viernes, 21 de julio de 2017

Esto y lo otro

Carlos Viera se encuentra con Felipe Urrego luego de muchos años sin verse. Fueron grandes amigos en la infancia, pero la vida se encargó de separarlos y darles caminos tremendamente diferentes, como asegurándose de que nunca volvieran a tener oportunidad de encontrarse de nuevo. 

Pero ahí están, desafiando a, o cumpliendo con el destino. Al principio les cuesta entenderse, atropellan sus frases, pero poco a poco desentierran la camaradería de las amistades inquebrantables.

Viera nunca terminó una carrera, pero es de esas personas que siempre causan una buena primera impresión, y que se acopla con facilidad a cualquier grupo. Navega en un inmenso mar de conocimiento con pocos milímetros de profundidad, que le permite hablar sobre cualquier tema con una propiedad que intimida. 

Ahí va por la vida siempre cerrando negocios y/o asesorando personas, empresas ¿A qué se dedica exactamente?, es imposible saberlo, todo lo que hace está envuelto en un halo de misterio.

En un momento de su conversación, Urrego se atreve a preguntarle: “¿Y que andas haciendo ahorita? Viera se sorprende con la pregunta. Tal vez piensa que su amigo no le ha puesto nada de atención en lo que llevan hablando, o quizá porque ni el mismo sabe la respuesta a esa pregunta. “Estoy metido de lleno en temas de emprendimiento e innovación digital” suelta de forma rápida la frase. 

“Ahh” responde Urrego con desgano, molesto por el curso que está tomando la conversación.
“¿Conoces A Carla Zuker?” pregunta con propiedad Viera 
“no”
“ ¿Y a Pedro Cáceres?”
“no”
“Mmm de pronto a Carla Giacomelli?
“Tampoco”
“No estás en nada” dice Viera esbozando una sonrisa sonsa

Sin que Urrego le pregunte quiénes son, Viera le explica que esas personas son expertos en Marketing digital, y que uno de sus proyectos es un colectivo de educación que conformo con ellos, con el que dicta seminarios y cursos.

Urrego quiere hablar de temas intrascendentes, insulsos. Esas pendejadas a las que un par de amigos les pueden dar vueltas por horas sin llegar a aburrirse, pero Viera insiste.

“¿Qué tal andas de innovación Pipe?” pregunta Viera y hace una pausa para tomar aliento. “Mira” le dice juntando ambas manos, como presentador de un magazín de noticias, “Te hago Canvas de Osterwalder, Balance scorecard, esto y lo otro”, y luego le enumera más de 10 conocimientos o cosas que puede hacer. “Sólo dime qué necesitas para ver cómo te puedo ayudar” 

Pero Urrego se quedó en la primera, en el Canvas de Osterwalder, al que nunca le ha visto ciencia alguna, pues si de hacerlo se trata. pintar las 9 casillas y llenarlas de información, cree que hasta un niño de primaria lo puede hacer. “Ojalá innovar solo consistiera en hacer Canvas” piensa.

“Tomémonos un whiskey” le dice a Viera, para derrumbar el muro de profesionalismo que comienza a apartarlos. 

Lo desconciertan las personas con un norte tan definido. No entiende como pueden tener tantas certezas y tan pocas preguntas sobre la vida y lo que hacen o no en ella.

jueves, 20 de julio de 2017

Punto por punto

Él tiene las manos de ellas entre las suyas. La escena tiene cierto aire dramático.

“En serio hoy nos podemos despedir. Tú me dijiste que te habías sentido ligada”. Dice el hombre

El tono es de reclamo, pero el gesto de su cara también lleva una pizca de súplica. Volteó a mirar a la mujer y, por su expresión de sorpresa, parece no creer en sus palabras.

Hago contacto visual con ella un par de segundos. “Mentira, ¿cierto?”, parece preguntarme en medio de esa complicidad silenciosa que a veces surge entre los desconocidos. “No sé” pienso. El papel de juez nunca me queda bien.  

