jueves, 8 de diciembre de 2016

Idea de las 2:00 a.m

Son las dos de la mañana.  Estoy a punto de acostarme y de repente se aparece en mi cabeza  una idea para un escrito.  La mastico por un rato,el sabor de sus jugos me dice que no es un cliché o lugar común, hasta convertirla en bolo idealistico.

No puedo dejarla en el esquivo mundo de las ideas, mucho menos cuando se apareció sin ser invocada.  Agarro mi libreta y trato de desarrollarla en 46 palabras que garabateo deprisa sin esforzarme en la puntuación del párrafo. Sonrío porque ya no se me va a escapar, tal vez más tarde la deseche o me parezca una completa basura, pero por el momento podría competir, de llegar a existir, por el premio nobel de ideas generadas entre las 2 y tres de la mañana.

En la tarde me enfrento a ese primer borrador que Hemingway siempre consideró una  mierda. Leo y releo lo que escribí.  Hemingway tenía razón, que arrume de palabras tan sonso.  La madrugada, estemos borrachos o no, tiende a embellecerlo todo.

No quiero ser derrotado por un puñado de palabras, y las escribo en un documento de word.  "Ahora si veamos cual es la pendejada"  pienso y a la vez les hablo a las palabras, me gusta desafiarlas. Nos comunicamos telepáticamente pero no me responden nada, se les siente la rabia previa a una manipulación indiscreta de quien les dio vida.

Copulan entre ellas y se reproducen  hasta 170 en un segundo borrador y 199 en el tercero.  ¿Cuál es el número de borradores óptimo? No sé, Hemingway solo habló acerca del primero.  Espero llegar al quinto para dejarlas descansar. 

miércoles, 7 de diciembre de 2016

La llave

Domingo, me acuesto en la madrugada pero Morfeo me evita y solo duermo un par de horas. Cierro los ojos e intento caer en un sueño, profundo, pando, el que sea. pasan varios minutos y mi mente comienza a maquinar miles de situaciones. No logro dormirme y estiro la mano para alcanzar el control del televisor. Lo prendo. 

Están dando una película, ni idea cual. En la escena en la que caigo salen un hombre y una mujer en un restaurante elegante. Interpretan a personajes que no deben tener más de 30 años. 

El hombre con cara de satisfacción saca un regalo: una caja envuelta con una cinta, la pone sobre la mesa y la desliza hacia su acompañante. Ella, su novia, lo mira sorprendido y le pregunta “¿qué es?”. “Ábrelo” le responde este. La mujer no tiene problema alguno para abrir la caja, la cinta resulto ser un mero ornamento decorativo y el nudo se deshace al levantar la tapa de la caja. 

Ahora la cámara enfoca el interior de la caja; tiene una llave. La mujer ríe de forma nerviosa y vuelve a preguntar “¿Qué es esto?”. Su acompañante, muy sabio, evita responder lo obvio: “Una llave, ¿Qué más puede ser?” y le dice con un tono de voz que evidencia un “maldita sea, algo no anda bien”, “Es la llave de mi apartamento, quiero que te vengas a vivir conmigo” 

Su novia lo mira con lástima. “Lo siento no puedo” le dice mientras busca las palabras para concluir su frase. “Lo que pasa es que me gusta otra persona”. El hombre no sabe que responder, pero bueno era una de los posibles resultados de su propuesta, que le dijeran que no, igual está muy desconcertado.

La mujer, no satisfecha, decide adornar más su puñalada verbal. "Pero mira, no quiero que terminemos" Lo dice tan fácil como si le estuviera pidiendo mas hielo al mesero. El hombre se queda callado. Luego, una imagen panorámica de una ciudad es la transición que le da paso a otra escena.

martes, 6 de diciembre de 2016

Más tristeza que alegría

 ¿Con cuantas personas se cruza uno en un día y qué pasa por sus cabezas?  Creo que nunca somos completamente sinceros y debajo de nuestras miles de capas de la comunicación, guardamos  tristezas,  derrotas, desaciertos importantes o no,  que nunca saldrán de los abismos de nuestra cabeza, cerebro e imaginación y que intentamos opacar con aciertos y alegrías.  

