella por un rato, la saboreo, la analizo como de lejos y la guardo en “ideas para cuentos”, uno de los compartimientos de mi cabeza.
Vuelvo a la presentación, pero ya estoy distraído. Pienso en otras cosas, toco batería aérea y tardo unos minutos en encarrilarme de nuevo en el trabajo.
La idea de la que les hablé está inquieta y busca cómo salir del espacio mental al que la destiné. Por fin lo logra y se me aparece de nuevo, Esta vez exige atención con mayor insistencia.
Necesito escribir un borrador, así que abro un documento nuevo y durante un poco más de media hora, vómito todas las palabras que tengo atragantadas en la cabeza, lo que vaya saliendo, sin importar si tienen mucho sentido o no.
El resultado son tres hojas que necesitan edición. Pero bueno, ya hay algo, unas cuantas palabras de las que se puede tirar una hebra narrativa y, con fortuna, crear un relato con algo de significado.
Uno no debería hablar sobre lo que escribe, sino más bien preocuparse en escribir las historias y ya está. Cornac McCarthy decía que si uno pasa un buen tiempo escribiendo algo no debería hablar sobre eso, sino que debería estar escribiéndolo.
En fin.
miércoles, 7 de junio de 2023
2 problemas
Hoy les iba a contar algo de lo que me acordé en algún momento del día.
Problema 1: No anoté la idea, el recuerdo, llámese como se llame, en ningún lugar y se me esfumó por completo de la cabeza. Entonces heme aquí, como casi siempre, buscando un tema, el que sea, para arrancarle mínimo 300 palabras.
¿Por qué trescientas? Si no estoy mal (cada día mi memoria se fragmenta más y recuerdo eventos de forma imprecisa o simplemente ficciono esos que, creo, son recuerdos sólidos) eso es algo que Stephen King menciona en su libro Mientras Escribo. Hace una especie de analogía: dice que, si se escribieran 300 palabras todos los días durante un año, al final se tendría un manuscrito de más de 100.000 palabras, un libro de buen tamaño, en fin. Está claro que esto no es un libro sino meras entradas de blog, pero bueno se me quedó grabada esa cifra de 300 que, vuelvo y repito, puede que me la esté inventando.
Escribí lo anterior para ver si alguna idea llegaba a mi cabeza mientras lo hacía pero nada. La verdad fue que me enrede en el párrafo anterior y no pude pensar en nada más que intentar expresarme de forma clara.
Es ahí cuando se aparece el problema 2: No tengo ni puñetera idea sobre qué escribir, de ahí que acuda a la escritura libre, escribir de chorro a ver qué sale y ya está. No todo puede tener una estructura ordenada pues, como ya lo he repetido hasta el cansancio, somos más nudo que inicio o desenlace, solo que por alguna extraña razón no queremos mostrar los conflictos que llevamos por dentro, sino dar a entender a las personas que todo marcha bien.
Somos bien extraños y escasamente nos entendemos a nosotros mismos. Con la anterior palabra ya alcance las 300 y con estas son 313.
Que descansen.
Problema 1: No anoté la idea, el recuerdo, llámese como se llame, en ningún lugar y se me esfumó por completo de la cabeza. Entonces heme aquí, como casi siempre, buscando un tema, el que sea, para arrancarle mínimo 300 palabras.
¿Por qué trescientas? Si no estoy mal (cada día mi memoria se fragmenta más y recuerdo eventos de forma imprecisa o simplemente ficciono esos que, creo, son recuerdos sólidos) eso es algo que Stephen King menciona en su libro Mientras Escribo. Hace una especie de analogía: dice que, si se escribieran 300 palabras todos los días durante un año, al final se tendría un manuscrito de más de 100.000 palabras, un libro de buen tamaño, en fin. Está claro que esto no es un libro sino meras entradas de blog, pero bueno se me quedó grabada esa cifra de 300 que, vuelvo y repito, puede que me la esté inventando.
Escribí lo anterior para ver si alguna idea llegaba a mi cabeza mientras lo hacía pero nada. La verdad fue que me enrede en el párrafo anterior y no pude pensar en nada más que intentar expresarme de forma clara.
Es ahí cuando se aparece el problema 2: No tengo ni puñetera idea sobre qué escribir, de ahí que acuda a la escritura libre, escribir de chorro a ver qué sale y ya está. No todo puede tener una estructura ordenada pues, como ya lo he repetido hasta el cansancio, somos más nudo que inicio o desenlace, solo que por alguna extraña razón no queremos mostrar los conflictos que llevamos por dentro, sino dar a entender a las personas que todo marcha bien.
Somos bien extraños y escasamente nos entendemos a nosotros mismos. Con la anterior palabra ya alcance las 300 y con estas son 313.
Que descansen.
martes, 6 de junio de 2023
Un breve momento en la vida de Pedro Bayona
Pedro Bayona se despertó aturdido de una mala siesta, una de esas en las que no se sabe si en realidad se durmió o solo fue cuestión de cerrar los ojos por unos cuantos minutos. Cree que lo que lo sacó del sueño o estado de adormecimiento fue el ladrido un perro. Quizá sí se alcanzó a quedar dormido, porque lo único que escucha ahora son los carros que pasan por la avenida Libertador.
De ser así fue un sueño extraño, lleno de sombras e imágenes inconclusas que lo dejó aturdido. Quizá esa sea la razón por la que ahora siente la realidad algo grumosa.
A Bayona le parece que esos carros que pasan por la avenida Libertador van a toda velocidad, más de la permitida. Personas que, a diferencia de él, tienen un día lleno de ocupaciones y necesitan llegar a un destino lo más rápido posible. Personas que no se toman ni un segundo para mirar el cielo e intentar descubrir qué forma tienen las nubes. Las envidia y compadece al mismo tiempo.
