jueves, 31 de agosto de 2017

Espacios

“Los espacios nunca son iguales” piensa García que se encuentra en esa pequeña plazoleta en forma de hexágono, ubicada en la mitad de un parque, y que está rodeada por un jardín con plantas que parecen estar felices de recibir unos rayos de sol picantes.

El piso de ladrillos está erosionado, producto de las ramas de grandes árboles que, sigilosamente se retuercen debajo de este.

García cree, si no está mal, que en la banca que está a su derecha fue donde Ángela le terminó, un hecho que le parece ocurrió hace siglos. El viento hace que unas hojas caigan de los árboles y se revuelquen por el piso.

Ángela, “¿Qué será de su vida?” se pregunta. ¿La quiso? Sí, no cabe duda. En cierto momento, cree, la quiso como si fuera la mujer con la que iba a compartir el resto de su vida, como casi siempre ocurre con nuestras parejas, independiente de los días, meses, años que llevemos junto a esa persona.

Un hombre atraviesa rápidamente la pequeña plaza en forma de figura geométrica, en una bicicleta con un marco de color amarillo pollito, a la misma velocidad con la que a veces, cree García, los sentimientos hacia una persona cambian.

Un insecto pequeño aterriza en la manga de su chaqueta y comienza a caminar por los surcos de esta. García levanta el brazo para inspeccionarlo de cerca. El bicho, diminuto, mueve sus antenas como intentando decirle algo, quizá: “Sé en que estás pensando García”. Él toma aire y se deshace del intruso con un fuerte soplido para que le haga compañía a las hojas de hace un momento. 

Vuelve a Ángela, bueno, a su recuerdo. De nuevo mira hacia la derecha; fue en esa silla donde le pidió un último beso, “uno de despedida” le había dicho. Tremendo sinsentido. “Si para algo somos buenos, es para dar o regalar besos desprovistos de afecto o cariño” piensa García.

“¿Hola, en que piensas que estás tan concentrado?”, le dice Carolina, su novia. Ensimismado en sus pensamientos no la había visto venir.

“En nada” responde, y complementa su respuesta fingiendo una sonrisa. 

García se pone de pie; la pareja entrelaza las manos y arranca a caminar.

miércoles, 30 de agosto de 2017

De noche

Luego de despertarse, Había pasado una media hora y no lograba conciliar el sueño. ¿Exceso de calor, frio, qué? las posibles razones que buscaba eran excusas, pues sabía que su estado de vigilia en plena madrugada se debía al sueño que había tenido, y a la infinidad de interpretaciones que le estaba achacando.

Mariana, su esposa, caminaba en frente de él con dos grandes maletas, y él, por más que apuraba su paso no lograba alcanzarla. Como matemático le gustaba que todos sus asuntos, en lo posible, fueran medibles, precisos, exactos, dado el caso. Le aburrían en extremo esos mensajes subliminales de los abismos de su mente. Imágenes que se formaban de una nada repleta de recuerdos y sensaciones que daban pie a esos cortometrajes, muchas veces mudos y sin sentido alguno.

Dio varias vueltas en la cama, prendió el televisor y la habitación se ilumino tenuemente, cambió los canales si ánimo de engancharse en un programa, lo apagó. Sacudió las cobijas; ahora, después de tanto movimiento, tenía calor.

Hacía poco había leído un artículo sobre meditación, “maricadas de hippies bareteros” solía pensar, pero en esta ocasión cerro los ojos, tomo aire, lo retuvo hasta que no aguanto más y lo expulsó despacio. Se imaginó lo ridículo que se debía estar viendo y decidió dejar de conectarse con su ser interior y esas pendejadas. 

Abrió los ojos con violencia; al cabo de unos segundos su visión se acostumbró a la oscuridad. Antes de dejar de mirar un punto fijo en el techo, repaso mentalmente la ubicación de los objetos de su habitación; a medida que los listaba mentalmente, volteaba a mirarlos, como para asegurarse que no fuera un sueño. 

La mesa de noche de Mariana, ella que, quieta y dormida también adquiría una condición de bulto, de objeto, de algo; el teléfono, una lámpara sobre la mesa de noche de ella junto, casi siempre, a un libro. Esta vez no había ninguno. Su lado de la cama, el derecho; el interruptor al alcance de su mano izquierda. Tiene ganas de acabar con su ridículo juego de tinieblas, pero no prende la luz, prefiere seguir observando todo en sombras, siluetas y oscuridad. 

