viernes, 8 de marzo de 2024

A medias

En cualquier momento me recogen para salir de viaje y este escrito puede quedar a medias. De pronto nunca será publicado y entonces viene la pregunta: ¿Para qué tomarse la molestia de comenzarlo?

Y también viene la respuesta: Porque sí, por dejar registro de algo, aunque no sea nada del otro mundo y nadie lo lea nunca. También porque así, imagino, ¿cómo? al escribir con angustia quiero decir, sin saber en qué momento lo vamos a dejar de hacer, obliga a arrumar unas cuantas letras sí o sí.

En parte, esa necesidad de contar lo que ocurre,fue fue lo que llevó a Dimitri Kolesnikov Romanovich, un marinero ruso, a escribir lo siguiente: El agua nos llega ahora por los tobillos. Nos queda aire para unas pocas horas. Se acaba de apagar la luz. Escribo a ciegas”.

Son escenarios distintos claro está, Kolesnikov al borde de la muerte y yo acá sentado en mi escritorio listo para irme de viaje, pero la necesidad de contar lo que pasa, aunque tengan  detonantes diferentes, comparten terreno en común.

No sé si me estoy explicando bien. Si no, es porque estás palabras salen a punta de tropiezos por mis dedos, por ese afán, repito, de contar lo que sea, así tenga o no mucho sentido.

Esa Ansía por decir qué ocurre también la experimentó Leola, la protagonista del Rey Transparente, la novela de Rosa Montero. Ella abre la novela diciendo lo siguiente:

La pluma tiembla entre mis dedos cada vez que el ariete embiste contra la puerta, un sólido portón de metal y madera que no tardará en hacerse trizas. Pesados y sudados hombres de hierro se amontonan en la entrada. Vienen a por nosotras. Las buenas mujeres rezan. Yo escribo.

Es mi mayor victoria, mi conquista el don del que  me siento más orgullosa; y aunque las palabras están siendo devoradas por el gran silencio, hoy constituyen mi única arma.

Quizás escribir, sin importar el escenario, no sea otra cosa que una manera de enfrentarse a la muerte, de ahí la angustia que produce dejar un texto a medias.

jueves, 7 de marzo de 2024

Leer en desorden

Pico algo de lectura de un libro un día, al siguiente de otro, de repente recuerdo uno que empecé a leer y leo unas cuantas páginas, y así va creciendo el número de libros que leo y no crece el de los leídos. Ni hablar de los libros que comienzo a leer y que abandono después de unas cuantas páginas, en fin.

Antes, en esa época que me obligaba a terminar un libro si lo comenzaba, era muy psicorígido y no concebía leer más de un libro al mismo tiempo. El otro día vi un video de un tipo en Instagram que decía que solo se debe leer un libro a la vez si se le quiere sacar todo el provecho posible, y daba un par de razones para sustentar su teoría. Que aburrición tan gigante leer de esa manera.

La escritora Margarita García Robayo escribía una columna (nunca la he vuelto a encontrar) preciosísima, a manera de diario, para un periódico argentino. Cada día de la semana era un pequeño párrafo en el que narraba algo que había hecho o le había pasado. Una vez contó que cuando estaba en la casa, oía a sus hijos reír y les preguntaba en voz alta qué estaban haciendo. Al caer la noche, se enteraba de que sus hijos habían estado en su cuarto y habían tumbado la torre de libros que tenía en su mesa de noche. Luego de reír, la acomodaban como mejor podían y salían de la habitación. Antes de dormir, la escritora tomaba el libro que estaba encima de la torre, pero rara vez era el que había leído la noche anterior porque sus hijos la tumbaban con frecuencia. De todas formas leía un par de páginas antes de dormir.

Leer sin seguir un orden preestablecido, sino lo que caiga en nuestras manos, que buena manera de aproximarse a la lectura.

miércoles, 6 de marzo de 2024

Trizas

Después de preparar un café, Ramón se da cuenta de que el escurridor de platos está hasta el tope de loza. Siente un arrebato de imponer orden y toma el limpión, que esta colgado de un gancho en la pared, para secarla y guardarla en los gabinetes de la cocina.

Cada vez que toma un plato o taza evalúa si necesita pasarle el trapo. Ahí está, con el trozo de tela en una mano y una una pieza de loza en la otra. Después de limpiar una taza y acomodarla boca abajo, la forma en que le gusta a Miranda, su esposa, Su mirada se posa sobre un plato pequeño, el favorito de su hijo.

