lunes, 27 de noviembre de 2023

Con el libro físico hasta la muerte...o no

Al principio de los tiempos, bueno en verdad no, hace un tiempo, años digamos para no sonar tan ambiguo, me negaba a la idea de leer libros en formato digital. Con el libro físico hasta la muerte pensaba.

En ese entonces conocí a L. y me contó que había comprado un Kindle. ¿Un qué?, le pregunté. Entonces me explicó que era un aparatico en el que se podían almacenar miles de libros. Yo seguía firme con mi postura, y le dije que muy chévere y todo, pero que no lo iba a comprar, pues, ya saben, con el libro físico hasta la muerte.

Ella me miró como con cara de “te vas a tragar tus palabras”, y tenía razón. Para esa navidad caí en las garras del kindle y de ahí no sale nadie.

Eso no quiere decir que ya no compre libros físicos, pero su cantidad se ha reducido, además porque el espacio para almacenarlos comienza a ser un problema y uno no es ningún Humberto Eco para almacnar más de 30.000 libros. Hace poco veía fotos que algunas personas publicaban de sus bibliotecas y ya no les cabía ni un tinto.

Hace poco, la semana pasada para no sonar ambiguo, una mujer contó en Instagram que había comprado un e-reader, y preguntaba si era mejor leer en papel o en digital.

Yo le dije que en cuanto a ese tema un personaje de una novela afirmaba lo siguiente: La sopa es sopa sin importar el recipiente que la contenga.

La mujer estuvo de acuerdo y concluyó que lo único que ocurre es que cuando cambiamos de recipiente se crean nuevos rituales de lectura, y que los de leer en digital también los estaba disfrutando.

viernes, 24 de noviembre de 2023

Lecturas que no fueron

Desempaco dos cajas con libros.

Los voy organizando encima de la cama por autor o género, pero al poco rato me aburro y los pongo en la biblioteca a la maldita sea, es decir, sin importar cuáles sean sus vecinos, pues prefiero la aleatoriedad que un orden preestablecido. De todas formas no es que sean muchos. Entonces, por ejemplo, Balsa de Fuego, del melómano Juan Carlos Garay, queda al lado de Conversaciones en la Catedral de Vargas Llosa, y el del escritor peruano junto a The wind-up bird chronicle de Murakami.

En medio de mi tarea me encuentro con un par de novelas que no terminé de leer y otras que no me impactaron tanto como esperaba. Entre los primeras se encuentra El Péndulo de Focault de Umberto Eco y El asesino ciego de Margartet Atwood. Con el de Eco me di cuenta de que no estaba conectando con la novela después de empacarme 700 páginas. En esa época apenas estaba dejando el mal vicio de obligarme a terminar de leer los libros empezados y por eso demoré tanto la decisión de abandonar la lectura.

El de Atwood lo compré luego de la charla de esa autora en una edición del Hay Festival, porque la académica Azar Nafisi menciona esa novela en su libro Leer Lolita en Tehrán. Al momento de las preguntas en la charla de Atwood quedé con la mano levantada. Quería saber cuál de sus obras le gustaba más; por alguna razón imagino que no es el Cuento de la criada, y esperaba que me dijera que era el Asesino Ciego, pero al final no supe y me aventuré a comprarla.

Nafisi dice que en es una joya en cuanto a técnica narrativa, porque es una novela dentro de una novela, pero tampoco me pude conectar con la historia y por eso abandoné su lectura.

Del segundo grupo está Pedro Páramo, un libro que leí pero que no me impactó tanto como esperaba. Quizá llegué a él con mucha expectativa y lo leí casi de un tirón, sin disfrutarlo como debía ser o simplemente no me gustó y ya está.

Ahí están esos libros. Quizás algún día me anime a leerlos, pero quién sabe. Últimamente he pensado que apenas se termine de leer un libro, uno más bien debería rotarlo, que almacenarlos en bibliotecas es pura vanidad. Eso es lo que pienso, aunque me costaría un montón desprenderme de los que acabo de desempacar, en fin.

Sea como sea, la consigna es leer y releer libros si se quiere. También creo que uno está en su derecho de abandonar lecturas y decir que una obra no le gustó por más que la crítica y los expertos la aclamen o la consideren un clásico.

miércoles, 22 de noviembre de 2023

Desayunos de trabajo

En una mesa de la terraza de un café se encuentra un grupo de oficinistas. Son 8 personas. Tanto hombres como mujeres están muy arreglados, producidos, digamos. Parece que celebran, si el término aplica, un desayuno de trabajo. Entre ellos se encuentra una mujer muy atractiva, o por lo menos así me parece. Su piel blanca contrasta con una larga cabellera oscura, pero mientras los demás hacen bromas y ríen, ella no puede evitar de hacer mala cara. Parece que no quiere estar ahí, como si pensara que desayunar y trabajar son actividades independientes, que no me vengan con mamadas, como diría un mexicano, se hace una cosa o la otra, pero no las dos al mismo tiempo.

