jueves, 22 de junio de 2017

Mérito literario

Catalina lee las condiciones para un concurso de cuento: “los participantes deben tener en cuenta que la evaluación de los textos se hará con relación al mérito literario de la obra”.


El término  la asalta desde el momento en que lo leyó. Le gusta escribir, pero no tiene ni idea que significa “mérito literario”.  y mucho menos quién decide si un texto lo tiene o no,  imagina que un escritor famoso está en la capacidad de dar tal veredicto.

Se pregunta si debe cargar el escrito con una mezcla exacta de descripciones, diálogos, figuras literarias, todo envuelto en un ritmo perfecto, o si debe crear una historia completamente redonda y que se desarrolle sin incongruencias, hasta alcanzar un desenlace que deja deseando más al lector, pero a la vez completamente satisfecho.

Siempre le ha gustado escribir cosas que ve y le pasan. Su cuento trata sobre doña Magola, una viejita con la cabeza completamente blanca que vende dulces cerca a su casa. Es  un personaje fascinante que, sin importar cuál sea el clima, siempre está parada en la misma esquina desde las 6 de la mañana.

El otro día se la paso observándola varias horas y llenó varias hojas de su libreta con apuntes.  Cuando la mujer estaba a punto de irse se acercó para conversar con ella: “Doña Magola voy a escribir un cuento y usted va a ser el personaje principal. Le puedo hacer unas preguntas?” “Claro mija, pero sólo si me pone como una princesa en su cuento”  le respondió  y luego soltó una carcajada.

Una semana después Catalina termina de escribir su cuento. no tiene ni idea si logró imprimirle el mérito literario necesario pero, sin importar si lo seleccionan o no, está contenta con el resultado

miércoles, 21 de junio de 2017

Sala de espera

Entonces yo le dije: “¿Realmente cree que yo cumplo con sus expectativas? Yo sólo siento que soy un objeto más de su vida, y déjeme decirle que yo y Martina somos más que objetos, somos un núcleo familiar…” 

Eso le cuenta Marcela a un amigo en la sala de espera de un consultorio médico. Su interlocutor, a quien afectuosamente llama Carlitos, lleva saco y corbata, tiene los brazos cruzados y la mirada perdida en la pared. Eventualmente asiente con la cabeza, pero sólo él sabe en qué está pensando: ¿fútbol, dinero, trabajo, la misma Marcela? Carlitos se limita a darle la razón a todo lo que ella le dice. Con la información suministrada, podemos suponer que la mujer es la madre de Martina, su compañera de ese núcleo familiar, combo de palabras que evoca imágenes poderosas. 

La mujer continúa despotricando acerca de Andrés, su pareja, quién parece estar caminando sobre una cuerda floja que ella sostiene y puede soltar en cualquier momento. 

“…Dígame qué quiere.” lo encaré y le dije, continúa hablando la mujer. “Uno cuando tiene pareja, quiere que esté al lado de uno. Yo me estoy aburriendo Andrés, y de pronto llega un día en que no más.” 

Es un drama interesante en el que me gustaría meter la cucharada para dar alguna opinión o echarle más leña al fuego, pero todos mis esfuerzos están dirigidos a captar la mayor cantidad de palabras de la conversación, que a ratos se difumina con el ruido de la sala y el de los demás pacientes. 

“Si yo salgo de rumba con usted, hágame sentir parte del grupo, porque es que eso si me emputa. Por ejemplo, el otro fin de semana que salimos, yo allá sentada, sola como una hueva, mientras usted celebraba con sus amigos y amigas”. La mujer pronuncia y resalta de manera especial la palabra “amigas”, y concluye con una pregunta retórica “¿Cierto Carlitos?” 

El lenguaje corporal de Carlitos no demuestra nada en concreto: ni un profundo desinterés, ni lo contrario. Descruza los brazos y adopta una posición contemplativa llevando una mano al mentón. Parece evaluar la última información recibida” Me lo imagino con una larga túnica blanca, como si fuera un maestro de la antigua Grecia. Finalmente responde algo: “Pero, ¿tú cree que te está poniendo los cachos?” 

“De pronto, si es así aun no lo he cogido, pero apenas me entere de algo, lo mando volar. El día de esa rumba, él me pregunto: “¿Te vas a quedar?” y yo le respondí: “Depende lo que usted diga. La verdad yo estoy muy mamada y me quiero ir a dormir, pero quiero que me diga de una vez que es lo que quiere conmigo” 

Andrés, del que no sabemos nada, y con el que quizás es difícil relacionarnos por su carácter de villano en la historia, según ella, le respondió: “Esas son las cosas que me gustan de ti, que me dices las cosas de frente”. Un escudo verbal que no deja clara su postura. 

La mujer finalmente decidió quedarse en la rumba, no sin antes dejar una amenaza en el aire: “Vea Andrés, usted no me conoce y ojalá no me conozca. Yo sé que usted le está llamando la atención otra persona, pero lo que quiero es que me lo diga”. 

