martes, 25 de julio de 2017

Agua o balazo

A Alberto Skizzen Le da rabia no poder escribir nada. Tenía toda la intención de hacerlo, pero tiene las palabras atoradas en sus manos o cerebro. Se golpea suavemente la cabeza con dos dedos para ver si enciende el proceso creativo de escritura, pero no ocurre nada.

Le da aún más rabia no hacerle honor a su apellido. Skizzen significa esbozo, y ¿acaso no debería ser ese el estado natural de su cerebro?, ¿Un terreno fértil repleto de bosquejos de historias; un remolino de personajes, tramas y mundos que se alimentan entre sí?

“¡Estúpido cerebro!” piensa. En medio de su desazón, una imagen le llega a su cabeza. Un hombre, no sabe quién es ni como se llama, se encuentra en un cuarto vacío en el que solo hay una mesa de madera vieja, sobre la que reposan un vaso de agua y una pistola.

“¿Pero qué hace ese hombre ahí? Se pregunta. “¿qué circunstancias y/o sucesos lo llevaron a ese lugar? Skizzen no tiene la respuesta a ninguna de las preguntas, pero la imagen lo cautiva y le gustaría escribir un relato a partir de ella.

“La chispa siempre está en el conflicto” piensa, “ ¿Cuál es el conflicto del hombre del cuarto?” De pronto se le ocurre que el hombre lleva encerrado allí muchas horas, y que sus captores, unos hombres crueles, en vez de torturarlo a punta de golpes y corrientazos decidieron dejarlo sin comida. 

El hombre solo puede escoger una cosa o la otra, el vaso o la pistola; prolongar su vida por un par de  horas más, luego de tomarse el vaso con agua, hasta que su cuerpo se deshidrate por completo  o pegarse un tiro.

¿Cuál será su elección?

lunes, 24 de julio de 2017

Silencio

Había sido una noche larga y Jaime estaba completamente desconcertado con lo que había ocurrido.

A eso de las 6, recostado y tranquilo en su cama, sonó el teléfono. Era Carlos que lo invitaba a salir de rumba para celebrarle el cumpleaños a Camila, su novia “¿Y quiénes van?” preguntó Jaime, luego de un suspiro sobrecargado de modorra. “Yo, Camila, un par de amigos de ella y Catalina”

“¿Cuál Catalina?”
“Cáceres huevón, ¿cuál otra conocemos?”

Jaime había estado detrás de la Cáceres, por mucho tiempo, hasta que por fin se cuadraron. En lo que duró su relación parecían más amigos que novios y antes de completar 6 meses juntos terminaron. 

Luego de eso Jaime se desinteresó por completo de Catalina, en cierto momento dejó de gustarle, y trataba de evitarla a toda costa. Le parecía extraño eso, el hecho de que en cierto momento alguien nos vuelva locos y luego, de la noche a la mañana, esa persona pase al plano del olvido. “¿A dónde se va todo el amor que sentimos por una persona en determinado momento?” solía preguntarse. “Quizá está con nosotros por momentos y si no funciona en nuestras relaciones emigra hacia otras con mayores probabilidades de éxito.”, era la explicación que le parecía más precisa. 

“Bueno, hágale, ¿me recoge?”
“Si princesa, a las 8 paso por usted”

Cuando se montó en el carro de su amigo Camila lo saludó con un exceso de efusividad que evidenciaba inicios de alicoramiento. “¿Listo pa’ la rumba Jaimito?” le pregunto, mientras le zampaba un pico y le alcanzaba una lata de cerveza. Jaime le respondió con una sonrisa floja, aceptó la bebida y luego le dio un sorbo con desgano.

El lugar de la celebración quedaba en las afueras de la ciudad, y en lo que duró el trayecto Jaime se la pasó mirando por la ventana tratando de participar lo menos posible en la conversación que sus amigos tenían con Angelica, una desconocida que iba sentada a su lado, Ella había acabado de terminar con un tal German y su plan era embriagarse hasta lograr un estado de inconsciencia. 

Luego de un viaje que duró más de media hora, llegaron al bar. Le dijeron al gorila que cuidaba la puerta, un hombre con la cabeza rapada y una chaqueta larga negra, a nombre de quien estaba la reserva. A Jaime le pareció que el hombre examinó al grupo cómo con ganas de estrangular a alguien. Luego agarró la solapa de la chaqueta entre el índice y pulgar de su mano derecha y repitió el nombre que le dieron. Al rato alguien le contestó y los dejó seguir.

