viernes, 28 de febrero de 2025

Restarse vida

Es viernes por la tarde y a Camila le quedan dos horas de trabajo. La verdad es que no ha hecho mucho durante toda la jornada. Desde hace quince minutos mira la pantalla de forma fija, perdida en cualquier ensoñación, y ha desbloqueado el celular tres veces, a pesar de que sabe que no tiene ninguna notificación nueva. Deslizar su dedo por la pantalla y ver videos cortos que le exigen un mínimo de esfuerzo mental es su pasión, ¿de quién no lo es?

Sea como sea, aprovechando que está en Home office y que vive sola, prendió un cigarrillo y luego de darle una calada, se impulsó hacia atrás con ambas manos y luego las puso detrás de la cabeza. Podría concluir su jornada laboral ya mismo, pues no tiene ningún jefe encima que la este vigilando, pero el remordimiento de conciencia no la deja y vuelve a mirar el documento de word en la pantalla, al que ni siquiera le ha puesto un título. El cigarrillo lo sostiene en la mano derecha, entre los dedos índice y medio. Intenta teclear algo, cualquier cosa, pero lo único que consigue es que le caiga algo de ceniza al teclado.

Cierra el portátil de un golpe seco. Qué se jodan todos, el mundo no va a dejar de girar si hoy no trabajo más, piensa. Le da una calada a su cigarrillo, juega como el humo en la boca y luego lo bota y se queda mirando como asciende y se disuelve.

En ese instante suena un comercial de radio sobre cigarrillos y una voz grave y profunda dice esa frase que tantas veces ha escuchado: Fumar es perjudicial para la salud.

Arrastra la silla con los pies de hasta el escritorio, abre el portátil y busca cuánto tiempo de vida resta fumarse un cigarrillo. Internet le cuenta lo siguiente: “Según un estudio del University College London (UCL), fumar un cigarrillo reduce la esperanza de vida en unos 20 minutos. Esto significa que un paquete de 20 cigarrillos equivale a perder alrededor de 7 horas de vida.”

Mira la mano que sostiene al cigarrillo, vuelve a leer lo que acaba de buscar y acto seguido cierra el portátil de nuevo. Le da otra calada al cigarrillo. Qué bien se siente restarse vida, piensa.

jueves, 27 de febrero de 2025

La ciudad en la que los árboles sueñan

Sergio, un amigo, me cuenta que después de 3 años de escritura, está a punto de terminar su primera novela. Ha pasado el último año buscando la mejor manera de ordenar temporalmente las más de 200 escenas que lleva escritas, pero le ha dado largas a ponerles el punto final y escribir FIN, esa palabra con sabor a triunfo.

Cree que ha hecho un buen trabajo. Está seguro que su novela no va a ocupar un puesto junto al Quijote o la Metamorfosis, pero eso lo tiene sin cuidado. Lo que más le inquieta es la expectativa que pueda causar su obra. También le parece absurdo haber dedicado tantos años a escribir una novela de más de 300 páginas y que un lector consumado la pueda leer en un solo día.

Pero eso también es lo de menos. A la larga sabe que escribe para que lo lean y que ningún escritor puede escapar a esa vanidad ni mucho menos controlar la velocidad de lectura de las personas. Lo que realmente lo paraliza es imaginar qué va a escribir después de publicar la novela. Dice que en algunos eventos literarios a los que ha asistido, muchos escritores afirman trabajar en distintas novelas al mismo tiempo. ¿Cómo lo hacen?, se pregunta. En su caso su texto se convirtió en un laberinto del cual aún no ha salido.

A veces le da por pensar sobre qué va a escribir cuando la termine, y la idea lo paraliza, pues ninguna trama nueva se le ha asomado en la cabeza. Lo tranquiliza un poco el caso de la escritora Harper Lee que luego de publicar Matar a un Ruiseñor, su novela debut, tardó más de 50 años en sacar una nueva.

Me cuenta que Lee decía que no quería tener encima la presión de la publicidad y que con su primera novela ya había dicho lo que tenía que decir. La escritora pensaba que que la publicación de un segundo libro debía ocurrir luego de su muerte, para no tener que lidiar con la atención de críticos y lectores. 

