martes, 21 de febrero de 2017

Mariposas blancas

Desde hace unas semanas, había comenzado a adelgazarse.  Lucía cansado, como si estuviera a punto de tirar la toalla de la vida.  Y claro que tuvo consultas médicas,  y claro que se hizo diferentes exámenes pero los resultados no mostraron nada extraño. De todas maneras sabía que algo no andaba bien y que estaba encarando la última curva de la vida. 

Se había sacado la lotería de una enfermedad huérfana.   Quizás dedicó algo de tiempo a martillarse la cabeza con "por qués" destructivos que únicamente sirven para edificar  angustias.

Un día,  no tuvo fuerzas para levantarse de la cama.  La semana anterior había trabajado como si nada, pues no iba a permitir que su estado le hiciera zancadilla a su estilo de vida.

A partir de ese momento quiso compartir todo el tiempo posible con su familia.  "No quiero un funeral; me aterra pensar que mis hijos tengan que cargar mi ataúd" le dijo a su familia.  Quizá quería restarle importancia a la muerte y hacer que la situación fuera lo más llevadera posible.

Muchos de sus amigos, sin ningún motivo en particular  fueron a visitarlo esa semana; decían que habían sentido  necesidad de verlo.  Él  también había pedido que la música de Los Beatles, su grupo favorito, no dejara de sonar en la habitación en la que se encontraba.  

Una tarde, a eso de las tres p.m, su esposa estaba atendiendo una visita en el estudió, cuando sintió que algo le oprimía el pecho y comenzó a llorar desconsolada.  Murió  justo en ese instante. 

Al día siguiente, una mata que del jardín, que  hace rato estaba apagada, volvió a florecer, al tiempo que varias mariposas blancas hicieron presencia. 

lunes, 20 de febrero de 2017

El reino del hombre con barba

Camina de afán, de un lado para otro,  con un jarro de cerveza en la mano.  La bebida parece un mar amarillo  picado, con olas a punto de sobrepasar la boca del vaso, pero el hombre tiene claro en qué momento frenar y cómo moverse para no derramar ni una gota.

Lleva una barba poblada y canosa que, al parecer, guarda miles  de historias.  Está pendiente de todo: quién entra, quién sale, qué quieren beber las personas, de qué hablan un par de hombres sentados en una mesa sobre la que reposan dos tazas de tinto medio llenas, y cómo se encuentra la mujer que alterna la lectura de un libro con sorbos de una copa de vino tinto; qué quieren los de la barra y los que husmean, indecisos, el mostrador y los estantes.

Apenas entro, da media vuelta bailando con su bebida y me saluda: "¿Qué tal?, ¿como está?, ¿qué está buscando?" me pregunta, mientras pone su mano libre sobre uno de mis hombros; un saludo sincero que no traspasa las fronteras de la comodidad.

Le pregunto por un par de libros. Le pide a su ayudante que los busque y me vuelve a hablar: "Puede sentarse ahí y leer un poco cuando le pasen los libros" me dice, al tiempo que me señala una silla.  "Gracias, unos amigos me están esperando afuera", le respondo con algo de pena.  No sé si me alcanza a escuchar, pues apenas termino la frase ya atiende otro asunto.

El hombre de la barba, vuelve a mi sitio y señala uno de los libros que pedí: "Ese es muy bueno".  Cuando termina la frase arranca de nuevo su baile y no me da tiempo de responderle. 

 Le doy las gracias al ayudante y me despido de él.  Cuando abro la puerta volteo para despedirme, y suelto un "Hasta luego, muchas gracias" más fuerte de lo normal, pero es una despedida en vano; el hombre con barba no tiene tiempo para aquellos que  están a punto de abandonar su reino. 

viernes, 17 de febrero de 2017

Cargas

El paquete que carga sólo le pesa en la conciencia. "Cada quien lleva sus cargas como mejor le parezca" piensa.

El sol había aparecido en la mañana, fuerte, inclemente y ahora se esconde tímidamente detrás de una nube gigante a la que le busca alguna forma pero al final la deja en lo mismo, en nube. Más que el calor, lo que le pica son sus ideas que colisionan con fuerza dentro de su cabeza.

El café en el que se encuentra es uno de los más concurridos de la ciudad.  Varios hombres de negocios, vestidos con traje y corbata conversan, discuten y se odian en silencio, detrás de gestos cordiales y risas.

A su derecha se encuentra una pareja de adolescentes. El joven tiene una mochila en su espalda, otra carga, y  las manos de su pareja agarradas  por encima de la mesa. Sobre esta reposan 2 vasos de café que aun despiden vaho, y un cuaderno rojo junto a un esfero verde que, al parecer, le pertenecen a ella, una mujer flaca de ojos negros grandes y profundos.

Los jóvenes inclinan sus cuerpos sobre la mesa y se besan. 1,2,3,4,5,6 de manera inconsciente cuenta los segundos que dura el beso, "La carga del amor", piensa.