En la mesa reservada, ubicada al fondo del bar, había muchísima gente, más desconocidos que conocidos. En lo que duraron los saludos Jaime recibió una avalancha de nombres que olvidó al instante y apenas se sentó alguien le pasó un vaso con una bebida oscura. Dio las gracias y decidió no tocar el brebaje, quería permanecer en sus cinco sentidos esa noche.

En la transición de un vallenato a un merengue varias parejas dejaron la mesa y su lugar fue ocupado por otras que llegaban sudorosas y sonrientes. Entre ellas venía Catalina quien, al ver a Jaime soltó la mano de un hombre alto y flaco, se abalanzó a saludarlo con una efusividad que no fue correspondida.

Mas tarde, en la pista de baile el grupo formó ese típico círculo intimidante, en el que algunos valientes, víctimas del licor quizá, se lanzan a bailar en al centro. De repente Catalina ocupó ese lugar y comenzó a examinar con detenimiento a quien iba a sacar a bailar. Jaime se hizo el loco todo lo que pudo, hasta que los brazos de ella le rodearon su cuello y lo arrastraron como un remolino hacia el centro del círculo, que se deshizo al instante para transformarse en parejas de baile.

Catalina le bailaba de forma exagerada y sugestiva a un Jaime bastante incomodo, que dudaba en donde poner las manos, y se movía torpemente de un lado a otro intentando llevar el ritmo de la canción.

Con algo de suerte hizo contacto visual con Camila, y, en silencio. le suplicó que le ayudara. Camila reaccionó y grito fuerte “¡Cambio de pareja!” y lo rescató. Fue una noche muy larga.

De vuelta a la ciudad, Angélica su compañera de puesto, se fue con un hombre del grupo que acababa de conocer y Catalina ocupó su lugar.

Catalina recostó la cabeza en el hombro de Jaime, que se quedó congelado el resto del camino, mientras Carlos discutía con Camila y le reclamaba que por qué había tomado tanto. 

Cuando llegaron a al apartamento de Camila, Carlos la tuvo que bajar del carro y acompañarla hasta el apartamento pues no se podía sostener por si sola. Jaime, en un amague de ayudar a su amigo, salió del carro y se sentó en las escaleras de la entrada. Al instante Catalina lo siguió y se sentó a su lado “Hace frío" le dijo.  Jaime le respondió “si” sin voltear a mirarla. Catalina decidió no hablar más y le cruzo un brazo por encima del hombro.  pasados un par de minutos, se puso a recordar el tiempo que habían pasado juntos, y al final le preguntó que si no quería volver con ella. Jaime no contestó nada. A punto de hacerlo, cuando el silencio exigía una respuesta de su parte, Carlos salió del edificio. “Súbanse al carro, que noche de mierda esta” 

Ambos le hicieron caso sin responder nada. El resto del viaje lo compartieron en silencio.

viernes, 21 de julio de 2017

Esto y lo otro

Carlos Viera se encuentra con Felipe Urrego luego de muchos años sin verse. Fueron grandes amigos en la infancia, pero la vida se encargó de separarlos y darles caminos tremendamente diferentes, como asegurándose de que nunca volvieran a tener oportunidad de encontrarse de nuevo. 

Pero ahí están, desafiando a, o cumpliendo con el destino. Al principio les cuesta entenderse, atropellan sus frases, pero poco a poco desentierran la camaradería de las amistades inquebrantables.

Viera nunca terminó una carrera, pero es de esas personas que siempre causan una buena primera impresión, y que se acopla con facilidad a cualquier grupo. Navega en un inmenso mar de conocimiento con pocos milímetros de profundidad, que le permite hablar sobre cualquier tema con una propiedad que intimida. 

Ahí va por la vida siempre cerrando negocios y/o asesorando personas, empresas ¿A qué se dedica exactamente?, es imposible saberlo, todo lo que hace está envuelto en un halo de misterio.

En un momento de su conversación, Urrego se atreve a preguntarle: “¿Y que andas haciendo ahorita? Viera se sorprende con la pregunta. Tal vez piensa que su amigo no le ha puesto nada de atención en lo que llevan hablando, o quizá porque ni el mismo sabe la respuesta a esa pregunta. “Estoy metido de lleno en temas de emprendimiento e innovación digital” suelta de forma rápida la frase. 

