sábado, 11 de noviembre de 2023

Carlos, tu tío el agente secreto

Espero a mi hermana en un café.

en una mesa enfrente de la mía una mujer y un hombre trabajan concentrados en sus máquinas portátiles, y muy de vez en cuando cruzan alguna palabra. Al fondo una mujer corta trozos grandes de una pedazo de torta, se los lleva a la boca y luego le da un sorbo a su bebida.

En otra mesa una mujer sienta a su hija con su perro Shih Tzu, le da dinero de su billetera y abandona el lugar. Al rato la adolescente se levanta y compra un granizado repleto de crema chantilly en la parte superior y vuelve con su perro a la misma mesa a, supongo, esperar a su madre.

Todas las personas de las que hablo, al parecer, son normales, iran por la vida con trabajos y ocupaciones comunes y corrientes, qué se yo: Hacer mercado, pagar facturas, atender un negocio, lo que sea.

Todas menos el hombre que se encuentra a mis espaldas sentado en una barra.  Lleva una chaqueta azul y una camisa a cuadros. Me doy cuenta de su presencia porque no deja de golpear su vaso de café sobre una barra, quién sabe llevando qué ritmo de una melodía que tararea mentalmente.

Volteo a mirarlo y luce tan normal como el resto de personas del lugar. Se me ocurre pensar que podría ser el tío de alguien, por ejemplo, de la adolescente que bebe granizado y acaricia a su perro.

El hombre ya acabó su bebida y cree que eso le da derecho a hacer ruido con el vaso de cartón. Tiene su mirada fija en un punto, al tiempo que está perdido quién sabe en qué pensamiento. De repente otro hombre se sienta en la otra silla que está disponible en la barra y le dice algo. Intento agudizar el oído, pero no logro descifrar sobre qué hablan. Lo más probable es que sean mensajes en clave.

El Tío Carlos no voltea a mirarlo, y dice algo sin dejar de mirar el mismo punto. Intercambian un par de frases y el hombre que llegó se pone de pie y deja del lugar.

No queda duda que el hombre de chaqueta azul, con pinta del tío Carlos, es un agente secreto.

jueves, 9 de noviembre de 2023

De los puntos de vista

En la reunión tocamos el tema del punto de vista porque una de las historias que discutimos tiene un cambio de primera a tercera persona. Para algunos resultó casi imperceptible y en cambio otros notaron esa disonancia narrativa.

Se supone que lo normal, lo sano, por decirlo de alguna manera, es mantener la misma voz a lo largo de un relato, aunque hay veces que la palanca narrativa se salta de forma inconsciente y se hace un cambio sin querer.

P. pregunta qué tan válido es hacer esos cambios. Le digo que si se pueden lograr, pero que hay que tratarlos con cuidado, y le pongo como ejemplo la Casa de los Espíritus de isabel Allende, cuya narración cambia de primera a tercera persona en la mayoría de capítulos.

V. dice que en novela es más fácil hacerlo y creo que tiene razón, pues como dice Rosa Montero, las novelas ofrecen más lugar para la aventura y son un viaje más largo en el que casi cabe o se permite todo.

“No recuerdo ningún cuento con cambio en el punto de vista” comentó, pero V. dice que ella sí ha leído algunos, que le demos un momento para recordar cuáles habían sido.

Saltamos a otro tema y no recuerdo cómo llegamos a hablar sobre The Ghosts of Gloria Lara, el último cuento de Junot Díaz para The new Yorker, y la cancelación que sufrió el escritor por unas acusaciones que recibió por parte de un grupo de mujeres.

Estábamos en esas cuando V dice: “Ya me acordé cuáles cuentos tienen cambios en su punto de vista, y luego de una pausa dramática que duró un par de segundos los mencionó: A Romantic Weekend de Mary Gaitskill y The Resplendent Quetzal de Margaret Atwood.

martes, 7 de noviembre de 2023

Una pared blanca

La pared está blanca casi en su totalidad, si no fuera por dos tomacorrientes, uno para conectar quién sabe qué y otro para la conexión del televisor. Bien podría quitarlos porque no pienso poner televisión en este cuarto y tampoco pienso conectar ningún aparato, lámpara o lo que sea, pues el computador lo tengo conectado a otro tomacorriente.

La pared podría ser una buena metáfora de una página en blanco, de comenzar a escribir un nuevo capítulo en mi vida, una nueva historia, de algo así bien cursi como esas personas que apenas va a comenzar un año dicen que tienen 365 páginas para escribir una nueva historia o algo así es lo que dicen, ¿cierto? En fin, el caso es que solo es una pared blanca.

A veces lo mejor es no dejar que las figuras narrativas nos tomen por sorpresa y solo contar lo que se tiene enfrente de las narices sin nada de adornos. En mi caso, ya les dije, una pared blanca.