¿Cuál será el destino final de Andrés?, ¿Tiene razón la misteriosa mujer para dudar tanto?, ¿Qué pasará con la pequeña Martina?, ¿Es Carlitos otra esquina no de un triángulo, sino un cuadrado amoroso? Que complicada es la vida.

martes, 20 de junio de 2017

Matrimonios y funerales

El abogado Mauricio Malvarés, después de cumplir con su ritual de inicio del día: levantarse exactamente a las 5:52 a.m. tirar las cobijas al piso para combatir las ganas de quedarse enroscado en ellas, hacer 50 flexiones de pecho y 100 abdominales, para contrarrestar ese sentido de culpa que a veces le produce su protuberante panza y deficiente estado físico; ducharse con agua fría y preparar café, se sienta en su escritorio (en este punto, el lector debe suponer que Malvarés también se vistió y cepilló los dientes) para terminar de revisar y luego enviar un informe al que le ha dedicado más de una semana.

Pasa una hora en la que añade otro par de ideas, repasa conceptos y leyes en sus manuales, unos viejos libros con tapas de colores imprecisos, y le da una nueva pulida a la redacción del texto. Malvarés piensa que una coma bien o mal puesta, puede cambiar el destino del mundo. 

El mundo. Siempre ha intentado estar en paz con él y todo lo que contiene, en especial con los de su especie, las personas, supuestos seres inteligentes capaces de discernir entre el bien y el mal.

El tema es que, como en muchas ocasiones, entra a jugar el jodido punto de vista, y lo que es bueno para uno es malo para el otro y viceversa; una de las miles de razones por las que todo se tuerce y el momento en que las amistades o lazos de afecto entre dos personas comienzan a desteñirse.

“¿Qué nos queda?” se pregunta. “Recordar los buenos tiempos, y esperar a que un matrimonio o un funeral nos vuelva a poner en contacto con aquellos a  los que les hemos perdido la señal. Guardar la compostura que demandan esos ritos sociales; fingir, si es el caso, y dejar que la vida siga adelante, teniendo cuidado de que no nos atropelle” concluye. 

Dentro de poco va a asistir a un matrimonio. A ratos practica ese gesto de sonrisa que esconde un “jódanse todos”, que utiliza en diferentes reuniones sociales. ¿Con quién se encontrará esta ocasión? De seguro con viejos conocidos con los que ha perdido contacto, algunos a los que quizá ya no desea ver por ningún motivo en particular, solo porque sí, porque las rutinas se encargan de consumirnos y, además, no todas las acciones deben ocultar un motivo ni provocar una reacción. Las cosas pasan y ya, las personas van y vienen.

Malvarés preferiría asistir a un funeral, pues el semblante taciturno que los asistentes llevan en este, alejado de sonrisas y falsas muestras de afecto, les da cierto aire de autenticidad.

Le pone el punto final al documento que redacta y lo envía. Al rato olvida su disertación sobre matrimonios y funerales y se embarca del todo en su rutina diaria.

lunes, 19 de junio de 2017

Fue sin culpa

Llevaba cierto tiempo leyendo y desde hacía rato quería parar, pero la historia no me dejaba hacerlo, ocurrían y ocurrían eventos que me mantenían pegado al relato.

Decido parar en el próximo capítulo, que no existe porque el autor, al inicio de la novela, marcó el capítulo 1 y de ahí en adelante separó cada capítulo (¿qué indica la separación de un capítulo del otro?, ¿un cambio de escena, punto de vista, uno de esos aspectos narrativos, el feeling del escritor o alguna otra cosa?) con un asterisco pequeño y centrado. 

Leía una escena de una fiesta de matrimonio en la que una pareja está harta del protocolo social y la fantochería del caso. La mujer se emborracha y todo parece que está a punto de irse al carajo. El capítulo anda y anda y no hay atisbo del asterisco que indican su fin y el de mi lectura. 

Hago una breve pausa y me entran las ganas de escribir, pero ¿sobre qué? Continuo hasta que la escena acaba, sin todo ese bombo y platillo que me había armado en la cabeza.

Camino a la cocina y mi hermana está viendo una serie. Mientras me preparo algo de comer, escucho como uno de los personajes, una mujer, le dice a un hombre: “Fue sin culpa. Yo no quería darte un beso”. Me cuelgo de ella, la frase, pues me llama la atención.

Fue sin culpa yo no quería seguir leyendo”, “fue sin culpa, yo no me quería casar contigo”, “fue sin culpa , yo no quería aceptar ese trabajo”, “fue sin culpa, yo no quería tener ese hijo”. 

Es una frase aterradora. ¿Cuántas cosas hemos hecho o hacemos sin culpa y continuamos haciéndolas? Lo graveno es hacerlas, sino toda la avalancha de consecuencias que traen y a cuantas personas arrastra.

