miércoles, 13 de septiembre de 2017

Paula

Habíamos quedado en tomarnos un café. Llegué al lugar temprano y como hacía mucho sol esperaba convencer a Paula de cambiar la bebida caliente por una(s) cerveza(s) helada(s).

En las ocasiones que nos vemos, ambos solemos ser puntuales; después de media hora de retraso, decido llamarla. Su número de celular es una combinación fácil y me lo sé de memoria, así que lo marco; no recuerdo donde, pero alguna vez leí que esos pequeños ejercicios consistentes en recordar datos, ayudan a mantener en forma al cerebro.

“Alo” contesta en un tono seco, casi agresivo.
“Hola, ¿dónde te metiste?” le respondo con un dejo de risa en mi voz
“¿Pues dónde va a ser? en mí casa tarado, o es que acaso se le olvido en que estado estoy?”
“Jaja, deja de joder. Imagino que ya estás cerca”
“Mire Carlos, yo no sé, pero esto no puede seguir así”

“¿Carlos?" Pienso


Miro rápidamente la pantalla del celular. No sale Paula sino un número de celular. Metí mal el dedo y por una de esas coincidencias dignas de novela, la mujer que me contestó tiene el mismo nombre que mi amiga.

Pienso en acabar la llamada pero, aunque no soy Carlos, me parece muy grosero, y creo que esa Paula quiere desahogarse. 

“Lo siento” respondo, y es verdad. Lamento que esta Paula esté de mal genio por un tal Carlos que soy y no soy yo, pues todos, a la larga, nos parecemos los unos a los otros más de lo que creemos.

“¿Dónde está? pregunta irritada,  "hace dos semanas que no viene” 


¿Qué seré de ella? Me pregunto: novio, esposo o, acaso amante? Tal vez lo último, pues en los zapatos de un Carlos amante, me parece prudente el espaciar las visitas.


¿Tendremos algún nombre cariñoso por el que nos llamamos? Evaluó rápidamente si decirle mi vida, mi amor, pero es muy riesgoso, pues es posible que Carlos sólo sea un técnico que revisa electrodomésticos, y que a Paula hace dos semanas se le daño la lavadora.

Me intriga mucho conocer cuál es ese estado del que habla, y qué tengo que ver con él, pero no soy capaz de preguntárselo pues, por su respuesta previa, es claro que lo conozco y, además, tengo el descaro de desaparecerme por quince días.

“Tranquila”, le respondo. En ese momento veo que Paula, la que conozco, viene caminando hacia mi con el mismo andar distraído de siempre.
“Paula" Trato de sonar lo más conciliador posible, "esta noche paso y la visito ”. Opto por no tutearla, pues me parece una forma de trato neutral, como para que sienta que ese Carlos también tiene sus razones para haberse desaparecido todo ese tiempo que, la verdad, no es mucho.

“Bueno, acá lo espero” responde en un tono más suave.

martes, 12 de septiembre de 2017

Escena

Tatiana Opertji lleva más de media hora navegando perdiendo el tiempo en Internet. Quiere escribir algo, pero, como por variar, las ideas se le resbalan de sus dedos antes de que estos comiencen a teclear.

Es un estado que le aterra, pues la deja al borde de despacharse una pieza desabrida de opinión con un punto de vista mordaz, pues ese es su estilo y es lo que sus lectores disfrutan leer, o por lo menos eso es lo que ella cree, y también es por lo que día a día recibe palmaditas en la espalda. Pero, vuelve y juega, es solo lo que ella cree. 

Opertji escribe, le pagan por ello; por columnas en las que sentencia supuestas verdades, en las que señala con sus letras a este o al otro, en las que denuncia injusticias, determina culpas y responsables, pero muy en el fondo sabe que, por más ritmo, vocabulario, leads enganchadores o contundencia de sus textos, a nadie, realmente, le importan sus opiniones. Muchos la alaban, si, pero para no desentonar, para ir a favor de la corriente, pero Tatiana sabe que ese amor se puede convertir en odio de la noche a la mañana. 

Quiere escribir algo, pero Sigue sin dar con ningún tema, no se lo cree, ¿cómo le puede ocurrir eso a ella, una de las mejores columnistas del país? Pero sabe que es mentira, no lo de querer escribir sino eso de ser una de las mejores columnistas. 

Hace rato que está convencida de que no quiere escribir  otra columna de mierda despotricando del mundo, alguien o la vida. Hace rato que quiere escribir cuentos, ficciones largas o cortas, y en las que sus lectores se puedan identificar con los personajes y sus conflictos.

Opertji le da un sorbo a una cerveza que ya lleva por la mitad, la estampa con fuerza sobre el portavasos y comienza a teclear una imagen que le llega a la cabeza. Imagina que es la escena que da inicio a una historia. 

En el lugar que imagina es de noche, hace frio, esta desolado y un niño de 8 años camina solo por una acera; su bufanda se agita con el viento. Tatiana escucha voces de fiesta de un grupo de personas que salen de un bar, no han visto al niño y mucho menos las lágrimas secas que lleva en su rostro.

