miércoles, 23 de mayo de 2018

De calificaciones y otras nimiedades

Son varias las personas que pedimos Uber. Entre ellas hay una extranjera. Ya en la portería del conjunto de edificios, le cuento que mi calificación en esa aplicación es de 4.6, y que me causa una ligera curiosidad saber qué conductores no me calificaron con 5 estrellas y por qué razón.

Ella me dice que quizá se deba al factor conversación. Me cuenta que a ella no le gusta desgastarse conversando en los trayectos, pues es alguien que probablemente no va a volver a ver en la vida, además de que la charla parece un guion que ya ha ensayado mil veces, luego de que dice algo y detectan su acento extranjero:
“Usted no es de acá, ¿cierto?”
“No”
“Pero habla español muy bien”
“Si…”

La mujer dice que de  ahí en adelante la conversación puede tomar cualquier rumbo, y que a veces no habla, pero que no considera eso como una actitud grosera, sino que simplemente no le apetece hacerlo en ese determinado momento. Argumenta que es solo un servicio y ya, y que por ejemplo si uno toma un bus, no tiene que armarle conversación al conductor. Que todo se reduce en pagar un servicio de transporte para que a uno lo lleven de un lado a otro.

Le digo que, a nosotros, los locales, puede que nos ocurra algo similar en el sentido de que también acudimos a los mismos temas al momento de conversar. Ella me da la razón y vuelve al tema de la calificación, dice que seguro a uno lo califican mal, si se baja del carro y cierra la puerta de un portazo, como si uno no tuviera nevera en la casa.

Los carros y taxis de todas las personas llegan y me quedo solo. La aplicación dice que el mío está a 4 minutos. Miro el mapa y parece que el carro se quedó dando trompos en una esquina. Le escribo al temerario conductor y le pregunto si está cerca, pero lo imagino con una mano en el volante y la otra en el freno de mano, una maniobra complicada, y por eso no recibo respuesta alguna. Decido llamarlo y la llamada entra al buzón de mensajes. Cancelo el viaje.

Pido otro carro, y ahora este no pasa de la barrera de estar a 5 minutos de distancia, como si un campo de fuerza invisible no le permitiera acercarse, a menos de la distancia equivalente a esa cantidad de tiempo.

Vuelvo a cancelar y pido un taxi que llega en menos de un minuto.

martes, 22 de mayo de 2018

Narrar

En un curso de crónica, el escritor que lo dictaba nos decía que el punto de vista en primera persona, para una crónica, no es agradable para el lector, pues a veces se torna tedioso tanto Yo, y que sólo se debe usar cuando hemos experimentado de primera mano la situación que queremos narrar. 

Hoy, debido a una seguidilla de clics, que pretendían encontrar un libro, misión en la que fracasé, di con otro que hablaba sobre narrativas personales y en el resumen decía que la mayoría de veces el Yo narrador, de un cuento o una novela, es poco confiable, pero que en la no ficción el lector siempre debe ser persuadido en el sentido de que quien narra siempre dice la verdad. 

Por eso la tercera persona es chévere, pues nos aleja de las opiniones personales y fomenta la creatividad, pues obliga a ponernos en los zapatos de los personajes, de jugar con escritos ajenos, que son tan nuestros como de otros que existen o no. 

En ese curso de crónica del que les hablaba estaba Celia, una española editora y correctora de estilo, y siempre me gustaba cuando le tocaba leer algún texto en clase, por su acento cargado de eses pronunciadas. 

Celia tituló su trabajo final “Al otro lado del espejo”, una crónica bellísima, para mí la mejor de todas, sobre Claudia Tatiana, un travesti que había recibido un disparo en 2009 y había logrado recuperarse. 

Celia nos contó que había visitado un centro de rehabilitación, y que había pasado muchas horas con Claudia Tatiana, entrevistándola, desenmarañando su historia, que incluso la acompaño a algunas de sus clases y comió algo con ella en el pequeño cuarto de la pensión en la que vivía. 

Celia utilizó en su crónica un punto de vista en tercera persona, pero lo trato tan bien, que produjo uno de esos escritos donde la narración lo arrulla a uno, por lo ameno que resulta leer un texto, que lleva la dosis adecuada de descripción. Les compart0 un aparte de la crónica: 

“La pieza es diminuta y, para aprovechar el espacio, de las paredes sucias cuelgan 
algunos ganchos que sostienen prendas anodinas: un sombrero de corte masculino 
que alivia un instante lo lúgubre que es todo, un par de bolsas de plástico negras llenas
de cosas varias, dos bolsos cómodos y sencillos, uno rojo y otro negro, y un morral
con forma de perro de peluche, que no llega a apaciguar la sordidez del entorno.” 
— Al otro lado del espejo —

lunes, 21 de mayo de 2018

Palabrero

Edito un texto que escribí en inglés con la ayuda de una aplicación. A primera vista, la mía nada más, está bien, pero apesto con el uso de las preposiciones y estoy casi seguro de que el texto no está 100% correcto.

