miércoles, 23 de octubre de 2024

Me haré cargo de tus libros

“¿Me muero?”, pregunta papá detrás de la máscara de oxígeno, intercalando sus palabras con respiraciones profundas. “Nadie sabe eso con certeza”, le respondo, aunque sé que sí, que ya no le queda mucho tiempo de vida. Su cuadro lo constata, eso me dijo el médico: la mayor parte del tiempo ha estado inconsciente, y su respiración se ha tornado profunda y lenta a veces, otras más rápida y superficial, hasta que vuelve a desacelerarse hasta volverse casi imperceptible.

Imagino que falta poco para que se detenga del todo, así que aprovecho para preguntarle algo que mamá quiere saber: “Hace un tiempo dijiste que querías donar tus órganos, ¿aún quieres hacerlo?

Cuando estoy a punto de contarle lo noble que sería ese gesto de su parte y de qué forma ayudaría a otros pacientes, papá sufre un ataque de tos. A los pocos minutos, cuando se le pasa, prefiero permanecer callado. Es él quien retoma la conversación.

“La verdad es que mis órganos me importan poco. Que hagan con ellos lo que quieran”
“¿Entonces, sí?”, pregunto

Me mira con lástima, como dándome a entender que su respuesta fue lo suficientemente clara y que no debería hacerle desperdiciar tiempo ni energía.

“respira con algo de dificultad y continúa hablando: “Lo que sí me interesa es donar mis libros, mi biblioteca, esa extensión de mi cuerpo que es tan importante como mis órganos. Ayúdame a que lleguen a las manos adecuadas”

Tomo sus manos entre las mías y las apretó fuerte hasta donde me lo permite el catéter por el que le administran quién sabe qué.

Se queda callado, “No te preocupes, me haré cargo de tus libros”, le digo, pero papá no abre los ojos. Ótra vez está inconsciente. 

Su respiración ahora es como un hilo invisible y débil.

martes, 22 de octubre de 2024

Desencantarse

A veces compro libros con método. Es decir, leo reseñas, analizo el tema del libro, me fijo quién es el autor(a), si he leído algo antes, pero otras veces –la mayoría– lo hago a punta de feeling: entro a una librería y comienzo a pasear por los pasillos hasta que alguna portada de un libro me llama la atención. Entonces leo su contraportada y un par de párrafos que selecciono de forma aleatoria: uno del principio, otro hacia la mitad y uno de las últimas páginas; eso cuando el libro no está envuelto en un plástico transparente. Según ese método, decido llevarlo o no. Cuando no puedo leer ninguna de sus páginas, la decisión de compra se basa solo en la información de la contraportada y en lo que me transmita el título

En ocasiones doy con novelas buenísimas que leo como si me las inyectara directo a la vena y otras veces me descacho.

Hace poco compré la novela Economía Experimental de esa manera, y la empecé a leer con entusiasmo hasta que hoy, después de 115 páginas, decidí dejarla.

¿Cuántas páginas se deben leer para tomar la decisión de abandonar la lectura de un libro? No sé. De pronto me demoré en tomar la decisión, pero estaba confiado de que la historia iba a tomar un giro que me iba a enganchar, pero al final eso no pasó. Más allá de eso, la razón principal fue que el lenguaje me pareció enredado, me perdía en él y debía releer los párrafos, como si el escritor se esforzará más en sonar inteligente que en contar cosas. Eso fue lo que más me desconectó.

No soy nadie para decir si es una buena o mala novela, simplemente fue una, como muchas otras que he intentado leer, con la que no conecté.

Hubo una época en que me obligaba a terminar de leer los libros, aunque su lectura no me proporcionara placer alguno, hasta que leí las Notas de prensa de Gabriel García Márquez. En ellas el escritor dice la siguiente verdad:

La verdad es que no debe haber libros obligatorios, libros de penitencia, y que
el método más saludable es renunciar a la lectura en la página 
en que se vuelva insoportable.

lunes, 21 de octubre de 2024

"Te sientas a cenar"...