Tatiana no lo puede dejar solo, olvida su columna y se concentra en su personaje, Nikolai, que acaba de quedar huérfano.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Gracias, pero no

La institución financiera con la que tengo una tarjeta de crédito que, como todas, pretende hacerse pasar como amiga de sus clientes y, como dijo una vez un gran amigo: “amigas las bolas y no se hablan”; hace unas semanas me envió una carta que tenía como encabezado la palabra Felicitaciones en letra roja en y entre signos de admiración. 

En la carta me contaban que por ser uno de sus mejores clientes, y debido al excelente manejo que le he dado a la tarjeta y bla, bla, bla, quieren que siga disfrutando de los beneficios. 

¿Cuáles beneficios? ¿Pagar cosas con dinero fantasma y endeudarse?, pero bueno, al parecer querían premiarme y por eso y, sin haberlo solicitado, me aumentaron automáticamente el cupo de la tarjeta porque se les dio la gana.

Justo después de ir al banco y decirles que no quiero que hagan eso deliberadamente nunca más, sólo porque si, porque soy buen cliente y se preocupan por mis beneficios y todo ese montón de pendejadas, me encuentro con el correo de otro banco. 

En este me informan: “Cumple tus metas con el cupo preaprobado que ya tienes en tus manos”. Las miro pero no encuentro el cupo por ningún lado, ¿Qué aspecto tiene?, ¿acaso es una mancha? , ¿una arruga?, ¿una nueva línea, de esas que se supone definen mi destino, en la palma de mi mano?

Luego me saludan de forma escueta solo por mi nombre, lo que, supongo, quiere dar a entender que somos viejos amigos. Finalizan con tres líneas, en las que me dan las excelentes noticias:

“Ahora puedes comprar aquellas cosas que te hacían falta con tu
CrediÁgil preaprobado
Queremos contarte que tienes un cupo disponible por: $9’700.000”

¿Tienen conocimiento de metas que debo cumplir y desconozco? ¿Cuáles son exactamente esas cosas que me hacen falta y que puedo comprar con ese dinero? 

Gracias, pero no.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Recuerdos

Ese viernes, Julio Rismus, pintor de profesión, se despertó, desperezó y puso de pie. Después de unos minutos, prendió el fogón y cocinó un huevo duro. Lo devoró en menos de un minuto, le supo feo. Luego se enfermó. ¿Cómo lo hirvió?, ¿qué fue lo que ingirió?, mejor, ¿quién cocinó? Fue él mismo, pero, veloz, el recuerdo de Omu ocupó su mente; Lo entristeció “¿Qué se hizo mi mujer?” Pensó. 

Omu se esfumó; en un segundo, se despegó de él sin dolor. Fue de noche, reconstruye con desconsuelo el número que él interpretó. El domicilio libre de su voz, el recuerdo de su perfume, y él, como un loco, que buscó sin éxito su rumbo. 

Su mente es un embrollo de ilusiones que no comprende: borroso, poco nítido, con testimonios que no puede comprender. Tiene miedo, ¿de qué? no lo intuye, pero siente que su pecho se oprime y se consume en recuerdos.

El teléfono sonó, “Tiene que ser Omu”, pensó y se puso de pie con empeño. Le pesó pero, de todos modos, contestó con vigor 

“¿Quién?”, 
“¿Julio?” —preguntó su interlocutor, un hombre—. Rismus se desinfló. 
“Si, con él” 
“¿Julio Rismus?” repitió el hombre en un tono escéptico. 
“Si, soy yo” respondió Julio con un dejo indolente. 

Julio pegó él oído, espero unos segundos que se convirtieron en, cree con precisión, dos minutos. El hombre, de repente, colgó.

Julio corrió velozmente por su piso, el de Omu, el de ellos. Se sirvió cinco recipientes de ron; el líquido, muy fuerte, se le presentó nítido, esplendoroso. 

El teléfono sonó de nuevo. Julio sintió el estruendo débil, remoto, como en un sueño. Por fin despertó y lo contestó con desespero.

“ ¿Quién es? ¿Omu?, ¿eres tú?”
“Si”
“¿Por qué te fuiste?”
Un golpe interrumpió su voz y su quejido. Se hizo un silencio.

“¿Julio, Julio Rismus?”, preguntó de nuevo su interlocutor. 
Julio se mostró grosero “No le toque ni un pelo o lo eliminó, le juro que lo liquido”. 
El hombre rió y su interlocución se cortó.

“Tengo que moverme”, pensó Julio pero, sin quererlo, se tumbó en su lecho. Inducido por Morfeo se durmió.

jueves, 7 de septiembre de 2017

Clarita

Hoy me encontré con Clara en un café. En la universidad todo el mundo la conocía como Clarita. En ese entonces, un amigo insistía que el caminado era una de sus mejores características, más aún cuando se ponía pantalones apretados que resaltaban su atractiva figura. 

Rubia, alta, ni flaca, ni gorda, apretadita dirán algunos, llamaba o llama mucho la atención, y el contraste que generaba con su mejor amiga de ese entonces, una mujer de piel trigueña, nariz respingada y pelo tan negro como el petróleo, de la que parecía no separarse ni un segundo, era como un brochazo de pintura negra en una pared blanca.

