lunes, 13 de noviembre de 2017

Champeta

Sábado. 

Recuerdo un cuento que leí hace unas horas y que me cuestiona. Caigo en un remolino existencial poco provechoso para un fin de semana. Intento distraerme de cualquier manera y decido revisar el celular, aunque no haya sonado, que se está cargando. 

Tengo unos mensajes. Uno de ellos de una amiga que me invita a la celebración de cumpleaños de un primo. “Voy”, “no voy”, Esta tarde”, “no estoy haciendo nada”, “ ¿Será que sí?” “Hace frio”, “no, no hace frio”. Me paseo por esos y otra serie de pensamientos y al final me decido por ir.

Camino al lugar me entero que la entrada cuesta $15.000 de los que $6000 son consumibles, pregunto que cuanto cuesta la unidad y me responden: “Es que hoy hay una fiesta de champeta. Hasta las 11 dejan entrar”. Me queda media hora, así que no me preocupo, mientras converso temas comodín con el taxista: tráfico, clima, el año se pasó muy rápido, uber; lo de siempre. 

Llego al lugar y me encuentro con mi grupo compuesto por gente que conozco y no conozco, esas personas que siempre vemos en reuniones de los amigos que se tienen en común, pero de las que escasamente sabemos el nombre. 

Los $6000 de cover me alcanzan para una cerveza, a la que comienzo a darles pequeños sorbos. “Ojalá que me duré toda la noche” pienso, aunque sé que no hay forma alguna de que eso ocurra.

Estoy sentado y el grupo de conocidos-desconocidos me invita, en medio de bulla y una especie de bullying de ambiente de rumba, a que me pare a bailar. Lo hago y me ubico en un lugar de un círculo de baile que se formó de un momento a otro. 

Me meneo de un lado a otro despreocupadamente intentando que mis pisadas coincidan con el beat de la canción suena, que podría catalogarse como un: currulao-champeta-merengue-regaetton-hiphop. El rincón en el que estamos tiene poca luz y nuestras caras se encienden por momentos gracias a las luces estroboscópicas, que buena palabra esta, del bar. A nadie parece interesarle la capacidad de baile de sus respectivos vecinos.

Veo como un hombre que está con su novia la toma por atrás, de la cintura, y se le arrima a bailar sensualmente. Ella, apenas ve las intenciones de su pareja se separa y le indica: “así no”, moviendo el dedo índice de su mano derecha de un lado a otro muy rápido. El hombre no dice nada, solo sonríe como queriendo no echarle tiza al asunto. Al rato veo que la agarra de sus nalgas para bailar apretaito’, lo que, al parecer, evapora cualquier residuo de pudor en su pareja.

Comienza una tanda de salsa con “Sonido Bestial” y me siento, pues soy malísimo para bailar ese estilo de música. En el grupo de al lado veo como dos mujeres bailan juntas a falta de parejos, son buenas dando vueltas y mueven los pies muy rápido. En un sofá una bomba inflable de Hello Kity no deja de moverse a causa del soplido de un ventilador.

Ahora me fijo en la puerta por donde entramos, tiene un letrero con letras neón rojas que dice salida. El lugar lleno, aunque no repleto. me Me imagino una situación de peligro en el bar, un incendio para ser preciso. ¿Alcanzaría a atravesar la puerta antes de la estampida de las personas que están en la pista de baile? Imagino titulares de periódico trágicos: “Mueren calcinadas…” “Fiesta en llamas: incendio deja un saldo de…” y otros por el estilo.

El sonido de un órgano una guitarra y una batería cortan de tajo mi imaginación. Un grupo en vivo ha comenzado a tocar champeta. Me acerco al escenario para ver de cerca a los músicos. Las melodías son alegres y me fijo en cómo toca el baterista; le da con feeling gradable y muy fuerte a los tambores, y se nota que tiene los tiempos completamente grabados en su cabeza, lo que le permite hacer cortes precisos que alterna entre el redoblante y el hi-hat de forma hábil.

El grupo deja de tocar, acabo una tercera cerveza y voy al baño. En el lavamanos, que comparten ambos baños, una mujer se limpia los pies con toallas de papel y con gran fervor. Un par de baletas rojas reposan a su lado; imagino que alguien le chorreó trago en sus pies o que estos le sudan de forma exagerada.