Le entran ganas de fracturar la rutina, de quebrarla, pero la rutina que menos incomoda, por lo menos para algunos de nosotros, es la de la noche. Sigue con su juego: Un cuadro en la pared de la derecha, desagradable, pero él y Mariana lo habían pintado a cuatro manos (¡tremenda cursilería!) y se supone que eso lo dota de un valor único. Es un paisaje, un valle en un día soleado con mucho verde y nubes perfectas, pero en la oscuridad su buen tiempo perdía sentido, da igual que fuera un lodazal. 

Ahora trata de imaginar su cara reflejada en el espejo que está justo al lado del cuadro. Se imagina con gesto de “cara de nada”, que difiere de estar serio y es más bien como la cara de un muerto mientras lo velan.

Libera su pierna izquierda de las cobijas y se refresca con el cambio de temperatura. Piensa que justamente eso es la vida, un eterno contraste de temperaturas, pasamos o nos pasan de vapor sobrecalentado a hielo como si nada, y ahí seguimos.

Ahora el closet. Recuerda que Mariana alguna vez le había dicho que, según los marihuaneros del Feng shui, estaba en una posición inadecuada, pero ¿cómo putas mover el hueco del closet a otro lugar del cuarto? Los huecos no se mueven, solo se tapan. Sabía que ningún libro sobre el tema le iba dar la solución. Imaginó la ropa de su mujer, vestidos colgando como cadáveres de los ganchos; llegó a su mente la imagen del baby doll negro con encajes rojos, sonrió, pero al instante frunció el ceño al recordar ese caro abrigo de piel que ella le hizo comprar el año pasado, como si se fueran a ir de vacaciones a la Antártida.

Ahora el televisor; intentó imaginar que programa estarían dando en este momento, seguramente televentas y sus ridículos productos, como esos audífonos que alguna vez vio que promocionaban, con los que aseguraban que incluso se podía escuchar el zumbido de una abeja, ¿Para qué carajos quiere uno escuchar eso? Pero hay gente para todo en este mundo o, por lo menos, eso es lo que la gente dice. 

El celular vibró a causa de una notificación, “un correo de spam” pensó, un mensaje automatizado, seguramente, que pretende decirle que es lo que necesita para seguir viviendo, una oferta que no puede dejar pasar, un curso al que le quedan pocos cupos o alguna taradéz por el estilo

El maldito calor termino por llevarlo al baño, a pararse en frente del espejo a mirar su cara de muerto o de nada. Orinó, bostezó, volvió a la cama y en menos de 5 minutos se quedó dormido.

martes, 29 de agosto de 2017

Ella, él y el niño

Es sábado y está temprano. Ella, una mujer que lleva una blusa blanca resplandeciente que, parece, ilumina su cara, está acompañada por él, su novio, y su hijo de 5 años. 

El pequeño se distrae con el individual y dice que quiere colorearlo. La mama le dice que hoy no hay crayolas; el niño reacciona de mal genio y hace un amague de berrinche que pronto es aplacado por la mamá con una seguidilla de palabras melosas y la promesa de un premio según su comportamiento. El niño calla, pero se nota que está malhumorado. 

Ella se muerde un labio y le sonríe a él, su pareja. “Por qué no le hice caso a mamá de dejar el niño en la casa?” piensa. Él, el hombre, que no ha pronunciado palabra hasta el momento, como leyéndole el pensamiento, le dice que tranquila, que se relaje, que la van a pasar bien. Ella responde con una sonrisa nerviosa. El niño dice incoherencias a las que ninguno de los adultos pone atención. mientras sus miradas intentan descifrar lo que el otro está pensando.

La mesera llega a tomarles el pedido. Lo hace muy rápido y por un momento parecen una familia tranquila. Ella, la mujer de la blusa blanca resplandeciente, imagina que tal vez si existe la posibilidad de un futuro junto al hombre que tiene al frente, pero es la primera vez que salen con su hijo, y a él le incomoda la presencia del niño. 

Tiempo después, la mesera los saca de sus pensamientos cuando pone una canasta de pan encima de la mesa. La conversación entre ella y él está repleta de silencios incomodos, que sólo son alterados por los comentarios del niño, a los que la mamá responde con ternura y el hombre, sin saber bien cómo actuar, sólo sonríe y lanza palabras tímidas y desconectadas a la situación. 

Luego de un rato de aparente calma, el niño comienza a hacer un berrinche relacionado con los panes. No le gusta el que pusieron en su plato y exige que se lo cambien. El hombre, desesperado con su comportamiento, toma un pan de la canasta, otro de su plato y los amontona en el plato del pequeño, al tiempo que lo mira como diciéndole “Ya, ¿feliz?”.

El niño deja de llorar y le da un mordisco a cada pan, luego se concentra de nuevo en el individual. La mujer y el hombre intercambian otras palabras que amortiguan con sonrisas cargadas de pena y fastidio respectivamente.