Me gusta pensar que ese con el que me encuentro en un bus, en la calle, en el supermercado en la fila de un banco está dichoso o  destrozado anímicamente, tal vez más lo segundo que lo primero.

No es que me regocije en las desgracias ajenas, pero me molesta esa consigna moderna de irradiar felicidad a todo momento, que nos obliga a andar  ocultando nuestra tristeza. La clave para conectarnos de manera más sincera con las personas, se encuentra en la vulnerabilidad y la tristeza, que permiten mostrarnos crudos sin tantas pendejadas y exigencias sociales.

Hace muchos años, un día que almorcé sólo en la librería Prólogo, hojeé una revista que tenía un artículo que me gustó mucho. Hace poco, por cosas de clics y procastinación di con una frase que anoté esa vez.

"La tristeza no es lo contrario a la felicidad, al contrario, es precisamente
 lo que nos humaniza, nos han explicado mal"


Bien nos habían advertido los Beatles: "Hapiness is a warm gun"

lunes, 5 de diciembre de 2016

El amor

El fin de semana pasado fui a un matrimonio y le puse algo de atención a las palabras del cura, que en un momento habló sobre el amor.  El fragmento de la biblia que escogió para la ceremonia era la carta de un apóstol a los Corintios, que siempre me recuerdan al corinthians, equipo brasilero; asociación, claro esta, simple.

Según el cura el texto es bellísimo, pues la primera sección de este explica qué es el amor y la última qué no lo es. Fueron palabras que captaron mi atención, pues creo que realmente nos falta mucho por saber en que consiste ese sentimiento,  así que eliminé las ideas que se me cruzaban por la cabeza, e intenté ponerle  a la lectura del texto.

No me pareció nada del otro mundo, posiblemente no lo entendí o interpreté de la manera que debía hacerlo, o como el cura quería que lo hiciéramos.  El punto es que, como muchos pasajes de la biblia, era una pequeña historia y lo realmente valioso de estas es que cada quien las entiende a su manera y se apropie de ello que considere importante. 

Cuando el cura terminó de leer el texto inició su análisis propio (sermón le llaman unos) y ahí si me dio mucha pereza ponerle atención.  

Me distraje mirando las montañas que eran el paisaje de fondo y  me quede sin saber qué es el amor.

viernes, 2 de diciembre de 2016

"Estoy que me bebo"

"Pues Uber Angel.  Uno llama un man para que le maneje marica.  No me vaya a dejar sola que estoy que me bebo" le dice una mujer a otra.  La primera tiene carro, y la respuesta que le da a su amiga, soluciona una objeción que esta le hizo sobre cómo iba a tomar si había llevado el carro. 

La segunda le regala una sonrisa a medias, quizá solo tenga ganas de llegar a su casa para tumbarse en la cama y dormir como si no hubiera un mañana.  Igual termina por afirmar con la cabeza, su corazón es muy grande para dejar a su amiga, la bebedora empedernida,  sola.

Me causa curiosidad saber por qué está que se bebe. ¿Está despechada?  ¿embrutecerse hasta alcanzar estados de inconsciencia es la norma, una vez llega el fin de semana? no importa, quiere beber y ya. 

El punto es que le achacamos al trago muchas facultades místicas y curativas del alma, como si el trago de verdad pudiera desinfectarnos de nostalgias, tristezas y cosas por el estilo, cuando, en ocasiones, nos hunde y hace naufragar en esos estados. 

 Igual,  lo seguimos adoptando como una solución.  Es una mentiras bien clavada en nuestro cerebro, y siempre existirá alguna manera para justificarla.