Cuando comienza a acercarlo hacia su cuerpo, el objeto parece cobrar vida y se le escure de las manos. Como suele ocurrir en situaciones de ese tipo, el tiempo adopta la modalidad de cámara lenta y Ramón ve cómo el plato se dirige hacia el piso sin poder hacer nada. 

Sin tiempo de poder reaccionarr, solo piensa: ojalá rebote y no se rompa. En un principio pensó en estirar la pierna para amortiguar su caída con el zapato, pero no tuvo tiempo de hacer nada. Además, el plato, el piso o ambos parecían estar atentos a sus pensamientos y eso apresuró más su caída. Apenas entró en contacto  contra una de las baldosas de la cocina, se pulverizó en mil pedazos que salieron disparados en todas las direcciones.

 Después de un par de madrazos y recoger el reguero que causó el accidente, o bien su torpeza, Ramón piensa que la acción de romper no puede ser de otra manera, ni a medias. Un objeto, o bien situación, no se puede romper en solo dos o tres partes, sino que debe hacerse trizas. De ahí que desconfíe de la frase Romper solo en caso de emergencia, porque romper está por encima de las emergencias, ocurre y ya está. Es, cree, como una forma de olvidar el pasado y comenzar desde cero.

martes, 5 de marzo de 2024

Llorar

Hoy lloré. 

Es algo que no hago con frecuencia. Imagino que llorar, en medio de lo trágico que puede ser, tiene sus beneficios. ¿Cómo cuáles? No sé bien. Escribí eso de los beneficios porque fue la frase que justo me salió en ese momento. ¿Qué decir? pienso, qué sé yo, que llorar consiste en convertir la tristeza en pequeñas gotas salinas que se expulsan por los ojos.

El caso es que no lloré de tristeza, sino al picar una cebolla, Hacia rato que no me ocurría eso. Ahí estaba en la cocina, listo para preparar mi plato estrella: pescado en salsa con vino blanco, y luego de alistar la tabla para picar, me encontré un pedazo de cebolla blanca. La piqué y me di cuenta de que no me iba a alcanzar, así que busqué una roja, le quité la cáscara y también la piqué finamente. Ahí empecé a llorar.

Me entero de que al picar cebolla se produce una rotura celular en la verdura. Eso hace que libere sustancias químicas como los sulfuros. Es, parece ser, la única forma de defensa que tiene la cebolla, que pensara algo del siguiente estilo: Ahh, pues si me viene a joder tome sus sulfuros. Cuando los receptores del ojo captan esas sustancias, producen las lágrimas a modo de defensa. La cebolla de la que les hablo debía ser rica en sulfuros.

Los de la RAE dicen que llorar consiste en derramar lágrimas y si uno sigue escarbando sobre el concepto, como para llegar a su raíz, se entera que las las lágrimas son cada una de las gotas que segrega la glándula lagrimal, aunque todos sabemos que llorar, y todo lo que implica, es una acción que no se puede definir en una frase y que es mucho más que eso.

Todo, como siempre he pensado, parece tener relación: Uno llora bien sea al producir roturas celulares en una cebolla o porque alguien o algo nos provocó una rotura en los sentimientos.

lunes, 4 de marzo de 2024

El amor

El otro día escuché que cada generación tiene una película que define una era, sobre todo aquellas que tienen que ver con relaciones amorosas, y que todas las personas que uno conoce la ha visto.

Me pregunto cuál o cuáles corresponden a la mía. Se me viene a la cabeza 500 days of Summer, que refleja lo retorcidas que pueden llegar a ser las relaciones, las expectativas que se tenga de ellas o bien de alguien. En últimas lo complicado que es el amor, si es que realmente existe.

Hace poco mi hermana me dijo que viéramos una película, y cuando estábamos buscando cual, se cruzó esa. Como no la había visto, le dije que no tenía problema en repetirla.

Esta vez le preste especial atención a la escena en la que Summer, Tom y su amigo McKenzie están en el bar de karaoke. MacKenzie, ya toteado, charla con Summer y Tom llega a la mesa con dos botellas de cerveza y un shot en las manos. Entonces el primero le pregunta a Summer si tiene novio. Ella dice que no, porque no quiere tener uno. Mackenzie en medio de su borrachera la mira con cara de “Vieja loca”. Summer le pregunta que por qué le asombra su independencia. ¿”Eres lesbiana?”, remata Mackenzie, y Summer responde que no, que lo único que pasa es que no se siente bien siendo algo de alguien.