Cuando me devuelvo al sitio que  ocupa mi grupo todos están poniéndose los sacos y chaquetas. La noche de champeta terminó.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Cobrar

Uno va por la vida adquiriendo deudas de todo tipo. Por ejemplo, con la lectura. Día a día nos encontramos con libros y autores que no habíamos ubicado en nuestro radar de lectura, e inmediatamente los añadimos a lo que Humberto Eco llama la anti-librería o los libros que no hemos leído y que, quizá, nunca vamos a leer.

Hace mucho me recomendaron que leyera “El Cobrador”, un cuento de Rubem Fonseca. Desde ese día lo había tenido presente, pues me pareció ingeniosa su trama: Un tipo que siente que el universo, la vida, dios, las personas, la sociedad, todo y todos están en deuda con él en cuanto a dinero, pinta fama, mujeres, sexo, etc. y asesinar personas es su manera de saldar cuentas. 

La deuda con la lectura es una constante, y el dios de la lectura, aventurémonos a imaginar que existe, siempre nos la está cobrando, igual no hay mucho por lo que preocuparse pues siempre vamos a quedar debiéndole; además los libros también tienen una deuda permanente con nosotros, que consiste en ayudarnos a comprender la realidad que, a diferencia de la ficción, no necesita sentido alguno.

Hoy por fin leí el cuento en una antología de los mejores relatos de Fonseca. Creo que, en medio de su salvajismo, nos parecemos a su protagonista.

“Me quedo frente a la televisión para aumentar
mi odio. Cuando mi cólera va disminuyendo y pierdo 
las ganas de cobrar lo que me deben, me siento frente
a la televisión y al poco tiempo me vuelve el odio”
- El Cobrador -

jueves, 9 de noviembre de 2017

Todo o nada

Una vez en un curso de escritura, el escritor que estaba a cargo dedicó un rato de una clase a enseñarnos trucos y atajos de comandos con el teclado del portátil. De los tips que nos dio me grabé, en principio, dos en la cabeza.

Uno fue el comando para hacer aparecer el guion para iniciar un diálogo (—), que es casi tres veces más grande que el guion sencillo. A ese escritor, por alguna razón en particular, le gustaba utilizar  más ese símbolo en vez de las comillas para abrir los diálogos. Esa vez nos advirtió que la combinación de teclas no funcionaba en todos los computadores y creo que al final olvide el comando porque en el mío nunca funcionó. 

El otro fue la forma en que se pueden borrar archivos de forma definitiva (Shift +Supr), un decir, pues imagino que los magos de la informática deben conocer alguna manera de cómo recuperarlos). Con “definitiva” me refiero a que los archivos pasan derechito, como por un tubo, hacia la nada, sin tener que sufrir el calvario de la papelera de reciclaje;  se me ocurre que los archivos de esa ubicación se comunican entre ellos de alguna manera y viven sus últimos días, horas, si acaso, de existencia con mucha angustia, hasta que a alguien le da por seleccionar la opción “vaciar la papelera de reciclaje.”

Ese comando de borrado inmediato es una truco de doble filo, pues no hay manera, de restaurar el archivo. Cuando se aplica la acción, los archivos, digamos, se evaporan, dejan de existir. 

Me gusta ese carácter de todo o nada porque es un claro ejemplo de que renegar no sirve para nada, que lo hecho, hecho esta, de pasar la hoja y todo ese sinfín de clichés, incluido el famosísimo: “Las cosas pasan por algo”, aunque ya sabemos que, si es así, es por algo que uno hizo o dejo de hacer, en fin.

Como les venía contando, a raíz de ese curso adquirí la manía de borrar cualquier tipo de archivo de esa manera. Hace unos minutos me equivoqué seleccionando una carpeta y no sé qué información habré mandado al olvido, pero lo hecho, hecho está, ¿cierto?

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Templos

Hace un tiempo en un fin de semana, me colé en el almuerzo familiar de una amiga. Una de sus tías había acabado de llegar de viaje y nos ofreció vino de verano, una preparación a base de Sprite y vino tinto, muy popular en esa época del año en España.

Ella había estado en diferentes ciudades de Europa y, en medio de su viaje, cuyo motivo principal era trabajo, aprovechó unos días libres para viajar a Camboya. Allá visitó el templo Prasat Ta Prohm o Templo de la Jungla, construido a finales del siglo 17. El lugar funcionó como templo budista, y una de sus características principales son sus árboles, que cubren las superficies y paredes de las construcciones del lugar, con sus ramas y raíces.

