jueves, 24 de noviembre de 2016

Exageraciones

Como internet sabe qué nos llama la atención, me hace caer en una página de la universidad de Stanford.  Navego un rato por ella y doy con una Maestria que me interesa. Me cuento una historia y me visualizo en ese campus con una mochila (maleta, pero utilizo la otra palabra porque mi fantasia es la escena de una película).

Me dejo caminando el campus, voy tarde para una clase, mientras vuelvo a la realidad.  Decido averiguar cuanto cuesta estudiar allá.  El precio de un año que incluye: viaje, gastos personales, libros y materiales, servicio médico y cuarto con tablero (gracias por ese último  detalle) equivale a la medio pendejadita de $66,696 dólares.

No quiero fulminar a ese personaje que ya salió de clase y ahora charla, sentado en el pasto, con un grupo de amigos, y evaluó diferentes opciones:  ¿Soy hijo de un jeque? No,  ¿Soy Jeque? tampoco, ¿ahorros? no me alcanzan, ¿Préstamo? no lo voy a pedir.  No paso la cifra a pesos colombianos por pura pereza, pero es claro que es un cojonal de billete; una exageración, pero hoy en día, aceptamos una tras otra sin chistar.

En la tarde me encuentro con mi hermana y le digo que me preste plata para la Maestria.  No tiene, y si la tuviera no creo que me la prestaría.  Hablamos un rato y me cuenta sobre un documental de un tipo joven que llego a Estados Unidos, a vender botellas de vino,supuestamente muy fino,  chiviadas,  por  más de 100.000 dólares.  Necesito primero adquirir y luego vender dos de esas botellas  para hacer mi Maestría.  Ahora ubico a mi yo de película en las islas griegas.  Ya me gradué e hice un viaje con los 66.608 dólares, el saldo de mi exitosa venta de las botellas de vino.  Hago el viaje por dos motivos, por placer y para escapar del mafioso a quien le vendí las botellas.

Aparte de los jeques y sus familiares, imagino a Messi haciendo la maestria.  Ahora quieren comprarlo;  los interesados, deben primero pagarle  una cláusula al Barcelona por 250.000.000 millones de euros y luego mirar qué les va pedir el jugador.

Imagino que cada exageración debe tener su contrapeso, por eso es que mil millones de personas viven, que digo, sobreviven con menos de un dolar al día. 

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Café con dos cucharaditas de envidia

Dos mujeres llegan a un café.  Una de ellas, de pelo negro y largo, lleva una camiseta azul rey y un pantalón negro. La otra, de pelo claro con mechones oscuros distribuidos, al parecer, aleatoriamente con una brocha, lleva puesta una chaqueta de color beige.

Ninguna de las dos tiene más de 40 años.  La primera, de cejas pobladas, que le dan aspecto de estar malgeniada, le pregunta a su amiga: "Qué es un White Mocha?". "Una bebida hiper-calórica".  "Ahh entonces no voy a pedir eso", concluye la aparentemente malgeniada. 

Voltea a mirar a la cajera, y con una sonrisa algo forzada le dice: "A mí dame un Latte" y luego se enfrascan en un breve, casi mecánico, intercambio de palabras para definir el tamaño, tipo de leche y si lo quiere con algo por encima.

A la otra le importa un bledo el tema de las calorías y pide el White Mocha. Mientras espera el pedido y para darle un último respiro a  la conversación que llevaban que esta a unto de agonizar, dice en un tono indignado: "y Daniela nunca terminó con el novio,  ¿no?".

La del Latte, pelo negro o malgeniada, identifíquela como quiera estimado lector, responde instantáneamente: "No, y montó una empresa, o más bien se asocio con un man"

"¿Ah si?" responde la otra, al tiempo que abre los ojos, tal vez cuestionando sus dotes de emprendedora, mientras odia a Daniela, a su amiga, al Latte, a la cajera, al white, black, blue, pink mocha, y al mundo con su desmedido despilfarro de injusticia.  

