jueves, 15 de junio de 2017

Ser un turno

Hay días en los que nuestra existencia se reduce en ser turnos. Hoy, por ejemplo, fui dos: El 041 en un consultorio y más tarde el L99 en un banco. La “complejidad” del turno, imagino, viene dada según la transacción o vuelta que hagamos. 

El primero, asignado temprano en la mañana, sólo tenía números porque era algo sencillo, las personas todavía andábamos somnolientas y quizás agregarle letras o más números complicaría nuestro nuevo estatus de turnos. 

Mientras lo reclamaba, la mujer detrás del mostrador o cajera médica, suponiendo que el término aplica, le preguntaba a una mujer joven que también esperaba su bautizo de turno, si estaba embarazada.

“¡No!” respondió la mujer con asombro y un ligero tono de indignación. Al rato tomo su turno, el 040, y se sentó. La observe por un rato, pero era en extremo flaca; parecía haber contestado con la verdad. 

Mi tiempo como 041, duró más o menos 1 hora. Luego volví a ser yo, hasta que el mediodía fui al banco, donde me convertí en L99. Fíjese usted, estimado lectror, que ahora al turno se le suma una letra, pues la vuelta implica manejo de dinero y debe ser más exacta, por eso la combinación de consonante y número. Bajo ese nombre me sentí como una casilla de batalla naval o como la celda de una hoja electrónica. Debe ser porque en esos recintos adquirimos identidad de importe monetario y sin darnos cuenta se hacen cálculos con y entre nosotros.

Imagino que cada vez que nos asignan un turno, nos despojan de a poquitos de nuestra humanidad, o lo que queda de ella. Llegará el día en que no podremos actuar bajo nuestra propia iniciativa, sino que todo lo que hagamos se decidirá a punta de turnos.

miércoles, 14 de junio de 2017

El curo obrero es un carbón

Hace un tiempo, junto con otras personas, ayudé con la edición de unos cuentos en inglés que leímos y releímos varias veces con ojo crítico, para detectar errores de tipografía.

En ocasiones los errores que uno dejaba escapar eran detectados por otro. A veces no es que las personas tengan mala ortografía o redacción, sino que simplemente los errores se esconden en las sombras del texto y se rehúsan a ser detectados.

Al leer nunca me pongo el sombrero de edición, pero es imposible que mi cerebro no se fije con detenimiento en la palabra “curo” de la novela que estoy leyendo, pues es un error y debería ser “cura”: cura obrero, un personaje de izquierda que lucha por su partido político en plena época de elecciones.

Como es un escritor español, pienso que la palabra podría haber sido “curro”, que significa: majo o guapo, pero la frase carecería de sentido, e igual seguiría siendo un error al faltarle una r.

Unas líneas después, el narrador quiere tildar al cura de cabrón, pero la palabra que aparece es carbón.

Me sorprende que los errores estén tan cerca el uno del otro, y más porque es un libro de la editorial Seix Barral, a la que le profeso un profundo respeto. Pienso que la novela va a estar repleta de errores, pero, afortunadamente no es así; al parecer sólo esas dos palabras lograron escaparse del riguroso proceso de edición.

No fue difícil caer en cuenta de que las palabras debían haber sido cura y cabrón; además la actividad de leer perdería mucho sentido, si uno se convierte en un militante del lenguaje incapaz de perdonarle al escritor un esporádico error en su obra, ¿no?

martes, 13 de junio de 2017

Escritos sabrosos

A veces ciertos escritos "entran" de manera más agradable, y por ciertas razones, difíciles de precisar, nos gustan más.  Es como si fuéramos un surfeador experimentado que se monta en una ola, y la maneja a su gusto y al final esta lo deposita en la superficie del mar intacto, mientras que otros textos son un camino lleno de baches que sólo nos generan repulsión, si antes no nos hemos estrellado en alguno de sus imposibles recovecos.

Esos textos que digerimos más fácil que otros, son aquellos que se han escrito de forma sabrosa, que poco tiene que ver con estructuras gramaticales o narrativas, ni con ortografía  sino más bien con el ritmo del texto.

Puede que el autor trate la idea más simple o tonta del mundo, pero eso poco o nada nos importará, si el texto es sabroso.

Escribir de esa manera podría, tal vez, considerarse similar a eso que algunos llaman tocar con feeling un instrumento, que está lejos del virtuosismo o dominio del mismo.

Algunas veces en los escritos sabrosos prevalece el flujo de las palabras que la idea que se pretende exponer  y cuando se logran ambos objetivos, el texto es como una bala que se nos incrusta en la cabeza y que se quedará ahí hasta que dejemos de existir.

lunes, 12 de junio de 2017

Última palabra

Marcia deja escapar una lágrima cuando lee la palabra que lleva escrita el papel que envuelve un chocolate, que alguien le dejó sobre el escritorio de su oficina.

¿Hace cuánto tenía Jairo esa idea en su cabeza? Imposible saberlo, sólo debemos aferrarnos a los hechos, los malditos hechos, siempre tan precisos, tan fríos, tan crueles y, por lo general, desprovistos de cualquier emoción. Esos hechos que pocas veces dan lugar a la imaginación y no permiten cambiar el curso de una historia, con su habitual carácter determinante.