Además de esas dudas que pienso dejar pasar hasta que un hablante nativo lo revise, la aplicación genera un aviso. Dice que el escrito es muy palabrero, too wordy, así lo afirma.

La traducción literal de google para wordy es “verboso”, pero esa palabra, por una u otra razón, me genera desconfianza, así que prefiero palabrero, que la RAE define escuetamente como: “Que habla mucho”, es decir, una especie de Cantinflas. Es preferible, pienso yo, que a uno le pregunten: “¿Por qué es tan palabrero?”, en vez de que a uno le lancen una acusación del tipo: “Deje de ser tan verboso”; quizá de ahí viene la repulsión por la palabra, porque la asocio con “mierdero”, que si estuviera aprobada por la RAE tendría como definición: “Que habla mucha mierda”.

Le borro unas cuantas palabras al texto, evitando que la idea principal se pierda, pero nada, la berraca aplicación insiste que el escrito está palabrero o que yo lo soy, pues fui quien lo produjo.

Nada mejor que ir al grano y ser conciso, de ahí la importancia de podar los escritos hasta decir lo que se quiere con la menor cantidad de palabras.

viernes, 18 de mayo de 2018

Existencia

El correo electrónico está en inglés. Dice que mi perfil ha sido aprobado para participar en una lotería por una Green card, ese supuesto pasaje de entrada al sueño americano. 

Seguro es otra de las tantas estafas que se hacen a través de Internet, pues no recuerdo haber creado ningún perfil. Los encargados de redactar el correo tienen mucho coraje. Empiezan diciendo, atención, que América es reconocida por su diversidad étnica y la gran contribución de los inmigrantes a su desarrollo. También que quienes aplican, en este caso uno de mis tantos dobles, duplicados, doppelgängers regados por el mundo, son elegidos de acuerdo al país de origen y sus bajas tasas de emigración en los últimos cinco años, y que se enorgullecen de poder informarme que Colombia ha sido seleccionada para participar en el programa de lotería de la Green Card. El mensaje finaliza con un cuadrado rojo y letras blancas en el que me informan que puedo aprovechar esta ganga por tan solo 15 dólares. 

El mensaje es lo de menos pues, por ejemplo, ¿quién no es pariente o conocido de ese rey Nigeriano con ansias de repartir su fortuna entre miles de personas?, o ¿Quién no ha recibido información sobre el caso de Amy Bruce que lleva un resto de tiempo muriéndose a causa de un cáncer en el cerebro y el pulmón? 

Lo que me llama la atención es la cantidad de veces que podemos existir en este mundo sin que lo sepamos. 

Conozco algún par de personas que se jactan de ser anónimos en la red. Según ellos si alguien intenta buscarlos, nunca los van a poder encontrar por su nombre. Aplaudo esas ganas de querer permanecer anónimos en estos tiempos en que la mayoría queremos dejar claro quiénes somos y que hacemos a cada rato, pero ¿qué tal que eso sea imposible, es decir, que apenas diligenciemos cualquier formulario en internet, el que sea y por más inofensivo que parezca, ya hagamos parte de esa red amorfa y extraña que día a día nos deshumaniza un poco más?. 

De pronto ese perfil que yo, o mi otro yo diligenció, sea producto de una inteligencia artificial que me anda duplicando en diferentes lugares del planeta. Va uno a ver y resulta que  se tienen multas de tránsito en Moscú o una familia en Indonesia. 

Que extraña es nuestra existencia.

jueves, 17 de mayo de 2018

Pizza en el bosque


Hoy ojeé una revista en una peluquería. Uno de los artículos traía la foto de una casa de campo cerca de  La Toscana. Era una foto panorámica, en un día soleado, que dejaba ver la inmensidad de una casa con paredes blancas, rodeada de jardines muy verdes, árboles frondosos, y en uno de sus recovecos se veía una piscina cristalina. 

El artículo hablaba sobre una mujer, una empresaria decía, que era la dueña y/o heredera del lugar. No queda claro si la mujer tenía una empresa o recibía el título porque había remodelado el lugar y ahora alquila parte de la casa, 14 habitaciones, para que las personas se queden allá. La mujer contaba que también tenían un lugar privado en el que ellos, refiriéndose a su familia, se quedaban, pero a veces, cuando no estaban ahí, también rentaban ese espacio. 

Mientras leía la nota pensaba que cuando me gane ese baloto, que no compro, o cuando fallezca ese familiar millonario que aún no conozco, y que espero, por alguna razón, me incluya en su testamento, programaré unas vacaciones a ese lugar. 