Mientras almorzábamos ella hablaba entusiasmada acerca del lugar, abriendo los ojos y subiendo o bajando el tono de su voz, a medida que el relato avanzaba, queriendo expresar en palabras y lo mejor posible la belleza del lugar.

Ese día pensé que es posible que nunca vaya a  conocer lugares como ese templo; de ahí la importancia de saber flaneriar, actitud que, considero, no solo debemos perfeccionar para nuestros viajes, sino nuestra vida en general.

¿Qué pasaría si destinamos un día a flaneriar, a caminar sin rumbo fijo y dejamos que las calles y/o la vida nos sorprendan?

Es posible que inmersos en esa actitud no nos vamos a encontrar con lugares tan majestuosos como Prasat Ta Prohm, pero si con librerías, cafés, restaurantes, parques, mercados, y muchos lugares que, según nuestros gustos y aficiones, se convierten en templos de carácter personal.

martes, 7 de noviembre de 2017

La lectura

“¿Y cuál es su signo?” pregunta la mujer que lleva mucho maquillaje y tiene una nariz respingada. “Libra”, respondo algo molesto. Me mira fijamente a los ojos, baraja las cartas que ha tenido en sus manos desde que entre a la sala, y juega con ella en sus manos por un tiempo.

“¿Qué hace? Le pregunto. Mi inquietud parece desconcertarla. 

“Estoy limpiando la energía de la baraja” responde seria, ante la aparente impertinencia.

Veo que las cartas están limpias; supongo que la limpieza de energía es algo que está fuera de mi entendimiento, como muchas de las cosas que dice hacer la Maestra Sara, así es como se hace llamar.

La miro directamente a los ojos e intento sonreír para calmar la tensión en el ambiente, pero ella parece una estatua y no copia mi gesto. No sé de dónde saca una caja de fósforos roja, enciende de forma hábil uno y prende dos velas, una blanca, la otra amarilla que se encuentran en los extremos de la mesa. Pasa una mano por ella para simular alisar un paño verde que ya está templado

Bate la mano para apagar el fósforo y lo bota hacia atrás con desparpajo. Me viene a la memoria esas escenas en que las personas brindan, beben el trago y luego tiran la copa. La Maestra Sara sería buenísima para ese tipo de brindis, de escena o de película.

Maneja hábilmente la baraja que, recordemos, está descontaminada de mala energía, la pasa de una mano a la otra y comienza a formar tres montones de cartas. Cuando termina, pregunta con la misma seriedad que la ha caracterizado hasta el momento: “¿Sobre qué aspecto de su vida quiere saber?”

“Buena pregunta” pienso, y me la repito de forma parcial. ”¿Sobre qué aspecto quiero saber?”

Creo conocer algo sobre todo los aspectos de mi vida, y saber de antemano que va a ocurrir en ella, me parece que es restarle importancia a la incertidumbre, elemento desconcertante y de igual manera importante en nuestras vidas.

Me parece que la Maestra no parpadea ni un segundo mientras espera la respuesta. Incomodo bajo su mirada digo: “¿El amor?”
“¿Puede ser más específico?”, Contrapregunta.
La miro perdido, se da cuenta y me tira otro anzuelo para continuar con la lectura de las cartas que, supongo, ahora llevan mi energía
“¿Me puede dar un nombre?
“Valentina”, respondo al instante, como si estuviera en un examen oral, sin saber quién es esa mujer.

La maestra comienza a destapar las cartas. Llevan ilustraciones con un pequeño texto a la derecha, Las lee o interpreta muy rápido porque pone una detrás de otra sucesivamente.

“Veo que con esta mujer hubo un acercamiento inicial, y luego todo acabó de un momento a otro”, me dice, luego asegura que Valentina está luchando fuerte contra todos los obstáculos para acercarse a mí, pero que le debo colaborar, caso contrario la perderé para siempre, ¿me entendió? Para S-i-e-m-p-r-e; hace énfasis en la última palabra como si fuera un tarado. 

Me pregunta que si ella, Valentina, va a hacer un viaje pronto. Le digo que si y me invento uno de trabajo a Turquía. La Maestra me cuenta que es un suceso que juega a mi favor, pues en ese viaje ella va a recapacitar mucho sobre nuestra relación.

Le sonrío, ¿acaso no es una buena noticia?

Ya llevo medía hora con la lectura de cartas y la mujer me lo hace saber. Me dice que si quiero saber más sobre Valentina, el amor de mi vida, debo volver a cancelar otra consulta pues, al parecer, la información suministrada más el tiempo que lleva analizando las cartas ha agotado el crédito equivalente a una lectura.

