lunes, 25 de septiembre de 2017

Libros

Entro a la librería y me da por preguntar si tienen libros de mi escritor favorito. Muy pocas veces encuentro alguno que no he leído, pero ¿qué tal que sea uno de eso días en los que, por una alineación de planetas, digamos, me encuentre con uno que no tenga?

“Buenas tardes tienen libros de Juan José Millás”
“¿Villás?” responde el hombre asombrado
“Millas con M” le clarifico, como si fuera su obligación saber quién es y que es mi escritor favorito.

El hombre se dirige con determinación a un pasillo y comienza a pasar el dedo índice de su mano derecha por los libros de un estante. Imagino que está en la sección de los escritores cuyos apellidos empiezan por la M. Al rato deja la actitud de búsqueda y, con cara extrañada, vuelve a preguntar: “Y, ¿de dónde es?

“España” le digo con desgano, al darme cuenta que no tiene ni idea de quién le hablo. 

“Millas, ¿ha oído sobre el?, le pregunta a un compañero de trabajo.

“Búsquelo en el computador”.

El vendedor se voltea hacia mí, y me dice: “Voy a buscarlo en el sistema. Le doy las gracias al tiempo que comienzo a caminar detrás de él.

Una mujer le obstruye el paso con una copia de Orgullo y Prejuicio en cada mano, y le pregunta que cual es la mejor edición. El hombre frena, toma los libros, y a mitad del pasillo le grita a su compañero; “De estos dos,¿cuál es mejor?

“El de Random House” le contesta el otro.

Vuelve con la mujer y le dice con seguridad: “Este”, señalándole uno de los libros.

Llegamos al computador. “¿Cuál es el nombre?” pregunta de nuevo. “Millas”, pronunció la m de forma exagerada.

El hombre teclea el apellido, presiona Enter y me responde “no, no tenemos nada” Le doy las gracias y me dirijo hacia la salida.

Justo en la puerta, una mujer le sugiere a otra de pelo blanco, al parecer su abuela, un libro para colorear mandalas : “Mira, tu podrías comprarte este, ¿no crees?” La viejita la mira, le sonríe, pero no responde nada. Quizás esté harta de que le asignen esas tareas que la hacen sentir más muerta que viva y lo que en verdad quiere es tomar clases de salsa, por ejemplo.

Cerca del libro de colorear para adultos, veo que hay otro de Origami antiestrés con la figura de un pájaro en su portada, que parece complicadísima de lograr sin llegar a estresarse un poco.

Abandono el lugar.

viernes, 22 de septiembre de 2017

18 cuadras

Hay una silla libre justo después de la puerta de entrada, pero creo que la buseta se va a llenar. Decido quedarme de pie y me ubico cerca de la puerta del fondo. En un momento miró hacia la la calle por el vidrio de atrás; está repleta de carros y personas que caminan de afán por los andenes. 

Tengo la cabezada recostada sobre el brazo derecho, que tengo agarrado de un tubo de la buseta, mientras pienso en un montón de asuntos, hasta que debido a ese extraño poder que todos tenemos de sentir que alguien nos está mirando, volteo a mirar la silla de los músicos y una mujer me sostiene la mirada. Tiene ojos grandes y negros, y es difícil precisar qué expresa su cara, en un instante parece que va a sonreir, pero de repente se pone muy sería. 

No me siento bien mirándola, así que dejo de hacerlo. Al rato la espío con disimulo, pero ahora parece perdida en sus propios asuntos. 

Un vendedor ambulante se sube al bus por la puerta de atrás. Lleva una cacucha azul que le cubre su cabeza rapada por los lados y pelo largo y liso en la parte de atrás. 

Me llevo la mano al bolsillo en el que guardo el celular, pues me acuerdo de aquella ocasión en que dos ladrones se subieron a una buseta justo cuándo un amigo y yo nos íbamos a bajar y él, que no entendió que pasaba, le pidió permiso al delincuente, que  estaba bloqueando la puerta, para bajarse. “Siéntese o lo mato hijueputa” fue la respuesta que obtuvo.

