lunes, 10 de julio de 2017

El guante

Ana maría está triste. Con lo cuidadosa que es no sabe cómo pudo haberle ocurrido. Ya no le cuenta lo que le pasó a nadie, pues está harta de que todo el mundo le diga que no debería darle tanta importancia a sus posesiones materiales, que no era más que un guante, un pedazo de lana, que deje el escándalo.

Pero así somos los humanos, le damos más importancia de la necesaria a nuestros objetos de uso diario y a veces, sin que nadie sepa, les atribuimos poderes especiales que supuestamente nos mantienen a salvo. Los guantes los había tejido su madre, que murió dos semanas después de obsequiárselos.

¿Acaso alguien sabía que gracia a esos guantes había conocido a José?, ¿o que habían evitado que sus manos se congelaran en ese viaje que hizo al Purace?

Pero aparte del uso habitual al que se destinan un par de guantes, Ana María también les había otorgado el estatus de amuleto y los cargaba para todos lados, incluso en los días calurosos.

Estaba convencida que los guantes alumbraban sus decisiones y la cuidaban de peligros potenciales, desde esa vez en que salió ilesa de un accidente de tránsito, debido, según ella, a que justo en el momento del impacto estaba acariciando el de la mano izquierda.

Precisamente ese fue que se le perdió y era el mágico. El de la otra mano solo adquiría sus poderes gracias a su compañero y sin él, queda convertido en un simple accesorio. 

También siente envidia. Le aterra pensar que alguien se encuentre el guante, lo recoja y, de un momento a otro, adquiera todos los beneficios que le brinda la prenda a su posesor. “¿quién se va a interesar por un solo gante?” se pregunta y el pensamiento la tranquiliza.

***

Juan caminaba distraídamente por la calle y, a lo lejos, un pequeño bulto en el suelo captó su atención. Al pasar al lado, cayó en cuenta de lo que era. Sin ningún motivo en particular recogió el guante y se lo hecho al bolsillo. 

Esa misma semana su novia lo echó y lo despidieron del trabajo.


sábado, 8 de julio de 2017

Angustia

Carolina ha trabajado toda su vida como peluquera. Cálculo que debe tener unos 36 años. Conversamos sobre cualquier cosa, hasta que le pregunto por sus hijos. El menor, está estudiando ingeniería de sistemas y va a entrar a tercer semestre. La mayor lleva un tiempo sin trabajar ni estudiar y está en la casa.

Me cuenta que desde hace unos 4 años sufre de ataques de angustia. Le pregunto, sin ánimo de morbo, si recuerda la primera vez que tuvo una recaída. Me mira por el espejo y, por un instante, su gesto refleja lo mal que lo pasó en esa ocasión. 

“Un día yo me vine al trabajo y ella me llamó llorando. Le pregunte que qué le pasaba, y me contestó que no sabía, pero que se sentía muy triste. Le pedí que por favor tratara de explicarme, para ver de qué manera la podía ayudar, y me dijo que tenía mucho miedo, miedo de mirar por la ventana, de salir, como un miedo del mundo. Qué se había acercado a la ventana y que una voz en su cerebro le decía: “salta”, pero como afortunadamente siempre hemos sido muy creyentes otra de más peso le decía: “no lo hagas”, y pues nosotros vivimos en un tercer piso. No te imaginas el pánico que tuve ese día.

“Hace unos días el médico le cambio el medicamento. No sé parece que esas pastillas que se toma la cansan, porque se la pasa en la cama y durmiendo. Yo siempre trato de darle aliento, y ella se llena de optimismo cada vez que sale del hospital, luego de superar una crisis. Siempre dice: “algún día voy a salir de esto mamá”, pero no sé. Lo único que puedo hacer por ella es estar a su lado.

No hago ningún comentario. A veces eso es lo único que necesitan las personas, que les prestemos atención a las historias que nos quieren contar, sin entrar en la dinámica del juzgamiento y la opinión.

jueves, 6 de julio de 2017

Momento

Sara Olarte. 

¿Qué sabemos de la vida de Sara Olarte? Muy poco. Los elementos que componen la vida de las personas, los de verdad, es decir, los que constituyen su esencia y los hacen humanos, no los alcanzamos a percibir, pues apenas rasguñan la superficie de eso que llamamos personalidad. 