Hay frases demasiado poderosas, que contienen la vida misma por decirlo de una manera, y que cuando uno las lee una vez, se quedan clavadas en la memoria. Una de ellas es la siguiente y le pertenece a Joan Didion:

La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.

Creo que no hay forma de no sentirse identificado con ella. El fin de semana que acaba de pasar la volví a recordar.

Paula, una amiga, vive en un pueblo y el domingo amaneció haciendo sol. El clima parecía indicar que iba a hacer un buen día apropiado para dedicarlo a un hobby.

Paula salió temprano a dar una vuelta por los alrededores del pueblo en su bicicleta. Como suele hacerlo, decidió tomar esos caminos destapados que tanto la atraen. “No deberías andar por esas rutas”, suele decirle Camila, su hermana, pero ella no le hace caso y vuelve a ellas una y otra vez.

A las nueve de la mañana sonó el celular de Camila:

“¿Hablo con Camila Suárez?”, preguntó la voz de un hombre
“Sí, con ella”, respondió , a medida que un vacío se iba concentrando en su estómago, como avisando que le iban a dar una mala noticia.
“La llamo para avisarle que su hermana está en el hospital porque sufrió un accidente en la bicicleta”
“ ¿Qué? ¿En cuál hospital? ¿Dónde?
“El del pueblo”, respondió el hombre.

La piel de Camila se puso más blanca que de costumbre y se quedó con el celular en la oreja y los ojos negros bien abiertos.

“ ¿Qué pasó?, le preguntó una amiga con la que estaba desayunando.

“Paula está en el hospital”, dijo con la mirada perdida, mientras imaginaba a su hermana tendida en una camilla y a punto de morir”.

Luego llamó a un par de vecinos a ver si alguno la podía acercar en carro al hospital, pero ninguno le contestó. Al final decidió ir caminando,

Cuando llegó al hospital, una enfermera le contó lo mismo que le dijeron en la llamada: "su hermana sufrió una caída en la bicicleta y dos hombres que iban detrás de ella la auxiliaron, pararon un taxi y la trajeron.

Le contó queya le habían tomado una radiografía, pero que estában esperando a que el radiólogo llegara de la ciudad para analizarla. Cuando por fin la dejaron ver a Paula, ella le contó lo que pasó:

“Yo iba tranquila por el sector de Cuatro Esquinas, a una velocidad más bien lenta por el borde derecho de la carretera. Sin querer torcí el manubrio más de lo debido, la llanta delantera se metió en un hueco, perdí el equilibrio y caí sobre el hombro derecho en la zanja de cemento.

Camila pensó regañarla,  decirle que ella tenía razón, pero prefirió callar porque su hermana estaba a punto de llorar.

Horas más tarde, en la ciudad más cercana, un ortopedista la tranquilizó y le dijoque si se alcanzaban a ver dos pequeñas fisuras, pero que bastaba  con tener el brazo inmovilizado por un par de semanas para que el hueso se regenere por sí solo.

Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.

miércoles, 16 de octubre de 2024

El café se enfrió

Tengo una reunión a las 8 de la mañana con una española. Para ella es en horas de la tarde, ¿qué hora? a las 3, si no estoy mal. Siempre me vuelvo un lío con la diferencia horaria.

Luego de alistarme me siento en frente del computador listo para ingresar a la sala de Zoom. Me acompaña una taza de café a la mitad. Es el que me sobró del desayuno y que volví a calentar. Me quedo viendo cómo le sale el vaho como hipnotizado. Pienso que debo darle un sorbo antes de que se enfríe y eso hago. Juego con esos pensamientos de forma distraída, hasta que veo un email que ella me envió a la medianoche:

Te importaría cambiar la reunión para la semana que viene?

Justo me programaron una clase en el centro de Valencia y no me da tiempo a llegar.

Ya me dices.

Le doy otro sorbo al café., mientras me pregunto si era una reunión que iba a cambiar el curso de mi vida? No lo creo, aunque ¿cómo saberlo? Es imposible determinar qué evento va a disparar el destino en la dirección menos pensada. Sea como sea quedé un poco desprogramado.

Levanto la taza de café y el último cuncho que me tomo ya está frío.