Ella deja de mirarme y libera sus manos de ese típico agarre de pareja de enamorados, al tiempo que dice: “Puedes dejar de…” Ya sabe que trato de poner atención a su conversación y baja el volumen de su voz a un nivel casi imperceptible, incluso para su interlocutor que le responde: “¿Cómo?”. “Ahorita te digo” dice ella, queriendo poner fin a ese breve intercambio de palabras. 

El hombre siente que se hunde en la conversación que, claro está, no le favorece, y lanza otro par de frases salvavidas.

“Inconscientemente no he querido que...(palabras ininteligibles). Te hubiera podido exponer punto por punto.”

Les traen la cuenta y una caja con algo para llevar. El hombre saca su tarjeta débito y cancela.

La mujer es la primera en ponerse de pie y él, al instante, la imita y le obstruye el paso, como esperando una muestra de cariño. 

La mujer agacha la cabeza y lo esquiva. Él suspira y, con resolución, sale detrás de ella.

miércoles, 19 de julio de 2017

Diana

Tiene poca estatura, facciones finas, pelo desordenado con un largo mechón estilo dreadlock y ojos verdes aguamarina que puedo ver a través del cristal de la mascara que lleva puesta.  Es producto de mi imaginación, deseos, inconsciente, un personaje de una novela que estoy leyendo o vaya uno a saber qué.

La sueño. Su cara me es familiar, pero no logró identificar quién es o con quién la estoy asociando. Siento que la conozco desde hace mucho tiempo. Nuestro diálogo resulta amable y sencillo, una dialéctica, como diría Cortázar, de “imán y limadura, de ataque y defensa, de pelota y pared”. 

La máscara que lleva puesta es de última tecnología y permite ver parte de su rostro. Estamos en el año 2342 y nuestro encuentro no ocurre en la tierra, sino en una de sus colonias flotantes, una de las medidas paliativas para la superpoblación del planeta, dictada por el consejo general de la confederación de planetas del que ahora hacemos parte. Jarbo se llama el anillo gigante que flota y sostiene a millones de personas.

Suena la alarma, despierto y tengo las facciones de Diana muy presentes. Me gustaría sentarme ahora a mismo a dibujarla pero, como siempre, la vigilia irrumpe violentamente y, molesto, cierro los ojos con ánimo de prolongar la escena con Diana.

Debido a esa extraña y eventual habilidad que tenemos de poder continuar los sueños que nos resultan agradables, otra vez estoy al lado de ella. Ahora compartimos un silencio cómplice en el que también nos entendemos de maravilla.

Me encantaría quedarme hasta la eternidad con ese ser, digo ser porque quizá sea una androide, en el lugar en el que nos encontramos, un bar o café, al parecer.

La alarma del celular, que ahora está enterrado debajo de las cobijas, vuelve a sonar. Molesto presiono una de sus teclas y vuelvo a cerrar los ojos para intentar recuperar la imagen de Diana. Ya se evaporó por completo.

martes, 18 de julio de 2017

Cancionero

Cuando salió el Vitalogy, yo estaba completamente aficionado a Pearl Jam y escuchaba varias veces al día ese y los dos trabajos anteriores de la banda. Sobra mencionar, creo yo, que son el Ten y el Vs.

Mi afición al grupo en ese entonces  era algo enfermiza. Recuerdo como establecía un número de veces que podía escuchar los discos al día para, en mi opinión, no quemarlos. Si mal no recuerdo era tres veces, pero a veces hacía trampa y los escuchaba una cuarta, e incluso quinta vez, al momento de dormirme, pero los terminaba escuchando completos otra vez, pues cantaba las canciones mentalmente, no lograba conciliar el sueño y me trasnochaba. 

Siempre ponía el reproductor en la opción aleatoria y recuerdo que, entre canción y canción, jugaba a adivinar cuál era la que iba a escoger el misterioso dios de la aleatoreidad. Siempre esperaba que las que más me gustaban sonaran al final, justo antes de, supuestamente, quedarme dormido.

Una vez mi hermana me trajo de Estados Unidos un cuaderno. No era nada del otro mundo y creo que a ella se lo regalaron en una de las visitas de trabajo que tuvo que hacer.