Si no pongo televisor no es por dármelas de que no necesito tal distracción y que me basta con leer novelas. La verdad es que la pared queda lejos de la cabecera de la cama y como tengo mala visión tendría que tener los lentes de contacto puestos todo el tiempo, y no me los aguanto por más de 11 horas.

Aparte de su color, no hay mucho que les pueda contar sobre la pared. Lo único que a veces contrasta con su blancura son polillas o moscos que vienen a parquearse en ella. A los segundos los dejo ser, pero las primeras me dan asco entonces las molesto hasta que quedan a una distancia prudente para darles un periodicazo.

De pronto la pared blanca tiene que ver con mi ausencia de estos lares, con no tener nada por decir, o simplemente con la importancia de callar y escuchar, pero esta solo es una teoría chimba que se me acaba de ocurrir, así que lo mejor es ponerle punto final a estas palabras antes de que comience a hacer asociaciones que no vienen al caso.

sábado, 4 de noviembre de 2023

Dejar de leer

Una vez una mujer me contó que cuando termina de leer una novela, se toma muy en serio cuál es la siguiente que va a leer. “Para no perder el tiempo”, eso fue lo que me dijo. Entonces cuando llega ese momento, que considero crucial, de seleccionar la siguiente lectura, esta mujer lee varias reseñas para asegurarse de que le va a gustar la novela que tiene entre ojos.

Yo soy todo lo contrario. A cada rato me voy antojando de libros y apenas los veo o anoto pienso: “este será el próximo que voy a leer”, pero apenas terminó una novela, parece que se me borran de la cabeza esos libros que anoté y para escoger mi próxima lectura, leo un par de páginas de una novela que se me cruce en ese momento, y si me producen buen feeling me embarco en ella como si nada, sin leer reseñas ni nada de eso.

Supongo que cualquier método para escoger una nueva lectura es válido, bien sea el primero por medio de una investigación minuciosa o el segundo a punta de lo que le transmita a uno la obra de primerazo.

A la larga creo que lo importante no es eso, sino abandonar la lectura si no nos sentimos a gusto con ella. Hace poco terminé una novela y al momento de seleccionar la siguiente di con una autora británica que nunca había leído. Leí un par de páginas de una de sus novelas y me gustó el estilo, así que decidí empezar a leerla, pero cuando comencé a hacerlo en la noche, el encantó que me había producido desapareció, así que dejé esa lectura tan rápido como la comencé.

No sé antes cómo podía ser tan masoquista y terminaba de leer libros por el simple hecho de terminarlos.

viernes, 27 de octubre de 2023

Me pregunto

Una mujer, llamémosla Berta, cuenta en unas historias de Instagram que no se nos debe hacer extraño que suba historias mientras dormimos, menos si son historias de una bebida caliente con su computador portátil de fondo.

Luego hace un juego de palabras y dice que para nadie es un secreto que ama su trabajo, aunque para muchos su trabajo es un secreto. Berta menciona que ya perdió la cuenta de las horas extras y las noches que le ha dedicado a proyectos. Concluye que no se arrepiente en lo más mínimo  y que no cambiaría nada de eso por dormir un poco más.

Continua.

 Dice que a pesar de que hizo todo lo posible por dormir, a las 2 de la mañana su cabeza no paraba de maquinar ideas y estrategias para, quizás, uno de los proyectos más importantes de su vida.

Concluye que nada se iguala con dedicar su insomnio a lo que antes era un sueño y que ahora llama realidad.

A cambio de Berta yo si extraño dormir más. Hace rato que no duermo 8 horas seguidas y a veces siento que lo necesito. En ocasiones envidio la ambición y esas ganas de comerse el mundo que muestran  personas como Berta. Me pregunto: ¿No debería aspirar a lo mismo?.

las historias de Berta se acaban y luego doy con la de otra mujer que comparte un video de una rueda de prensa Prince. El artista dice lo siguiente:

“Algo que quería decir es que... no se dejen engañar por Internet. Es genial acceder a la computadora, pero no dejes que la computadora te afecte. Es genial usar la computadora, no dejes que la computadora te use. Todos vieron matrix. Hay una guerra en curso. El campo de batalla es la mente y el premio es el alma. Tengan cuidado.”

Entonces me acuerdo de algo que anotó Anaïs Nin en sus diarios: “El peligroso momento en el que voces mecánicas, radios, teléfonos, ocupan el lugar de las intimidades humanas, y el concepto de estar en contacto con millones trae consigo una creciente pobreza en la intimidad y la visión humana”.