Jairo había entrado a trabajar en la compañía desde hace más de 5 años. Después de un tiempo de sacrificios y mucho estudio, logró ocupar un cargo de analista. No ganaba mucho, pero si lo suficiente para vivir tranquilo con su esposa y dos hijas de 5 y 3 años.

Hasta que un día se presentaron los hechos en forma de enfermedad: el cáncer. Jairo libró una larga batalla contra ese demonio, pero al final la perdió. En sus últimas dos semanas de vida, recostado en su cama le dijo a su esposa que quería hacer un triciclo con cartones, cartulinas, colores, pinturas, que debía arrastrar un pequeño vagón. En él Jairo iba a darle un último detalle, un chocolate envuelto en un papel en el que iba a ir escrita una palabra que encapsularía sus sentimientos hacia aquellas personas que consideraba importantes en su vida.

Marcia había sido la jefe de Jairo durante dos años y fue testigo de esa larga batalla que comenzó con mucho optimismo y terminó en la peor resignación de todas: esperar la muerte.

“Respeto” fue La palabra que eligió Jairo para ella.

viernes, 9 de junio de 2017

Mamá-da

Camila llega afanada al café con la cartera al hombro y varias bolsas en ambas manos.  De su falda cuelga Violeta, su hija, una pequeña 5 años. La madre se desploma en la primera mesa que encuentra desocupada y al rato suelta un gran suspiro.

Violeta sólo le presta atención a un juguete de varias piezas que tiene en sus manos, mientras Camila tiene la mirada, triste, fija en un punto.  Mira de reojo a su hija y se muerde el labio. " ¿Y que hiciste hoy en el colegio?" Le pregunta. "Ya no me acuerdo" responde de forma automática y odiosa la pequeña.

"¿Quieres un pastel de carne?" le pregunta Camila en un arranque de cariño. "No quiero nada" responde tajante la pequeña, sin la menor muestra de ternura. "Cuando lo pruebes te vas a antojar de uno para ti sola". La frase no surte el menor efecto en su hija.   A Camila esas actitudes la desconciertan y  a veces cree que esa "enanita", como le dice cariñosamente, con la que comparte la mayor parte del día no es su hija.

¿En qué  momento cambió tanto su vida? Había acabo una Maestría y tenía en la mira un doctorado cuando conoció a Federico.  Después de un año y poco más de relación se casaron y al segundo quedó embarazada,  era el curso natural de las cosas, ¿no?

Es ilógico pensar que no la quiere, pero en días como hoy, que se siente tan cansada y sola se aventura a pensar en esa otra vida paralela sin esposo ni hijos y viajando por el mundo, que llego a desear tanto en algún momento de su vida.

Intenta distraerse con el celular pero al rato lo deja.  Y si se para y la deja ahí y echa a correr,  ¿hasta dónde llegaría?.  Se imagina el titular de la noticia "Madre abandona a su hija en restaurante y sale a correr como loca". 

 "Mami quiero un jugo".  Esas palabras evaporan sus pensamientos; voltea a mirar a su hija y le acaricia la cabeza y le Sonríe, no tiene posibilidad alguna de odiarla.

jueves, 8 de junio de 2017

Batiburillo

“La novela es un batiburrillo de palabras con personajes poco desarrollados. Una trama sin pies ni cabeza y repleta de “parches” que buscan darle algún sentido a una historia floja en la que, con un sinfín de figuras narrativas que solo evocan simplezas y parecen incluidas al azar, el autor pretende darse ciertos bríos de intelectual. Puedo afirmar que toda la obra, con el perdón de esa palabra, es una equivocación narrativa …” 

Ese era uno de los párrafos de la reseña que le había pedido la revista a la reconocida literata y lingüista Alissa Beresford sobre “Todo es tiniebla”, la novela debut del escritor Manjiro Kunawa, que en su primera semana en el mercado había barrido en ventas. 

Hasta el momento nadie tenía idea de quién era Kunawa. “El escritor estudió arquitectura y tiene un poco más de 30 años” había dicho su editor en una rueda de prensa” sobre la nueva sensación literaria que había decidido publicar bajo ese misterioso seudónimo , al parecer, asiático.

En los círculos de escritores e intelectuales se criticaba fuertemente su obra. ¿Quién era ese Kunawa para venir a publicar algo? ¿Acaso ahora cualquiera puede darse el título de escritor?

¿Había leído el libro la célebre Beresford, que con sus críticas tenía el poder para hundir o exaltar a diferentes artistas? Sí y no. Lo había ojeado, picado pasajes aleatorios de diferentes capítulos. Tenía otras tareas más apremiantes y consideraba fácil la reseña que le habían pedido.

No entendía bien cuál era la rabia que ciertas personas le tenían al escritor, arquitecto o lo que fuera. De lo poco que había leído y siendo sincera, debía confesar que su narrativa la había enganchado. 

