miércoles, 16 de agosto de 2017

Bullet

Bullet, es el seudónimo que escogió para firmar sus artículos. Hoy escribe uno que debe tener por lo menos 800 palabras. Lee las sus características: tono, punto de vista, entre otras, que debe tener. “¿Qué carajos voy a escribir sobre eso?” se pregunta. Cómo es costumbre, todo tipo de pensamientos cabalgan por su mente. Intenta aplacarlos con un pequeño monologo mental: ¿Por qué pienso tantas pendejadas?, concentrémonos”, que no le funciona.

Toma aire, estira los dedos y arquea la espalda; como última medida de procastinación se levanta de su escritorio y va a la cocina, ¿a qué? no lo sabe. No tiene hambre. Abre la nevera y sus ojos saltan de unos huevos al cartón de jugo de naranja, de unos tomates a unas salchichas, de una lechuga a una gelatina verde que quién sabe cuánto tiempo lleva ahí. La toca con la punta de un dedo y la masa se mueve, como molesta, de un lado a otro. “No estoy podrida déjeme en paz, ¿por qué más bien no se sienta a escribir?” le dice.

Jugando a personificar al alimento, crea esa pequeña línea de diálogo en su cabeza. No responde porque le parece muy loco hacerlo. Cierra de un portazo la nevera; decide tener sed y se sirve un vaso de agua a rebosar. camina resignado hacia su estudio, haciendo un esfuerzo exagerado de equilibrio para no derramar ni una gota. 

De repente una idea se le aparece y penetra su cabeza como una bala. Le sirve para desarrollar los 2 o tres primeros párrafos de su escrito: 286 palabras.

Algo bueno trae la potencia “destructiva” de ese pensamiento, pues remueve su conciencia despertando otras ideas- Luego de tamborilear un rato sobre la mesa y jugar a un timbalero frustrado, Bullet comienza a asociar ideas, a unirlas por extremos que en apariencia no cazan. El grifo de la escritura escupe palabras a un buen ritmo.

Sonrié, se detiene, vuelve a leer lo que lleva, añade comas, puntos; corta en dos o tres los párrafos que le parecen muy extensos, resultado: 759 palabras. 

Esas 41 palabras que le faltan que quién sabe dónde están escondidas serán las más difíciles de lograr.  

Ya cansado o aburrido, escribe un nuevo párrafo. Sus dedos funcionan más rápido que su mente o al contrario y escribe "abije" en vez de “viaje”.

Recuerda que Constaín narra en “El hombre que no fue Jueves” cómo en un aparte iba a escribir “agotados" pero hundió , al igual que él, mal las teclas y escribió ahotados, adjetivo arcaico que quiere decir “osado y atrevido”.

No descubre nada con su torpeza motriz, la palabra no tiene significado alguno; una cercana es abuje, un “Ácaro de color rojo que se cría en las hierbas” y otra, la que le sugiere el programa, que se le ríe en silencio, es “avine: arreglé, congenié, compuse. “Quizás es una de esas señales que nos manda el universo cuando más las necesitamos”. piensa.
 Desecha el pensamiento. No cree en esas estupideces. Ya habrá tiempo de componer el escrito, de avenirlo. Ya llegara ese instante en que las palabras correctas se apoderarán, como ácaros, de su cerebro para dar con esas palabras que le hacen falta.

martes, 15 de agosto de 2017

El cuento

Apenas pusieron la antena parabólica en mi casa me aficioné al Disney Channel. Aparte del amor platónico que sentía por Kelly de Saved by the bell, veía muchas caricaturas.

Recuerdo que a cada rato pasaban programas en los que mostraban tres pequeñas historias con los personajes clásicos: El pato Donald, Mickey, Goofy y, algunas veces, otros. 

Un día en el colegio, en clase de español, la profesora nos dijo que escribiéramos un cuento. El día anterior yo había visto una caricatura de unos renos, la cuál ya había visto varias veces y decidí contar esa historia tal cual sin cambiarle nada. Utilicé entonces los mismos personajes, misma trama, etc. y me esforcé en recrearla lo mejor posible en mis palabras.

Me tocó leerlo ante todo el salón y lo hice muy orgullosos, pues tenía el episodio fresco en la mente y sentía que me había quedado bien escrito.

Cuando terminé alguien dijo que había fusilado un episodio de las caricaturas de Disney y, al rato, otros más lo corroboraron. “Malditos, tienen envidia de que me quedó bien escrito” pensé.

Sabía que lo que había hecho no estaba del todo bien y la profesora me dijo lo mismo, que no debía copiarme sino inventarme una historia desde ceros.

Un tiempo después en la misma clase, otra vez nos pidieron escribir un cuento. Era la oportunidad perfecta para redimirme y alejar mi nombre de las garras del plagio. Esa vez escribí una historia sobre un arquero de un equipo de fútbol.