Parece que las calorías de su bebida se le fueron directo al organo que procesa la envidia, que bien podría ser el hígado. 

martes, 22 de noviembre de 2016

Conversaciones pequeñas

Con Small talk los gringos se refieren a esas conversaciones sobre cosas que no son importantes entre personas que no se conocen bien.  Todos, a veces, somos buenísimos para ese tipo de charla cuando lo mejor sería quedarnos callados.  Hablamos sobre el clima, el tráfico, la noticia del momento y cualquier otro tema fofo que que le apunte a conversaciones ligeras.

Un fin de semana llegué a un café y me puse a leer.  Al rato llegó un grupo compuesto por 8 personas: 5 mujeres y tres hombres, dos de ellos abrieron sus computadores y le dijeron a la mesera: "vamos a almorzar, pero primero vamos a trabajar un rato". 

Una rubia del grupo que me recordó, por el color de su pelo, a Glorfindel the golden haired, uno de los elfos más poderosos de la Tierra Media,   sostenía en sus manos unas hojas que, al parecer, eran conclusiones y comenzó  a leer en vos alta su contenido.

Alcancé a escuchar que la discusión se centraba mucho en temas como la libertad y la responsabilidad.  En un momento la pariente de Glorfindel leyó fuerte y claro: "La religión y el esoterismo eliminan la responsabilidad".  Me imagino que hacían referencia a lo fácil que es para nosotros, achacarle los  eventos que no entendemos a nuestras creencias solo porque sí.

Me interesó su discusión pues todos participaban activamente y se notaba que tocaban los temas de manera profunda. Dejé de ponerle atención al grupo, pues me era difícil escuchar claramente que decían, y muchas de las cosas que dijeron me dio pereza  analizarlas.

Hay una frase del poema "La Invitación" de Oriah Mountain Dreamer que dice: "Quiero saber qué es lo que te sostiene a ti, desde adentro, cuando el resto de cosas se desmoronan".

 Eso, quizá, nos hace falta al momento de conversar, intentar escarbar un poco en nuestras palabras y en las del interlocutor, con el fin de averiguar sobre esos temas que nos apasionan y mueven en la vida.  

lunes, 21 de noviembre de 2016

El closet

Sara Siempre ha asociado los closets con la muerte. De noche, cuando era pequeña, la ropa que colgaba de los  ganchos se transformaba en cadáveres.  Dudaba si el fenómeno  ocurría en verdad o era un truco de su imaginación, pero igual se escondía debajo de las cobijas y rezaba como loca. Le pedía a Dios que su ropa no la fuera a atacar en medio del sueño.  

Al crecer otras rutinas fueron ocupando sus noches y ya no sentía tanta angustia, pero siempre se aseguraba de cerrar las puertas del closet antes de dormir.

Para ella, los closets no eran más que entidades resentidas y cargadas de odio;  esos rincones del hogar que nadie desea mostrar y en el que se acumula basura con el pasar de los años; objetos que ya no sirven pero que se se guardan bajo la peligrosa consigna de "por si acaso".  Es así como ese espacio se va cargando lentamente de energía negativa y quién sabe de que otras cosas.

Un día su madre la sorprendió con una sorpresa.  Había instalado un gran espejo en una de las paredes de su cuarto.  Ese día Sara fingió emoción y le regalo una sonrisa que reprimió su preocupación.  Tenia claro que un espejo y un closet, en una misma habitación, eran una combinación mortal;  pues sabía que, el primero, tiene la facultad de abrir portales a otros mundos y permite que seres malignos ingresen a nuestra dimensión. 