Ocupo una de las mesas dentro del local y poco tiempo después de hacer mi pedido dos hombres y una mujer se sientan en la mesa de al lado. Uno de ellos, quizás el jefe, saca su portátil, comienza a teclear con furia y a hacerle preguntas a sus acompañantes. Una mesera llega y les pasa las cartas. Dejan de discutir cuestiones laborales por un momento, mientras deciden qué van a ordenar. Alcanzo a escuchar que se deciden por un té, un chocolate y unos huevos.

Tiempo después cuando les llega el pedido, la mujer dice: “uff esto está como para un coma diabético”. El hombre que está a su lado ríe y también menciona algo relacionado con la bebida. Por un momento se olvidan del trabajo y se ponen a hablar de comida, qué les gusta y qué no, hasta que el jefe, que no ha participado en la conversación les dice: “Bueno ya, concentrémonos de nuevo en el trabajo”. “Si que pena, es que me distraje”, responde la mujer.

Mi cafecito ya está en las últimas, le doy el último sorbo y abandonó el lugar  junto con sus desayunos de trabajo.

viernes, 17 de noviembre de 2023

¿Qué puede salir?

Hablo de este arrume de palabras . Llevo un buen rato sentado en el computador, con ganas de escribir algo pero caí en una página de internet que me llevó a otra, esa otra a otra más y así hasta que llegué a la conclusión de que tenía hambre, fui a la cocina y me empaqué un ponque Gala –Uno de chocolate, es el mejor–, volví a mi escritorio, por fin cerré el navegador de internet y me dije: mí mismo, escribamos algo. ¿Qué?, me pregunte. No importa, lo que sea, contesté, entonces heme aquí haciéndome caso.

Lo único que se me viene a la cabeza en este momento es hablar sobre Nervio Óptico, una novela de Maria Gainza que se me aparece esporádicamente desde hace algunos años y de la que he escuchado muy buenos comentarios.

Ayer vi el video de una librera que hablaba sobre escritoras contemporaneas y mencionaba esa novela, pero mencionó otra que quiero leer primero: Conjunto Vacío de Verónica Gerber que, según tengo entendido, trata de explicar las relaciones humanas por medio de la teoría de conjuntos.

Si yo escribiera una novela con un tema medianamente similar, creo que trataría sobre el complemento de la teoría de probabilidades. Voy a intentar explicarlo, pero no prometo nada.

Imagine usted, estimado lector que existe un evento A cualquiera, qué sé yo, tomar un puesto de trabajo. Entonces el complemento es todo aquello que ocurre de forma simultánea, pero que no está contenido A, no ser seleccionado para el trabajo, morir, lo que sea, y el resultado que de 1-A es lo que se llama complemento.

Me vengo a enterar que eso del complemento también tiene que ver con teoría de conjuntos, entonces mejor no escribo nada y me leo la novela de Verónica, pues puede ser que ella ya haya tocado el tema del complemento. ¿Además para qué complicarse? Llámenme flojo o lo que quieran, pero está claro que ser lector es más fácil que ser escritor.

jueves, 16 de noviembre de 2023

My immortal

La canción de Evanescence.

No me disgusta, pero no soy fanático de ese grupo. ¿Entonces por qué hablo de ella? Stick around, como dirían los gringos, para saberlo.

Una vez, parece que fue hace siglos, hice parte de un ensamble musical. Éramos personas de diferentes carreras y tocábamos covers de rock.

Uno de los estudiantes, el encargado de ensamblarnos, tenía conocimientos musicales y era el que dirigía la vaina. La metodología era sencilla: una persona proponía una canción y se miraba que tan complicado sería montarla.

Daniela, una mujer de pinta gótica, propuso My immortal porque le encantaba Evanescence. En un principio el cover iba a ser de la versión original que es solo con piano, pero en el grupo había un metalero de pura cepa: chaqueta de cuero negra con taches y botas punteras, que no estuvo de acuerdo.

Ese hombre, que se creía de una raza superior porque le gustaba el metal, quería hacer parte de todo, así que protestó y dijo que era mejor la versión que tiene guitarra eléctrica y batería.

¿Quién toca la batería?, preguntó alguien y yo levanté la mano y me aventé sin pensarlo, sin tener muy claro el ritmo de la canción.

Comenzamos a ensayar y Daniela, muy mamasita ella con su maquillaje oscuro, tuvo la paciencia de cantarla ene veces para enseñarme en qué compás debía entrar, con un corte sencillo que comenzaba en el redoblante y luego se paseaba por dos toms de aire.

La noche antes de nuestra presentación, la ensayé practicando batería aérea hasta el cansancio. Hasta que los tiempos se fusionaran conmigo y no fuera necesario tener que contarlos en mi cabeza.