Concluye que las relaciones siempre se complican y ¿para qué ese desgaste? Mejor pasarla bien y ya está. Una postura de :Diversión hasta que llegue lo serio. Mackenzie le dice a media lengua que es un hombre y se toma un shot.

Tom, profundamente enamorado, le pregunta qué pasaría si se llega a enamorar. “¿No creerás en eso o sí? –contesta Summer riendo– Yo he tenido novios y jamás he estado enamorada”.

la postura de Summer es que el amor no existe y solo es una fantasía. A mí también me ha pasado lo mismo, he tenido novias y no me he sentido profundamente enamorado, pero 
¿Qué carajos es el amor?

viernes, 1 de marzo de 2024

Vestigio

Muchas veces meto servilletas, kleenex, paquetes desocupados de papas o galletas en los bolsillos de mis chaquetas. Sería una mejor conducta guardar billetes, para después tener la grata sensación que da encontrarse con uno de forma inesperada.

Los eruditos de la RAE, esos viejos de barbas blancas largas, pobladas y que llevan una túnica que arrastran por el piso cuando caminan –así me los imagino–, le dan la siguiente definición a la palabra vestigio: Ruina, señal o resto que queda de algo material o inmaterial.

Hablo de esto porque hace poco metí la mano en un bolsillo de una chaqueta que no me ponía hace rato y lo que encontré fue un tapabocas, ese pedazo de tela que, de cierta forma, se convirtió en otra prenda de vestir por un par de años.

Recuerdo que en la cuarentena una vez hablé con un amigo y me decía que si uno lo tocaba con las manos después de ponérselo ya no servía, y yo le respondí “Pues claro”, como dándole a entender que era obvio y que ya lo sabía, mientras pensaba: jodida vida, ninguno de los que me he puesto me han servido porque siempre los infecto con mis manos.

También se me viene a la mente las dos primeras semanas de pandemia en las que me dediqué a hacer nada, convencido, como dicen los mexicanos, de que ya no íbamos a valer madre. luego de ver esas escenas apocalípticas de Wuhan, cuando hombres con trajes de astronauta, sacaban cuerpos de apartamentos en capsulas herméticas.

Pero ya ven, ahí ya estamos de nuevo inmersos en esa "normalidad" que tanto añoramos hace tan solo un par de años.

Quién sabe hace cuanto tiempo llevaba metido en el bolsillo el vestigio de la pandemia del que les hablo, pues se había convertido en en toda una ruina. Al final lo volví a guardar en el mismo lugar, porque ¿cómo saber si no lo voy a necesitar en un futuro cercano? Ya esta claro que el curso de la vida se puede despiporrar en un parpadeo, en fin. Quizá lo mejor que podría hacer es enmarcarlo y colgarlo en alguna pared como símbolo de algo, iba a decir resistencia, pero suena muy cliché.

jueves, 29 de febrero de 2024

¡Aghhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!

Es un grito de impotencia ante mi gran incapacidad de escribir algo.

Lo pego en este momento, minutos después de abrir un documento, y luego, sin ningún remordimiento, me puse a mirar twitter. Redes sociales del demonio que nos absorben como un ajugero negro.

Imagino que eso hacen los agujeros negros, no? absorber cosas del espacio. No sé. En momentos como estos que no se me ocurre qué escribir siento que no sé nada. Alguna vez escribí sobre agujeros negros, es decir, sobre un concepto de los agujeros negros que se llama Horizonte de sucesos. En ese entonces leí un artículo sobre ese tema, el término me evocó un par de imágenes y pude escribir algo; no como hoy que las palabras caen en la pantalla a punta de tropiezos.

Ese horizonte de sucesos que bien podía se el panorama que se tiene de la vida a futuro, hace referencia a la velocidad de escape de un objeto, es decir, la velocidad que una persona, hipotéticamente claro está, tendría que superar para escapar de la atracción gravitacional de un agujero negro, que son capaces hasta de tragarse la la luz. Es probable que en mi cabeza exista una especie de agujero negro, y apenas aparezca la mínima chispa de escritura dentro de ella, se la trage por completo.

Al finalizar el anterior párrafo llevaba 218 palabras, y si usted, querido lector, es fiel seguidor de este blog, sabrá que mi meta es escribir como mínimo 300. Entonces este viene a ser lo que bien podría llamarse un párrafo de relleno, uno en el que no concluyo nada. Dizque me gusta escribir y estoy sudando por terminar de sacar un puñado de palabras de ese agujero negro que tengo como cabeza, hágame el berraco favor. Que cosa extraña este impulso de escribir algo, lo que sea.