Está cansada.  Hay noches en las que se no pega el ojo por pensar en el tema y vigilar el susurro de las prendas de vestir muertas, valga la aclaración, dentro del closet. Cuando sus niveles de autosugestión se disparan, asegura escuchar ruidos y voces dentro del closet, e imagina a esas prendas de vestir, que poco se pone, conspirando en su contra, con la ayuda de seres de otras dimensiones, que lentamente se filtran a través del espejo.

jueves, 17 de noviembre de 2016

La mamá de mis no-hijos

Justo en este momento, no digo “etapa de mi vida” pues suena a frase acartonada que tantea los terrenos del cliché, no deseo tener hijos. Está claro que, a futuro, es una postura que puede cambiar, pero decir que la vida va a ser diferente resulta obvio; el cambio está presente a todo momento en nuestros asuntos, sino que, a veces, preferimos ignorarlo. 

Cuando conozco a una mujer que me llama la atención, inmediatamente la catalogo como la mamá de mis no-hijos, de unos seres, no seres claro está, que existen en mi imaginación pero que carecen de cualidades antropomórficas; son como un gas que intenta solidificarse en un rostro.

Quizá le prestamos más importancia al mundo de lo inexistente que al real, a esos eventos imaginarios cargados de fantasía que abundan en nuestras cabezas; complementos de nuestra realidad y tan necesarios como la energía del trozo de pan que comemos al desayuno, que igual nunca vemos. 

Lo ideal sería que la mamá de mis no-hijos, también me viera como un padre de los -suyos,  sus no-hijos para estar claros, pues creo que es más fácil establecer comunicación y tener una no-familia, con quien comparte una postura en común.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

El ojo de la cerradura

Miró por el ojo de la cerradura y olvidó todo en ese instante: quién era, que hacía, donde estaba, fue cómo caer en el pozo de la inconsciencia . Al rato, imágenes en desorden comenzaron a llegar a su cerebro.  Logro hilarlas de alguna manera para contarse una historia:

Esa noche, un amigo lo invito a quedarse en su casa.  Acepto de inmediato al recordar la atractiva figura de Julia, la  hermana de su compañero.  La idea de dormir bajo el mismo techo lo estimulaba.

Habían pasado cinco años desde su graduación, y decidió restarle importancia al paso del tiempo que lentamente acaba con todo, incluso con los recuerdos; en su mente ella permanecía intacta.

Llegaron felices y pasados de copas, bebieron una cerveza más en la cocina, acompañada de un par de anécdotas , hasta que por fin decidieron irse a la cama.

La oscuridad, complice de los más íntimos secretos, le produjo un deseo morboso que pronto se apoderó de él. Se levantó con resolución de la cama, subió las escaleras sin hacer ruido y caminó entre sombras amenazadoras a ambos lados, producto de la luz de los postes en la calle, por el amplio pasillo del segundo piso.

Ahí tenía justo enfrente de él,  la puerta de la habitación de Julia.   La luz del cuarto estaba encendida. Se sintió ridículo, al deambular en ropa interior por la casa  de su amigo, pero pronto Julia ocupo todo el espacio de su mente.  Se la imaginó recostada sobre la cama con un baby doll negro y fumando un cigarrillo.  En su fantasía ella lo estaba esperando.  Ambos compartían un secreto de amantes cómplices. 

El sonido de la puerta de la nevera lo trajo de vuelta al tedioso presente.  Al parecer, su amigo se levanto por un vaso, no de agua, le parecía simple que las personas se levantaran a beber agua en las noches. Como era su fantasía decidió que él   se servía un vaso de whiskey.

 "¿Y si subía y se lo encontraba?", pensó. Se quedo quieto e intentó adoptar  las propiedades inertes de los objetos que lo acompañaban en ese momento: una mesa, una lampara y un cuadro, un retrato familiar.  Espero un par de minutos hasta que el silencio nuevamente reinó en en el ambiente.

El ojo de la cerradura era el medio perfecto para culminar su inocente y decidida travesía. El mecanismo de metal  era la metáfora perfecta que representaba sus profundos deseos de espiar la vida de Julia sin ser descubierto, de enterarse de eso que, se supone, no debería saber.

