sábado, 29 de julio de 2023

Sombrío

Así está mi ánimo hacia el mediodía, con poca luz.

¿La Solución? Leer. No significa que sea la única, pero a mí me funciona como remedio para esa sensación de hastío.

¿Y qué leer? Hace poco terminé un libro de no ficción. Necesito consumir ficción. Rosa Montero dice que es indispensable incorporarla en nuestra rutinas para que no se atrofie la imaginación.

Entonces llega ese momento de escoger mi próxima lectura, procedimiento para el cual no aplico ningún método, sino que es pura cuestión de feeling. Se me viene a la cabeza Alejandro Zambra, pues tengo No leer, pero es un elogio a la lectura y, como ya dije, quiero cambiar a la ficción; además hace un tiempo comencé a leer El amor de mi vida de Montero que, de cierta forma, es similar al de Zambra.

Recuerdo un archivo en pdf que redescubrí en estos días, una selección de Articuentos de Millás titulados Identidad e identidades. Es un documento de 48 páginas. Quién sabe de dónde y cuándo lo descargue. Lo más probable es que hagan parta de los Articuentos Completos, pero para no dilatar más la escogencia de una lectura, pienso que es un texto en el que puedo escampar, por lo menos por hoy, hasta que me decida por una nueva novela.

Lo cargo en el Kindle y el aparato me dice que su tiempo de lectura es de 45 minutos. Está perfecto, pienso. Nada mejor para mi estado de ánimo que Millás, su humor y su escritura que se pasea entre el territorio que comparten la realidad y la ficción.

Salgo a la calle y comienzo a caminar sin un rumbo definido. Como leí hace poco, echarse a andar es un acto liberador que sirve para despejar la cabeza. En medio de mi caminata llego a un cruce y puedo torcer a la izquierda para ir a un mercado o especie de feria o seguir derecho hasta llegar al café de una librería.

Me decido por la segunda opción, pues pienso que estar rodeado de libros me hará bien. Llego al lugar hojeo varios, me zampo un capuchino y los Articuentos de Millás (el mejor es el de alguien que cae dentro del paréntesis de un texto). 
 
termino la lectura y de salida duro otro buen rato hojeando libros y apuntando los que me llaman la atención en el celular.

Abandono el lugar y ya no hay rastro de esa sensación de aburrimiento que me invadía horas antes.

Ya saben que pueden hacer para los malestares emocionales: echarse a andar, leer o tomar café.

"Avancé seguro de reconocer el camino, pero me extravié en una
 subordinada, y al decidir volver sobre mis pasos rodé a un segundo
 nivel donde no se veía nada. Se trataba de uno de esos paréntesis 
con sótano, un poco laberínticos, en los que cuanto más te acercas 
al final, más te alejas de su sentido."
- Juan José Millás -

martes, 25 de julio de 2023

El hombre del saco azul

Salgo a tomar un café.

De camino al lugar caigo en cuenta de que estoy tranquilo, que en ese preciso instante ningún tema de los que ronda por mi cabeza me angustia. Quizá esa fue la razón que me hizo dar ganas de salir por un  café. Siempre hay que aprovechar esos instantes de relativa calma y sacarles el mayor provecho posible, pues en menos de un segundo la vida se nos puede enredar.

A menos de una cuadra de llegar al lugar al que suelo ir, uno en en que le echan galleta oreo triturada por encima al capuchino, veo que un hombre de saco azul con capucha que camina en dirección contraria.

Tose, intenta tomar aire y tose de nuevo. Nada que una buena aclarada de garganta no pueda solucionar, pienso, pero el hombre sigue tosiendo. Algo no anda bien.

Cuando me lo cruzo caigo en cuenta de qué es lo que le pasa: El hombre llora de forma desconsolada. Por la forma en que lo hace parece que carga toda la tristeza del mundo encima. ¿Qué le habrá pasado?, me pregunto, ¿qué noticia le dieron?

Volteo a mirarlo y sigue llorando sin importarle nada. El único cambio en su andar, es que ahora metió las manos en los bolsillos y agachó su cabeza.

Me gustaría traspasarle un poco de la tranquilidad que tengo en ese momento, decirle algo como todo va a estar bien o cualquier frase vaga para levantarle un poco el ánimo. Incluso invitarlo a tomar un café para que  descargue sus penas a un completo desconocido.

Sigo pensando en qué fue lo que le paso y trato de inventarme cualquier historia para justificar su forma de actuar.

Ojalá que el hombre del saco azul se encuentre mejor en este momento.

viernes, 21 de julio de 2023

Contra el reloj

Dicen, los que saben o dicen que saben, que si uno no tiene ni idea sobre qué escribir, algo que funciona es programar una alarma por 10 o quince minutos y comenzar a escribir lo que el cerebro vaya dictando, sin importar la gramática o lo disparatadas que puedan llegar a ser las ideas y sin preocuparse en lo más mínimo por editar el texto.

Escritura libre llaman a eso ese grupo de personas que, ya dijimos, dicen saber cosas. A veces se denominan expertos, aunque, siendo sincero, es una palabra que me genera desconfianza.