Creo que ha sido una buena lectura así que me despido y le doy las gracias. 

Hasta el día de hoy Valentina no ha aparecido en mi vida; aún la sigo esperando. ¿Se habrá quedado en Turquía?

lunes, 6 de noviembre de 2017

Tiempo

“¿Quién invento el tiempo?” se pregunta, mientras mira una foto, en una revista, de un lago con pequeñas embarcaciones, que se imagina en movimiento. 

Sabe que no es una pregunta sencilla. Piensa que si eso, el tiempo, solo consistiera en lo que pretende reducirlo, es decir, en los segundos, minutos y horas en los que transcurre su vida y la de sus seres queridos, quizá no se enredaría tanto la cabeza. 

Violeta está convencida que lo mejor sería no existiera, que fuera como un bloque sin posibilidad de divisiones, algo ajeno a nuestras vidas. Algo, quizá, similar al aire, que está ahí, no lo podemos ver, sabemos de su importancia, pero no nos matamos la cabeza disertando sobre él. 

Al buscar respuestas únicamente obtiene más preguntas. Internet le dice que el tiempo es un “Período determinado durante el que se realiza una acción o se desarrolla un acontecimiento”. 

No se lo cree. Es una definición sencilla, como para lavarse las manos con el asunto del tiempo. El momento en el que tuvo a Tomás, su hijo que ahora tiene 2 años, podría catalogarse como un simple acontecimiento, algo, una acción que ella realizó, por más frío que suene;  que solo sucedió, pero sabe que el nacimiento y la muerte son dos eventos que están fuera de cualquier tiempo. 

Sigue buscando y da con más definiciones. Tiempo de: fortuna, pasión, inmemorial, medio, muerto, relativo, sidéreo, o lo que eso signifique; verbal, verdadero, completo; de este último también supone que existe su contraparte, el incompleto. 

De esos el que más le gusta es el de Einstein, el relativo, que “depende de la situación y movimiento del observador”. Así lo cree, que el tiempo no existe como un todo, sino como un gran conjunto de interpretaciones y significados, lo que lo convierte en un asunto subjetivo. 

“Violeta Sánchez, ya puede seguir” mencionan su nombre por un parlante con frialdad, sin ritimo y sin tiempo. Se sobresalta al escucharlo.

viernes, 3 de noviembre de 2017

Silencio

Siente que el silencio es una mentira.  Si le preguntarán el por qué, no sabría argumentar su postura, pero hay cosas que sentimos y, por más locas que parezcan, nada ni nadie es capaz de hacernos cambiar de parecer.

Es tarde, casi medianoche y escribe una carta que considera importante,  ¿por qué? porque le molesta callar.  Tiene muchas cosas por decir y también sabe que el papel lo aguanta todo.  La carta, como siempre, no lleva un destinatario, pero si un remitente.  Le gusta escribir bajo diferentes seudónimos que escoge según su estado de ánimo.

A veces cuando las termina, decide enviársela a alguien.  Según él, las ideas que contienen sus escritos son verdades que las personas merecen saber, por eso  pelea contra el silencio, la gran mentira, con la ayuda de ellas.  Otras veces las guarda o destruye. calla a la fuerza todo lo que dijo o pensó.  Eso le molesta. es decir, el hecho de autocensurarse, pues de cierta manera es traicionar su postura ante el silencio. 

Le gustaría no escuchar nada en este momento, fundirse con el silencio para entenderlo, alcanzar una tregua, pues  andar en busca del ruido a veces lo cansa.  La noche no le colabora.  El tic-tact de un reloj que cuelga en una pared de la sala lo distrae y lo traslada al momento en que dará las campanadas que indican el cambio de día. También escucha como unos carros transitan por la calle,  ¿quiénes van en ellos?,  ¿hacía donde se dirigen,  ¿por qué sus tripulantes no están descansando? se pregunta.   ¿qué importa? cada uno con sus afanes, cada quien con su ruido o silencio, concluye.

Como le gustaría enviarle una carta a una de esas personas, preguntarles cuál es su afán, pero también  a que se dedican, y más que eso preguntarles que los sostiene por dentro, como llevan a cuestas la vida que les tocó vivir, y qué, de lo que hacen a diario, no les permite enloquecer.

Termina la carta.  La lee tres veces y decide enviársela a Camila. Todo el tiempo había estado escribiendo para ella y no había querido aceptarlo.