“Ahh” responde Urrego con desgano, molesto por el curso que está tomando la conversación.
“¿Conoces A Carla Zuker?” pregunta con propiedad Viera 
“no”
“ ¿Y a Pedro Cáceres?”
“no”
“Mmm de pronto a Carla Giacomelli?
“Tampoco”
“No estás en nada” dice Viera esbozando una sonrisa sonsa

Sin que Urrego le pregunte quiénes son, Viera le explica que esas personas son expertos en Marketing digital, y que uno de sus proyectos es un colectivo de educación que conformo con ellos, con el que dicta seminarios y cursos.

Urrego quiere hablar de temas intrascendentes, insulsos. Esas pendejadas a las que un par de amigos les pueden dar vueltas por horas sin llegar a aburrirse, pero Viera insiste.

“¿Qué tal andas de innovación Pipe?” pregunta Viera y hace una pausa para tomar aliento. “Mira” le dice juntando ambas manos, como presentador de un magazín de noticias, “Te hago Canvas de Osterwalder, Balance scorecard, esto y lo otro”, y luego le enumera más de 10 conocimientos o cosas que puede hacer. “Sólo dime qué necesitas para ver cómo te puedo ayudar” 

Pero Urrego se quedó en la primera, en el Canvas de Osterwalder, al que nunca le ha visto ciencia alguna, pues si de hacerlo se trata. pintar las 9 casillas y llenarlas de información, cree que hasta un niño de primaria lo puede hacer. “Ojalá innovar solo consistiera en hacer Canvas” piensa.

“Tomémonos un whiskey” le dice a Viera, para derrumbar el muro de profesionalismo que comienza a apartarlos. 

Lo desconciertan las personas con un norte tan definido. No entiende como pueden tener tantas certezas y tan pocas preguntas sobre la vida y lo que hacen o no en ella.

jueves, 20 de julio de 2017

Punto por punto

Él tiene las manos de ellas entre las suyas. La escena tiene cierto aire dramático.

“En serio hoy nos podemos despedir. Tú me dijiste que te habías sentido ligada”. Dice el hombre

El tono es de reclamo, pero el gesto de su cara también lleva una pizca de súplica. Volteó a mirar a la mujer y, por su expresión de sorpresa, parece no creer en sus palabras.

Hago contacto visual con ella un par de segundos. “Mentira, ¿cierto?”, parece preguntarme en medio de esa complicidad silenciosa que a veces surge entre los desconocidos. “No sé” pienso. El papel de juez nunca me queda bien.  

Ella deja de mirarme y libera sus manos de ese típico agarre de pareja de enamorados, al tiempo que dice: “Puedes dejar de…” Ya sabe que trato de poner atención a su conversación y baja el volumen de su voz a un nivel casi imperceptible, incluso para su interlocutor que le responde: “¿Cómo?”. “Ahorita te digo” dice ella, queriendo poner fin a ese breve intercambio de palabras. 

El hombre siente que se hunde en la conversación que, claro está, no le favorece, y lanza otro par de frases salvavidas.

“Inconscientemente no he querido que...(palabras ininteligibles). Te hubiera podido exponer punto por punto.”

Les traen la cuenta y una caja con algo para llevar. El hombre saca su tarjeta débito y cancela.

La mujer es la primera en ponerse de pie y él, al instante, la imita y le obstruye el paso, como esperando una muestra de cariño. 

La mujer agacha la cabeza y lo esquiva. Él suspira y, con resolución, sale detrás de ella.

miércoles, 19 de julio de 2017

Diana

Tiene poca estatura, facciones finas, pelo desordenado con un largo mechón estilo dreadlock y ojos verdes aguamarina que puedo ver a través del cristal de la mascara que lleva puesta.  Es producto de mi imaginación, deseos, inconsciente, un personaje de una novela que estoy leyendo o vaya uno a saber qué.

La sueño. Su cara me es familiar, pero no logró identificar quién es o con quién la estoy asociando. Siento que la conozco desde hace mucho tiempo. Nuestro diálogo resulta amable y sencillo, una dialéctica, como diría Cortázar, de “imán y limadura, de ataque y defensa, de pelota y pared”. 

La máscara que lleva puesta es de última tecnología y permite ver parte de su rostro. Estamos en el año 2342 y nuestro encuentro no ocurre en la tierra, sino en una de sus colonias flotantes, una de las medidas paliativas para la superpoblación del planeta, dictada por el consejo general de la confederación de planetas del que ahora hacemos parte. Jarbo se llama el anillo gigante que flota y sostiene a millones de personas.