Ubicó su cara enfrente de la puerta  y cerró el ojo izquierdo, mientras abría el derecho, ubicado en el ojo, de forma exagerada.   ¿Qué quería encontrar?, presenciar una fracción cruda de la vida de Julia, verla sin ninguna mascara, en su estado primordial, indefensa pero hermosa.

Se alejó de la puerta y se pellizco un brazo para descartar la posibilidad de estar en un sueño. Se volvió a acercar y sus sentidos y lógica no eran capaces  de procesar el momento.  Al principio creyó ver nada, luego ella apareció, no en el baby doll negro que imaginó sino recostada sobre su cama con  una sudadera rosada leyendo un libro.  

Justo cuando más se deleitaba y relamía de esa visión celestial, la oscuridad hizo presencia. 

"Espiar a las personas, sin importar cuál sea el  ojo de la cerradura que utilicemos, tal vez es acercarnos a la muerte.  Algunos terrenos es mejor dejarlos inexplorados" pensó. sintió que la mesa, lámpara y el cuadro se burlaban  en silencio. 

martes, 15 de noviembre de 2016

El escritor

Llegó a su casa y prendió el computador. Lo había dejado en modo de suspensión asi que la pantalla se encendió al instante. Pensó en las ganas de inmediatez que tienen los seres humanos para abordar cualquier asunto "Queremos que todo pase ya, en un único instante, que nada tenga estados. El afán nos va a matar algún día", concluyó para sí mismo.

Su esposa dormía así que no prendió la luz del techo, esa que tanto odiaba cuando el era quien se encontraba en la cama, sino la lámpara del escritorio, un regalo de  Camila, una vieja amiga, a quien creyó su alma gemela hasta que ella misma le presentó a Catalina, su esposa, quien sabe si para quitárselo de encima.

Catalina ya rondaba los 35 y estaba desesperada por casarse.  Salieron un par de meses, e igual de fácil a que 2 más 2 suman 4, se comprometieron, pues  "¿qué había que perder?" le preguntaban sus amigos.  La presión social termino por doblarlo y le propuso matrimonio.

Escucha una moto que pasa a gran velocidad por la calle.  Imagina que el hombre que la maneja va sin casco y cómo el viento le golpea en la cara.  Decide que es un gigolo supremamente atractivo y lo envidia, pues está casi seguro que va hacia la casa de una de sus clientas.

Frena en seco todos su pensamientos y escribe otras líneas de su novela:

"Juro por Dios que nunca sospeché de nadie más que Ambrosio Luna Riveiro.  Quiero que quede claro que siempre me desarmo con su despilfarro de ingenuidad"  

Dice Juliana, su personaje principal basado en Catalina.  Él juega con la idea de ser Ambrosio, pues este quiere eliminarla.  No tiene claro como implementar esa muerte en su novela. Ve un homicidio como una salida fácil y quiere, no sabría decir por qué, que su novela sea compleja.

"Qué es una novela compleja?" se pregunta ahora

Se supone que la noche, con el silencio como complice, es uno de los mejores momentos para escribir, pero ahora unos perros no paran de ladrar en un garaje cercano y la alarma de un carro se disparó. Ambos incidentes parecen estar ligados, seguramente la alarma se activó, lo que hizo que los perros comenzaran a ladrar.  

En medio de lo complicada así debería ser la trama de su novela, cristalina, redonda y limpia, casi obvia. Un evento de acción y reacción como el de la alarma y los perros.  

Ahora tiene sueño y muchas dudas sobre su novela.  Tal vez mañana escriba uno de esos tontos artículos de cómo hacerlo: "7 cosas que debes hacer cuando dudes de tú novela" o algo por el estilo. 

Apaga la luz y el computador y siente ganas de asomarse a la ventana para fumarse un cigarrillo, pero recuerda que leyó una escena similar en una novela y la tildó de cliché.  Se quita el pantalón, se deja la camisa y se tumba al lado de Catalina que está profundamente dormida y no se mueve.  Fantasea con la idea de que esté muerta.