Apenas lo vi, supe para que estaba destinado: lo iba a convertir en el cancionero de Pearl Jam. La consigna era sencilla: transcribir  todas las canciones sin ningún orden en particular, una por página, acompañando cada una con un dibujo de acuerdo a lo que me transmitía la canción o el que la acompañaba en el librito del CD.

Si no estoy mal, el impulso me llegó hasta el Yield. En su momento, en pleno apogeo como posesión material y mi gusto desmedido por la banda, fue uno de mis bienes más preciados. 

lunes, 17 de julio de 2017

Dejen de publicar tanta maricada

“Dejen de publicar tanta maricada. No me importa saber lo que ocurre en sus vidas”, escribió Liam Yannis y luego pinchó el botón de publicación.

¿Qué pretendía con ese arranque de rabia, ese grito dirigido a ese espacio lleno de voces, pero a la vez vacío que es Internet? Evidenciar su molestia. Estaba harto de enterarse, minuto a minuto si fulanito, zutanita, Menganito o Perencejo estaban felices o tristes, hacia donde habían viajado, qué habían comido, de sus conteos regresivos de días para quien sabe qué (“morirse” solía pensar), cuáles eran sus últimos “logros”, o lo que se les ocurriera publicar.

Yannis sabía su acto se convertía en paradoja, pues el simple hecho de dejar constancia que no le interesaba saber en qué andaban sus pares evidenciaba que había visto alguna de sus publicaciones y que si no se había preocupado en alabarla, si lo había hecho para indignarse y despotricar.

El día anterior había leído una columna de opinión bien escrita pero venenosa que trataba el tema. “¡Sí, así, es!” Había pensado Yannis al leer el texto, pero en el fondo sabía que era un tema simplón, una salida fácil del autor, producto quizá de un plazo de entrega apremiante o simple pereza; un lugar común en el que muchos, igual que él, se atrincheraban para criticar al resto de la humanidad.

Lo mejor sería escarbar los motivos de ese comportamiento, conocer las razones de ese afán de reconocimiento que llevamos encima y que aplica para lo que sea que hagamos, pero Yannis carece de conocimiento, o bien ganas para emprender esa tarea.

Su celular vibró y sonó. Una descarga de dopamina le noqueó la región del cerebro encargada de procesar la aceptación social. A María, Jacinto y a otras cinco personas, les agradaba su publicación.

viernes, 14 de julio de 2017

Dejarse morir

El escritor Sam Savage debutó a los 65 años con la novela “Firmin, las aventuras de una escoria metropolitana”, obra en la que pensó que su personaje principal iba a ser un escritor fracasado y al comenzar a escribirla, cayó en cuenta que era la voz de una rata. 

Savage cuenta que toda su vida había escrito: poemas, historias, y algunos intentos de novelas, pero a sus 55 años no estaba contento con el resultado y decidió renunciar de forma total y sincera a todo, a la larga, morir de cierta manera, pues ¿qué más puede significar para alguien abandonar deliberadamente lo que más le gusta hacer en la vida?

Los budistas le llaman a eso “La gran muerte”, un momento de total desesperación, previo a la iluminación. Es como intentar cambiar el mantra motivacional de: “Sigue adelante, no pares, tú puedes” tan trillado hoy en día, y rendirse ante la situación, cualquiera que sea, evitando en el acto el sentimiento de fracaso; algo que la verdad suena supremamente complejo, e imagino que sólo lo logran aquellas personas con una alta inteligencia emocional.

Savage lo logró. Y su “gran muerte” le duró cinco años. Al superarla, o renacer, que suena a cliché, la saco del estadio con Firmin, y a la fecha lleva escritas más de tres novelas.

Todo este tema tal vez tenga mucho que ver con la frase “Kill your darlings” (Mata tus amores) que consiste en despojarnos, sin dar muchos rodeos, de esas ideas que creemos van a ser nuestro “Firmin”. 

Parece que dejarse morir resulta conveniente en ciertas ocasiones.

jueves, 13 de julio de 2017

Geografía del sueño

Es la primera vez que Sofía Castaño saca su almohada de casa. Tiene una polisomnografía, palabra que le deja un buen sabor cada vez que la pronuncia en voz alta o mentalmente. 

