martes, 5 de septiembre de 2017

Lo que importa

La semana pasada me encontré con Mauricio, con quien trabaje hace más de 5 años. Ya en el lugar en que habíamos quedado de vernos, me preguntó: 

“¿Cafecito o cervecita?

“Cervecita” respondí, después de evaluar flojamente la pregunta.



Comenzamos a conversar y la conversación, como suele pasar ente nosotros, se encaminó hacia el Rock. Mauricio tomó su celular y me mostró una foto que publicó Billy Sheehan, bajista de Mr Big, de una taza de café. En la foto el músico escribió que por fin había logrado conocer a ese señor Valdez que veía en comerciales de TV cuando era pequeño.



“¿Y eso qué es?”
“Marica, ayer tocaron acá” me dijo resignado
“¿En Bogotá?” pregunté con asombro
“Sí, imagínese”

Luego comenzamos a hablar de otros temas: trabajo, conocidos en común, viejas, etc. Tiempo después, en la tercera cerveza, la de pirnos, caímos nuevamente en el tema de Mr. Big. 

“ ¿Aghh sabe? A veces eso me molesta
“¿A qué se refiere?”
“Pues que el trabajo me consuma tanto. No tenía ni idea que iban a venir, igual creo que no hubiera podido ir, pero me da rabia. Ayer apenas supe eso, me puse a mirar que otros conciertos va a haber este año. Pille este”.

De nuevo toma su celular y me muestra un video de War Pigs de Zakk Sabbath, un tributo a Black Sabbath del guitarrista Zakk Wylde. 

“¿Vamos o qué?”
“me suena, hablémonos”

Cuando la picada que habíamos pedido, con un par de trozos de patacón, ya lucía triste” y nuestras cervezas están a punto de terminarse, Mauricio me dice:

“Pues sí, a veces vivo tan metido en el trabajo, que este tipo de cosas que me importan, se me pasan. Eso me emputa.”

“Por eso me gusta mucho cuando llegó a mí casa, y me pongo a jugar con Santi, pues es un momento en el que me olvido de cualquier preocupación del trabajo. El chino me hace caer en cuenta de lo que me importa”.


“Writing can give you what having a baby can give you:
it can get you to start paying attention, can help you soften,
can wake you up.”
— Bird by bird —

lunes, 4 de septiembre de 2017

Final feliz al revés

Hace poco me vi Happy End, una película que es al revés, es decir en la que se narra una historia reproduciendo la cinta en reversa. 

La historia normal, es decir, la que veríamos si se reprodujera la cinta de forma habitual, trata sobre un asesinato pasional. La otra, la que magistralmente se cuenta en reversa, se le acomoda una narración de principio a fin, o bien de final a principio, con un final feliz.

¿Qué tal si no existieran el principio y el final? ¿O mejor aún, que fueran simplemente otras de nuestras tantas invenciones fantásticas como el tiempo, los pecados y otro montón de conceptos que rigen nuestras vidas? 

Imaginemos entonces, por lo menos por un segundo o lo que se demore usted, estimado lector, leyendo estás palabras, que nada tiene un principio ni fin, que los eventos no van de ningún lado a otro, que simplemente estamos ahí, y ya, que habitamos un espacio físico y en el tiempo, sin estar en la obligación de lograr un objetivo, alcanzar una meta o llegar a algún lado.

Sé que es difícil porque vivimos habituados a iniciar y finalizar, a empezar una frase en el lado izquierdo de la página y concluirla en su lado derecho, pero ¿qué tal que no sea necesario que las cosas sean así? de pronto en el desapego de ese paradigma, nos aguarda un final feliz. 

