domingo, 13 de agosto de 2017

Recuerdos

Hace un momento mientras mordía una tostada y pasaba el trozo de pan seco con un sorbo de café, recordó ese desayuno en la terraza de Le Café Qui Parle.

Ese día hacía sol y los rayos de sol se filtraban, como hilos de agua, por entre las ramas de los árboles. El lugar estaba a reventar y no se podía discernir bien entre los sonidos: cubiertos estrellando los platos, conversaciones risas y música, que conformaban la cacofonía del momento.

Más de 15 personas esperaban su turno en una fila con un ambiente alegre y lanzaban miradas poco cordiales a los comensales que, según ellos, se tomaban todo el tiempo del mundo para desocupar las mesas.

A su lado unas parejas con dos niños pequeños también desayunaban. Uno de los pequeños, una niña rubia con dos trenzas largas y pulcras, tenía un vaso de jugo de naranja a la mitad y varios trozos de comida esparcidos en su plato. Su interés en comer era mínimo y había sido rezagado por una de esas bombas alargadas de color amarillo y en forma de espada, que la pequeña blandía de un lado al otro.

Las meseras del lugar saltaban afanadas de la cocina a la mesas, de un cliente al otro, con bandejas llenas de platos bañados en salsas de color ocre de diferentes tonalidades, que humeaban y desprendían olores condimentados, que abrían el apetito.

A lo lejos, un grupo de niños jugaba a deslizarse por un rodadero y sus caras reflejaban, piensa ahora, una felicidad plena.

Recuerda muchas cosas, pero cree que son muy pocas, en relación con la infinidad de sucesos que ocurrían en ese lugar y momento.

“Ojalá tuviera la capacidad de captarlo todo, saborear hasta la última gota de los elementos que componen los instantes de mi vida”, piensa.

El reloj de su casa da una campanada que indica una media hora. El tiempo, como siempre, en contra de todo. Otra vez se le hizo tarde para llegar a la oficina.

viernes, 11 de agosto de 2017

Ser nadie

Hace más o menos un año, una amiga se enfrentó a un punto de trama, esos sucesos que ponen a girar una historia para dejarla encarrilada en cualquier dirección. Dicen, los expertos en teoría narrativa, que es importante aprender a identificarlos pues son los que nos ayudan a planear la trayectoria de las historias.

Ella llevaba más de 10 años trabajando en la misma empresa y ya no aguantaba más la presión de su trabajo, familia, pares, de todo y todos, así que decidió gastarse sus ahorros en un viaje.

Luego de unos breves mensajes en Facebook, iniciamos una comunicación epistolar lenta que, una de las partes aviva, más o menos, cada 3 meses. Aparte de los variados temas que tocamos, siempre incluimos recomendaciones de películas, videos, libros, series, etc.

En su último E-mail me me recomendó leer a  un filósofo de la India que se llama Jiddu Krishnamurti. 

Descargué un documento titulado “El libro de la vida”, en el que, a lo largo de un año, escribió cada día una pequeña reflexión. Krishnamurti dice, por ejemplo, que todos vivimos inmersos en una lucha continua y queremos pasar de un estado a otro indefinidamente: Si somos pobres, queremos ser ricos, desempleados - empleados, feos- atractivos, etc. y que esa actitud sólo nos genera sufrimiento. 

Elena Ferrante, una, ¿escritora?, ¿escritor? que podría gozar de esos estados que tanto queremos alcanzar intenta ser nadie, en un mundo que a cada rato nos exige ser alguien, aplausos para ella.

“No me arrepiento de mi anonimato. Descubrir la
personalidad de quien escribe a través de las historias
que propone, de sus personajes, de los objetos y
paisajes que describe, del tono de su escritura,
no es ni más ni menos que un buen modo de leer.”
—Elena Ferrante—

jueves, 10 de agosto de 2017

Trueque de libros

Siempre me ha intrigado la el concepto del trueque. Creo que lograr desligar el dinero de cualquier actividad, aunque parezcamos no soportarlo, es un acierto.

Una vez una amiga organizó un trueque de libros. Cada uno de los invitados debía llevar uno importante, es decir, que le hubiera gustado mucho o marcado de manera especial. Los asistentes podían llevar su copia original, esas que solemos proteger y que nos resulta ilógico desprendernos de ellas o comprar una nueva. Mi hermana hizo eso, pues la copia que tenía de "Dispara yo ya estoy muerto" de julia Navarro estaba casi destruida. Yo llevé "Sputnik Sweetheart" de Murakami, la original, pues siempre he sido muy ñoño con el cuidado de los libros. 