Pero como se trata de no desentonar, sino de cumplir con su papel de intelectual a cabalidad, Beresford sabía que lo único que debía hacer era seleccionar cuidadosamente un par de comentarios destructivos de los miles de lectores alrededor del mundo, y edificar su texto desde allí.

"¿Qué importa si Kunawa o quién sea tenga algo de talento? Si el público quiere verlo apabullado, derrumbado moralmente mejor ponerse manos a la obra y dejar la sinceridad para otra ocasión” piensa Beresford, que sabe exactamente cuál es texto que se espera de ella.

"¿Por qué esos personajes que se servían de la literatura como adorno
 o pretexto iban a ser más escritores que Pedro Camacho, quien sólo vivía para 
escribir? ¿Por qué ellos habían leído (o, al menos sabían que deberían haber leído) 
a Proust, a Faulkner, a Joyce, y Pedro Camacho era poco más que un analfabeto?"
- La Tía Julia y el escribidor -

miércoles, 7 de junio de 2017

Sánchez y "El Maestro"

El lugar huele a incienso y está iluminado levemente por las llamas de varias velas ubicadas estratégicamente al lado de los asistentes a la sesión de meditación. “¿Te gusta meditar?” le había preguntado Fernanda y cegado por un gusto, sobre todo, instintivo hacía ella, le había dicho que sí, que claro, que hacía rato no lo hacía, pero que le sería fácil entrar en el flujo de la práctica nuevamente. Flujo, así le había dicho. Se desconocía por completo hablando de esa manera tan mística, tan poco él. “Todo sea por Fernanda, después de la sesión y con un par de traguitos encima, fijo se le quita esta maricada de locos” pensó. 

Es una sesión introductoria por la que los que están a punto de iniciarse en los misterios de la meditación cancelaron $10.000 en la entrada. Fernanda lo había invitado, pues no había chance alguno de que Jose Sánchez invirtiera un peso de su bolsillo en esas pendejadas de la nueva era. 

Sentado en posición de loto, hace rato que sus piernas se le durmieron. Intenta distraerse haciendo cálculos de cuanto billete se empacó “El Maestro”, un hombre calvo, con chivera y un arete incrustado en la ceja derecha que habla poco, como envidioso de su sabiduría, y que lleva puestos unos pantalones que parecen de payaso.

Fernanda le había advertido sobre su actitud parca. Muy sería le dijo ese día en el almuerzo, mientras cuadraban el plan de la tarde: "El Maestro habita otros planos de conciencia y por eso es que casi no habla", pero Sánchez le atribuye esa conducta a que más bien es un hombre distraído que no tiene idea alguna de lo que hace. 

Sánchez se fija en las orejas del hombre para ver si descubre un pequeño audífono por el que otro estafador le indica qué debe decir y cómo actuar, pero no ve nada. 

“Por favor cierren sus ojos suavemente y concéntrense en la respiración” sientan como el aire entra frío y piensen que se están recargando con la energía del universo. Cuando lo expulsen imaginen que están sacando toda la energía negativa de su cuerpo. Traten de no pensar en nada, si los pensamientos llegan déjenlos ir”, les indica “El Maestro” con una voz grave y arrulladora.

Sánchez sigue las instrucciones más o menos por 30 segundos hasta que piensa en Fernanda, momento en que su meditación se va al carajo. Abre los ojos de forma violenta y la busca con la mirada hasta que la ubica. “No puede estar más buena” piensa.

El silencio en el salón es casi absoluto. Sánchez se distrae por completo y selecciona letras de canciones de forma aleatoria y canta un par de estrofas mentalmente.

Luego comienza a analizar a los asistentes a la reunión, personas, cree, que sin pestañear serían capaces de tirarse por una ventana si “El Maestro” se los ordena. Un hombre gordo que ocupa una esquina, le recuerda al buda de la abundancia. Respira de forma pesada y Sánchez no entiende cómo sus bufidos no molestan a nadie.

Solo han pasado 20 minutos, pero Sánchez siente que lleva horas en ese lugar tan contrario al caos en el que se ha acostumbrado a vivir. Desde hace unos minutos “El Maestro” comenzó a repasar las partes del cuerpo una a una desde arriba hacia abajo. Comenzó por la cabeza a la que le dio toda la vuelta luego pasó al cuello, los hombros y ahora va en los dedos de los pies. Cuando menciona cada uno pide que por favor los sientan, “¿Qué van a sentir con el cuerpo encalambrado?” se pregunta Sánchez. 

En un momento “El Maestro” les pide que imaginen unos rayos de color purpura saliendo del pecho. Sánchez mira de nuevo a Fernanda pero de sus hermosas Turgencias femeninas no sale nada, y cree que son perfectas tal y cuál como están sin colores ni ninguna pendejada de esas.

Maestros, con su permiso yo me retiro” piensa Sánchez ya completamente aburrido. Se levanta muy despacio para no hacer ningún ruido y abandona el lugar. 

Saca su celular para llamar a Manuela, su plan B.


"Las cabezas de esas congregaciones saben del
hambre de salvación que tienen todas las personas"
- Que venga la gorda muerte -