En fin sigamos hablando de escribir contra el reloj.

Alguna vez cree un blog en el que escribía de esa manera. Programaba un temporizador por 10 minutos y comenzaba a escribir. Los temas que salían eran en su mayoría aleatorios, y en ocasiones lograba que tuvieran algo de sentido.

Recuerdo que cada entrada la acompañaba con una imagen a blanco y negro que, se supone, hacía referencia al tema o temas que tocaba.

Fue un buen ejercicio, pero un día me aburrí y dejé de postear. Incluso ya ni me acuerdo de la dirección del blog. Era algo como: 10 minutos de gotas de palabras o algo así, pero he intentado varias combinaciones y no me sale nada. Seguro ya dejó de existir por inactividad.

Una vez, en un evento de emprendimiento, una mujer me contó de una página en la que uno escribía lo que le diera la gana y, dependiendo de la constancia, se iban acumulando puntos o insignias.  ¿Para qué? no sé.

Al principio me pareció interesante y cree un perfil, pero en menos de una semana le perdí el interés.

M, una amiga, una vez escribió una historia buenísima titulada 4 horas. Trata sobre un hombre que sabe que solo le quedan 4 horas de vida. Le puso ese título porque un Domingo quería escribir un cuento y solo contaba con ese lapso de tiempo para hacerlo. Afortunadamente el subconsciente la encarrilo por donde era y el cuento le quedó muy bueno.

Entonces siempre termino por hacerme una pregunta: ¿Es mejor escribir con un mapa o dejar libre al subconsciente y que haga de las suyas?

Las opiniones están divididas. Últimamente, si voy a escribir un cuento, me he dado cuenta de que me va a mejor si planteó una serie de escenas antes de sentarme a escribir. Pero hay pesos pesados de la literatura, como Rosa Montero o Isabel Allende que comienzan sus novelas como de la nada.

En cambio, hay otras escritoras como Pilar Quintana que no pueden sentarse a escribir si no tiene una escaleta completamente detallada de lo que va a ocurrir en cada escena de la novela.

La clave imagino, está en escribir lo que sea como uno mejor pueda o se sienta, ¿acaso no?

martes, 18 de julio de 2023

Parejas

Son dos:

La primera me la encuentro  en un café y se aproxima a la tercera edad. Entran, y se acercan a la caja cada uno como por su lado.  Él pide un Eclair de chocolate y ella una dona de mora.  También  piden dos tintos medianos.

Después de que hacen el pedido dejó de prestarles atención. Es prudente observar la realidad de lejitos, dejar en paz a los demás con sus cosas para que el cauce de la vida, la propia por lo menos, no se descarrile.

Minutos antes de a abandonar el local, miro a la pareja de nuevo y veo que la mujer tiene puestos unos audífonos de esos  que cubren todas las orejas. Está y no está con su pareja, tan cerca tan lejos, en fin. ¿Acaso no tienen nada de qué hablar? ¿ La rutina los habrá llevado a esta situación y así ven pasar sus días hasta que las muerte venga a visitarlos?

Pienso que es un gesto grosero por parte de la mujer, pues con sendos audífonos puestos, es la que fomenta ese estado de incomunicación. Cuando me pongo de pie y paso por su lado, me doy cuenta de que la culpa de no hablarse es de ambos, pues el hombre también lleva puestos unos audífonos blancos delgados y está concentrado viendo un video en su celular.

Ya en la calle veo a la segunda pareja. Tienen pinta de ser novios y la mujer empuja un coche y Se inclina para acomodar algo en el él. Justo en ese momento miro al hombre que se queda un poco atrás. Me parece que está algo incomodo, su voluntad dividida entre estar con ella o haberse quedado en su casa viendo un partido de fútbol o mirando pal techo, actividad, ya sabemos, infravalorada.

Cuando los paso de largo caigo en cuenta de que en el coche llevan un bebe-perro o un perro- bebe. un perro al fin y al cabo.


Mundo raro este.

lunes, 17 de julio de 2023

Leer en voz alta

Martha, una profesora que tuve en primero de primaria, me enseñó a leer.

La recuerdo cómo una mujer flaca, alta, de pelo negro, nariz respingada y pómulos salidos. Era la esposa de Rojas, un profesor de matemáticas gracioso, pero de eso me vine a enterar años más tarde cuando me tocó clase con él.

Martha dictaba clase en diferentes grados y un día que no teníamos clase con ella, llegó al salón y pregunto por mí. “¿Qué hice pensé?, mientras me paraba de mi silla e iba su encuentro.

Cuando llegué a la puerta me dijo “Acompañame a 4to de primaria”, y no me quedó otra opción que hacerle caso.

Para mí esa sección del colegio era desconocida, pues transición y primero quedaban en una zona aparte que incluso tenía una ventana especial para la cafetería. Cuando llegué me encontré con un pasillo largo con salones a ambos lados.