Ahora bien, si considera muy extraña esta teoría, le propongo el siguiente ejercicio, ¿Qué tal si toma un acontecimiento pasado de su vida que no terminó como usted quería y se lo cuenta de final a principio, acomodándole una narrativa que lo haga sentir bien?

sábado, 2 de septiembre de 2017

Café amargo

Vicencio Ramírez entra a un café. Rara vez lo hace, pues prefiere prepararse un tinto en casa. Ahorra todo lo que puede porque siente que, en cualquier transacción comercial, la contraparte siempre lo quiere robar. Que el impuesto, que la propina, que el lugar. Esto último es lo que más le molesta, a veces siente que lo que le cobran es el derecho de sentirse cool por estar en determinado establecimiento, por tener el placer de sentarse junto a hombres y mujeres prestantes, que muchas veces fingen ser importantes y de mundo.

Citizen Café, así se llama el lugar al que entra. “¿Cuál es la berraca manía de poner nombres en inglés? Se pregunta Vicencio. Le parece que Café Ciudadano es una mejor opción, incluso más sonora, “pero bueno, seguro eso les da oportunidad de cobrar más, porqué no es cualquier café sino el Citizen Café, con ínfulas gringas o mejor aún londinenses” piensa. 

Entra al lugar en el que hay varias familias y parejas desayunando. Se sienta, Saca un libro y le dice “buenos días” a un mesero quien, según él, lo mira mal al instante. “¿No soy lo suficiente ciudadano para este café?” le pregunta mentalmente y en tono irónico al hombre, que lleva puesto un delantal blanco con el logo del establecimiento, mientras le sostiene la mirada con rabia.

“Buenos días, ¿Qué va a ordenar?”
“Un café y un muffin de manzana”
“¿Nada más?”

Vicencio siente de nuevo esa mirada incriminatoria, como si sólo ordenar la bebida y algo de pastelería fuera un crimen. “Si, nada más.” Responde indignado.

El mesero le sonríe y se va.

Después de un rato le trae su orden. El café está rico, no tanto como el tinto que él hace en casa, y el muffin sabe bien, además el ambiente del lugar es agradable, con buena luz natural para leer y música de fondo que no distrae. Sin embargo, Vicencio se empeña en buscarle defectos al lugar: el baño queda muy lejos, los meseros son groseros, las sillas no tienen cojín donde reposar las nalgas y otro par de cosas.

Se acaba el pastelito con tres mordiscos voraces y todavía le queda más de medio pocillo de café, así que ordena otro muffin. “El mundo de la comida está destinado a ser desproporcionado: el pan de la hamburguesa se acaba más rápido que la carne de esta, las papas a la francesa de cualquier plato se extinguen como si nada y la media de café rara vez coincide con lo que sea que lo acompañamos” Piensa.

Luego de 40 minutos en los que su lectura le ayuda a alejar pensamientos molestos llega el momento de pagar. Vicencio, con mala cara y actitud grosera, le pide la cuenta al mesero. 

“¿Desea incluir la propina?”

Vicencio, indignado abre los ojos y contrapegunta: “¿Cree usted, ¿cómo me dijo qué se llama?, Pablo, ¿cierto?. Bueno Pablo, ¿cree usted, que como buen mesero que es—en ese momento deja escapar una mueca burlona—, se la merece?. Pablo lo mira, sin saber que responder mientras recoge la vajilla de la mesa. 

Seamos claros señor Pablo; ¿yo me di cuenta como me miraba cada vez que le dirigía la palabra, de su actitud déspota con aires de quién sabe que, actitud que, imagino, seguro es impulsada por tener la fortuna de trabajar en el Citizen café, y es que me lo puedo imaginar hablando con sus amigos y familiares “Yo que trabajo en el Citizen café y bla bla bla bla…Así que dígame Pablo se merece usted no sólo mi propina sino la del resto de clientes? 
...

Vicencio abandona del café contento. No se dejó estafar con el cuentico de la propina. Apenas sale a la calle los rayos de sol le golpean la cara con violencia, de inmediato comienza a renegar y reprenderse mentalmente pues su mala intuición meteorológica lo obligó a sacar un gran paraguas negro de la casa.     

jueves, 31 de agosto de 2017

Espacios

“Los espacios nunca son iguales” piensa García que se encuentra en esa pequeña plazoleta en forma de hexágono, ubicada en la mitad de un parque, y que está rodeada por un jardín con plantas que parecen estar felices de recibir unos rayos de sol picantes.