El hombre no es un ladrón, cuenta que vive en una casa de rehabilitación con 40 personas, en la que debe pagar el arriendo de una pieza. Luego abre una maleta que cuelga sobre su hombro derecho, mete la mano y saca el producto que está ofreciendo: un estuche de lápices y esferos, borrador y no se qué más cosas. El hombre dice que los podemos probar y que si uno de los implementos fallá, nos regala un paquete, luego habla algo sobre dios recoge sus estuches y se baja.

Luego, en menos de media cuadra, se sube otro hombre con gafas negras, barba rala y chaqueta de Jean y saluda a todo el bus con un fuerte grito, luego pregunta en tono de broma “ ¿Los asuste?” y en su discurso también acude a dios para hablarnos, que dios esto, que dios lo otro, etc. Luego cuenta un cuento de un hombre que molesta a dios preguntándole sobre “5 minuticos” que cuánto tiempo es eso. Coincidencialmente suena After Forever y escuchó la estrofa en que Ozzy canta:

Is God just a thought within your head or is he a part of you?
Is Christ just a name that you read in a book when you were in school?


El cuento del hombre finaliza. El mensaje que deja tiene que ver con la importancia de estar vivos, de poder disfrutar cinco minutos. El hombre pregunta si lo entendimos el cuento y luego lo explica. Dice que disfrutemos la vida, que le ponemos demasiada atención a cosas que catalogamos como problemas y que no lo son, y luego dice mientras ríe: “Si ustedes supieran todos los problemas que tengo”. 

Quiero que cuente alguno de sus problemas, pero el hombre ya está pasando por cada puesto estirando la mano para recoger algunas monedas. 

Ya pasaron 18 cuadras y debo bajarme.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Resucitar de la oscuridad

Cierro los ojos, los abro, los cierro, los vuelvo a abrir. Cuando los cierro no vedo nada, o veo oscuridad que es lo mismo; imagino que así ven los ciegos. Cuando los abro puedo ver un poquito con la ayuda de la luz de la calle alcanza a meterse al cuarto, entonces veo los bordes de los muebles y sombras con extrañas formas que se mueven lento y rápido. No le tengo miedo a la oscuridad, pero no me gusta su silencio. Si me concentro escuchó ruidos que no sé de dónde vienen y que si me asustan un poco. 

No sé cuánto tiempo llevo despierto. Dormir es extraño. Una vez, en una revista que alguien trajo a la casa, en la portada decía: “Dormir es como morir un poco.”. A veces cierro los ojos y me muero muy rápido, claro que eso es imposible saberlo, pues creo que tendría que estar despierto para saber que me quede dormido y, además, tendría que ser otra persona diferente de mí, otro Nicolás, para verme durmiendo. Otras veces, como hoy, cierro los ojos y no pasa nada, me quedo ciego pero no muero.

Nunca le he dicho a mamá, pero me gusta pensar eso de que muero cada vez que me duermo, y que resucito al siguiente día. Cuando la acompaño a misa, nunca le pongo atención a lo que dice el padre. Me gusta como suena cuando las personas recitan en voz alta las oraciones, una de esas dice: resucito al tercer día según las escrituras, ¿cuáles escrituras? Si fueran las mías, muchas personas podrían leerlas, la profe dice que tengo buena letra, pero si fueran las de Mariana, nadie las entendería, escribe chiquito y apeñuscado. La profe siempre la regaña por coger mal el lápiz, pero ella no le hace caso o no puede, no sé. 

No creo eso de resucitar, ¿no será más bien que estaba muy cansado, se quedó dormido, y luego despertó al tercer día? Ayer, por ejemplo, cuando llegué del colegio estaba muy cansado; había jugado un partido de fútbol durísimo en el que me hice un golazo. Jacinto, mi mejor amigo, estaba súper rabón, porque le tocó tapar, pero él fue el último que llegó a la cancha y esa es la regla, igual que la ley de la botella: el que la bota va por ella. Tenemos que cumplir las reglas que inventamos para los partidos de fútbol, o si no ¿qué?

Apenas llegué a la casa, almorcé una sopa verde fea, arroz y fríjoles. También había plátano, pero no lo probé porque me gusta mezclar la comida de sal con la de dulce. Después jugué un rato en el computador. El juego es de un personaje que tiene que pasar diferentes mundos y niveles al final tiene que enfrentarse a monstruó súper difícil de cachos y color rojo, se parece al diablo. Uno de mentiras, quién sabe si el de verdad sea así, con cuernos y esas cosas. Una vez, en la misa el padre dijo que el diablo estaba en cada uno de nosotros, que por eso debíamos volvernos a Dios. No entendí nada y después se me olvido preguntarle a mí mamá qué significaba lo que hablaba el viejito loco de pelo blanco y sotana. A ella no le gusta que le diga así, pero es que siempre anda despelucado y tiene mirada de loco o, por lo menos, así me parece a mí. 