¿Y a mí qué me importa? Se preguntará usted, querido lector, y es una pregunta totalmente válida. Me dieron ganas de escribir sobre lo que fuera y como no tenía ningún tema en mente, decidí escribir sobre la cancelación de mi reunión.

Escribe sobre lo que sabes, es uno de esos consejos que dan quienes dicen saber mucho sobre escritura. De pronto no sé nada o sé muy poco y lo único que tengo a la mano es escribir sobre el momento, lo que me ocurre en tiempo real.

En fin, quise teclear lo que saliera y ya está. Todo porque quiero volver a retomar mi ritmo en Almojábana.

jueves, 3 de octubre de 2024

Libros, ladrones y lectura

Salgo a leer a un café. El libro que decido llevar es Malas posturas de Lina María Parra Ochoa. Hace poco me topé con él y su forma de narrar me ha parecido tremenda . Al llegar al lugar pido un capuchino y una porción de torta de zanahoria. Luego, haciendo equilibrio con el pedido en mis manos, evalúo dónde me voy a sentar.

La terraza del lugar está casi desocupada y una ráfaga de viento agita las ramas de las matas. Como no quiero quiero chupar frío comienzo a caminar por el café a ver qué otro rincón me llama la atención.

Veo unas sillas de cuero con espaldar alto. Parecen cómodas, pero también de ese tipo de sillas de las que casi resulta imposible pararse después de haberse sentado en ellas; además no tengo donde poner el café y la torta, así que las descarto, pues quiero leer y no tomar una siesta.

Al final me decido por una mesita redonda que está bien iluminada. Me siento, le doy un sorbo al capuchino, pincho un trozo de torta y comienzo a leer. El cuento con el que arranco se llama Los límites.

"Los límites del mundo era los límites de la unidad cerrada".

Tardo poco en enredarme en las redes de su prosa. Me gusta cuando eso pasa, cuando me sumerjo en una burbuja lectora casi infranqueable.

Estoy en esas, cuando algo pincha la burbuja: una mujer, sentada a varias mesas de distancia habla, o bien grita, por su celular sobre cuestiones de su trabajo. Que la cuenta de cobro yo no se quién y que tiene que volver a hablar con Camila para si sé cuantos. Concentro una mirada de odio en ella para ver si logro hacerla callar pero no pasa nada. De malas, ¿quién me manda a venir a leer a un lugar público?

Retomo la lectura, y en menos de un párrafo de nuevo habito el universo del cuento. En un momento levanto la mirada y la mujer que hace un rato hablaba fuerte camina, con su computador en mano, hacia el sector en el que estoy. Alguien acaba de desocupar una mesa y preciso a ella le pareció el mejor lugar para sentarse.

Cuando llega comienza a hablar de nuevo por celular, pero yo me blindo con la lectura. Al rato la mujer se pone de pie y se dirige a la barra para comprar algo. Volteo a mirar hacia su mesa y veo que dejó el computador y su bolso encima, ¿Acaso cree que está en Appenzell, un apacible pueblito Suizo?

Imagino el peor desenlace a su descuido: unos ladrones van a entrar al café y van a robarse el computador y su cartera. Cómo yo estoy cerca, de paso también me van a robar a mí, maldita sea mi suerte. Miro hacia donde está la mujer y continúa esperando su pedido en la barra. ¿Por qué está tan fresca? Divido mi atención entre sus pertenencias y ella. Los ladrones aún no aparecen, no sé por qué tardan tanto ante semejante papayazo. Al rato la mujer viene caminando, como si nada, con un capuchino y un cruasán en sus manos. Se sienta y vuelve a lo suyo, a hablar por teléfono.

Ahora leo Pañuelos de papel: "Mi abuelo murió a las cuatro de la mañana. No recuerdo la fecha pero sí la hora en la que el sonido del teléfono me despertó de un sueño liviano".