Al llegar, tuvimos que llenar una ficha en la que debíamos explicar por qué nos había gustado el libro y el tipo de persona que  creíamos le llamaría más la atención, una especie de disparo al aire; creo que recomendar libros es algo supremamente difícil.

 Al momento de seleccionar los libros, cada persona tuvo que realizar una especie de pitch o discurso de venta sobre su libro para interesar al mayor número de personas posible.  Algunos discursos, en los que cada persona contaba cómo el libro había llegado a su vida, en cuál etapa de esta había sido leído y de qué forma lo había marcado,  fueron muy emotivos.

Los que mostraban interés por el libro tenían que escribir su nombre en un papel y depositarlo en una copa que reposaba encima del cada libro.

Yo escribí mí nombre unas cinco veces (teníamos la posibilidad de votar más de una vez). Después de más o menos 30 discursos, que expusieron las ventajas que cada libro le brindaría a su futuro lector, se sacaba un papel de cada copa para mirar qué persona se quedaba con el libro. Si a uno lo seleccionaban más de una vez (mí caso) se tenía la opción de cambiar el libro previamente seleccionado por el último.

Siempre será interesante, para los aficionados a la lectura, aprender sobre libros que han leído otras personas y por qué razón(es) les gustaron.  

miércoles, 9 de agosto de 2017

Zoroca

Hace mucho sol. La mujer, una taxista, culebrea por entre el tráfico con agilidad mientras alega por el teléfono:

“Donde está, ¿En el hospital?” pregunta. La llamada se cae y, mal humorada, murmura un par de palabras hasta que el celular timbra de nuevo. Contesta: “Yo ya le compré el almuerzo, dejo una carrera y voy para allá. ¿Está con su mujer? Aghh, apenas llegue le timbro y baja para que coma algo, pero solo usted, ¿bueno? Ya nos vemos.”

“Es que me hijo está en el hospital, con el niño, pero está con la mujer” dice mientras nos mira por el retrovisor, como si le estuviéramos exigiendo una explicación. Quiere hablar. 

“¿Qué le paso a su nieto?”
“Le salió una bola, en la garganta, un turupe”. Se lleva una mano al cuello mientras lo estira, para indicarnos el lugar exacto.
“ ¿Cuantos años tiene?”
“Un año y dos meses. Si el niño está allá es por culpa de ella.” 

Lo que le pasó, en mis tiempos se les llamaba ganglios inflamados”, Afirma con seguridad. “Yo sé cómo curarlos”. Como el día que le dio estaba enferma, no me le pude acercar al niño, entonces ni modo. Es que mi nuera, no lo cuida, no hace nada, hace las cosas sin fundamento”, concluye.

“ ¿Cuántos hijos tiene?”
"5”
“¿Y es el único que tiene problemas?”
“Nahhh todos” responde al tiempo que ríe. “La única es la boyancese” dice, haciendo referencia a una de sus nueras. “Esa china si es bien juiciosa, estudió y tiene un jardín para niños”

“De mis hijos el más juicioso es el que está ahorita en el hospital. Es buen papá, buen hijo, buen esposo. ¿pero si ve? Nada es completo en la vida, cuando los hijos son juiciosos las mujeres les salen desjuiciadas, como esa zoroca.

“¿cuántos nietos tiene?”
“11. El mayor ya va a cumplir 18 años, y mi hijo el licenciado en lengua española, esposo de la boyancese tiene 2, una que es casi una mujercita y tiene trece años y un bebe de 2.” No cuenta nada sobre el resto de nietos.

“ ¿Y su esposo?”
“Por ahí anda borrachito. Mi hija me pelea que por qué no lo dejo, pero yo no le hago caso, Lo mejor es dejarlo por ahí quieto”.

martes, 8 de agosto de 2017

Marzo de 1941

En Marzo 8 de 1941 Virginia Woolf escribe su última entrada en el diario. Desde que comenzó a llevarlo, estaba convencida que el hábito de escribir, así sólo fuera para sus propios ojos, era una buena práctica que, sin importar las fallas y los tropiezos involucrados en el proceso, aflojaba sus ligamentos.

Disfruto escribir: Creo que soy una observadora honesta.”
Por lo tanto, el mundo continuará proporcionándome emociones
así pueda o no usarlas”.
El diario de un escritor 1918-1941

Ese día como en muchas de las otras entradas no tocó un tema preciso, sino que trato diversos temas. Citó, por ejemplo, la frase “observar perpetuamente” de Henry James y contó: “Mi propio cerebro, aquí, es un completo colapso nervioso en miniatura.”