Mí personaje en el juego es un Nigromante que puede resucitar esqueletos y otras seres que le ayudan a pelear; el que más me gusta es un Golem de fuego que se mueve muy rápido y quema a los bobos que se le acercan. En el juego si creo en eso de resucitar, pero porque es un juego, en los juegos si puede pasar cualquier cosa que en la realidad es no pasa. 

Luego de eso estaba muy cansado y mamá me dejo dormir. Menos mal que no me habían dejado tareas o si no, me hubiera tocado hacerlas y esperar a dormir hasta por la noche, osea ahorita, este momento en el que no he podido quedarme dormido.

Hace un momento, no sé cuantos minutos ni segundos, me quedé sin moverme por un rato para ver si me quedaba dormido, pero no pasó nada, sigo despierto con los ojos cerrados. También me me moví y me acomodo de un lado y luego del otro, y sigo despierto o ciego. Ahora tengo calor; no, no solo es calor, también tengo ganas de hacer pipí.

No me gusta cuando me dan ganas de hacer pipí por la noche. El baño de mi casa queda al final del corredor y Juliana, mi hermana, dice que ahí asustan. Mi mamá me dice que no le crea, que sólo dice eso por molestar, pero ella una vez me dijo: “Vas a ver Nico, un día se te va a aparecer una sombra en él corredor y te va a empujar”.

Yo no creo que una sombra lo pueda empujar a uno, pues una sombra es como vapor, ¿no? pero prefiero no averiguarlo. Todavía tengo ganas de hacer pipí así que estoy ideando un plan para llegar al baño sano y salvo. Ya dibujé en mi mente un mapa de mi terreno de operaciones. Más o menos así:


Primero, cuando abra la puerta de mi cuarto, me voy a pegar a la pared, como he visto que hacen los policías cuando persiguen a los malos y no quieren que les disparen,  hasta llegar al mueble. Ahí en el mueble está el interruptor, pero si lo utilizo mi mamá fijo se levanta y comienza a regañarme por seguir despierto a estas horas, por eso cuando alcance ese lugar, me voy a quedar quieto por unos segundos, no muchos para no darle ventaja a la sombra que debe estar vigilando el pasillo. Después, gritaré: carraspirulis y arrancaré a correr al baño. Sólo yo y Jacinto conocemos, conocemos esa palabra que nos hace más rápidos; por eso es que a Jacinto y a mí nos va tan bien en las pruebas de atletismo.

Acabo de llegar del baño, todo paso muy rápido y no estoy seguro si seguí mi plan al pie de la letra. Cuando estaba escondido y protegiéndome con el mueble de los vinos, escuché un ruido en la cocina, que no incluí en el mapa pues no está conectada al corredor, y ahí si me dio miedo de verdad, entonces corrí al baño sin decir nada, hice pipí y cuando salí ahí si dije carraspirulis, pero creo que no era necesario. Me pareció que la sombra no estaba por ningún lado, de pronto es que le gustan unos días más que otros o sólo quiere molestar a Juli. 

Cuando me metí otra vez a la cama, cerré los ojos y creo que me quede dormido muy rápido, pues lo único que recuerdo es cuando mi mamá me llamó y resucité para alistarme para el colegio.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Ligero

A Daniel Salazar le gustaría ser ligero. Cree que las cosas que no tienen casi peso, una pluma, una mota de polvo, una miga de pan, carecen de importancia para las personas.

Todo él es peso, una mole andante de órganos y vísceras. Daniel todavía no entiende las ganas que tenemos de ser importantes, alguien de peso, mejores que los otros, estar por encima de nuestros pares de cualquier manera, de ahí sus ganas de ligereza.

