lunes, 24 de junio de 2024

Dormir en un ataúd

Una vez tuve una jefa super aficionada al Feng Shui. Para la contratación me pidió mi acta de nacimiento. cada loco con su tema, ¿acaso no?, imagino que quería ver si mi energía no iba a acabar con el clima laboral de la empresa o qué sé yo. Igual no había mucho, en fin.

Hablo de este tema porque hace poco me dio por reorganizar la posición de los muebles de mi cuarto. Antes tenía la cama contra una pared cerca a una ventana y el escritorio estaba acomodado contra otra. Debería esforzarme para que logren visualizar la posición de los muebles, pero tengo los pies helados y tengo atravesada en la mente la preparación de chocolate caliente, bien caliente, a ver si se me descongelan los pies.

El caso es que es una habitación en la que llevo poco tiempo y con la posición en la que estaban los muebles antes nunca me sentí a gusto, y ahora con la nueva me siento mejor. Es como si el espacio se hubiera agrandado, supongo que debe ser que apliqué algo de teoría de Feng Shui sin saberlo.

Internet dice que la posición de la cama es crucial para el flujo de energía positiva. Se dice que la cama debe estar en una posición de comando. Eso quiere decir una desde la que se pueda ver la puerta de la habitación, pero que no quede alineada directamente con la puerta. Así estaba mi cama antes, con mis pies apuntando de forma directa hacia la puerta, o en posición ataúd como normalmente se le conoce. Punto para el fengshui.

También se supone que la cabecera debe quedar contra una pared sólida, evitando que quede debajo de una ventana para evitar que la energía de apoyo, signifique lo que eso signifique, se disipe . Así está ahora y antes la tenía debajo de una ventana.  Otro Punto para el Feng Shui.

lunes, 17 de junio de 2024

A juliette

Recuerdo la última vez que nos vimos Juliette. Fue en Les Deux Magots, ese café de la calle Saint-Germain des Prés que tanto te gustaba. Ese día me tradujiste el nombre: Los dos magos, tu sonrisa iluminaba tu cara. Hacía poco habías llegado a París y estabas descubriendo esa lengua. Estabas feliz porque por fin ibas a poder hablar el idioma de Claire, tu abuela materna.

Luego, a los pocos días de nuestro encuentro, comenzaron a llegar las noticias de un nuevo virus que se estaba expandiendo por la tierra, una especie de gripe que en algunas ocasiones empeoraba y causaba la muerte. “ ¿Será el fin del mundo?”, me preguntaste en una llamada telefónica y luego te echaste a reír. ¿Cómo iba a saber que esa llamada iba a ser tu último acto y que luego ibas a desaparecer como un mago?

Yo tenía que viajar a Kinderdijk a la siguiente semana, y acordamos que nuestro próximo encuentro iba a ser en un mes exacto. Dijiste que querías ir a conocer los molinos de viento de ese lugar y que celebraríamos con un picnic.

Luego el virus colapsó el mundo, los pulmones de las personas y olvidamos los planes que habíamos trazado ¿para qué pensar en el futuro si la vida podía acabar en cualquier momento?

Nuestras conversaciones cada vez eran más esporádicas, como gestos cordiales entre dos personas que alguna vez habían sido muy unidas, hasta que cortamos la comunicación por completo.

Fue extraño. No hubo ninguna pelea o altercado entre nosotros. A veces pienso que habría preferido eso, oírte decir que me odiabas y que soy un pobre hijo de puta en vez de ese silencio que inundó nuestras palabras.

La semana pasada volví a ese café y pedí lo de siempre: un capuchino con crema blanca y un Éclair de chocolate. Le dije a la mesera, en mi francés rudimentario, lo que tu siempre le decías: tráigame el que tenga más chocolate.

Ahí estuve por treinta minutos, tomando el capuchino a sorbos cortos, a la misma hora que solíamos encontrarnos. No sé para qué hice eso, si lo mejor es evitar los recuerdos que te hacen doler. Eso también me lo dijiste alguna vez.

¿Dónde estás? Quizá ese día me viste desde lejos y te ocultaste entre locales y turistas para no tener que hablar conmigo.

miércoles, 29 de mayo de 2024

Escombros mentales

Una de mis hermanas me regalo un pito delgado de color azul: “ ¿Para qué?, le pregunté cuando me lo entregó. “para que lo pongas en tu llavero, quién sabe cuándo lo vas a necesitar. La vida está llena de quién sabes, y vamos por ahí mirando como blindarnos de todos los posibles escenarios catastróficos.