Al final lo logré, pero ahora me preocupaba que mis brazos se enredaran con el corte que debía hacer. En apariencia era sencillo, pero si lo iniciaba con la mano que no era, todo se iría al carajo.

La noche de la presentación, que era al aire libre, hacía mucho frío, pero me lo tuve que chupar porque era muy incomodo tocar con la chaqueta puesta. Por fin llego el momento de inmortalizarme.

Comenzó la canción con el piano y Daniela cantando:

I'm so tired of being here
Suppressed by all my childish fears…

Fear era el que yo tenía ahí detrás, esperando el momento para entrar en acción.

I've tried so hard to tell myself that you're gone
But though you're still with me, I've been alone, Im alone...

Racatacapum! Entró la batería junto con la guitarra. Ya una vez montado en la canción, el resto fue pura carpintería.

martes, 14 de noviembre de 2023

John Wick y las ganas de escribir algo

Hace un momento pensé en sentarme a ver la última película de la saga John Wick. Cuando estaba a punto de prender el televisor se apoderó de mí un cansancio infinito, milenario podría decirse, que seguro me iba a hacer dormir la película.

Además también me dieron ganas de escribir algo y por eso heme aquí juntando estas palabras, ese algo que no tengo muy claro qué es. Además recordé que la película es un larguero de más de dos horas y hace unos días que también me propuse verla, desistí del plan porque me dio pereza.

Imagino que es una cuestión de paciencia, y que a medida que uno envejece esta disminuye. Por eso ciertos planes que se hacían antes ya no tienen la misma acogida.

Hablando del John Wick, porque la verdad no se me ocurre qué más contarles (a veces las ganas de escribir aparecen sin tema alguno), recuerdo que vi una de esas películas en cine. Desde el minuto uno es pura patazera: bala y puño a lo desgualetao’ y el personaje, sabrán ustedes, no es el más delicado del mundo. En la escena John Wick repartía pata y puño a quien se le atravesara y el que no se llevaba un golpe tenía la fortuna de que lo llenaran de plomo.

Ante tal escena violenta ,una señora que estaba en la fila de atrás con el hijo, dijo de forma involuntaria y en voz alta lo siguiente: ¡Uish que tipo tan brusco!, y ya no recuerdo si dejo la sala o se aguantó toda la película.

Yo le di la razón mentalmente, y sonreí porque me causó gracia la forma en que dijo brusco, pero me pareció que quienes intentaban atacar a Wick, merecían que los atendiera de tal manera.

A veces, por más malo que nos parezca una situación, lo mejor es dejar que el curso de la vida siga, porque uno no sabe con que Wick se puede estar atravesando, ¿no creen?

sábado, 11 de noviembre de 2023

Carlos, tu tío el agente secreto

Espero a mi hermana en un café.

en una mesa enfrente de la mía una mujer y un hombre trabajan concentrados en sus máquinas portátiles, y muy de vez en cuando cruzan alguna palabra. Al fondo una mujer corta trozos grandes de una pedazo de torta, se los lleva a la boca y luego le da un sorbo a su bebida.

En otra mesa una mujer sienta a su hija con su perro Shih Tzu, le da dinero de su billetera y abandona el lugar. Al rato la adolescente se levanta y compra un granizado repleto de crema chantilly en la parte superior y vuelve con su perro a la misma mesa a, supongo, esperar a su madre.

Todas las personas de las que hablo, al parecer, son normales, iran por la vida con trabajos y ocupaciones comunes y corrientes, qué se yo: Hacer mercado, pagar facturas, atender un negocio, lo que sea.

Todas menos el hombre que se encuentra a mis espaldas sentado en una barra.  Lleva una chaqueta azul y una camisa a cuadros. Me doy cuenta de su presencia porque no deja de golpear su vaso de café sobre una barra, quién sabe llevando qué ritmo de una melodía que tararea mentalmente.

Volteo a mirarlo y luce tan normal como el resto de personas del lugar. Se me ocurre pensar que podría ser el tío de alguien, por ejemplo, de la adolescente que bebe granizado y acaricia a su perro.

El hombre ya acabó su bebida y cree que eso le da derecho a hacer ruido con el vaso de cartón. Tiene su mirada fija en un punto, al tiempo que está perdido quién sabe en qué pensamiento. De repente otro hombre se sienta en la otra silla que está disponible en la barra y le dice algo. Intento agudizar el oído, pero no logro descifrar sobre qué hablan. Lo más probable es que sean mensajes en clave.

El Tío Carlos no voltea a mirarlo, y dice algo sin dejar de mirar el mismo punto. Intercambian un par de frases y el hombre que llegó se pone de pie y deja del lugar.

No queda duda que el hombre de chaqueta azul, con pinta del tío Carlos, es un agente secreto.