A Salazar no le importa tener que andar por la vida arrastrando su pesado cuerpo, ojalá sólo fuera eso, pero sabe que lo que más le pesa son las obligaciones como ser humano, acompañadas por la solidez de sus pensamientos, y el tener que cumplir con un sinfín de requisitos que, se supone, lo acreditan como buena persona, alguien normal: un buen esposo, buen trabajador, buen cristiano; una lista, más bien, de nunca acabar. 

Está cansado. Recuerda la tira cómica de Mafalda en la que Felipe, en un particular soliloquio, se pregunta: ¿Qué necesita ser una vaca para ser vaca? Ser vaca, ¿qué necesita ser un león para ser león? Ser león, ¿qué necesita un humano para ser un humano? ingeniero, abogado, médico…de ahí sus ganas de ser ligero, ser Daniel o Salazar, no le importa como lo llamen, sin necesidad de ser nada o nadie más.

Le gusta también la opción de no resistir que otorga la ligereza, de dejar ser. “Al aplicársele una acción al cuerpo ligero, este no reacciona de ninguna manera” piensa. Poco después concluye: “La pluma, por ejemplo, no se enfurruña con la persona que por juego o molestia la hecha a lejos con un soplido, en cambio toma vuelo por un momento y al rato se revuelca de nuevo por el piso, y ahí se queda hasta que una corriente de viento la levanta y la lleva de nuevo a quién sabe dónde. 

Ser ligero, ser nada, nadie; despojarse de todo tipo de peso. A eso aspira Daniel.

martes, 19 de septiembre de 2017

Trompicones

Me gusta esa palabra y no sé por qué apareció en mi mente, pues creo que nunca la he utilizado, no sé, supongamos que me haya resbalado hoy y que quiero contar el episodio; no empezaría diciéndoles, imagínense que hoy tuve un trompicón, diría algo como hoy me resbalé y casi me parto la cabeza. Pensé en decir crisma, pero pues es igual de rara que la otra. Entonces si usted se fija, querido lector, el lenguaje a veces también se desarrolla a punta de trompicones.

Quizá por eso es que las relaciones, las mías, las suyas; que tenemos con otras  personas  a veces se complican, pues las palabras se atropellan en la boca, unas mueren y nunca logran abandonar nuestro cuerpo y las que sobreviven tienen trompicones hasta que logran liberarse de su encierro, pero como vienen desbandadas, salen en desorden y decimos lo que no queríamos. 

De pronto andar a punta de trompicones es el orden natural por el que se rigen todos nuestros asuntos, pero como especie terca que somos, intentamos controlar todo lo que nos ocurre y ocurrirá, pero el caos y la aleatoriedad hacen de las suyas y destrozan todos nuestros detallados planes.

¿Por qué estoy hablando de trompicones? Porque es algo que siempre le ocurre a mi plan de lectura, es decir, a veces me propongo leer ciertos libros y alcanzó a ordernarlos mentalmente de alguna manera: primero tal, luego este otro, después ese que hace rato tengo en mi radar de lectura pero, de repente, a punta de trompicones, me cruzo con libros que por X o Y motivo me enganchan.

Por ejemplo, hace poco di con 4321, la última novela de Paul Auster y como estoy leyendo otro de ese autor, me metí a Amazon a mirar de que trata y leí la primera página que habla sobre un emigrante que llega a Estados Unidos y alguien le dice que olvide su apellido, pues no le hará bien en ese país. El hombre le sugiere que responda Rockefeller cuando le pregunten , que fijo no tiene pierde con ese apellido. 

Cuando el hombre llega al puesto de control y le preguntan como se llama, ya se le había olvidado el nombre que le habían dicho y solo atina a afirmar en Yiddish (Judio-Aleman) Ikh hob fargessen (Lo he olvidado) y así empieza su nueva vida como Ichabod Ferguson.

Me parece un inicio brillante para una novela que llega a los trompicones a mi vida. La misma pregunta de siempre, ¿cuándo la voy a leer?

lunes, 18 de septiembre de 2017

1500 palabras

Esa es la cuota mínima. Escribo un párrafo y dos líneas de otro. Alcanzo 108 con el título. Las leo y releo un par de veces y están bien flojas. Me acuerdo del cover de Crossed eyed Mary de iron Maiden , y abro una ventana de Youtube para escucharlo. 

Con la canción como música de fondo, vuelvo y leo lo poco que he escrito para decidir si sigo por el camino que está tomando el texto o si mejor lo borro, me decido por la segunda opción y escribo un nuevo párrafo de 74 palabras, mucho más acertado y sincero.   