Imagino que es uno de esos pitos que sirven si uno llega a quedar atrapado debajo de una montaña de escombros después de un terremoto. Uno siempre piensa: eso nunca me va a pasar a mí, pero también suele ocurrir que uno nunca sabe nada o no tanto como cree saber.

La vida es tan incierta que a cualquier persona le puede ocurrir lo más inimaginable, como cuando la tapa de un reactor de una industria petroquímica en Tarragona, voló tres kilómetros, entró por una ventana tumbó el piso de un apartamento y le cayó encima a un hombre

No sé si quedo herido o murió de forma instantánea. Si ocurrió lo primero, imagino que el pito le habría podido servir de algo , ¿acaso no?, por lo menos para gastar su último aliento utilizándolo, qué sé yo.

En estos días he tenido mucho ruido en mi cabeza, puros escombros mentales. A veces cuando voy por la calle y caigo en una espiral de pensamientos negativos, me dan ganas de sacar el pito y soplarlo a ver quién acude en mi ayuda o quién se acerca a decirme que deje el ruidajero, pues el pito emite un sonido agudo que debe volver loco a cualquier rescatista.

martes, 28 de mayo de 2024

El pollito perdido

Tal vez escribir libros de autoayuda es buena opción. Quién sabe cuánto dinero genera ese tipo de libros, pero imagino que deben ser varios miles de millones de dólares. No faltarán los eruditos que inflan el pecho diciendo que solo leen literatura de verdad, en fin. A mí no me corresponde decir si los libros de autoayuda son buenos o una basura. Es algo que me tiene sin cuidado, es decir, que cada quien lea lo que le dé la gana.

Habló sobre ese tipo de libros porque hago fila en un supermercado que está a reventar. Estoy a solo un turno de que me atiendan , pero la pareja que está adelante de mí no deja de poner productos sobre la banda transportadora. En un momento la mujer le dice algo al esposo y sale disparada a buscar un producto que se le olvidó.

En ese momento, cuando intento no pensar en nada, mi mirada cae sobre el estante de libros y revistas de la caja en la que hago fila. Tiene varios libros de autoayuda como: Me quiero, te quiero, una guía para desarrollar relaciones sanas; Recupera tu mente reconquista tu vida, cómo rescatar la atención en un mundo distraído e hiperconectado o, el poder de la concentración absoluta, herramientas prácticas para curarse de la distracción y vivir con alegría y propósito.

También hay un par de novelas: Alas de hierro y Still with us, pero de todos los libros el que más me llama la atención es uno para niños: el pollito perdido, que tiene un dibujo de un pollito al lado de una gallina.

En fin, quizá si no estuviéramos tan periodos en la vida, seguro no necesitaríamos de tantos libros de autoayuda. De pronto lo que nos hace falta es reconocer que todos tenemos rayes extraños y que seguro hay un libro de ese género que puede ayudarnos.

Hablando de más si algún día me aventuro a escribir uno, se titularía: El arte de hacer nada, como echarse en la cama a mirar pal techo entre semana sin sentirse mal.

lunes, 27 de mayo de 2024

¿El final?

¿Mi ausencia en este espacio, significa el final de este blog?

No lo creo. imagino que solo es una temporada de no escribir acá, porque he escrito otras cosas.  La verdad es que me parece ridículo mencionar eso, es decir, es solo una excusa pendeja para justificar mi ausencia en este espacio. Además ¿Qué carajos le importa a la gente que yo escriba acá o en cualquier otro lugar? De pronto si fuera el Tolstoi contemporáneo tendría sentido, pero como no lo soy, pues no pasa nada, ¿no creen?

Hoy pasa lo mismo, vuelvo y me repito: en la mañana pensé en escribir algo, pero me ocupé quién sabe con qué tema y la idea de escribir quedó sepultada entre otros pensamientos. Luego escribí otro texto largo y cuando llevaba más de 3000 palabras, miré el reloj del computador y me di cuenta de que eran las 2 de la tarde y no había almorzado., ¿pero si ven? otra vez estoy hablando de esos escritos que quizás ustedes nunca van a leer.

Más tarde salí por un momento del apartamento, vi a dos mujeres empujar coches de bebé y pensé: ¿Sabrá ese niño(a) el futuro que le espera? Está claro que no, pero es que el panorama no es muy alentador. En fin, si sueno pesimista es porque estoy leyendo Tasmania de Paolo Giordano. Uno de los personajes dice que ese lugar sería uno de los mejores para vivir a futuro, porque está lejos de sufrir temperaturas extremas y demás desastres naturales, en fin.