La novela que leo tal vez no tenga nada que ver. Fue sin culpa, yo no quería escribir esto.

viernes, 16 de junio de 2017

Convertirnos en personaje

Quizá nos iría mejor como personajes de una novela.  Como a veces tenemos ínfulas de importantes, lo mejor sería ser protagonistas, pero yo me contentaría con un papel secundario, uno de esos que cumple un papel específico en la trama de la historia, aparece estratégicamente en ciertos capítulos, le asignan un par de diálogos y de resto se queda en la sombra.

A la pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre la ficción y la realidad?, Tom Clancy respondió: "La ficción tiene que tener sentido", es decir, que  todas las piezas de la historia deben acoplarse perfectamente, porque si no llega ese ser, el lector,  que juzga y  le molesta que la historia tenga asuntos no resueltos de los que se encariño  por X o  Y motivo.

Como personaje uno viviría tranquilo. Sí, nos repetiríamos eternamente, pues la historia siempre sería la misma, lo cuál no tiene mucha diferencia con nuestras rutinas, pero nuestras acciones y sucesos de vida diarios estarían acompañados de motivos identificables y todo, con el favor de nuestro escritor, funcionaria casi tan perfecto como un reloj que siempre da la hora exacta.

Si eso llegara a pasar, si de repente alguien nos escribe y nos convertimos en un personaje, el que sea: protagonista, antagonista, secundario, etc. y tenemos suerte de no caer en manos de un Woody Allen, es muy poco probable que nuestra causa de muerte se deba a una persona que intentaba suicidarse y que, sin lograr su cometido, nos cae encima. 

jueves, 15 de junio de 2017

Ser un turno

Hay días en los que nuestra existencia se reduce en ser turnos. Hoy, por ejemplo, fui dos: El 041 en un consultorio y más tarde el L99 en un banco. La “complejidad” del turno, imagino, viene dada según la transacción o vuelta que hagamos. 

El primero, asignado temprano en la mañana, sólo tenía números porque era algo sencillo, las personas todavía andábamos somnolientas y quizás agregarle letras o más números complicaría nuestro nuevo estatus de turnos. 

Mientras lo reclamaba, la mujer detrás del mostrador o cajera médica, suponiendo que el término aplica, le preguntaba a una mujer joven que también esperaba su bautizo de turno, si estaba embarazada.

“¡No!” respondió la mujer con asombro y un ligero tono de indignación. Al rato tomo su turno, el 040, y se sentó. La observe por un rato, pero era en extremo flaca; parecía haber contestado con la verdad. 

Mi tiempo como 041, duró más o menos 1 hora. Luego volví a ser yo, hasta que el mediodía fui al banco, donde me convertí en L99. Fíjese usted, estimado lectror, que ahora al turno se le suma una letra, pues la vuelta implica manejo de dinero y debe ser más exacta, por eso la combinación de consonante y número. Bajo ese nombre me sentí como una casilla de batalla naval o como la celda de una hoja electrónica. Debe ser porque en esos recintos adquirimos identidad de importe monetario y sin darnos cuenta se hacen cálculos con y entre nosotros.

Imagino que cada vez que nos asignan un turno, nos despojan de a poquitos de nuestra humanidad, o lo que queda de ella. Llegará el día en que no podremos actuar bajo nuestra propia iniciativa, sino que todo lo que hagamos se decidirá a punta de turnos.

miércoles, 14 de junio de 2017

El curo obrero es un carbón

Hace un tiempo, junto con otras personas, ayudé con la edición de unos cuentos en inglés que leímos y releímos varias veces con ojo crítico, para detectar errores de tipografía.

En ocasiones los errores que uno dejaba escapar eran detectados por otro. A veces no es que las personas tengan mala ortografía o redacción, sino que simplemente los errores se esconden en las sombras del texto y se rehúsan a ser detectados.

Al leer nunca me pongo el sombrero de edición, pero es imposible que mi cerebro no se fije con detenimiento en la palabra “curo” de la novela que estoy leyendo, pues es un error y debería ser “cura”: cura obrero, un personaje de izquierda que lucha por su partido político en plena época de elecciones.

Como es un escritor español, pienso que la palabra podría haber sido “curro”, que significa: majo o guapo, pero la frase carecería de sentido, e igual seguiría siendo un error al faltarle una r.

Unas líneas después, el narrador quiere tildar al cura de cabrón, pero la palabra que aparece es carbón.

Me sorprende que los errores estén tan cerca el uno del otro, y más porque es un libro de la editorial Seix Barral, a la que le profeso un profundo respeto. Pienso que la novela va a estar repleta de errores, pero, afortunadamente no es así; al parecer sólo esas dos palabras lograron escaparse del riguroso proceso de edición.

No fue difícil caer en cuenta de que las palabras debían haber sido cura y cabrón; además la actividad de leer perdería mucho sentido, si uno se convierte en un militante del lenguaje incapaz de perdonarle al escritor un esporádico error en su obra, ¿no?