El piso de ladrillos está erosionado, producto de las ramas de grandes árboles que, sigilosamente se retuercen debajo de este.

García cree, si no está mal, que en la banca que está a su derecha fue donde Ángela le terminó, un hecho que le parece ocurrió hace siglos. El viento hace que unas hojas caigan de los árboles y se revuelquen por el piso.

Ángela, “¿Qué será de su vida?” se pregunta. ¿La quiso? Sí, no cabe duda. En cierto momento, cree, la quiso como si fuera la mujer con la que iba a compartir el resto de su vida, como casi siempre ocurre con nuestras parejas, independiente de los días, meses, años que llevemos junto a esa persona.

Un hombre atraviesa rápidamente la pequeña plaza en forma de figura geométrica, en una bicicleta con un marco de color amarillo pollito, a la misma velocidad con la que a veces, cree García, los sentimientos hacia una persona cambian.

Un insecto pequeño aterriza en la manga de su chaqueta y comienza a caminar por los surcos de esta. García levanta el brazo para inspeccionarlo de cerca. El bicho, diminuto, mueve sus antenas como intentando decirle algo, quizá: “Sé en que estás pensando García”. Él toma aire y se deshace del intruso con un fuerte soplido para que le haga compañía a las hojas de hace un momento. 

Vuelve a Ángela, bueno, a su recuerdo. De nuevo mira hacia la derecha; fue en esa silla donde le pidió un último beso, “uno de despedida” le había dicho. Tremendo sinsentido. “Si para algo somos buenos, es para dar o regalar besos desprovistos de afecto o cariño” piensa García.

“¿Hola, en que piensas que estás tan concentrado?”, le dice Carolina, su novia. Ensimismado en sus pensamientos no la había visto venir.

“En nada” responde, y complementa su respuesta fingiendo una sonrisa. 

García se pone de pie; la pareja entrelaza las manos y arranca a caminar.

miércoles, 30 de agosto de 2017

De noche

Luego de despertarse, Había pasado una media hora y no lograba conciliar el sueño. ¿Exceso de calor, frio, qué? las posibles razones que buscaba eran excusas, pues sabía que su estado de vigilia en plena madrugada se debía al sueño que había tenido, y a la infinidad de interpretaciones que le estaba achacando.

Mariana, su esposa, caminaba en frente de él con dos grandes maletas, y él, por más que apuraba su paso no lograba alcanzarla. Como matemático le gustaba que todos sus asuntos, en lo posible, fueran medibles, precisos, exactos, dado el caso. Le aburrían en extremo esos mensajes subliminales de los abismos de su mente. Imágenes que se formaban de una nada repleta de recuerdos y sensaciones que daban pie a esos cortometrajes, muchas veces mudos y sin sentido alguno.

Dio varias vueltas en la cama, prendió el televisor y la habitación se ilumino tenuemente, cambió los canales si ánimo de engancharse en un programa, lo apagó. Sacudió las cobijas; ahora, después de tanto movimiento, tenía calor.

Hacía poco había leído un artículo sobre meditación, “maricadas de hippies bareteros” solía pensar, pero en esta ocasión cerro los ojos, tomo aire, lo retuvo hasta que no aguanto más y lo expulsó despacio. Se imaginó lo ridículo que se debía estar viendo y decidió dejar de conectarse con su ser interior y esas pendejadas. 

Abrió los ojos con violencia; al cabo de unos segundos su visión se acostumbró a la oscuridad. Antes de dejar de mirar un punto fijo en el techo, repaso mentalmente la ubicación de los objetos de su habitación; a medida que los listaba mentalmente, volteaba a mirarlos, como para asegurarse que no fuera un sueño. 