Piden la cuenta, pagan y abandonan el lugar de prisa, cada uno, incluso el niño, sumido en sus pensamientos.

lunes, 28 de agosto de 2017

Puta gripa

Natalia García lleva una semana con una gripa endemoniada. A ratos piensa que es la paciente 0 de un virus que lentamente se incuba en ella y que, luego de acabarla, arrasará con la raza humana. Un hilillo de agua le empieza a escurrir por la nariz, toma el rollo de papel higiénico de su mesita de noche y en un par de movimientos ágiles corta un trozo. Para Natalia, la medida de papel para sonarse debe ser exacta, si no, bota el pedazo que acaba de cortar y repite la operación hasta dar con uno que tenga la medida adecuada según ella.

Le molesta la luz que logra colarse la persiana, una luz pálida, sin fuerza, parece cansada. Afuera la lluvia golpea con furias las calles “Cómo me voy a curar con este maldito clima, que se acabe el puto mundo”, piensa.

Ahora le incomoda el desorden sobre su escritorio: un portavasos con un símbolo japonés, una libreta con apuntes desordenados y frenéticos. Lee uno: “De donde Jeremy, historia de la abuela, perfil” dice. No le encuentra el sentido, pero sabe que se trata de una nota que va a escribir sobre un racista loco de estados unidos que, sin motivo aparente, acuchillo a dos personas en un tren. “Puto mundo” piensa de nuevo. 

Ese tipo de sucesos la animan a pensar que la gripa que tiene, dentro de poco se va a transformar en un virus encargado de acabar con nuestra “pensante” raza humana. Tose y se suena de nuevo. Levanta un pocillo para ver si le da un sorbo, a lo que sea que contenga, para aliviar su garganta, pero sólo se encuentra con un sedimento de café muy oscuro, parece que lleva años ahí. 

La base de la torre del desorden de su lugar de trabajo es el diccionario de OxFord Español-Inglés/, Inglés/español que anuncia con emoción en su portada: “Más de 450.000 traducciones. Más de 275000 palabras y expresiones. Natalia Apuesta que, entre ese mar de términos, no sería posible encontrar uno que defina la estupidez humana, como la de ese desadaptado sobre el que tiene que escribir. 

“¿Para qué tantos lenguajes, palabras y tonos si nos empeñamos en no entender, en atacar al otro sólo porque lo creemos o piensa diferente?” se pregunta. Se toca la frente, esta muy caliente, no sabe si es a causa de la gripe o por la rabia que tiene en este momento. Se siente lenta, ralentizada, y que todos sus movimientos son torpes. 

Puta gripa.

viernes, 25 de agosto de 2017

Recordatorio

Estoy de mal genio, no logro precisar por qué, o sí, pero me rehúso a utilizar este espacio a manera de diario, como un muro de los lamentos que me ayude a vestirme de mártir, para quejarme de todo y todos.

En medio de mi malestar, abro un navegador de internet y un titular dice: “¿Sabrá utilizar el Barcelona el dinero que le dieron por Neymar?”. ¿A mí qué mierda me importa eso? Que se lo gasten en paletas si es que quieren; que buenos somos para distraernos. 

Por si es necesario y suponiendo que una paleta cuesta 2000 pesos, precio que me parece justo por ese producto (no tengo idea cuánto cuestan ahora), con el valor de traspaso del brasileño, el Barcelona se podría comprar 408.436.000 paletas. Dudo que quieran gastarse el dinero de esa manera. 

Pero volvamos al tema, a mi rabia contra el universo. Luego de putear mentalmente a Neymar, al Barsa, al fútbol, y a todos los millones de euros del planeta juntos, decido abrir una cuenta de correo vieja que reviso muy de vez en cuando.

Apenas logro ingresar, me sale el recordatorio de cumpleaños de Paulo. Paulo era un familiar que decidió quitarse la vida hace 2 años. De un día para otro, sin haber dado indicios de encontrarse mal, no quiso vivir más.

jueves, 24 de agosto de 2017

Sufrimiento

El texto acaba de ser leído ante un grupo compuesto por no más de 10 personas. “Gracias, ¿alguien tiene comentarios?, pregunta el hombre que dirige la sesión”. Al principio todo los presentes callan, hasta que uno de ellos decide hablar.

“El texto está bien—comienza a decir esa persona, hace una pequeña pausa y toma aire para pronunciar esa palabra que ralentiza todo—pero, me parece que podría mejorársele...” y comienza a enumerar los aspectos que él cree son susceptibles de mejora.