Con ínfulas de lingüista, Sofía supone que el término tiene que ver con las palabras somnífero y grafía. En términos sencillos su definición podría ser: descripción del sueño, aunque le parece que suena más bonito “geografía del sueño”, definición más sonora, incluso poética. ¿Qué mejor que aventurarse a averiguar qué ocurre, a todo nivel, en el territorio del sueño?, quizás ese estado guarda las respuestas a todos los interrogantes que tenemos sobre la vida. 

Le gusta inventarse las definiciones de las palabras que no conoce para darles algo de vida. Cometió el error de buscar la definición en internet antes de llegar al lugar: “Técnica electrofisiológica de evaluación del sueño”. Asocia la segunda palabra con descargas eléctricas, tortura, en general un mal rato. 

Lleva consigo la mejor arma para combatir largas horas de espera en consultorios médicos: un libro, Cuentos de Chejóv es el que está leyendo. Desde que se topó con su cita y/o consejo narrativo del arma quería leerlo: “Uno nunca debe poner un rifle cargado en el escenario si no se va a usar. Está mal hacer promesas que no piensas cumplir.”

Llega al centro clínico a eso de las 7 de la noche, completamente fresca, sin rastros de cansancio ni sueño. Le habían dado la indicación de que el día del examen madrugara, pero había trasnochado y dormir largo después de una noche de fiesta, estaba por encima de cualquier cosa.

Siente que el lugar tiene un exceso de luz y blanco. La mujer que la recibe saca una hoja de papel y comienza a hacerle unas preguntas abiertas que a Sofia le parecen ambiguas. No sabe si las respuestas que da son las apropiadas, se siente como cuando un médico le pregunta: “¿de 1 a 10 cuál es el nivel de dolor en este momento?” 6, 7, 8.34, 3,15 ¿cómo saberlo?

Después de un rato la llevan al lugar del examen, un cuarto con una cama, closet, baño y un televisor empotrado en la pared. La enfermera le dice que se cambie, vaya al baño y se acomode en la cama. Sofía le pregunta que si puede leer. “Lo siento no puede” responde la mujer como si nada, “debo apagar la luz para el examen”.

Una vez acostada la mujer le unta un gel en las sienes y en la barbilla y comienza a conectarle cables por todo el cuerpo. Cuando termina sale y le dice que mueva los ojos de un lado a otro con los parpados abiertos y cerrados, que respire, trague saliva, cosas que hacemos sin darnos cuenta mientras estamos dormidos.

No tiene sueño. Prende el televisor y salta de un canal nacional al otro. Por primera vez, desde hace muchos años, se ve todo el noticiero; luego intenta ver una novela que ya está avanzada, por lo que le cuesta entender la relación de los personajes y sus historias. Un hombre estrellando una botella de Whiskey contra un espejo, es la escena que abre el capítulo que transmiten; luego camina hasta un cuarto se sienta en el borde de una cama, se lleva ambas manos a la cabeza y comienza a llorar desconsolado. “Que ridiculez” piensa Sofía. Le molesta el exceso de drama en la ficción y vida real, sin un motivo aparente.

Su reloj Marca las 10:30 p.m. Sin sueño, cierra los ojos y hace un gran esfuerzo para quedarse dormida. Siente que pasa mucho tiempo sin lograr su cometido. 

Pasa una mala noche en la que se despierta varias veces y le cuesta volver a conciliar el sueño. 

De repente la enfermera entra al cuarto, prende la luz y dice: “La prueba ya acabo”, puede vestirse. Los resultados le llegaran a su correo electrónico”. “¿Así nada más?, ¿ni un vasito de jugo de naranja o un tintico?” piensa Sofía.

Siente que sólo durmió 15 minutos y que le va a tocar repetir el examen. Se viste de prisa e intenta quitarse dos electrodos del pecho, pero parece se los pegaron con pegante industrial. Olvida el asunto y sale del cuarto. No hay nadie en la recepción del lugar. Sofía piensa que el personal son como fantasmas, que aparecen cuando comienzan a llegar los pacientes en la noche.

Ya en la calle se siente algo ridícula cargando una almohada pasadas las 6 de la mañana, como si se le hubiera perdido su cuarto o, mejor, su cama. Siente sueño.