Se pregunta si no será otro, si por alguna razón despertó en otra vida. Otra vida en la que sigue siendo el mismo, pero ya no es Bayona, sino Álvaro González, por decir cualquier nombre. “¿Quién seré?”, se pregunta.
La realidad, según parece, sigue siendo la misma, es decir, su apartamento luce igual y hace poco se asomó por la ventana y las cosas que ve siempre siguen en su sitio. Ahí está el árbol en el separador, la caseta del vigilante, el edificio que colinda con el suyo, pero Bayona o González sabe que nunca es bueno fiarse de la realidad por más sólida que parezca. Que lo mejor es frecuentarla, pero no pasar todo el tiempo en ella.
Decide ir al baño a echarse agua en la cara a ver si esa acción le quita la sensación de extrañeza que lleva encima. La gente dice que el agua siempre ayuda, que por eso es bueno llorar o visitar ciudades con mar. Quizá, piensa Bayona, también por eso a uno le ofrecen un vaso de agua si se siente mal, si tuvo un susto o si se atora. El agua como cura.
Apenas sale del baño decide ir a la cocina para preparar un café. Si hay algo que lo puede traer de vuelta de donde sea que este es la cafeína. Eso piensa Bayona, pero siente que muchas veces, la mayoría, está equivocado.
Después de poner la cafetera en la estufa y prender el fogón, suena el teléfono.
Los primeros timbrazos parecen lejanos, como si fuera un ruido que desconoce. El cuarto le hace poner un pie en la realidad y corre a contestar.
“¿Alo?”
“Hola”
“¿Quién habla?”
“¿Cómo que quién habla? Déjate de pendejadas Pedro. Llamo a avisarte que hoy llego tarde”
La mujer está de mal genio. Es Marina, su esposa, pero suena diferente. Quizá ese síndrome de otredad no solo le ocurre a él sino a cualquiera en el momento menos pensado. Por eso es que algunas personas nos parecen tan idiotas en ciertos momentos, pues son otros con los que nunca hemos tratado.
“Bueno”, responde dejando escapar el aire.
“Te quiero”, concluye al segundo, pero la mujer con la que hablo ya le había colgado.
La cafetera anuncia que el tinto ya está listo. Va la cocina cmindo despacio y se lo sirve en su pocillo preferido, uno rojo con la oreja desportillada. Luego del primer sorbo siente que los bordes de su existencia son más sólidos.
No sabe si eso es una buena o mala señal. "Mejor seguir desconfiando de la de la realidad", piensa.
De ser así fue un sueño extraño, lleno de sombras e imágenes inconclusas que lo dejó aturdido. Quizá esa sea la razón por la que ahora siente la realidad algo grumosa.
A Bayona le parece que esos carros que pasan por la avenida Libertador van a toda velocidad, más de la permitida. Personas que, a diferencia de él, tienen un día lleno de ocupaciones y necesitan llegar a un destino lo más rápido posible. Personas que no se toman ni un segundo para mirar el cielo e intentar descubrir qué forma tienen las nubes. Las envidia y compadece al mismo tiempo.
Se pregunta si no será otro, si por alguna razón despertó en otra vida. Otra vida en la que sigue siendo el mismo, pero ya no es Bayona, sino Álvaro González, por decir cualquier nombre. “¿Quién seré?”, se pregunta.
La realidad, según parece, sigue siendo la misma, es decir, su apartamento luce igual y hace poco se asomó por la ventana y las cosas que ve siempre siguen en su sitio. Ahí está el árbol en el separador, la caseta del vigilante, el edificio que colinda con el suyo, pero Bayona o González sabe que nunca es bueno fiarse de la realidad por más sólida que parezca. Que lo mejor es frecuentarla, pero no pasar todo el tiempo en ella.
Decide ir al baño a echarse agua en la cara a ver si esa acción le quita la sensación de extrañeza que lleva encima. La gente dice que el agua siempre ayuda, que por eso es bueno llorar o visitar ciudades con mar. Quizá, piensa Bayona, también por eso a uno le ofrecen un vaso de agua si se siente mal, si tuvo un susto o si se atora. El agua como cura.
Apenas sale del baño decide ir a la cocina para preparar un café. Si hay algo que lo puede traer de vuelta de donde sea que este es la cafeína. Eso piensa Bayona, pero siente que muchas veces, la mayoría, está equivocado.
Después de poner la cafetera en la estufa y prender el fogón, suena el teléfono.
Los primeros timbrazos parecen lejanos, como si fuera un ruido que desconoce. El cuarto le hace poner un pie en la realidad y corre a contestar.
“¿Alo?”
“Hola”
“¿Quién habla?”
“¿Cómo que quién habla? Déjate de pendejadas Pedro. Llamo a avisarte que hoy llego tarde”
La mujer está de mal genio. Es Marina, su esposa, pero suena diferente. Quizá ese síndrome de otredad no solo le ocurre a él sino a cualquiera en el momento menos pensado. Por eso es que algunas personas nos parecen tan idiotas en ciertos momentos, pues son otros con los que nunca hemos tratado.
“Bueno”, responde dejando escapar el aire.
“Te quiero”, concluye al segundo, pero la mujer con la que hablo ya le había colgado.
La cafetera anuncia que el tinto ya está listo. Va la cocina cmindo despacio y se lo sirve en su pocillo preferido, uno rojo con la oreja desportillada. Luego del primer sorbo siente que los bordes de su existencia son más sólidos.
No sabe si eso es una buena o mala señal. "Mejor seguir desconfiando de la de la realidad", piensa.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)