Y por alguna razón, llega a mi cabeza la melodía de una canción de Sheryl Crow: This ain't no disco it ain't no country club either…All i Wanna do is have a little fun before I die

Entonces me pregunto: ¿Acaso no está bien solo aspirar a eso, a divertirse un poco antes de morir?

lunes, 23 de octubre de 2023

Tender la cama

Apenas me despierto siento que me pesa la existencia. Como la mente es bien cabrona en lugar de tranquilizarme, me invita a pensar: hoy va a ser uno de esos días de mierda. “Tiene razón”, le respondo, y caigo en una espiral de pensamientos negativos. Me doy palo por esto, por lo otro y por aquello también.

El sonido de una de las tantas alarmas que tengo configuradas en el celular me trae de vuelta a la realidad. ¿Me levanto o no me levanto?, me pregunto. Acuérdese que hoy va a ser un día de mierda, me respondo al mismo tiempo y luego concluyo: Mi consejo es que se quede metido en la cama todo el día. Me doy la razón, acomodo las almohadas y cierro los ojos, pero a los pocos minutos ese hacer nada me desespera, lanzo las cobijas hacía un lado y me pongo de pie. El malestar emocional sigue ahí, intacto.

Pienso que debo actuar rápido y hacer algo para quitarmelo de encima. Recuerdo un video que vi de un ex almirante de la marina de los Estados Unidos. El hombre, de cara bonachona y uniforme blanco con miles de insignias, cuenta que si uno quiere cambiar el mundo lo primero que se debe hacer es tender la cama.

No sé si quiero cambiar el mundo, solo quiero quitarme de encima la sensación de hastío y ya, pero imagino que lo de tender la cama puede ayudar. Es una operación que me toma menos de un minuto y cuando la termino no siento que haya cambiado nada ni que el mundo sea un mejor lugar.

Como el agua suele llevarse todo, decido ducharme. Cuando salgo del baño la melancolía, tristeza, lo que sea que tenga parece haber amainado un poco.

Cuando me estoy vistiendo, me pongo el jean de pie, haciendo equilibrio en una pierna como desafiando a la muerte. Apenas inicio esa operación, recuerdo que así murió el tío Gabriel, un hombre solitario con el que solo intercambiaba un par de frases en las fiestas de fin de año, antes de que se emborrachara y se quedará dormido en la esquina de un sofá. Un día el tío no volvió a dar indicios de vida y cuando fueron a buscarlo a su casa, lo encontraron tendido en el piso con la piyama a medio poner.

Cuando termino de vestirme salgo disparado hacia la cocina. Si una buena taza de café no arregla cómo me siento, no sé qué pueda hacerlo. Cuando la bebida está lista, parto un trozo de ponqué y me siento en la terraza a darle sorbos pequeños a la bebida, mientras miro las montañas.

Parece que lo del día de mierda era una falsa alarma, o que me quite esa sensación gracias a tender la cama, ducharme, tomar café o la combinación de las tres actividades.

sábado, 21 de octubre de 2023

Gato encerrado

La compulsión con la que anoto libros que me llaman la atención supera exponencialmente la velocidad a la que los leo.

Vuelve y juega: no hay vida que alcance para tanto libro.

Hace unas semanas me suscribí a un par de newsletters que hablan sobre libros y la lista de los que quiero leer aumenta día tras día.

Hoy, por ejemplo, me enteré de la existencia de Gato encerrado, un libro de crónicas, entrevistas y diversos escritos que publicó el escritor peruano Fernando Ampuero en distintos medios.

Me gustan ese tipo de libros que recopilan escritos de diferentes épocas. De pronto es porque guardan cierta similitud con los diarios y porque leer la cotidianidad de la vida de alguien me llama la atención.

La persona que escribió el correo contaba que en un momento de su vida trabajó en un periódico en el turno de la noche, de 5 de la tarde a la 1 de la madrugada. Decía que después de las 8 de la noche le quedaba mucho tiempo para leer. Cuenta que cuando Gato Encerrado cayó en sus manos, pensó que había dado con el santo grial del periodismo; pues era un estilo con el que no se había encontrado antes.

Luego el texto vuelve al presente y comenta que vivimos en una época en la que los jóvenes no leen y que cuando lo hacen no leen lo que deben. Dice que ese libro debería estar de primero en su lista de lecturas pendientes u obligatorias.

Dizque lecturas obligatorias, hágame el berraco favor.

No puedo con esa superioridad moral de algunos lectores empedernidos. Que cada quien lea lo que se le dé la gana y ya está, ¿acaso no? A mí me gustaría que muchas personas leyeran los Articuentos Completos de Millás, pero si no quieren hacerlo y prefieren leer Condorito o las saga de Crepúsculo pues que lo hagan. ¿Quién soy yo para decirles qué deben leer?

Para mí, e imagino que para muchos, no leer sería la muerte en vida, pero leer tampoco tiene nada de especial, es un placer y ya está. Dejen de considerarse especiales porque les gusta hacerlo.