La mesa de noche de Mariana, ella que, quieta y dormida también adquiría una condición de bulto, de objeto, de algo; el teléfono, una lámpara sobre la mesa de noche de ella junto, casi siempre, a un libro. Esta vez no había ninguno. Su lado de la cama, el derecho; el interruptor al alcance de su mano izquierda. Tiene ganas de acabar con su ridículo juego de tinieblas, pero no prende la luz, prefiere seguir observando todo en sombras, siluetas y oscuridad. 

Le entran ganas de fracturar la rutina, de quebrarla, pero la rutina que menos incomoda, por lo menos para algunos de nosotros, es la de la noche. Sigue con su juego: Un cuadro en la pared de la derecha, desagradable, pero él y Mariana lo habían pintado a cuatro manos (¡tremenda cursilería!) y se supone que eso lo dota de un valor único. Es un paisaje, un valle en un día soleado con mucho verde y nubes perfectas, pero en la oscuridad su buen tiempo perdía sentido, da igual que fuera un lodazal. 

Ahora trata de imaginar su cara reflejada en el espejo que está justo al lado del cuadro. Se imagina con gesto de “cara de nada”, que difiere de estar serio y es más bien como la cara de un muerto mientras lo velan.

Libera su pierna izquierda de las cobijas y se refresca con el cambio de temperatura. Piensa que justamente eso es la vida, un eterno contraste de temperaturas, pasamos o nos pasan de vapor sobrecalentado a hielo como si nada, y ahí seguimos.

Ahora el closet. Recuerda que Mariana alguna vez le había dicho que, según los marihuaneros del Feng shui, estaba en una posición inadecuada, pero ¿cómo putas mover el hueco del closet a otro lugar del cuarto? Los huecos no se mueven, solo se tapan. Sabía que ningún libro sobre el tema le iba dar la solución. Imaginó la ropa de su mujer, vestidos colgando como cadáveres de los ganchos; llegó a su mente la imagen del baby doll negro con encajes rojos, sonrió, pero al instante frunció el ceño al recordar ese caro abrigo de piel que ella le hizo comprar el año pasado, como si se fueran a ir de vacaciones a la Antártida.

Ahora el televisor; intentó imaginar que programa estarían dando en este momento, seguramente televentas y sus ridículos productos, como esos audífonos que alguna vez vio que promocionaban, con los que aseguraban que incluso se podía escuchar el zumbido de una abeja, ¿Para qué carajos quiere uno escuchar eso? Pero hay gente para todo en este mundo o, por lo menos, eso es lo que la gente dice. 

El celular vibró a causa de una notificación, “un correo de spam” pensó, un mensaje automatizado, seguramente, que pretende decirle que es lo que necesita para seguir viviendo, una oferta que no puede dejar pasar, un curso al que le quedan pocos cupos o alguna taradéz por el estilo

El maldito calor termino por llevarlo al baño, a pararse en frente del espejo a mirar su cara de muerto o de nada. Orinó, bostezó, volvió a la cama y en menos de 5 minutos se quedó dormido.

martes, 29 de agosto de 2017

Ella, él y el niño

Es sábado y está temprano. Ella, una mujer que lleva una blusa blanca resplandeciente que, parece, ilumina su cara, está acompañada por él, su novio, y su hijo de 5 años. 

El pequeño se distrae con el individual y dice que quiere colorearlo. La mama le dice que hoy no hay crayolas; el niño reacciona de mal genio y hace un amague de berrinche que pronto es aplacado por la mamá con una seguidilla de palabras melosas y la promesa de un premio según su comportamiento. El niño calla, pero se nota que está malhumorado. 

Ella se muerde un labio y le sonríe a él, su pareja. “Por qué no le hice caso a mamá de dejar el niño en la casa?” piensa. Él, el hombre, que no ha pronunciado palabra hasta el momento, como leyéndole el pensamiento, le dice que tranquila, que se relaje, que la van a pasar bien. Ella responde con una sonrisa nerviosa. El niño dice incoherencias a las que ninguno de los adultos pone atención. mientras sus miradas intentan descifrar lo que el otro está pensando.