Sea como sea, La ciudad en la que los árboles sueñan me parece un buen título.

miércoles, 26 de febrero de 2025

Cirugía emocional

A veces leo fragmentos de un libro en los que, por alguna razón, me detengo y los vuelvo a leer una y otra vez, para ver si logro descifrar lo que el escritor quería decir. Hace poco me paso con uno de Manuel Vilas. Decía lo siguiente:

Luchábamos por legitimar la relación, y era bien complicado, pues los dos teníamos nuestro pasado, y había que buscar una acomodación para el otro en la propia familia , y esto requiere alta cirugía emocional.

Es, imagino, un párrafo sencillo. Nada del otro mundo, y ahora me parece mucho más de esa forma, pero no logro precisar qué resonó conmigo en el momento en que lo leí. Quizá fue porque me pareció o parece (todavía no me defino) elaborado. Es decir, pienso (o pensé) que a mí no se me habría ocurrido incluir eso de la cirugía emocional nunca. Siento que esas dos palabras funcionan de maravilla y que no hay otro par mejor para cerrar el párrafo, pero si me preguntan por qué, no sabría cómo sustentar mi afirmación.

O de pronto lo que pasa es que presiento que  Vilas trabajó ese párrafo por días, semanas, incluso meses, hasta encontrar la combinación de palabras correctas. Un día se sentó y lo garabateó en la libreta que siempre lleva a la mano, luego lo paso a limpio y desde ese día comenzó a editarlo como un poseso, como si su vida dependiera de la sintaxis de ese párrafo y del significado que le quería imprimir. Un día abatido por no encontrar las palabras y cuando ya se creía perdido, se sentó en la mesa de la cocina a tomarse una cerveza y como por acto de magia las dos palabras que le dan cierre al párrafo se le aparecieron en la cabeza.

Si alguno de ustedes conoce a Vilas, por favor díganle que me saque de la duda. También díganle que su último libro es bien extraño pero agradable.

lunes, 24 de febrero de 2025

Ritmos de lectura

Una mujer cuenta que no lee desde hace bastante tiempo y estima que no lo hará por otro más, porque si las ocupaciones de su vida no la han dejado, lo más seguro es que esté más ocupada en lo que resta del año. Se me ocurre pensar, de primerazo, que presenta el síndrome malestar de lectura, un término que me acabo de inventar.

De llegar a hacerlo, piensa que será en unas vacaciones,  las cuales tampoco sabe cuándo podrá tomar. Predice que en ese futuro incierto leerá todo el día metida en la cama, que es la forma en que más le gusta leer, y que solo la abandonará para ir al baño. Una especie de activismo similar a la que practicaron Yoko Ono y John Lennon cuando se quedaron una semana en la cama para protestar contra la guerra de Vietnam, solo que en este caso sería un tributo a la lectura.

También cuenta que le gustaría tomar vacaciones para madrugar e ir a la Luis Ángel Arango a pasar todo el día en la biblioteca, ir a cine sola, caminar por la ciudad y  cuando caiga la tarde meterse a un cafecito para seguir leyendo.

A mí como a la mujer también me gusta leer en la cama, pero a las 11 de la noche, un gusto que varias veces me ha hecho trasnochar.

No entiendo por qué, si le gusta leer tanto, no busca espacios del día para hacerlo. Pienso que por más ocupado que yo estuviera, nunca dejaría de leer. También me pregunto si no estaré muy desocupado y si leo mucho. Aunque ese concepto de leer demasiado carece de sentido, pues siempre hacen falta más lecturas. Eso podría ser otro síndrome, el de exceso de lectura y llevaría, a quien lo padezca, a sentir remordimiento por leer mucho, en fin.

Hay personas que siempre cargan un libro y no desaprovechan ningún tiempo libre para leer, bien sea mientras hacen fila en un banco, mientras se hacen las uñas de los pies en la peluquería, en un trayecto de bus, en una sala de espera, en fin, donde sea.

De pronto a esa mujer no le gusta leer de a sorbitos de 15 minutos y cuando se dispone a leer, debe ser una actividad en la que invierte varias horas seguidas. Cada quien con sus ritmos de lectura.

martes, 18 de febrero de 2025

¿Qué palabras vienen?

Cuando me siento a escribir para este blog, por lo general no tengo ni idea sobre qué tema lo voy a hacer. No creo que sea algo que esté bien o mal, pero me gusta sentir esa especie de incertidumbre. Creo que hay poder en lo aleatorio, en lo que surja por una u otra razón ¿Qué carajos saldrá hoy? Suelo preguntarme. ¿Qué palabras son las que vienen?