Es un cuentazo, Seguro va a quedar en mi top 3 de preferidos. Cuando lo termino, le doy un último sorbo al capuchino, ya frío, y abandonó el lugar. En un arrebato lector decido pasar por una librería y me compro La mano que cura, otro libro de Lina María.

lunes, 30 de septiembre de 2024

Se desmorona

Hablo de un cuento que escribí, es decir que estoy escribiendo, mejor dicho que está en los primeros borradores. Su personaje principal es un sepulturero. Me pregunté una cosa: ¿Qué tal si ese man…? (pongo los puntos suspensivos porque ¿qué tal que concluya una obra maestra, pero alguien sea más veloz escribiendo y robe mi idea?) Así, planteándose esa pregunta, imagino, se crean muchas historias, ¿acaso no? En fin.

Tiene que ver mucho con la muerte, pero ¿qué historia no tiene que ver con ese tema? La brillante Rosa Montero dice lo siguiente: “uno de los secretos es llegar a un acuerdo con la muerte para vivir. Me parecería increíble vivir sin pensar en la muerte” De ahí, imagino, su obsesión con ella y el paso del tiempo en toda su obra.

Pero bueno les decía que el cuento se me desmorona, ¿cierto? Lo que pasa es que arranqué a escribir a  la guachapanda, pensando que esa pregunta que me hice era suficiente, y le fui metiendo elementos de terror, pero ahora algunas escenas se sienten forzadas, como aleatorias, puestas ahí porque se me dio la gana y nada más.

Le voy a dar un par de días a ver si logro solucionarlo. Si no, creo que lo mejor es borrarlo todo, olvidar esa idea y hacer el deber de cranearme otro cuento con más sentido. Mejor dicho, enterrarlo en el olvido o como dice esa frase que tanto odio y que utilicé en lo que llevo escrito: Dale Señor el descanso eterno. Brille para él la luz perpetua. Aunque también me tienta la idea de terminar de escribirlo, de ponerle punto final, sin importar lo malo que pueda estar. Ya saben, escribir para mis propios ojos.

martes, 17 de septiembre de 2024

Zumbido

Se oye un zumbido. ¿Qué lo produce? Las alas de un colibrí con un plumaje verdeazulado metalizado y un pico negro que parece una espada. Esa espada que María Ospina define como: “puro artificio, como si el cuerpo del pájaro existiera solo para sostener ese escándalo”.

El ave se sostiene en el aire, mientras chupa el néctar de una flor roja. lo hace durante unos segundos, trina de forma frenética y sale disparado a volar en cualquier dirección. Al poco rato vuelve a la misma flor y de nuevo sale disparado hacia otro lado. Es como si supiera que le queda poco tiempo de vida. De ahí su afán.

Es puro instinto, puro azar, pura supervivencia, comer o morir podría pensarse. Quizá esa sea una de las claves de la vida, no sobrepensar tanto las cosas y actuar al menor impulso que se sienta, moverse al ritmo del primer zumbido, a manera de susurro, que nos dicta la vida. No lo sé, quizá el colibrí y el resto de animales lo tienen claro, mientras los humanos nos complicamos la existencia.

Hace calor y parece que ese clima les gusta a los colibríes. Cuando el día es opaco y lluvioso no se les escucha trinar. No se escuchan sus zumbidos.

El cielo cuenta con pocas nubes y el sol se oculta detrás de ellas. Estamos encerrados en ese pequeño y pálido punto azul del que hablaba Carl Sagan. Esa gran roca suspendida en el espacio y que contiene todo lo que conocemos: la política, las religiones, las creencias, los amores; eso y todas las cosas en que podemos pensar, las lleva ese punto azul, como zumbidos que se van desvaneciendo en el tiempo.

Solo somos una mota de polvo cósmico, un minúsculo accidente dentro del caos universal, dice el narrador de una novela de Rosa Montero, y hemos sucumbido ante la razón y voluntad, dejando de lado el zumbido de nuestros impulsos.

Ahora se escucha otro zumbido menos intenso que el del colibrí. lo producen las alas de una abeja con un vuelo más torpe y menos decidido que el del ave, pero si hay algo que une a esas especies es el instinto, esa desfachatez para actuar. Por su volumen, resulta difícil localizar al insecto con los ojos. Tal vez busca la misma flor de la que bebió el colibrí.