Se pregunta por la serie de eventos, afortunados o desafortunados que llevaron a las personas que se encuentran con él hoy a ese lugar, ¿destino? ¿casualidad? ¿Causalidad? ¿qué es todo eso?, sigue alargando los segundos.

Palpa el paquete por encima de la mochila y recuerda que su color es similar al del cielo en esta mañana, cálido, contrario a su rugosa superficie.

No logra callar algunas ideas que le pesan y se encuentran en un pequeño rincón de su cabeza, como siempre las cargas mentales las más peligrosas. ¿Y qué si está equivocado? ¿y qué si nada está bien o mal? todo, como siempre, termina en preguntas.

Las campanillas de la puerta suenan. Una mujer de pelo rubio entra con su hijo . El pequeño lleva una pelota de letras en sus manos y balbucea algo, ¿qué?.

Un rayo de sol se cuela por una de las ventanas, en un ángulo perfecto, que le permite ver como danzan unas motas de polvo en el aire.

Al niño se le escapa la pelota de las manos y va a dar a sus pies. Considera el hecho como una señal teatral, el desencadenante perfecto para jugar su papel.  No aguanta más, se pone de pie y grita con todas sus fuerzas: 

"Allāh akbar"

jueves, 16 de febrero de 2017

Debajo de todo

There's times where I want something more
Someone more like me 
There's times when this dress rehearsal
Seems incomplete 


Me suelen gustar las mujeres que se parecen en algo a mí.  Tal vez esté equivocado, tal vez lo mejor sea aferrarse al viejo cliché: "Los polos opuestos se atraen"; buscar a alguien completamente diferente, diametralmente opuesto en todo aspecto de vida. 

Siempre me había imaginado bailando despacito esa canción con ella, bien pegaditos, besándonos, usted sabe querido lector, esas fantasías que uno recrea en la mente cuando alguien le gusta. 

De repente un día llegué a la oficina y mi jefe me dijo: "Mañana viaja a Medellín". Por fin la iba a conocer. La llamé inmediatamente y le conté. Todo era felicidad. A veces los planetas si se alinean y todo ese montón de cosas raras en las que algunas personas creen ocurren, o eso parece. A veces toca mirar debajo de todo, para darse cuenta que los sucesos se desenvuelven de acuerdo a lo esperado.

But, you see the colors in me like no one else
And behind your dark glasses you're 
You're something else 


Esa noche íbamos a al Blue, un barsito que a ella le encantaba o le encanta, supongo que sus gustos no han cambiado, del que siempre me había hablado. Algún día tenemos que ir, rolo maluco. me había dicho. Ese día, por fin había llegado. Llevábamos tres noches seguidas parchando, haciendo toures tipo "Una-cerveza-en-cada-bar". Apenas nos encontrábamos el cansancio de la jornada laboral desaparecía. 


Pero esa noche, la última de mi viaje, algo la había picado. No quería nada conmigo y en cierto momento nos pusimos a pelear. Salió del bar emputadísima y no la seguí. Cuando me quede sólo, en medio de la pista, comenzó a sonar Undeneath it all, malditas coincidencias. 

Al rato volvió con una amiga. Tenía actitud de fiesta pero no conmigo. Me fui a dormir.


You know some real bad tricks
And you need some discipline

Debajo de su loquera temporal en esa ocasión, debajo de todo, era espectacular:



You're really lovely
Underneath it all

miércoles, 15 de febrero de 2017

Alicia

"¿Cuál es el color de la tristeza?" se preguntó mientras se le escapaban unas lágrimas que, aunque incoloras, le parecieron azules.  Decidió que ese color era con el que debía vestir su estado de ánimo "¿son el mar y el cielo sinónimos de tristeza?", igual, ¿qué importaba? 

Conoció a Alicia en un curso de escritura creativa.  Al principio sólo era una más de los asistentes.  No creía en el amor a primera vista, pues cree que bajo ella todos son iguales, pero ella probó lo contrario.

En los descansos solían ir a un Pub cercano al lugar donde tomaban la clase, a tomar y comer algo. En ese lugar solo ponían rock.

Nunca le presto atención a las conversaciones sobre autores, libros y escritura que sus compañeros sostenían en ese lugar, pero si a lo que sonaba. Cantaba la canción mentalmente y si no se sabía la letra intentaba llevar el ritmo con su pie derecho pisando el pedal de un bombo imaginario. Un día sonó "La Mula" el conocido solo de batería de Ian Paice del Made in Japan.  Mientras le ponía atención a los desquiciados redobles, tripletas, notas y patrones, se miraron y se atrevió a pensar que ella esbozo una sonrisa que iba más alla de la decencia.  Cuando se devolvían al salón comenzó a llover, y  ahora, con el pelo mojado, Alicia no solo se veía bonita sino también sexy.

Luego de ese día comenzaon a hablar y terminaron saliendo.  Todo marchaba tan bien como un compás de 4/4 en batería, hasta que ella le contó  que tenía que irse del país.  Aunque fue una cachetada directa a sus emociones, actuó como si nada.  Pudo ver lo triste que ella estaba cuando le dio la noticia pero, como no le gusta el drama, guardo silencio.  