Por alguna razón nos interesan más las desgracias que los aciertos de las personas, así que lo que les puedo contar acerca de Sara Olarte es que lleva sin empleo más de tres años, y que día tras día la angustia se apodera de ella, pues siente que el dinero. a medida que se le agota, le pone una soga alrededor del cuello que la va dejando sin aire. 

Debido a su situación laboral, su panorama sentimental también se ha visto comprometido. Dario, el hombre con el que estaba saliendo desde hace 6 meses, se cansó de siempre tener que invitarla y bajo una excusa floja: “No estoy preparado para una relación”, se hizo a un al lado para que Sara no lo arrollara con su mala suerte. Parece entonces que el dinero manda e inunda todos nuestros asuntos. 

Hoy, sentada en la cocina, lugar cómplice de decisiones importantes, y mientras le da un sorbo a su taza de café, por alguna razón difícil de puntualizar, la vida le parece más ligera. Es un momento en el que, aunque con muchas asuntos desfavorables en su vida, Sara siente que todo encaja y tiene sentido, un momento en el que se siente feliz. 

Tiempo después cuando se mete a la ducha la sensación ha pasado; apenas abre el grifo y cuando las primeras gotas le golpean la cabeza, recuerda que el plazo para pagar el recibo del agua se vence la semana que viene. 

La angustia comienza a invadirla de nuevo, por lo que vierte sus pensamientos en la epifanía del desayuno, ese momento del que ahora en adelante se colgará cada vez que la vida le dé la espalda.

miércoles, 5 de julio de 2017

Juliana

“Juliana que mala eres”… 


Los rayos de sol entran por la ventana y caen sobre sus piernas. Sentada en la buseta, de un momento a otro la letra de la canción de salsa asalta a Juliana.

“¿Soy mala?” se pregunta. Cree que no. Lo complicado es que lo que uno cree pocas veces concuerda con lo que piensan el resto de las personas.

De un tiempo para acá siente que Milagros, su amiga de toda la vida la evita. Las preguntas siguen llegando: “¿Qué le habré hecho?” piensa, mientras la canción de Cuco Valoy, como música de fondo, termina de componer la escena: “me sacrifique por ti porque por ti estaba ciego y mira como me pagas”

“Deudas, eso es. Siempre estamos debiendo algo y en algún momento, a falta de un pago que no hemos realizado, puesto que desconocemos la obligación adquirida, nos cobran con indiferencia.”

La canción se acaba, pero la letra le queda dando vueltas en la cabeza. Ahora suena otra, un reggaeton desprovisto de emoción que no le evoca ningún recuerdo.

La amistad, que territorio tan complicado ese. Le gusta más la palabra en inglés, Friend-ship. Le parece más apropiada para describir lo que siente, pues ese barco de “afecto personal puro y desinteresado compartido con otra persona” a veces se encalla, y si no se toma una acción rápida existe la posibilidad de que se hunda para siempre, “Titanic amistoso” se le ocurre.

Cree estar lista si la catástrofe llegara a ocurrir. 

“Que mala eres Juliana”…

martes, 4 de julio de 2017

Recién llegado

Llego al lugar. No soy de los primeros así que me toca saludar y tratar, de la mejor manera, de adaptarme a una dinámica de conversación que ya lleva cierto tiempo, en el que, me imagino, se han pactado tácitamente ciertos patrones de conducta: temas, formalismos, camaradería, etc. señales casi imperceptibles que nuestro cerebro capta y obedece para poder desenvolvernos “bien” cuando hacemos parte de un grupo. 

Esperamos en una esquina y somos tres mujeres y un hombre, más un recién llegado, yo, quien libra de ese papel a la persona que había arribado antes. Trato de buscarla con la mirada para buscar algo de apoyo y, quizá, dirección, pero ninguno me la sostiene, se nota que quieren que sufra con mi nuevo papel en el grupo.

Conozco a dos de las personas: un hombre y una mujer, las otras dos hacen parte de ese amplio grupo demográfico conocido como “desconocidos”.

Saludo a mis amigos, y en seguida me dirijo hacia las mujeres, “Hola” les digo esbozando una sonrisa algo estúpida y le extiendo la mano a la primera, que me hace sentir ridículo pues se abalanza a darme un beso en la mejilla. Descuelgo el brazo que había estirado, para que su estampida corporal no lo atropelle. 