Luego dice que, entre sus 50 y 60 años, escribirá libros muy peculiares, si llega a estar viva. Europa está en guerra y el estado de los eventos es algo que la ha afectado bastante. Woolf era brillante e imagino que si podía escribir con tanto sentimiento y lirismo era porque tenía una sensibilidad única, y la cotidianidad, buena o mala, la afectaba profundamente, pero ese ¿don, castigo?, pudo haberla conducido hacía su depresión.

20 días después de esa entrada en su diario le deja una nota a Leonard, su esposo:

"Me siento segura de que estoy enloqueciendo de nuevo. Siento que no podemos atravesar otro de esos terribles tiempos, y no me voy a recuperar en esta ocasión. Empiezo a escuchar voces y no me puedo concentrar. Así que estoy haciendo lo mejor que se puede hacer. Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido, en todos los sentidos. todo lo que cualquiera podría ser. No creo que dos personas podrían haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad llegó. No puedo pelear más. Sé que estoy estropeando tu vida, que sin mí puedes trabajar, y lo harás, yo sé. Ya ves, no puedo ni escribir esto apropiadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que debo toda la felicidad de mi vida a ti"

Que palabras tan tristes. Reflejan toda la lucha interna que libraba en su interior, toda la energía que utilizó para combatir su enfermedad.

Luego de escribir esa nota, Woolf salió a caminar, llenó con piedras los bolsillos de su vestido y se sumergió en un río. Su cuerpo fue encontrado tres semanas después.

Fue cremada y sus restos fueron enterrados debajo de uno de los dos olmos entrelazados en su patio, a los que ella había apodado “Virginia y Leonard”. Él marcó el lugar con una lápida en la que escribió las últimas líneas de su novela “Las Olas”: 

“¡Contra ti me lanzaré, entero e invicto, oh Muerte!»
Las olas rompían en la playa.”
- Las Olas -

viernes, 4 de agosto de 2017

Lugar Común

Ante el apremiante plazo de entrega, el reconocido periodista Darío Piñeros debe escribir un texto y enviarlo antes de la medianoche. Su reloj marca las 10:15 p.m. pero Piñeros prefiere leer 22:15, la hora militar, conducta que espera que le dé un poco de método o rigurosidad a su proceso de escritura, Le gustaría tener un general a su lado apurándolo, pendiente de que sólo se preocupe en escribir una palabra detrás de la otra. 

Escribir, en estos momentos, es lo último que Piñeros quiere hacer. Justo en este instante, mientras él escarba su cabeza para dar con algún tema medianamente interesante, todos sus colegas se encuentran en “Botella Rota”, su bar preferido, celebrando el cumpleaños de Martina, esa practicante altiva y condenadamente sexy que hace poco entró al periódico.

“Piñeritos, vas a ir a la celebración de mi cumple, ¿cierto?” le había preguntado ella después de la junta de redacción. “¿Cómo me lo voy a perder?, llego un poco tarde, pero allá estaré”.

22:24 “Firme mi coronel, ya me pongo a escribir” le dice mentalmente Piñeros a ese personaje de bigote y quepis que imagina a su lado. Escribe dos líneas, luego las borra para escribir otras 5, y las deja ahí en la pantalla como muertas. 

22:26 “¡Firme!”

Quiere que su texto sea original, pero ¿qué es un escrito original?”, que esté lo más alejado posible de clichés y lugares comunes, se responde. 

22:31 nada ocurre en su cabeza, el engranaje de la escritura está oxidado, trabado, o bien porque no tiene ganas de escribir, o porque a cada rato Martina se le aparece en su cabeza con esa faldita negra y diminuta que llevó hoy a la oficina, o bien porque cree que tiene hambre o, en su defecto, sed; ya va por el quinto vaso de gaseosa.

“¿Cuál es la maldita aberración a los lugares comunes?” se pregunta Piñeros. ¿Por qué no acudir a ellos cuando los necesitamos? ¿Cuál es ese maldito afán de ser originales? Se imagina un relato corto de no más de 500 palabras, en el que dos personas se encuentran y luego del saludo y las preguntas de rigor sobre sus familias y parejas, se ponen a hablar sobre el clima, luego de fútbol y por último de política, luego se despiden y ya, nada más, no pasa nada, “una especie de anti-relato” piensa.