Alicia le soltó semejante bomba verbal en el pub.  Extrañamente ese día no sonaba Rock sino uno tonada de unos  violines tristes .  La vida y sus bandas sonoras.

El día en que Alicia viajaba, fue al aeropuerto no para despedirla, sino sólo para ver cómo el avión despegaba, quería ahogarse en su tristeza y melancolía. 

 Ahora le ha cogido gusto a comer chocolate en diferentes presentaciones porque alguien, no tiene idea quien, estableció que es una buena manera de contrarrestar la tristeza.

martes, 14 de febrero de 2017

Guitarras

Barcelona en primavera. Es raro que a las 7 de la noche todavía sea de día. Las estaciones y sus maravillas para quienes solo están habituados a sol, la lluvia , la noche y el día. 

Habían salido a caminar por Las Ramblas, pero estaba repleta. Conversaciones, risas, mucho ruido. Un mar de cabezas presenciaba los espectáculos artísticos de la calle: bailarines, pintores, músicos, estatuas callejeras, cualquier cosa. 

Tanto caos no era lo suyo. Después de caminar un largo rato, terminaron en un Chiringuito del Mar, ¿Cómo no aprovechar la playa de noche? Pidieron cerveza y mojitos y hablaron mucho, de todo y de nada, como siempre.

Cuando el sol por fin se rindió ese día, arrancaron a caminar sin un rumbo definido, a puro modo flanerie, sin objetivo, sin un destino definido, el camino abierto a cualquier posibilidad.

Fieles a esa conducta llegaron al Barrio Gótico, con sus edificios y calles de piedra, y sus gárgolas expectantes. Entraron a un restaurante, donde los atendió un mesero cubano, que les explicó todas las bondades del pan Tumaca y la forma correcta de prepararlo. Después de un par de preparaciones, esparcían el ajo, tomate y aceite sobre las rodajas de pan, como si fueran Catalanes. 

Salieron del restaurante y doblaron en la primera esquina de su trayecto. Vieron a un grupo de personas arremolinadas en la entrada de en un edificio. Se acercaron para ver a qué se debía el alboroto: un concierto de guitarra clásica en una cripta. 

Un concierto no estaba dentro de sus planes, así que era una obligación comprar las boletas. Adentro, en una tarima improvisada, habían dos sillas que esperaban a una pareja de guitarristas. El sitio estaba iluminado por varios candelabros con velones, con sus llamas danzando en la oscuridad.

Los músicos aparecieron, saludaron al público, se dieron un beso y luego comenzaron a rasgar sus guitarras.




lunes, 13 de febrero de 2017

Helado

Escribe con rabia.  Parece que las palabras pasaran por su hígado antes de ser soltadas por sus manos. Sabe que son flechas poderosas y, a veces, desea infligir el mayor daño posible con ellas; que quienes las lean, caigan  en cuenta de lo equivocados que están al perseguir sus  creencias o al adoptar posturas que sólo son ridiculeces sin argumento alguno.

Cree que quienes lo rodean no ven más allá de las redes sociales y que les encanta empalagarse de sucesos triviales que no aportan nada a sus vidas.  Cuenta con miles de detractores que se despachan con todo tipo de insultos en la sección de comentarios de sus artículos, pero eso no le importa; saber que alguien se toma el tiempo de leer sus helados textos, para comentar las verdades que expone le produce satisfacción, pues es la mejor prueba de que sus letras, de una u otra manera, causan algún tipo de molestia.

Ahora escribe un artículo incendiario en uno de sus cafés preferidos.  Mira por una ventana y ve a un niño en la calle  que come un helado de dos bolas, una roja y  la otra blanca.  Hace calor y el helado se derrite;  lentamente resbala por la galleta  y le unta manos y brazos, mientras que otras gotas, las que no alcanzaba a lamer, se estrellaban contra el piso.  El niño no le presta importancia a eso para nada, y sigue dándole lengüetazos, a la ahora masa uniforme, como si nada.

Esa imagen lo cautiva.  interrumpe la redacción de su columna, llena de lecciones importantísimas y comienza a escribir otro texto, "Comer helado" lo titula.  En él simplemente va a narrar lo que está observando y va a dejar de lado las opiniones personales, o a camuflarlas lo mejor posible en el subtexto, si es que alguno emerge en el proceso.  Sólo quiere narrar el momento tal cómo acontece, quiénes se involucran en él y de qué manera se relacionan.  También imprimirle todas las propiedades del ambiente de forma justa, sin sobrecargarlo con descripciones o enumeraciones agotadoras.

Después de escribir frenéticamente un par de párrafos, decide leerlos.  Es un texto sencillo, repleto de lugares comunes que distan completamente de su estilo tradicional, pero es sincero y eso lo hace mejor que otros que siempre ha considerado sus favoritos.

Con él pudo comprobar algo que todavía le cuesta aceptar, que escribir únicamente consiste en ser capaces de narrar lo que pasa enfrente de nuestras narices.