Mientras deslizo los dedos por encima del teclado rápidamente, manía que tengo cuando me quedo sin palabras para teclear, me acuerdo que el líquido de lentes que utilizo está a punto de acabarse. En los últimos días lo he preguntado en varias partes y no lo he encontrado. Llamo a otro sitio y la mujer que me responde, María, me dice que si lo tienen. “¡Bingo!” pienso. Le pregunto que si lo puedo pedir a domicilio y me dice que si. Después de darle todos mis datos, encargo 2 frascos, cuelgo y estoy de vuelta en el escrito, pero no se me ocurre como continuarlo. 

Me llaman del lugar, supongo,para confirmar el pedido, pero la mujer, una tal Marcela, me dice que no lo tienen y me pide que la disculpe. ¿Y ahora qué? Llamo al laboratorio que lo produce, les cuento que estoy buscando el producto como loco, le pregunto que si lo van a descontinuar o qué. Me dice que no. “¿Y en dónde lo puedo conseguir?, ¿ustedes lo venden?” responde que no, pero me da el teléfono de otro lugar. 

Llamo y quien me contesta me dice que si lo tienen. Le pido la dirección, le doy las gracias y cuelgo. Otra vez estoy de vuelta en el artículo que aún no es artículo. Guardo y cierro el documento, tal vez lo que me falta es salir a caminar un rato, ver gente, mirar si algún suceso hace que se dispare mi subconsciente y/o la asociación de ideas. Decido ir a comprar el líquido.

Cerca del lugar paso por una plazoleta en la que el año pasado dejamos dos botellas de cerveza con M., antes de que se fuera a vivir a Canadá, a medio comenzar. Ese día Ya habíamos tomado y esa última compra fue un capricho de borracho. Igual creo que, a diferencia de las cervezas, nuestra conversación no quedó inconclusa, aunque ¿quién sabe?, siempre habrá más cosas por decir.

Hoy, en ese lugar, todas las bancas estaban ocupadas. Vi, aparte de un montón de palomas que caminaban torpemente, a una mujer, seguramente una estudiante, concentrada en la lectura de unas fotocopias a pesar de la cacofonía urbana; una pareja de adolescentes agarrados de la mano; dos policías, con sus chalecos verdes fosforescentes tomando notas; un hombre de aspecto sospechoso con cachucha y una bolsita en las manos.

Después de dar vueltas un rato por fin encuentro el edificio que ya había pasado de largo apenas tomé la carrera 16. En la recepción hay fila y la hago para ver si el celador me tiene que dar una ficha de ingreso. Espero que no me toque, porque suelo olvidar documentos en las porterías. Cuando es mi turno saludo al hombre y le digo, como si le interesara lo que estoy a punto de hacer, que voy para el consultorio 718 sólo a comprar un líquido. “Siga” me dice señalando los ascensores. 

Cuando me bajo del ascensor elijo ir hacia la derecha y el primer número de consultorio que veo es el 703, así que me devuelvo; nunca le pego al sentido en el que queda el consultorio al que voy. Por fin en el lugar, pido tres frascos mientras me pregunto si serán los últimos que quedan sobre la faz de la tierra.

De vuelta a casa, paso otra vez por la plazoleta y no veo a ninguna de las personas que vi antes, no puedo decir lo mismo acerca de las palomas. Camino en sentido contrario al tráfico hasta que pasa el bus que me sirve. Cuando me subo un hombre le está hablando a los pasajeros, me quitó el audífono derecho para ver que dice y está contando un cuento al que llego tarde. 

 La escena trata sobre un perro que está en un cuarto con un bebe. El perro tiene la boca llena de sangre. Cuando el dueño llega y lo ve, mira la cuna del hijo y también tiene sangre, así que va por una pistola y mata al perro. Se supone que el bebe sigue durmiendo plácidamente después del estruendo, así lo contó: “El bebe no se despertó y sigue dormido”. El hombre se acerca a la cuna, esperando lo peor, destapa a su hijo pero ve que está intacto y se sorprende al encontrar una serpiente hecha pedazos muy cerca de la cabeza del niño.