La mesera llega a tomarles el pedido. Lo hace muy rápido y por un momento parecen una familia tranquila. Ella, la mujer de la blusa blanca resplandeciente, imagina que tal vez si existe la posibilidad de un futuro junto al hombre que tiene al frente, pero es la primera vez que salen con su hijo, y a él le incomoda la presencia del niño. 

Tiempo después, la mesera los saca de sus pensamientos cuando pone una canasta de pan encima de la mesa. La conversación entre ella y él está repleta de silencios incomodos, que sólo son alterados por los comentarios del niño, a los que la mamá responde con ternura y el hombre, sin saber bien cómo actuar, sólo sonríe y lanza palabras tímidas y desconectadas a la situación. 

Luego de un rato de aparente calma, el niño comienza a hacer un berrinche relacionado con los panes. No le gusta el que pusieron en su plato y exige que se lo cambien. El hombre, desesperado con su comportamiento, toma un pan de la canasta, otro de su plato y los amontona en el plato del pequeño, al tiempo que lo mira como diciéndole “Ya, ¿feliz?”.

El niño deja de llorar y le da un mordisco a cada pan, luego se concentra de nuevo en el individual. La mujer y el hombre intercambian otras palabras que amortiguan con sonrisas cargadas de pena y fastidio respectivamente.

Piden la cuenta, pagan y abandonan el lugar de prisa, cada uno, incluso el niño, sumido en sus pensamientos.

lunes, 28 de agosto de 2017

Puta gripa

Natalia García lleva una semana con una gripa endemoniada. A ratos piensa que es la paciente 0 de un virus que lentamente se incuba en ella y que, luego de acabarla, arrasará con la raza humana. Un hilillo de agua le empieza a escurrir por la nariz, toma el rollo de papel higiénico de su mesita de noche y en un par de movimientos ágiles corta un trozo. Para Natalia, la medida de papel para sonarse debe ser exacta, si no, bota el pedazo que acaba de cortar y repite la operación hasta dar con uno que tenga la medida adecuada según ella.

Le molesta la luz que logra colarse la persiana, una luz pálida, sin fuerza, parece cansada. Afuera la lluvia golpea con furias las calles “Cómo me voy a curar con este maldito clima, que se acabe el puto mundo”, piensa.

Ahora le incomoda el desorden sobre su escritorio: un portavasos con un símbolo japonés, una libreta con apuntes desordenados y frenéticos. Lee uno: “De donde Jeremy, historia de la abuela, perfil” dice. No le encuentra el sentido, pero sabe que se trata de una nota que va a escribir sobre un racista loco de estados unidos que, sin motivo aparente, acuchillo a dos personas en un tren. “Puto mundo” piensa de nuevo. 

Ese tipo de sucesos la animan a pensar que la gripa que tiene, dentro de poco se va a transformar en un virus encargado de acabar con nuestra “pensante” raza humana. Tose y se suena de nuevo. Levanta un pocillo para ver si le da un sorbo, a lo que sea que contenga, para aliviar su garganta, pero sólo se encuentra con un sedimento de café muy oscuro, parece que lleva años ahí. 

La base de la torre del desorden de su lugar de trabajo es el diccionario de OxFord Español-Inglés/, Inglés/español que anuncia con emoción en su portada: “Más de 450.000 traducciones. Más de 275000 palabras y expresiones. Natalia Apuesta que, entre ese mar de términos, no sería posible encontrar uno que defina la estupidez humana, como la de ese desadaptado sobre el que tiene que escribir. 

“¿Para qué tantos lenguajes, palabras y tonos si nos empeñamos en no entender, en atacar al otro sólo porque lo creemos o piensa diferente?” se pregunta. Se toca la frente, esta muy caliente, no sabe si es a causa de la gripe o por la rabia que tiene en este momento. Se siente lenta, ralentizada, y que todos sus movimientos son torpes. 

Puta gripa.