Una vez el hombre termina de exponer su punto de vista, solo eso, una opinión, ni buena, ni mala, ni acertada, ni errónea, tan solo un comentario que, en la medida de lo posible, intentó que fuera lo más constructivo posible, el autor del texto comienza, aún sabiendo que a todo, por perfecto que sea, siempre se le puede encontrar peros, a justificar y defender cada palabra, cada signo de puntuación e idea de su texto. Somos buenísimos para encontrarle una explicación a nuestros desaciertos.

Mientras tanto el texto se retuerce en la hoja, pues quiere que su autor acepte los comentarios sin reaccionar, sin sentirse agredido, despojándose de la soberbia; que acepte lo que le digan, bueno o malo, y proceda a editarlo. El texto sabe que una vez leído debe sostenerse por sí solo; que, si una sola palabra de las que contiene genera dudas o malestar en el lector, es porque no funciona como un todo. 

Ahora otros presentes se animan a hacer comentarios sobre el texto. Su autor se sigue defendiendo a lápiz y espada, tratando de esquivar los comentarios que más bien le parecen afrentas y golpes lanzados que cree, buscan tumbarlo, derrotarlo, dejarlo sin opinión y palabra.

Mientras tanto, el texto sufre.

miércoles, 23 de agosto de 2017

El anti-novelista

Camilo Lara tiene las manos ensangrentadas, y el cuerpo que yace en el piso más que atormentarlo, le incomoda. 

Lara es un no escritor de renombre. Nunca ha publicado una novela, pero siempre imagina entrevistas en las que le preguntan en qué está trabajando; “en mí próximo best-seller” les responde a esos periodistas imaginarios que lo acosan a la entrada de su edificio. 

A pesar de no haber publicado nada, está convencido que su primera novela va a sacudir los cimientos de la literatura, que va a ser un texto con todas las características de un clásico, pero al mismo tiempo una obra contemporánea, apta para todos los gustos. Lara está convencido de que su obra va a ser aclamada por diferentes públicos, críticos y esferas literarias. 

Cómo no-escritor, se ha hecho un nombre en redes sociales, y miles de personas siguen su futuro éxito. Algunos lo tildan de loco y otros tienen cierta curiosidad y especulan sobre esa obra secreta que lleva años no escribiendo. 

Lara, abogado de profesión, aunque no parezca, si tiene todas las intenciones de escribir una novela. De un tiempo para acá combate su proceso y renombre como no escritor y por fin cree que ha dado con un tema que le va a permitir comenzar a escribir. 

Hoy, en una reunión con unos colegas conoció a una mujer con la que conversó por un largo rato. 

Resultó ser que la mujer también era aspirante a novelista y, al igual que Lara, se encontraba escribiendo su primera novela. Lara, que se sentía bicho raro en esa reunión, entablo una rápida camaradería con la mujer, Carolina se llamaba, y finalmente decidió preguntarle sobre qué era su novela. 

A diferencia de él, la mujer no tuvo problema alguno, en contarle detalles de la trama, que consiste en un hombre que se encuentra encerrado en un cuarto, “¿un prisionero?” preguntó Lara. “Aún no he solucionado ese aspecto, primero quiero concentrarme en el personaje, cuando sepa quién es, qué le gusta, por qué actúa como actúa, la trama se ira desenvolviendo solita”, le respondió ella. 

El cuarto en el que se encontraba, o mejor se encuentra, pues Lara imagina que algunas páginas ya están escritas, el sujeto que protagoniza la novela de Carolina, está repleto de libros y la clave para su escape se encuentra en las páginas de diferentes clásicos de la literatura. Así le había dicho ella. 

Lara la escuchó con paciencia al tiempo que sentía como comenzaba a sudar frio. Después de un rato y a causa de varias copas de vino en la cabeza Lara le propone a la mujer que si van al baño. Ella, que primero se hace la difícil, finalmente acepta y lo sigue, pues Lara también le atrae y es de los pocos hombres que se ha aguantado la explicación de su novela. 

Ya en el baño comienzan a besarse apasionadamente, la mujer se quita todas las prendas superiores y deja al descubierto dos senos redondos que desafían a la gravedad. Lara la toma de la cintura y pone una mano detrás de su cuello, mientras se besan, Lara abre los ojos, traicionando ese acuerdo tácito de ojos cerrados entre dos personas cuando se besan, y se distrae con el reflejo de los dos cuerpos en el espejo que se baten en una lucha de pasión. 

Cuando Carolina comenzó a quitarse la falda Lara la toma por el pelo y estampa su cabeza contra uno de los lavamanos. Nadie en este mundo tenía derecho a robarle la idea para su primera novela.