El hombre nos da las gracias y dice: “No los molesto más”. Esculco mis bolsillos y le doy unas monedas. Por la ventana veo como una mujer de pelo crespo negro y largo le pone la mano a una buseta que pasa de largo. En ese momento suena “Get Ready”,  una canción que siempre me ubica en un buen mood: “I’m in the mood get ready, I’m in the mood come on now”. 

Me bajo un par de cuadras antes de donde pensaba bajarme, porque quiero caminar por una calle que me cae bien; pues si, creo que existen calles agradables y otras aburridoras. A punto de cruzar una carrera apenas bajo un pie del andén, veo por el rabillo del ojo que alguien viene en bicicleta, freno en seco, doy un paso atrás y volteo a ver quién es. Es una mujer de pelo negro largo que. en un segundo me sonríe, a mí, a mí decisión o a ambos, pues de no haberla tomado, seguro nos habríamos estrellado. Es bonita, pienso caminar en su dirección para verla mejor y,  pero en cinco pedalazos desaparece de mi vida para siempre. En ese momento el dios de la aleatoreidad hace que suene My Michelle , canción que me parece perfecta.

Cuando llego a la casa ya es tarde y tengo pereza de escribir el artículo. Parece que la salida, a pesar que despejo mi mente no funcionó para la generación de ideas , pero ¿cómo saberlo?. Estás fueron 1607 palabras, ¿de dónde voy a sacar las otras 1420 que me hacen falta?

sábado, 16 de septiembre de 2017

Sobre el amor y la amistad

Aprovecho eso de “día del amor y la amistad” para contarles acerca de Angélica, sobre la que creo ya he escrito alguna vez en este, mi blog, su blog, estimado lector, bajo otro nombre. A la larga el orden de los nombres no altera el producto, es decir, el texto, las palabras que usted ha leído y las que le quedan por leer. Bien podría llamarla Petronila, pero no conozco nadie con ese nombre y si algún día me encuentro con una mujer que lo tenga, lo siento, pero me voy a morir de la risa. 

A Angélica la conocí en el matrimonio de un amigo. Durante la ceremonia en la capilla no dejé de mirarla, algo que debió resultar muy obvio porque ella se sentó detrás mío, no exactamente a mis 6, sino más o menos a las 4:37. 

Cuando pasamos al salón de la fiesta, y luego de ubicar la mesa que nos correspondía a mi y a mis amigos, a la que ella también estaba asignada, Angélica se sentó a mí lado de una. Uno de esos momentos en que uno dice mentalmente: “Gracias chuchito” sea o no creyente. Tiempo después me confesaría que actuó bajo la siguiente premisa: “Pues si me miro tanto, a ver qué va a hacer”. 

Imagino, ya no recuerdo bien, que en algún momento rompí ese molesto hielo que se interpone entre los desconocidos a los que les toca la misma mesa en ese tipo de reuniones y que habremos bailado algunas canciones. Antes de que la fiesta se terminara le pedí su número de celular y después de 3 semanas comenzamos a salir. 

Esa época coincidió con el día del amor y la amistad. Ese día la recogí en su casa y me pidió que la acompañara a comprar unas botas, plan aburridor al que no me opuse, pues quería estar todo el día con ella. 

Fue en un centro comercial donde el amor tomó un mal camino. Estábamos sentados en un almacén y me incliné a darle un beso, que recibió como si fuera un maniquí. Cuando me di cuenta y me eché para atrás, le pregunté que qué pasaba. Me dijo tan fría como un robot: “Es que hay veces que me siento obligada a corresponderte los besos”. 

Yo me emputé mucho y utilicé un cliché digno de telenovela mexicana: “Yo no estoy mendigando amor” o algo así fue lo que le dije. Me puse de pie y le dije que mejor dejáramos ahí, que todo bien, pero ella me agarró de la mano e insistió en que me quedara, que ya teníamos hecha la reserva en el restaurante. Como uno suele aprender más a las patadas, acepté. Esa noche hubo más besos que, supongo, no fueron 100% honestos, si tal cosa se puede decir  sobre algo tan complicado y tan fácil de dar. 

Al siguiente día Angélica me marcó al celular, pero me dio pereza contestarle. Días después hablamos por última vez fue por msn Messenger; una conversación llena de indirectas mordaces y algo que parece haber ocurrido hace siglos.