22:51 “¡Señor si señor!” Luego de jugar con el cuento en su cabeza, de buscarle unos personajes y darles ciertos rasgos de personalidad, Piñeros concluye que los lugares comunes, si es que existen, están subvalorados, pues nos brindan puntos de conexión con el resto de la humanidad. Que los consideremos simples o tontos es otro cuento, pero no podemos pretender andar como filósofos por la vida, preguntándonos acerca de nuestra existencia y razón de ser a cada rato.

22:57. Lugar Común, es el título que le da a su artículo. Luego busca en internet “lugares comunes en la escritura” y da con un listado de 40 ejemplos: “A su mente acuden, Le asaltó una duda, Mar de dudas, El silencio sobrecogedor y Mirada cómplice”, entre otros. Se compromete a utilizar por lo menos 10 en su escrito, que ahora fluye como un río envuelto en un silencio sobrecogedor, o lo que sea que signifique eso. 

Piñeros teclea frenéticamente, ante el gesto satisfactorio y de aprobación de su general imaginario.

jueves, 3 de agosto de 2017

Realidad

“Que concepto tan complicado” piensa Camila, Camila Linares de Stein. ¿Es ella real sólo con su nombre o también necesita de sus apellidos, el propio y el posesivo de casada, para serlo?, pero ¿qué carajos significa ser real?, ¿Quién posee la verdad absoluta para determinarlo? Jodida cabeza que, de un momento a otro, la asalta con esos líos existenciales. “Suficiente tengo con intentar sobrevivir en esta jungla capitalina repleta de envidia y soberbia como para ponerme a pensar en callejones sin salida”.

“Ese es el problema” …piensa Camila, dándole cuerda al tema de la realidad, mientras sus ojos se acostumbran a la oscuridad de un cuarto que no es el suyo. “¿Qué hora es?”. Unas manos invisibles le oprimen su cabeza al tiempo que le clavan pequeños puñales. La boca pastosa y unas ganas increíbles de no hacer nada, no ser persona, de no ser real, confirman su realidad: Ayer se fue de fiesta y se pasó de copas, pero, de su sopa de recuerdos, no logra pescar las imágenes de lo ocurrido, “¿Ayer, hoy?”. 

Inhala y exhala profundo un par de veces; respirar de esa manera, según la sabiduría popular, parece ser tan curativo como tomarse un vaso de agua después de una fuerte sacudida emocional.

Se calma y apropia de sus sentidos. Su temperatura corporal le da una sensación de placidez. Nota que su muslo está más caliente que el resto de su cuerpo. Una mano descansa sobre él, una mano suave, que no es la del Sr. Stein.

Voltea la cabeza y ve su celular sobre una mesa de noche, al lado de un reloj despertador, una lámpara y una foto. Quiere alcanzarlo, pero sin despertar al sujeto que duerme a su lado. Prefiere continuar como una piedra por un rato. Imagina que se evapora, escapa de ese lugar sin nombre y se solidifica en la habitación de su casa. Abre los ojos y sigue ahí, real pero como muerta. Mira de reojo al hombre que duerme a su lado y considera que tiene un buen perfil, por lo menos el trago no la traiciono y se acostó con alguien que cumple con sus estándares de belleza. 

Rebobina lo que pensó y lo vuelve a reproducir con mayor fidelidad: “Ese es el problema, que los límites del significado de realidad son tan borrosos y se mezclan con otros temas igual de complejos como ser alguien y la verdad”.

Deja de ser una estatua y lentamente extiende una mano para Agarrar el celular, espicha una tecla. 8:17 a.m. La luz de la pantalla la ciega por unos segundos. Si no sabe dónde está, también tiene problemas para recordar qué día es. Espera que sea sábado o domingo, caso contrario debería dejar de disertar sobre la realidad y comenzar a elaborar una mentira creíble para su jefe, un viejo amigo que la rescató de un mar de desempleo y la llevó a trabajar como consultora externa a su empresa.

Sus ojos vuelven a posarse sobre la foto, conoce a las personas que salen en ella. ¿Dónde dejó las gafas? No las ve por ningún lado, estira nuevamente el brazo y pone la foto a una distancia en la que logra enfocar sin ayudas visuales. Ahí están sonrientes y, al parecer, felices Cecilia, su mejor amiga, con su esposo, que es su jefe, su amigo, su amante, un desconocido entre sábanas, prefiere pensar.

Todo parece real, pero Camila desea hacer parte de una de esas películas en la que la vida de las personas transcurre en una maqueta que maneja otra persona, un ser superior que los mueve, como fichas, a su antojo.