En esa ocasión otro alumno tenía que leer la historia y el que la había escrito debía, más o menos, representarla. Recuerdo que cuando pasé al frente adopté una posición de arquero y, hacía el clímax de mi cuento, me estiré para atrapar un zapato, que hacía sus veces de balón de fútbol.

lunes, 14 de agosto de 2017

(H)Elena

Hay días en los que la señora Cañizares firma con el nombre Helena. En esos días se siente “normal” si es que el término existe, es decir, actúa como otra las tantas piezas humanas perfectas del engranaje de la sociedad. 

En esas ocasiones madruga, medita, come comida saludable, va a misa, se confiesa, se viste con trajes elegantes pero discretos, esos que su madre llama “vestidores”, y se demora bastante arreglando su aspecto. Siempre parece que estuviera a punto de ir a una fiesta o coctel. 

Una vez sale a la calle, no para de sonreír y saludar personas, conversa con desconocidos, le da monedas, billetes algunas veces, a los indigentes y también se inclina para acariciar bebes de desconocidos adoptando un ridículo tono de voz, como si, no solo el niño sino también los padres, fueran unos perfectos tarados.

La señora Helena Cañizares actúa de esa manera porque siente que la letra H le da cierta elegancia a su nombre. Por alguna razón difícil de precisar, siempre ha sentido que la consonante le da cierto nivel a su identidad, lo que implica comportarse como una ciudadana de bien, una buena esposa, madre hija, etc. alguien que da exactamente lo que otros y, por qué no, la vida esperan de ella. 

El lugar está oscuro, y una vela vieja alumbra la mesa en la que están sentados. La llama, en medio de su danza, alumbra por breves segundos ambas caras.

El desconocido, un hombre que conoció por internet en una página de citas, la mira con morbo y sus ojos sólo destilan pasión, por ponerlo en términos amables. Por la mañana, antes de que su esposo se fuera al trabajo, ella le había dicho que hoy se iba a demorar. ¿Qué está haciendo? Siente un poco de remordimiento, pero al rato se lo pasa con un sorbo de whiskey. Suena una bachata, el hombre se pone de pie y le tiende la mano para sacarla a bailar una  a la pista de baile. 

Hoy se llama Elena.

domingo, 13 de agosto de 2017

Recuerdos

Hace un momento mientras mordía una tostada y pasaba el trozo de pan seco con un sorbo de café, recordó ese desayuno en la terraza de Le Café Qui Parle.

Ese día hacía sol y los rayos de sol se filtraban, como hilos de agua, por entre las ramas de los árboles. El lugar estaba a reventar y no se podía discernir bien entre los sonidos: cubiertos estrellando los platos, conversaciones risas y música, que conformaban la cacofonía del momento.

Más de 15 personas esperaban su turno en una fila con un ambiente alegre y lanzaban miradas poco cordiales a los comensales que, según ellos, se tomaban todo el tiempo del mundo para desocupar las mesas.

A su lado unas parejas con dos niños pequeños también desayunaban. Uno de los pequeños, una niña rubia con dos trenzas largas y pulcras, tenía un vaso de jugo de naranja a la mitad y varios trozos de comida esparcidos en su plato. Su interés en comer era mínimo y había sido rezagado por una de esas bombas alargadas de color amarillo y en forma de espada, que la pequeña blandía de un lado al otro.

Las meseras del lugar saltaban afanadas de la cocina a la mesas, de un cliente al otro, con bandejas llenas de platos bañados en salsas de color ocre de diferentes tonalidades, que humeaban y desprendían olores condimentados, que abrían el apetito.

A lo lejos, un grupo de niños jugaba a deslizarse por un rodadero y sus caras reflejaban, piensa ahora, una felicidad plena.

Recuerda muchas cosas, pero cree que son muy pocas, en relación con la infinidad de sucesos que ocurrían en ese lugar y momento.

“Ojalá tuviera la capacidad de captarlo todo, saborear hasta la última gota de los elementos que componen los instantes de mi vida”, piensa.

El reloj de su casa da una campanada que indica una media hora. El tiempo, como siempre, en contra de todo. Otra vez se le hizo tarde para llegar a la oficina.

viernes, 11 de agosto de 2017

Ser nadie

Hace más o menos un año, una amiga se enfrentó a un punto de trama, esos sucesos que ponen a girar una historia para dejarla encarrilada en cualquier dirección. Dicen, los expertos en teoría narrativa, que es importante aprender a identificarlos pues son los que nos ayudan a planear la trayectoria de las historias.

Ella llevaba más de 10 años trabajando en la misma empresa y ya no aguantaba más la presión de su trabajo, familia, pares, de todo y todos, así que decidió gastarse sus ahorros en un viaje.

Luego de unos breves mensajes en Facebook, iniciamos una comunicación epistolar lenta que, una de las partes aviva, más o menos, cada 3 meses. Aparte de los variados temas que tocamos, siempre incluimos recomendaciones de películas, videos, libros, series, etc.

En su último E-mail me me recomendó leer a  un filósofo de la India que se llama Jiddu Krishnamurti. 

Descargué un documento titulado “El libro de la vida”, en el que, a lo largo de un año, escribió cada día una pequeña reflexión. Krishnamurti dice, por ejemplo, que todos vivimos inmersos en una lucha continua y queremos pasar de un estado a otro indefinidamente: Si somos pobres, queremos ser ricos, desempleados - empleados, feos- atractivos, etc. y que esa actitud sólo nos genera sufrimiento. 