Me dice su nombre, pero instantáneamente empieza a caer en los abismos de mi cerebro, mientras volteo a mirar a la otra mujer. Es rubia y tiene pinta de extranjera. Sin dejarme coger ventaja de la situación, esta vez soy yo quien se lanza a saludarla de beso, pero la escena se torna algo torpe pues, logrado mi cometido y mientras hecho mi cuerpo hacia atrás, la mujer me ofrece su otra mejilla, por lo que tengo que deshacer mi impulso, en una especie de baile o pasito tun tun, para plantarle el segundo beso.

Mientras nos colgamos de lugares comunes y conversamos sobre cosas poco comprometedoras, cada vez me despojo más de mi papel y hago parte de los presentes. Al rato alguien dice “Allá viene Laura”; sonrío. Es hora de abandonar mí papel de “recién llegado”.

lunes, 3 de julio de 2017

To the Lighthouse

Maia es actriz y tiene pensado estudiar terapia de drama.  Pasó 7 meses actuando, en un barco que viajaba entre Estados Unidos e Inglaterra.  Mientras conversamos es difícil no distraerse con sus ojos que son de color miel.

Le digo, sin ánimo de coqueteo, que me gusta su nombre y le pregunto que si sabe que significa.  Me cuenta que tiene raíces griegas y que significa "madre". "¿Quieres ser mamá algun día?" "Hopefully" responde.

Me cuenta un par de cosas más sobre su profesión y su vida en Inglaterra, hasta que nuestra conversación llega o la dirijo como quien no quiere la cosa, hacia libros y literatura.

Le cuento que hace un tiempo me leí “The Waves” de Virginia Woolf y que me costó mucho trabajo. Que lo comencé a leer en inglés, tuve que releer varios pasajes, hasta que decidí leerlo en español, pero la traducción de algunas palabras me parecía extraña así que finalmente me propuse terminarlo en su idioma original.

Le pregunto que si tendré problemas con mi inglés. Maia sonríe y me dice que no, que a los ingleses también les cuesta leer a Woolf.

De repente abre los ojos y me dice: “Mira que hace mucho tiempo estaba caminando de noche hacia mi residencia universitaria y escuché unos pasos detrás de mí”. Su cara refleja la emoción de alguien que está a punto de empezar a contar un relato, y con la con la imagen que me hago de su primera frase ya me tiene atrapado: Maia caminando de afán  por una calle de adoquines envuelta en la penumbra .

“Cuando me iba a dar vuelta para ver quién era, siento que alguien me rodea con los brazos, me levanta, mete la mano en mi cartera, esculca en ella con desesperación, me suelta y sale a correr."

Después de eso caminé rápido hasta que llegué a mi apartamento.  Revisé mi cartera y veo que lo único que se llevo el hombre fue una copia que había comprado ese día de "To the Lighthouse",   ¿puedes creerlo?" concluye su relato con una sonrisa.

Le sonrío de vuelta y le pregunto, "¿y qué tal es ese libro?".  "No sé, después de eso nunca lo leí".

viernes, 30 de junio de 2017

Curiosidad

Voy camino a casa, apenas voy a cruzar una calle, un grupo de gente se arremolina en la acera opuesta. Dos policías resaltan en la noche con sus chalecos verdes fluorescentes y los acompaña la sirena de una ambulancia que, muda, salta de una luz roja a otra azul frenéticamente.

¿Qué ocurre? es imposible no sentir curiosidad. Una vez al otro lado, veo lo que el resto de chismosos, como yo, observan. Un hombre, que me hace pensar en una momia por lo rígido que se encuentra, está recostado sobre una camilla en la ciclorruta. Supongo que iba en la suya y un carro lo atropelló, aunque también podría haberse caído y dado un golpe en la cabeza, o algo por el estilo.  Hay miles de maneras de que en cualquier momento se nos dañe el caminao'.

No entiendo por qué el circulo de personas no se dispersa; tal vez esperan que el hombre se levante y diga algo como : “Ehhh los tramé” o que se ponga de pie y haga una venia, pues ahí siguen todos, como los espectadores mudos de una obra de teatro. 

Sigo de largo, a veces es mejor alejarse de ciertas descargas de realidad.