lunes, 21 de octubre de 2024

"Te sientas a cenar"...

Hay frases demasiado poderosas, que contienen la vida misma por decirlo de una manera, y que cuando uno las lee una vez, se quedan clavadas en la memoria. Una de ellas es la siguiente y le pertenece a Joan Didion:

La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.

Creo que no hay forma de no sentirse identificado con ella. El fin de semana que acaba de pasar la volví a recordar.

Paula, una amiga, vive en un pueblo y el domingo amaneció haciendo sol. El clima parecía indicar que iba a hacer un buen día apropiado para dedicarlo a un hobby.

Paula salió temprano a dar una vuelta por los alrededores del pueblo en su bicicleta. Como suele hacerlo, decidió tomar esos caminos destapados que tanto la atraen. “No deberías andar por esas rutas”, suele decirle Camila, su hermana, pero ella no le hace caso y vuelve a ellas una y otra vez.

A las nueve de la mañana sonó el celular de Camila:

“¿Hablo con Camila Suárez?”, preguntó la voz de un hombre
“Sí, con ella”, respondió , a medida que un vacío se iba concentrando en su estómago, como avisando que le iban a dar una mala noticia.
“La llamo para avisarle que su hermana está en el hospital porque sufrió un accidente en la bicicleta”
“ ¿Qué? ¿En cuál hospital? ¿Dónde?
“El del pueblo”, respondió el hombre.

La piel de Camila se puso más blanca que de costumbre y se quedó con el celular en la oreja y los ojos negros bien abiertos.

“ ¿Qué pasó?, le preguntó una amiga con la que estaba desayunando.

“Paula está en el hospital”, dijo con la mirada perdida, mientras imaginaba a su hermana tendida en una camilla y a punto de morir”.

Luego llamó a un par de vecinos a ver si alguno la podía acercar en carro al hospital, pero ninguno le contestó. Al final decidió ir caminando,

Cuando llegó al hospital, una enfermera le contó lo mismo que le dijeron en la llamada: "su hermana sufrió una caída en la bicicleta y dos hombres que iban detrás de ella la auxiliaron, pararon un taxi y la trajeron.

Le contó queya le habían tomado una radiografía, pero que estában esperando a que el radiólogo llegara de la ciudad para analizarla. Cuando por fin la dejaron ver a Paula, ella le contó lo que pasó:

“Yo iba tranquila por el sector de Cuatro Esquinas, a una velocidad más bien lenta por el borde derecho de la carretera. Sin querer torcí el manubrio más de lo debido, la llanta delantera se metió en un hueco, perdí el equilibrio y caí sobre el hombro derecho en la zanja de cemento.

Camila pensó regañarla,  decirle que ella tenía razón, pero prefirió callar porque su hermana estaba a punto de llorar.

Horas más tarde, en la ciudad más cercana, un ortopedista la tranquilizó y le dijoque si se alcanzaban a ver dos pequeñas fisuras, pero que bastaba  con tener el brazo inmovilizado por un par de semanas para que el hueso se regenere por sí solo.

Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.

miércoles, 16 de octubre de 2024

El café se enfrió

Tengo una reunión a las 8 de la mañana con una española. Para ella es en horas de la tarde, ¿qué hora? a las 3, si no estoy mal. Siempre me vuelvo un lío con la diferencia horaria.

Luego de alistarme me siento en frente del computador listo para ingresar a la sala de Zoom. Me acompaña una taza de café a la mitad. Es el que me sobró del desayuno y que volví a calentar. Me quedo viendo cómo le sale el vaho como hipnotizado. Pienso que debo darle un sorbo antes de que se enfríe y eso hago. Juego con esos pensamientos de forma distraída, hasta que veo un email que ella me envió a la medianoche:

Te importaría cambiar la reunión para la semana que viene?

Justo me programaron una clase en el centro de Valencia y no me da tiempo a llegar.

Ya me dices.

Le doy otro sorbo al café., mientras me pregunto si era una reunión que iba a cambiar el curso de mi vida? No lo creo, aunque ¿cómo saberlo? Es imposible determinar qué evento va a disparar el destino en la dirección menos pensada. Sea como sea quedé un poco desprogramado.