Pasa lo mismo de siempre, solo quería escribir algo, lo que fuera y esto fue lo que salió. Les quedo debiendo 15 palabras para cumplir con mis 300 reglamentarias.

miércoles, 15 de mayo de 2024

0,0139 días

Tengo una reunión dentro de 0.0139 días, es decir, 20 minutos, y es el tiempo que tengo para escribir algo, lo que sea, esto. Podría hacerlo después, a eso de las 6 o 6:30, pero seguro a esa hora me va a dar pereza pereza y por eso lo hago ahora.

El otro día alguien preguntaba en una red social: ¿para quién escribes? Las opciones de respuesta eran: Tú mismo, otras personas o depende. Yo seleccioné depende, pero en este preciso instante creo que uno casi siempre escribe para uno mismo. Se escribe para salvarse y no perder la cordura.

Virginia Woolf dice lo siguiente en sus diarios: “Pero lo que es más importante es mi creencia de que el hábito de escribir así sólo para mis propios ojos es una buena práctica. Afloja los ligamentos.” imagino que ella lo hacía a mano, y que, más allá de lo alegórico, de esa manera se aflojan más los ligamentos que aporreando las teclas, en fin.

Pero no era eso de lo que quería hablar, sino sobre las restricciones de tiempo al momento de escribir. Una vez M, una amiga, tenía que presentar una historia y solo contaba con 4 horas de un domingo en la tarde. Entonces configuró ese tiempo en el temporizador de su celular y arrancó a escribir sin tener idea sobre qué iba a hacerlo.

La historia tenía es título: 4 horas. Si mi memoria no me falla, trataba sobre un hombre que  al que solo le quedaban 4 horas de vida y  era consciente de eso. El último párrafo de la historia quedó cortado porque no le alcanzó el tiempo para terminar de narrar.

Ahora me quedan 10 minutos, ¿qué pasó con los otros 10? Siento que solo han pasado un par y casi no tengo tiempo para terminar estas palabras, de ahí que el tiempo sea relativo, ¿acaso no? cada quien lo percibe de diferente manera y por eso no transcurre a la misma velocidad para todas las personas.

Ya como para cerrar y como este escrito no tiene mucha forma, me permito mencionar algo que he pensado en estos días: Los adjetivos solo sirven para entorpecer una narración. En segundo lugar están los flashbacks. Yo digo que lo mejor es tiempo presente y pura voz activa. Hablo de esto, porque estoy trabajando un texto con un periodista y se empeña en meterle adjetivos por todo lado, pero bueno. En fin, que solo estaba buscando un pucho de palabras para cumplir con mi cuota diaria.

Ahora solo me quedan 2 minutos. Parece poco tiempo, pero en 120 segundos pueden pasar muchas cosas, se me puede parar el corazón por ejemplo, y quedar a medía frase como el personaje del cuento de M, puedo terminar el café que tengo sobre mi escritorio que ya se enfrió, o si estuviera ansioso podría hacer unos ejercicios de respiración para calmarme.

martes, 14 de mayo de 2024

Diabelli Sonatina en Fa mayor

Cracovia, 1948.

“Es la hora de tu clase Mary Dubanowski”, grita su Babusia.

Tan pronto como escucha la voz de su abuela, su corazón se acelera. Parece que se le va a salir de su pecho. Mary se pone de pie, respira profundo y frota sus manos sudorosas sobre el delantal azul que lleva puesto

Odia su vida, a sus padres por haberla obligado a quedarse donde su abuela durante las vacaciones de verano y sus terroríficas clases de piano. Minutos después ahí está, sentada en frente de un piano Steinway gigante de color negro. La primera vez que lo tocó le dijo a su abuela que sus pequeños dedos no le alcanzaban para tocar algunos acordes, pero ella ignoró su reclamo y le dijo que ese mismo modelo era el que utilizaba Rajmáninov​, el pianista ruso, y que ella le debía seguir el paso a los grandes compositores si algún día quiere triunfar con ese instrumento.

El cuarto tiene un mal olor y Mary intenta contener la respiración. Jura que en algún rincón debe haber un ratón muerto o un pedazo de carne en descomposición. Pequeñas gotas de sudor se acumulan en su frente.

Un hueco en de una cortina roja de terciopelo deja entrar un rayo de sol que cae sobre la silla de su abuela. Mary se tensiona de inmediato, al ver la fusta que ella utiliza para corregir la postura cuando interpreta alguna pieza.

Escucha cómo su Babusia arrastra los pies por el pasillo. Apenas escucha el chirrido de la puerta se echa la bendición, al tiempo que  repasa mentalmente las notas de apertura de su lección: la Diabelli Sonatina en Fa mayor.