Suena la alarma, despierto y tengo las facciones de Diana muy presentes. Me gustaría sentarme ahora a mismo a dibujarla pero, como siempre, la vigilia irrumpe violentamente y, molesto, cierro los ojos con ánimo de prolongar la escena con Diana.

Debido a esa extraña y eventual habilidad que tenemos de poder continuar los sueños que nos resultan agradables, otra vez estoy al lado de ella. Ahora compartimos un silencio cómplice en el que también nos entendemos de maravilla.

Me encantaría quedarme hasta la eternidad con ese ser, digo ser porque quizá sea una androide, en el lugar en el que nos encontramos, un bar o café, al parecer.

La alarma del celular, que ahora está enterrado debajo de las cobijas, vuelve a sonar. Molesto presiono una de sus teclas y vuelvo a cerrar los ojos para intentar recuperar la imagen de Diana. Ya se evaporó por completo.

martes, 18 de julio de 2017

Cancionero

Cuando salió el Vitalogy, yo estaba completamente aficionado a Pearl Jam y escuchaba varias veces al día ese y los dos trabajos anteriores de la banda. Sobra mencionar, creo yo, que son el Ten y el Vs.

Mi afición al grupo en ese entonces  era algo enfermiza. Recuerdo como establecía un número de veces que podía escuchar los discos al día para, en mi opinión, no quemarlos. Si mal no recuerdo era tres veces, pero a veces hacía trampa y los escuchaba una cuarta, e incluso quinta vez, al momento de dormirme, pero los terminaba escuchando completos otra vez, pues cantaba las canciones mentalmente, no lograba conciliar el sueño y me trasnochaba. 

Siempre ponía el reproductor en la opción aleatoria y recuerdo que, entre canción y canción, jugaba a adivinar cuál era la que iba a escoger el misterioso dios de la aleatoreidad. Siempre esperaba que las que más me gustaban sonaran al final, justo antes de, supuestamente, quedarme dormido.

Una vez mi hermana me trajo de Estados Unidos un cuaderno. No era nada del otro mundo y creo que a ella se lo regalaron en una de las visitas de trabajo que tuvo que hacer.

Apenas lo vi, supe para que estaba destinado: lo iba a convertir en el cancionero de Pearl Jam. La consigna era sencilla: transcribir  todas las canciones sin ningún orden en particular, una por página, acompañando cada una con un dibujo de acuerdo a lo que me transmitía la canción o el que la acompañaba en el librito del CD.

Si no estoy mal, el impulso me llegó hasta el Yield. En su momento, en pleno apogeo como posesión material y mi gusto desmedido por la banda, fue uno de mis bienes más preciados. 

lunes, 17 de julio de 2017

Dejen de publicar tanta maricada

“Dejen de publicar tanta maricada. No me importa saber lo que ocurre en sus vidas”, escribió Liam Yannis y luego pinchó el botón de publicación.

¿Qué pretendía con ese arranque de rabia, ese grito dirigido a ese espacio lleno de voces, pero a la vez vacío que es Internet? Evidenciar su molestia. Estaba harto de enterarse, minuto a minuto si fulanito, zutanita, Menganito o Perencejo estaban felices o tristes, hacia donde habían viajado, qué habían comido, de sus conteos regresivos de días para quien sabe qué (“morirse” solía pensar), cuáles eran sus últimos “logros”, o lo que se les ocurriera publicar.

Yannis sabía su acto se convertía en paradoja, pues el simple hecho de dejar constancia que no le interesaba saber en qué andaban sus pares evidenciaba que había visto alguna de sus publicaciones y que si no se había preocupado en alabarla, si lo había hecho para indignarse y despotricar.

El día anterior había leído una columna de opinión bien escrita pero venenosa que trataba el tema. “¡Sí, así, es!” Había pensado Yannis al leer el texto, pero en el fondo sabía que era un tema simplón, una salida fácil del autor, producto quizá de un plazo de entrega apremiante o simple pereza; un lugar común en el que muchos, igual que él, se atrincheraban para criticar al resto de la humanidad.

Lo mejor sería escarbar los motivos de ese comportamiento, conocer las razones de ese afán de reconocimiento que llevamos encima y que aplica para lo que sea que hagamos, pero Yannis carece de conocimiento, o bien ganas para emprender esa tarea.

Su celular vibró y sonó. Una descarga de dopamina le noqueó la región del cerebro encargada de procesar la aceptación social. A María, Jacinto y a otras cinco personas, les agradaba su publicación.