 Algo similar ocurre con el famoso "vaso de agua" que se supone, cura fuertes sustos, ¿a quién carajos se le ocurren esa vainas y cómo es que las aceptamos sin cuestionar?

jueves, 1 de diciembre de 2016

Conversación clara

Hay sábados, si no he trasnochado, en los que trato de levantarme algo temprano y me voy a leer a un café que queda cerca a mi casa, plan simple pero el cual me agrada mucho, porque en dichas sesiones de lectura logro concentrarme, siento que todo fluye y que no hay nada por lo que me tenga que preocupar. 

El sábado pasado cuando llegue a ese sitio, estaban desayunando en una mesa un grupo compuesto por 7 mujeres y un hombre que eran sordos, mudos o bien sordomudos. Ellos estaban enfrascados, me pareció de acuerdo a sus sonrisas, en una amena conversación, mientras se comunicaban por medio de su lenguaje de señas con las manos. 

Siempre me ha intrigado mucho esa forma de comunicación, pues me parece complicada, y admiro a las personas que la dominan y la hacen ver tan fácil. Al verlos gesticulando y moviendo sus manos, me pareció como si estuvieran llevando un ritmo y tiempo, lo que me llevó a pensar que por eso es que se encontraban tan contentos y su conversación fluía.

Tal vez por esa forma de llevar el ritmo de la conversación, los sordomudos logran una mejor empatía con sus interlocutores; a diferencia de los que nos comunicamos a través de la voz y las palabras, pues muchas veces no entendemos lo que nos quieren decir, no se nos da la gana entenderlo, y en varias ocasiones atropellamos las palabras del otro, buscando el conflicto y/o la des acreditación. 

Imagino que el lenguaje de señas tiene tiene un punto a favor, pues un conjunto de estas significa algo concreto y puntual, que no se puede tergiversar

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Visitar librerías

Me gusta visitar librerías, así únicamente vaya a hojear y antojarme de diferentes libros; actividad, dirán algunos, masoquista.

¿Por qué lo hago? de cierta forma me ayuda a tener presente mi mortalidad en índices de lectura; ser consciente que toda una vida, que no resulta ser más que un puñado de años, no basta para leer ni menos del 0,00001% de todo lo que quisiéramos.

Ayer fui a una y la escena es siempre la misma: Estanterías, una tras otra, atiborradas de libros. Siempre camino rápido entre ellas, quizá con algo de angustia. Así lo hice en esta última visita, hasta que la curiosidad me venció y frené en seco para mirar un libro de Italo Calvino. Desde hace mucho tiempo tengo Las Ciudades Invisibles en mi radar de lectura. En un acto reflejo leo un párrafo maravilloso en la contraportada del libro que acabo de tomar: 

“Era difícil hablar […], poseídos por un mar de palabras, enmudecíamos cuando estábamos juntos, caminábamos en silencio uno a lado del otro por el camino de San Giovanni. Para mi padre las palabras debían servir para confirmar las cosas, y como señal de posesión; para mí eran previsión de cosas apenas entrevistas, no poseídas, supuestas” 

A la derecha, “Fuera de la Literatura” de Joseph Conrad me saluda. Las manos me comienzan a picar e intentan sacar la billetera del bolsillo. Abandono el lugar, esperando que mi memoria no me falle en el momento en que quiera recordar los diferentes libros y autores con los que me crucé en esta visita.

Y es que los libros no leídos, toda esa cantidad de historias, información, personajes, enseñanzas que hacen parte del terreno de lo desconocido, que probablemente nunca tendremos la oportunidad de explorar, nos atrae misteriosamente.

Quizás es por eso que compramos libros así nunca los vayamos a leer, porque de forma inconsciente sabemos que en ellos se encuentra la solución a muchos de los temas que día y noche nos enredan la cabeza.

En algunas de esas visitas, sin importar cuantos libros tenga en cola de espera, cedo a la tentación y compro uno nuevo, uno que entra a hacer parte de eso que unos llaman la anti-biblioteca; lugar tanto físico como imaginario repleto de libros que no hemos leído y otros tantos que nunca vamos a leer.