Otra de las preguntas tenía que ver con sus hijos, que si disfrutaban pasar tiempo allá, ¿Acaso quién no?. La respuesta fue más que obvia, que si claro, que les encantaba visitar la casa y que mucho más ahora, que ya dominan bien el italiano y pueden hablar con los lugareños. “¿Y cuáles son los planes que más les gusta hacer? La mujer, la empresaria, la dueña de esa berraca casa, que envidia, dijo que les gustaba caminar y montar a caballo en los alrededores y también ir a una pizzeria que queda dentro del bosque, o también ir a comer helado o gelato

En ese punto el artículo me perdió, pues me quede pensando en cómo será esa pizzeria.  Creo que lo del bosque le da cierto toque fantástico. 

Pizza, vino y helado, ¿Qué más se le puede pedir a la vida? Sé que muchas cosas, pues nunca estamos satisfechos, pero podemos empezar por esas, más una temporada de vacaciones en La Toscana. 

miércoles, 16 de mayo de 2018

"¿A usted le gusta leer?"

Matías quiere estudiar Derecho. Hoy le hicieron la entrevista para entrar a la universidad. Fue una entrevista grupal, y los entrevistadores fueron el decano y la directora de carrera. 

“¿A usted le gusta leer?”, fue una pregunta que le hicieron a todos. “Si”, respondió Matías en su turno. 
“¿Cuál fue el último libro que leyó?” 
“El Ensayo sobre la ceguera”, y cuando le preguntaron que por qué, simplemente respondió que la historia lo había enganchado, y argumentó el porque de manera sencilla. 

Cuando le tocó el turno a una mujer, también respondió que le gustaba leer, y el libro que mencionó fue “El Quijote”, y sin que nadie se lo pidiera concluyó diciendo que su gusto por el libro de Cervantes se debía a como había logrado  el escritor mostrar la Edad Media que era tan bella, y como describía a ese caballero que era el Quijote. Según Matías, la mujer tenía súper preparada la respuesta y más bien parecía que estuviera recitando de memoria un libreto. 

Luego fue el turno de otro hombre, que ante las sólidas respuestas del resto de entrevistados no tenía otra opción que decir que también le gustaba leer, y el libro que selecciono fue El Extranjero de Camus, una novela con un crimen y un juicio, muy pertinente, quizá, para la ocasión. 

“¿Usted defendería al extranjero?” fue la pregunta que le hicieron y el hombre comenzó a titubear para al final no decir nada. Cerró su intervención diciendo: “Realmente no sé. No lo he terminado, me faltan como 40 páginas”. 

Al siguiente que le tocaba el turno, evitó complicarse con lugares comunes y contó que el último libro que había leído tenía que ver con aviones, pues es un tema que le apasiona mucho y el libro era un regalo muy preciado que le había dejado su abuelo, con quien compartía esa afición.

martes, 15 de mayo de 2018

Todos somos poderosos

Hago fila en el supermercado para pagar unos productos. No importa cuáles; una vez leí un ejercicio de escritura creativa que consistía en ir a un supermercado y mirar lo que las personas llevaban en sus carritos y con base en los avistamientos, se debía escribir cómo eran sus vidas, entonces, qué sé yo, una señora podía llevar un tomate y una crema de dientes y uno en el ejercicio la podía transformar en una asesina en serie, por ejemplo. 

Volvamos a la fila, mientras hago parte de ella, ojeo el estante de revistas, y dulces, que también tiene libros, la mayoría de estos novelas. Está “Los divinos” la última de Laura Restrepo, “It” de Stephen King y entre estos también se encuentra otro libro: “Todos somos poderosos”. 

El título llama la atención, pues uno escasamente sabe quién es y que un libro, independiente de lo que uno crea ser, diga de manera tan categórica que uno es poderoso, inquieta un poco, ¿Poderoso en qué o para qué? 

Leo la contraportada y cuenta que para ser poderoso es necesario dar un primer paso y que el libro es una herramienta indispensable—atonta un poco la palabra, por la inmediatez que sugiere—para dar ese paso hacia la poderosidad, que se asemeja a ponderosidad: “Que hace o se hace con gran cuidado”, y pues debe existir alguna relación entre ambas palabras, pues ser poderoso no debe ser una cuestión de soplar y hacer botellas como se suele decir. No todo acaba ahí, dice también que el libro es una guía definitiva para vencer todos los miedos y mostrarnos como el poder de transformar el mundo está en nuestras manos. Esto me hace pensar que después de leer el libro, hasta Thanos se queda en pañales. 

Luego la corta narración da un giro radical porque ahora hablan de que en el libro también encontraré consejos esenciales, disparan adjetivos fuertes, para convertirme en una celebridad del Social Media, transformando mi hobby en el mejor negocio de mi vida. 

Luego el texto se descontrola y menciona algo sobre un mapa de sueños, las relaciones tóxicas que me impiden ser feliz, y cierra diciendo que voy a descubrir todos mis súper poderes, ya decía yo que todo este cuento algo tenía que ver con súper héroes, y los de las personas que me rodean, porque, resulta casi obvio, todos somos poderosos. Que no se nos olvide.