Elena Ferrante, una, ¿escritora?, ¿escritor? que podría gozar de esos estados que tanto queremos alcanzar intenta ser nadie, en un mundo que a cada rato nos exige ser alguien, aplausos para ella.

“No me arrepiento de mi anonimato. Descubrir la
personalidad de quien escribe a través de las historias
que propone, de sus personajes, de los objetos y
paisajes que describe, del tono de su escritura,
no es ni más ni menos que un buen modo de leer.”
—Elena Ferrante—

jueves, 10 de agosto de 2017

Trueque de libros

Siempre me ha intrigado la el concepto del trueque. Creo que lograr desligar el dinero de cualquier actividad, aunque parezcamos no soportarlo, es un acierto.

Una vez una amiga organizó un trueque de libros. Cada uno de los invitados debía llevar uno importante, es decir, que le hubiera gustado mucho o marcado de manera especial. Los asistentes podían llevar su copia original, esas que solemos proteger y que nos resulta ilógico desprendernos de ellas o comprar una nueva. Mi hermana hizo eso, pues la copia que tenía de "Dispara yo ya estoy muerto" de julia Navarro estaba casi destruida. Yo llevé "Sputnik Sweetheart" de Murakami, la original, pues siempre he sido muy ñoño con el cuidado de los libros. 

Al llegar, tuvimos que llenar una ficha en la que debíamos explicar por qué nos había gustado el libro y el tipo de persona que  creíamos le llamaría más la atención, una especie de disparo al aire; creo que recomendar libros es algo supremamente difícil.

 Al momento de seleccionar los libros, cada persona tuvo que realizar una especie de pitch o discurso de venta sobre su libro para interesar al mayor número de personas posible.  Algunos discursos, en los que cada persona contaba cómo el libro había llegado a su vida, en cuál etapa de esta había sido leído y de qué forma lo había marcado,  fueron muy emotivos.

Los que mostraban interés por el libro tenían que escribir su nombre en un papel y depositarlo en una copa que reposaba encima del cada libro.

Yo escribí mí nombre unas cinco veces (teníamos la posibilidad de votar más de una vez). Después de más o menos 30 discursos, que expusieron las ventajas que cada libro le brindaría a su futuro lector, se sacaba un papel de cada copa para mirar qué persona se quedaba con el libro. Si a uno lo seleccionaban más de una vez (mí caso) se tenía la opción de cambiar el libro previamente seleccionado por el último.

Siempre será interesante, para los aficionados a la lectura, aprender sobre libros que han leído otras personas y por qué razón(es) les gustaron.  

miércoles, 9 de agosto de 2017

Zoroca

Hace mucho sol. La mujer, una taxista, culebrea por entre el tráfico con agilidad mientras alega por el teléfono:

“Donde está, ¿En el hospital?” pregunta. La llamada se cae y, mal humorada, murmura un par de palabras hasta que el celular timbra de nuevo. Contesta: “Yo ya le compré el almuerzo, dejo una carrera y voy para allá. ¿Está con su mujer? Aghh, apenas llegue le timbro y baja para que coma algo, pero solo usted, ¿bueno? Ya nos vemos.”

“Es que me hijo está en el hospital, con el niño, pero está con la mujer” dice mientras nos mira por el retrovisor, como si le estuviéramos exigiendo una explicación. Quiere hablar. 

“¿Qué le paso a su nieto?”
“Le salió una bola, en la garganta, un turupe”. Se lleva una mano al cuello mientras lo estira, para indicarnos el lugar exacto.
“ ¿Cuantos años tiene?”
“Un año y dos meses. Si el niño está allá es por culpa de ella.” 

Lo que le pasó, en mis tiempos se les llamaba ganglios inflamados”, Afirma con seguridad. “Yo sé cómo curarlos”. Como el día que le dio estaba enferma, no me le pude acercar al niño, entonces ni modo. Es que mi nuera, no lo cuida, no hace nada, hace las cosas sin fundamento”, concluye.

“ ¿Cuántos hijos tiene?”
"5”
“¿Y es el único que tiene problemas?”
“Nahhh todos” responde al tiempo que ríe. “La única es la boyancese” dice, haciendo referencia a una de sus nueras. “Esa china si es bien juiciosa, estudió y tiene un jardín para niños”

“De mis hijos el más juicioso es el que está ahorita en el hospital. Es buen papá, buen hijo, buen esposo. ¿pero si ve? Nada es completo en la vida, cuando los hijos son juiciosos las mujeres les salen desjuiciadas, como esa zoroca.

“¿cuántos nietos tiene?”
“11. El mayor ya va a cumplir 18 años, y mi hijo el licenciado en lengua española, esposo de la boyancese tiene 2, una que es casi una mujercita y tiene trece años y un bebe de 2.” No cuenta nada sobre el resto de nietos.

“ ¿Y su esposo?”
“Por ahí anda borrachito. Mi hija me pelea que por qué no lo dejo, pero yo no le hago caso, Lo mejor es dejarlo por ahí quieto”.