Hablo de esto porque me acorde de un libro que se llama The Boron Letters. Lo escribió Gary Halbert, uno de los mejores copywriters de la historia.

El título del libro tiene que ver con que lo escribió cuando estuvo preso en la prisión federal de Boron, porque una de las campañas en las que trabajó salió mal, no pudo cumplir con el número de pedidos y fue condenado por fraude postal.

En la temporada que pasó en la cárcel, Halbert decidió traspasar todos sus conocimientos de ventas y marketing a su hijo, a través de unas cartas.

Me acordé de ellas porque cuando Halbert se sentaba a escribirlas, nunca tenía claro qué tema iba a tratar, y terminaba escribiendo lecciones tremendas sobre ventas o sobre la vida.

Eso, creo, puede ser lo bueno de sentarse a escribir a la wachapanda, es decir, a teclear a ver qué sale. A veces, por un alineación de planetas o qué sé yo aparecen unos textos que cargan un significado tremendo. Otras, por lo general la mayoría, resultan textos que no son nada del otro mundo, pero que algún efecto deben tener en quien lo escribe o los lee porque ningún intento de escritura es en vano.

“When you get stuck or emotionally jammed up one of the ways to get yourself unclogged and flowing again is just to keep moving. Run. Walk. Jog. Write. Do the dishes. Or whatever. But don't sit around waiting for a flash from Heaven.”

– The boron Letters

lunes, 17 de febrero de 2025

Fotos maniquíes

Hablo de fotos falsas. Fotos de mentiras, digamos, como las que publican de apartamentos que están a la venta.

Me gusta ver esas publicaciones porque siempre imagino cómo sería vivir en esos lugares, especialmente los que son lujosos y que muestran apartamentos tipo loft con un aire rústico.

Lugares con espacios amplios, terrazas, piscinas y todo tipo de lujos, en los que, parece, la tranquilidad es lo que prima. Por lo general mi fantasía se desbarata cuando leo el precio de venta o de alquiler de dichos inmuebles. Siempre pienso agregar un comentario que diga algo como: me encantaría vivir en este lugar, pero no me alcanza el dinero. Avísenme si le rebajan el precio.

En fin, sea como sea, algo que me molesta es que en esas publicaciones aparecen fotos maniquíes de los apartamentos, es decir, fotos donde todo está en orden. Si es la cocina, por ejemplo, todo está reluciente y no hay rastros de loza sucia o de una de una olla humeante sobre la estufa. Si es una habitación las camas están perfectamente tendidas y nunca muestran a alguien durmiendo en ellas con las cobijas enroscadas en su piernas, o bien una pareja teniendo sexo, pero bueno, quizá eso ya es pedir mucha realidad.

De pronto les iría mejor con la venta de esos lugares si dejan de lado la pulcritud y perfección en las fotos e intentan mostrar la vida tal cual como es: desordenada, imperfecta y sucia.

sábado, 15 de febrero de 2025

Sin palabras

Paula citó a José en un café, o bien podría haber sido al revés. No importa. ¿Qué sabemos de ellos? A primer vistazo podría decirse que son amigos, pues guardan cierta distancia el uno del otro y no tienen ningún tipo de contacto físico.

De repente José le dice algo, una frase corta y contundente que altera la calma del momento. Apenas Paula la escucha, su cara de tranquilidad de se transforma en una de angustia y sus ojos negros se agrandan. Ella se corre en el sofá hasta quedar justo al lado de José. Lo mira fijo a los ojos por unos segundos y luego le toma la barbilla con ambas manos y se la acaricia, pero no es la caricia de una amante, sino la de una profunda amistad.

Ninguno de los dos habla. Quizá,dado el lazo que tienen, han alcanzado un nuevo nivel de comunicación y pueden hablarse a través de los pensamientos o tan solo con leerse los ojos. Mientras Paula lo acaricia sus cabezas están cada vez más cerca, parece que están a punto de besarse, pero ese beso, digno de un aplauso o un suspiro, nunca llega.

José se yergue en su silla y se limpia unas lágrimas silenciosas con el dorso de la mano. Paula condensa toda la ternura del mundo en su mirada y luego lo abraza. Es un abrazo fuerte, como si quisiera salvarlo de caer a un precipicio o de ser arrastrado por una corriente de agua. Un peligro que usted, querido lector, y yo desconocemos.

Siguen sin decirse nada. A veces le dan sorbos a una taza de café que comparten.