Yo estaba distraído, y la escuché hablando fuerte a mis espaldas. Volteé a mirar quién era y le sostuve la mirada un segundo, sin haberla reconocido, hasta que ella fue la primera en hablar: “Hooooola, ¿cómo estás?, ¿y tú qué?” me preguntó, con la misma sonrisa resplandeciente de siempre, mientras me ponía de píe y ambos dabamos unos pasos para sellar el saludo con un abrazo.

Lo más chévere de Clarita, aparte de su belleza, es que siempre le ha hecho honor a su nombre. Es de ese tipo de personas que uno siente transparente, que no fingen sus gestos, en resumidas cuentas, que no es doble.

Luego del saludo me presentó a su acompañante, un man con barba, del que olvidé el nombre al instante. Clarita, como siempre había captado toda mi atención. 

Aturdido por su descarga de energía, no recuerdo cuál fue mi respuesta a su saludo. “Por acá a disfrutar de un cafecito” fue la suya, luego nos despedimos.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Moto fantasma

Hace unos días me llegó un mensaje al celular en el que me cuentan que la revisión técnico-mecánica de mi moto, placas BRD52 se vence en Septiembre. Al no darme fecha exacta puede que ya se haya vencido y, ¿cómo voy a andar por la calle sin ese requisito en regla? También me dan una dirección de la avenida 1 de Mayo donde los puedo visitar para hacer ese trámite. 

Me gusta que me recuerden las cosas, pues soy muy olvidadizo, hasta tal punto que no recuerdo haber comprado nunca una moto. El mensaje desapareció de mi mente ese día, pero al siguiente me entró una llamada de un número desconocido. Al contestarla una voz robótica me dio la misma información del mensaje del día anterior.

Ante tanta insistencia me angustié, y bajé al parqueadero de mi edificio para mirar si en el lugar que me corresponde había una moto. No encontré nada, paseé un rato por ese espacio desprovisto de emoción y alcancé a ver 3 motos parqueadas, pero los números de sus placas no coinciden con el de mi moto fantasma.

Imagino entonces que la moto pertenece a mi Doppelgänger, ese doble mío, que vive en Buenos Aires y sobre el que ya he escrito en un par de ocasiones, que tenía una suscripción a una licorera en línea y una cuenta de televisión por cable que ya le habrán cancelado pues siempre me llegaban archivos pdf de las facturas que tenía en mora.

Cómo siempre, me intriga y preocupa mucho el bienestar de ese otro yo, pues el trago y las motos nunca han sido una buena combinación, e imagino que estamos conectados de extrañas maneras y lo que le pueda pasar repercutirá en mi vida de alguna manera. Ojalá solucione pronto sus problemas con la bebida, el de fondos para que no le corten la televisión, y que se acuerde de su revisión técnico mecánica para que no se quede sin medio de transporte.

martes, 5 de septiembre de 2017

Lo que importa

La semana pasada me encontré con Mauricio, con quien trabaje hace más de 5 años. Ya en el lugar en que habíamos quedado de vernos, me preguntó: 

“¿Cafecito o cervecita?

“Cervecita” respondí, después de evaluar flojamente la pregunta.



Comenzamos a conversar y la conversación, como suele pasar ente nosotros, se encaminó hacia el Rock. Mauricio tomó su celular y me mostró una foto que publicó Billy Sheehan, bajista de Mr Big, de una taza de café. En la foto el músico escribió que por fin había logrado conocer a ese señor Valdez que veía en comerciales de TV cuando era pequeño.



“¿Y eso qué es?”
“Marica, ayer tocaron acá” me dijo resignado
“¿En Bogotá?” pregunté con asombro
“Sí, imagínese”

Luego comenzamos a hablar de otros temas: trabajo, conocidos en común, viejas, etc. Tiempo después, en la tercera cerveza, la de pirnos, caímos nuevamente en el tema de Mr. Big. 

“ ¿Aghh sabe? A veces eso me molesta
“¿A qué se refiere?”
“Pues que el trabajo me consuma tanto. No tenía ni idea que iban a venir, igual creo que no hubiera podido ir, pero me da rabia. Ayer apenas supe eso, me puse a mirar que otros conciertos va a haber este año. Pille este”.

De nuevo toma su celular y me muestra un video de War Pigs de Zakk Sabbath, un tributo a Black Sabbath del guitarrista Zakk Wylde. 

“¿Vamos o qué?”
“me suena, hablémonos”

Cuando la picada que habíamos pedido, con un par de trozos de patacón, ya lucía triste” y nuestras cervezas están a punto de terminarse, Mauricio me dice:

“Pues sí, a veces vivo tan metido en el trabajo, que este tipo de cosas que me importan, se me pasan. Eso me emputa.”

“Por eso me gusta mucho cuando llegó a mí casa, y me pongo a jugar con Santi, pues es un momento en el que me olvido de cualquier preocupación del trabajo. El chino me hace caer en cuenta de lo que me importa”.


“Writing can give you what having a baby can give you:
it can get you to start paying attention, can help you soften,
can wake you up.”
— Bird by bird —