Levanto la taza de café y el último cuncho que me tomo ya está frío.

¿Y a mí qué me importa? Se preguntará usted, querido lector, y es una pregunta totalmente válida. Me dieron ganas de escribir sobre lo que fuera y como no tenía ningún tema en mente, decidí escribir sobre la cancelación de mi reunión.

Escribe sobre lo que sabes, es uno de esos consejos que dan quienes dicen saber mucho sobre escritura. De pronto no sé nada o sé muy poco y lo único que tengo a la mano es escribir sobre el momento, lo que me ocurre en tiempo real.

En fin, quise teclear lo que saliera y ya está. Todo porque quiero volver a retomar mi ritmo en Almojábana.

jueves, 3 de octubre de 2024

Libros, ladrones y lectura

Salgo a leer a un café. El libro que decido llevar es Malas posturas de Lina María Parra Ochoa. Hace poco me topé con él y su forma de narrar me ha parecido tremenda . Al llegar al lugar pido un capuchino y una porción de torta de zanahoria. Luego, haciendo equilibrio con el pedido en mis manos, evalúo dónde me voy a sentar.

La terraza del lugar está casi desocupada y una ráfaga de viento agita las ramas de las matas. Como no quiero quiero chupar frío comienzo a caminar por el café a ver qué otro rincón me llama la atención.

Veo unas sillas de cuero con espaldar alto. Parecen cómodas, pero también de ese tipo de sillas de las que casi resulta imposible pararse después de haberse sentado en ellas; además no tengo donde poner el café y la torta, así que las descarto, pues quiero leer y no tomar una siesta.

Al final me decido por una mesita redonda que está bien iluminada. Me siento, le doy un sorbo al capuchino, pincho un trozo de torta y comienzo a leer. El cuento con el que arranco se llama Los límites.

"Los límites del mundo era los límites de la unidad cerrada".

Tardo poco en enredarme en las redes de su prosa. Me gusta cuando eso pasa, cuando me sumerjo en una burbuja lectora casi infranqueable.

Estoy en esas, cuando algo pincha la burbuja: una mujer, sentada a varias mesas de distancia habla, o bien grita, por su celular sobre cuestiones de su trabajo. Que la cuenta de cobro yo no se quién y que tiene que volver a hablar con Camila para si sé cuantos. Concentro una mirada de odio en ella para ver si logro hacerla callar pero no pasa nada. De malas, ¿quién me manda a venir a leer a un lugar público?

Retomo la lectura, y en menos de un párrafo de nuevo habito el universo del cuento. En un momento levanto la mirada y la mujer que hace un rato hablaba fuerte camina, con su computador en mano, hacia el sector en el que estoy. Alguien acaba de desocupar una mesa y preciso a ella le pareció el mejor lugar para sentarse.

Cuando llega comienza a hablar de nuevo por celular, pero yo me blindo con la lectura. Al rato la mujer se pone de pie y se dirige a la barra para comprar algo. Volteo a mirar hacia su mesa y veo que dejó el computador y su bolso encima, ¿Acaso cree que está en Appenzell, un apacible pueblito Suizo?

Imagino el peor desenlace a su descuido: unos ladrones van a entrar al café y van a robarse el computador y su cartera. Cómo yo estoy cerca, de paso también me van a robar a mí, maldita sea mi suerte. Miro hacia donde está la mujer y continúa esperando su pedido en la barra. ¿Por qué está tan fresca? Divido mi atención entre sus pertenencias y ella. Los ladrones aún no aparecen, no sé por qué tardan tanto ante semejante papayazo. Al rato la mujer viene caminando, como si nada, con un capuchino y un cruasán en sus manos. Se sienta y vuelve a lo suyo, a hablar por teléfono.

Ahora leo Pañuelos de papel: "Mi abuelo murió a las cuatro de la mañana. No recuerdo la fecha pero sí la hora en la que el sonido del teléfono me despertó de un sueño liviano".