Después de entrar al salón, Martha le dijo algo a los estudiantes de ese curso, luego me paso un libro y me dijo: “Lee esto, por favor”. No recuerdo de qué trataba el texto, pero hice lo que me indicó: me puse a leer en voz alta.

Me sentía como en una prueba así que lo hice lo mejor que pude y lleno de nervios frente a un montón de desconocidos. Recuerdo que cuando me equivocaba pronunciando alguna palabra, los estudiantes reían, pero no tanto para burlarse de mi equivocación, sino porque el significado que adquiría el texto resultaba gracioso.

No sé cuánto tiempo dure ahí, seguro no fueron más de 5 minutos, pero a mí me pareció una eternidad. Cuando terminé entendí porque Martha me había llevado allí. Quería mostrarle a los estudiantes de cuarto que un pequeño de primero leía mejor que ellos.

No sé si me habrán odiado o qué. Lo más probable es que les haya importado cinco y siguieran metidos en sus ensoñaciones de niños.

Al parecer era bueno leyendo en voz alta.

jueves, 13 de julio de 2023

¡Tengan cuidado!

Ayer escribí lo siguiente y no lo publiqué porque me ganó el cansancio y un amague de dolor de cabeza apareció en el costado izquierdo.

10.47 p.m.

Aquí estoy en el escritorio con sueño, los pies helados y una cobija sobre las piernas. Más bien debería meterme a la cama, zamparme un par de capítulos de la novela que estoy leyendo; luego cerrar los ojos para dormir y ya está.

Si no lo hago es porque es uno de esos días en los que siento que si  no escribo algo, puede traer graves consecuencias para la humanidad, ¿cómo qué?, qué se yo, por ejemplo, que los niveles del mar aumenten varios centímetros de un día para otro o que los satélites que controlan nuestras comunicaciones dejen de funcionar, lo que sumiría a a humanidad en un completo caos.

En parte para eso escribo casi siempre, para que no solo el curso de mi vida, sino el de todos no se despiporre.

Lo único que se me ocurre contarles es que una mujer publicó algo sobre Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo, la novela de Elif Shafak, diciendo lo mucho que le gustó.

Le comentó que a mí también me gustó mucho y que tengo en la mira La isla del árbol perdido, porque otra mujer me contó que ese le pareció precioso. De este último su título en inglés me parece más sonoro: the island of missing trees, lo que lleva a preguntarme porque utilizaron el singular para el titulo en español. Quizá por eso no me atrae el título en ese idioma, porque imagino un único árbol y lo encuentro aburridor, en fin.

La mujer, la primera quiero decir, dice que el del árbol le pareció flojo y que los mejores son La bastarda de Estambul y el arquitecto del universo. Este último yo lo empecé a leer, pero recuerdo que no me enganchó.

Esto prueba que un libro tiene mil opciones de lectura y que nunca será el mismo para dos lectores. Cada uno lo digerirá de forma diferente de acuerdo a las experiencias vividas y al momento de vida en el que el libro haga presencia.

Eso fue lo que escribí, bueno, gran parte de eso porque no pude resistirme a editarlo justo ahora. El punto, querido lector, aparte del ya mencionado, es que vaya con cuidado por ahí. No sé que consecuencias trajo sobre el mundo y nuestras vidas que ayer no haya terminado de escribir.

martes, 11 de julio de 2023

María Claudia

Les voy a contar una escena de un sueño.

Esto es algo fuera de lo normal porque casi nunca los recuerdo.

Me desperté en la madrugada con las imágenes frescas y pensé en anotarlas en el celular, pero como dicen que mirarlo esuna de las peores cosas que se pueden hacer en esas ocasiones, porque a uno se le va el sueño, confié en mi memoria.

Estoy seguro de que antes de esta escena de la que les voy a hablar, había soñado algo más, algo que ocurría en el mismo lugar que, me parece, era un centro comercial, porque habían escaleras eléctricas al fondo.

Pues bien estoy en ese lugar no sé si solo o acompañado y en medio de mi andar desprevenido me encuentro con María Claudia.

María Claudia fue una de las primeras jefes que tuve. Era una mujer bajita y algo gordita. Muchas personas le tenían envidia porque tenía un puesto directivo, un puesto que, según ellos, debería ocupar otra persona y no ella, pues ¿cómo era posible que una diseñadora industrial ocupara un rol comercial? en fin.

Volvamos al sueño.

Apenas la veo está tosiendo y lleva un tapabocas por debajo de la nariz. “Tiene Covid”, pienso y ella, que advierte mi duda de acercarme o no a saludarla, me dice: “Solo es un ataque de tos”.

La veo más alta y delgada.

Arrancamos la conversación con los lugares comunes de siempre, y de repente, como de la nada, me dice lo siguiente:


“Mira que hace un año tuve cáncer”.

Creo que no respondo nada. Imagino que su cambio físico se debe a la enfermedad.

María claudia empieza a toser de nuevo y el director loco que llevo en mi cabeza dice “¡Coorten!” Ahí se acaba todo.

Luego, cuando me despierto, siento un ligero dolor de garganta.

“María Claudia si estaba enferma”, pienso.