Es un cuentazo, Seguro va a quedar en mi top 3 de preferidos. Cuando lo termino, le doy un último sorbo al capuchino, ya frío, y abandonó el lugar. En un arrebato lector decido pasar por una librería y me compro La mano que cura, otro libro de Lina María.

lunes, 30 de septiembre de 2024

Se desmorona

Hablo de un cuento que escribí, es decir que estoy escribiendo, mejor dicho que está en los primeros borradores. Su personaje principal es un sepulturero. Me pregunté una cosa: ¿Qué tal si ese man…? (pongo los puntos suspensivos porque ¿qué tal que concluya una obra maestra, pero alguien sea más veloz escribiendo y robe mi idea?) Así, planteándose esa pregunta, imagino, se crean muchas historias, ¿acaso no? En fin.

Tiene que ver mucho con la muerte, pero ¿qué historia no tiene que ver con ese tema? La brillante Rosa Montero dice lo siguiente: “uno de los secretos es llegar a un acuerdo con la muerte para vivir. Me parecería increíble vivir sin pensar en la muerte” De ahí, imagino, su obsesión con ella y el paso del tiempo en toda su obra.

Pero bueno les decía que el cuento se me desmorona, ¿cierto? Lo que pasa es que arranqué a escribir a  la guachapanda, pensando que esa pregunta que me hice era suficiente, y le fui metiendo elementos de terror, pero ahora algunas escenas se sienten forzadas, como aleatorias, puestas ahí porque se me dio la gana y nada más.

Le voy a dar un par de días a ver si logro solucionarlo. Si no, creo que lo mejor es borrarlo todo, olvidar esa idea y hacer el deber de cranearme otro cuento con más sentido. Mejor dicho, enterrarlo en el olvido o como dice esa frase que tanto odio y que utilicé en lo que llevo escrito: Dale Señor el descanso eterno. Brille para él la luz perpetua. Aunque también me tienta la idea de terminar de escribirlo, de ponerle punto final, sin importar lo malo que pueda estar. Ya saben, escribir para mis propios ojos.

martes, 17 de septiembre de 2024

Zumbido

Se oye un zumbido. ¿Qué lo produce? Las alas de un colibrí con un plumaje verdeazulado metalizado y un pico negro que parece una espada. Esa espada que María Ospina define como: “puro artificio, como si el cuerpo del pájaro existiera solo para sostener ese escándalo”.

El ave se sostiene en el aire, mientras chupa el néctar de una flor roja. lo hace durante unos segundos, trina de forma frenética y sale disparado a volar en cualquier dirección. Al poco rato vuelve a la misma flor y de nuevo sale disparado hacia otro lado. Es como si supiera que le queda poco tiempo de vida. De ahí su afán.

Es puro instinto, puro azar, pura supervivencia, comer o morir podría pensarse. Quizá esa sea una de las claves de la vida, no sobrepensar tanto las cosas y actuar al menor impulso que se sienta, moverse al ritmo del primer zumbido, a manera de susurro, que nos dicta la vida. No lo sé, quizá el colibrí y el resto de animales lo tienen claro, mientras los humanos nos complicamos la existencia.

Hace calor y parece que ese clima les gusta a los colibríes. Cuando el día es opaco y lluvioso no se les escucha trinar. No se escuchan sus zumbidos.

El cielo cuenta con pocas nubes y el sol se oculta detrás de ellas. Estamos encerrados en ese pequeño y pálido punto azul del que hablaba Carl Sagan. Esa gran roca suspendida en el espacio y que contiene todo lo que conocemos: la política, las religiones, las creencias, los amores; eso y todas las cosas en que podemos pensar, las lleva ese punto azul, como zumbidos que se van desvaneciendo en el tiempo.

Solo somos una mota de polvo cósmico, un minúsculo accidente dentro del caos universal, dice el narrador de una novela de Rosa Montero, y hemos sucumbido ante la razón y voluntad, dejando de lado el zumbido de nuestros impulsos.

Ahora se escucha otro zumbido menos intenso que el del colibrí. lo producen las alas de una abeja con un vuelo más torpe y menos decidido que el del ave, pero si hay algo que une a esas especies es el instinto, esa desfachatez para actuar. Por su volumen, resulta difícil localizar al insecto con los ojos. Tal vez busca la misma flor de la que bebió el colibrí.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Escribir para mis propios ojos

El siguiente es una los apartes que más me gusta de los diarios de Virginia Woolf:

"Pero lo que es más relevante es mi creencia de que el hábito de escribir
de esta manera solo para mis propios ojos es una buena práctica.
Afloja los ligamentos. No importa los errores y los tropiezos. Yendo
al ritmo que llevo, debo hacer disparos lo más directos e inmediatos
posible hacia mi objetivo, y por lo tanto tengo que echar mano de
las palabras, elegirlas y lanzarlas sin más pausa que la necesaria
para mojar la pluma en la tinta."

Escribir para mis propios ojos. Escribir por el simple placer de hacerlo. Creo que eso es buena escritura. Que a alguien más le guste lo escrito es harina de otro costal. Escribir, de ser posible, para apaciguar el caos del mundo, o por lo menos el interno.

Eso hago: escribo un ejercicio de escritura creativa que consiste en crear una escena o historia de no más de 300 palabras a modo de drama, comedia o tragicomedia y que incluya los títulos de 3 obras de Shakespeare.

Apenas leo el ejercicio, no tengo ni la más mínima idea sobre qué escribir; incluso me da algo de pereza. Luego llega a mi mente el nombre de un personaje William Shokpo, pero minutos más tarde lo cambio por John, porque uno de los títulos que voy a utilizar es king John, junto con Comedy of errors y The tempest.

La primera imagen que me viene a la cabeza es la de Jhon regándose el café sobre su camisa cuando está desayunando. Eso lo obliga a cambiarse y a planchar otra camisa. Le siguen pasando cosas, y son como una bola de nieve que hace que llegue tarde a la oficina.

El ejercicio va saliendo como por sí solo, las piezas narrativas comienzan a encajar como de la nada y, lo mejor de todo, la escena tiene significado, transmite algo más allá de las palabras.

Solo son 274 palabras que edito tres veces y al final me siento bien con la pequeña viñeta de vida de john Shokpo.

Escribir para mis propios ojos sin importar los errores y los tropiezos, haciendo disparos lo más directos e inmediatos posible hacia mi objetivo. Quizás esa sea una de las claves de la escritura.

domingo, 15 de septiembre de 2024

Nada importa

Mis ciclos de sueño continúan patas arriba. Descargo una aplicación para meditar y busco una rutina de meditaciones guiadas para dormir. ¿Me han servido para dormir mejor? no mucho, pero supongo que me han de servir para algo y por eso continuo practicándolas.

La de ayer me gustó porque antes de entrar en la meditación, es decir, antes de comenzar a respirar profundamente, fijar la atención en las áreas del cuerpo y esas cosas, la voz de una mujer hablaba sobre la importancia de que nada debe importar.

Decía que siempre van a existir contratiempos (esa no era la palabra que utilizaba, sino una más precisa que ahora no recuerdo) en la vida de cualquier persona, y que una de las claves para no complicarse la existencia es aceptar la realidad tal cual como venga.

Eso me hizo acordar de algo que dice Robert McKee en Story, uno de sus libros, pero acabo de buscar la cita con la palabras Pain y suffering y no la encontré. Como sea, o lo poco que recuerdo, Mckee decía que a cada ser vivo le toca una porción de sufrimiento y que no hay forma de escapar de él, y que lo único que nos queda a la mano es buscar maneras para manejarlo.

Una de los métodos para que ese dolor no se transforme en estrés y angustia, consiste en practicar el el fino arte de que nada importe, también conocido como importaculismo o valehuevismo. Dejar que la realidad se le estampe a uno en toda la cara, pero no prestarle mayor atención de la que merece.

Bien lo dice la letra de  Drive de Incubus:

Whatever tomorrow brings, I'll be there
With open arms and open eyes.

De eso, parece, se trata la vida: andar con los ojos y los brazos bien abiertos, para abrazar una realidad que, bien sabemos, a veces supera a la ficción.