lunes, 28 de mayo de 2018

Batallas

Hace unos días contaba en esta entrada que quería escribir sobre un tema que me llamó la atención. Hoy tomé un nuevo impulso para continuar ese escrito que, hasta el momento, sumando la incursión bélico-narrativa de hoy, tiene 234 palabras en desorden. 182 la componen tres párrafos que he escrito varias veces y otro que solo se quedó en la frase: “Al leer el cuento se intuye que”, con el que pensaba atacar el texto desde otro flanco. Las otras 52 palabras lo componen un par de notas, que espero me puedan dar algún tipo de información táctica. 

Después de cavilar un rato, viendo el cursor parpadear, emprendí la retirada, pues mis tropas de escritura no estaban a la altura de esa batalla, así que decidí enviarlas a un cuento que trata sobre una mujer que se encuentra un celular en la sala de espera de un consultorio médico, se lo queda y esto da pie a una serie de acontecimientos que la han sorprendido tanto a mí como a ella. 

Por el momento, parece que la batalla de escritura del cuento tiene más futuro que la del otro texto, que trata sobre un idioma africano. Para esa primera batalla descargué unos documentos, a modo, digamos, de mapas de guerra, pero estos van más allá de mis conocimientos lingüísticos; de ahí la protesta de mis tropas: " ¿pero cómo nos va a enviar allá, sin conocer el terreno?", "Claro como el está ahí sentadote jugando con nuestra posición y destino".

De pronto nunca tenemos chance de ganarle la batalla a un escrito, y esos que consideramos buenos, bien sean producto de nuestras tropas o las de otros, solo significan que hemos logrado acertarle un golpe, pero no nos dejemos engañar, los textos siempre ganan la batalla.

domingo, 27 de mayo de 2018

El mejor escrito


Se supone que iba a ser este, pero ya no. Ayer, en un duermevela febril y delirioso, y mientras navegaba la frontera que separa los mares de la vigilia y el subconsciente, quizá con algunos  tintes de fiebre a causa de una gripa;  se me apareció una idea en la cabeza. 

No recuerdo de qué trataba o qué me sugería, pero estoy casi seguro de que habría dado pie al mejor escrito de la historia de la humanidad. Digo esto porque recuerdo la fuerza con la que irrumpió y la sensación que me dejó, y como, al instante, y durante pocos segundos, empecé a asociar ideas, a atar cabos entre temas que, parece, no tienen nada que ver, aunque bien sabemos que todo tiene que ver con todo, pero nos cuesta aceptarlo. 

El error, siempre los hay, es que dejé pasar la oportunidad, es decir, no la anoté y dejé que, junto a muchas otras, la gran idea cayera a los abismos de la mente. 

Pensé que al escribir sobre el tema la iba a resucitar (supongo que del golpe, producto de su caída libre, quedo muerta) pero no fue así. Solo queda esa placentera sensación que nos dejan esos fogonazos mentales tan escasos, en los que la vida cobra sentido, en los que, por un segundo, entendemos cuál es nuestro papel en esta extraña existencia.

jueves, 24 de mayo de 2018

Zapatos nuevos

Ayer Lucia, una Vecina que vive sola, se estrenó unos zapatos. Por la mañana, en la cocina, luego de pelar una papaya y al momento de dar media vuelta para ir a botar los restos de cascaras a la caneca, que se encuentra a menos de dos pasos del fregadero, se cayó y se fracturó la cadera. 

¿Qué ocurrió? Podemos pensar que la suela de los zapatos, al estar nuevos, tiene una mayor fricción con el piso y de ahí el peligro de girar de súbito si los tenemos puestos. ¿Qué se puede hacer?, ¿que los zapatos vengan con una advertencia para su uso, algo como: “tenga cuidado al girar bruscamente, pues dependiendo del tipo de superficie y el coeficiente de fricción, puede sufrir un accidente”? 

No, de nada sirve eso. Lo mismo le podría habría podido ocurrir con unos zapatos viejos, o bien, descalza. 

Volvamos con la vecina. Que momento angustiante y terrorífico el que habrá vivido mientras estaba tendida en el piso. Imaginemos las cascaras de la papaya esparcidas por el piso junto con el cuchillo, filoso por supuesto, que afortunadamente cayó y rebotó lejos, y a la mujer pensando “¡puta vida! —valga la redundancia—, casi me mato”. 

Luego de unos minutos decidió arrastrarse hasta el teléfono, que se encuentra en la sala; escena que podría parecer humillante, pero nada lo es cuando se trata de sobrevivir. En ese corto trayecto que quizá ya había recorrido con sus zapatos nuevos, a primeras horas de la mañana, fue un proceso tortuoso, en cámara lenta. Al intentar esquivar algunas de las cascaras su cintura protesto con un fuerte dolor punzante y no le quedo remedio que restregar su cuerpo sobre ellas. Por fin llegó al teléfono y llamó a una hija que fue en su auxilio. 

Aterra pensar todo lo que puede ocurrir al utilizar un par de zapatos nuevos.

miércoles, 23 de mayo de 2018

De calificaciones y otras nimiedades

Son varias las personas que pedimos Uber. Entre ellas hay una extranjera. Ya en la portería del conjunto de edificios, le cuento que mi calificación en esa aplicación es de 4.6, y que me causa una ligera curiosidad saber qué conductores no me calificaron con 5 estrellas y por qué razón.

Ella me dice que quizá se deba al factor conversación. Me cuenta que a ella no le gusta desgastarse conversando en los trayectos, pues es alguien que probablemente no va a volver a ver en la vida, además de que la charla parece un guion que ya ha ensayado mil veces, luego de que dice algo y detectan su acento extranjero:
“Usted no es de acá, ¿cierto?”
“No”
“Pero habla español muy bien”
“Si…”

La mujer dice que de  ahí en adelante la conversación puede tomar cualquier rumbo, y que a veces no habla, pero que no considera eso como una actitud grosera, sino que simplemente no le apetece hacerlo en ese determinado momento. Argumenta que es solo un servicio y ya, y que por ejemplo si uno toma un bus, no tiene que armarle conversación al conductor. Que todo se reduce en pagar un servicio de transporte para que a uno lo lleven de un lado a otro.

Le digo que, a nosotros, los locales, puede que nos ocurra algo similar en el sentido de que también acudimos a los mismos temas al momento de conversar. Ella me da la razón y vuelve al tema de la calificación, dice que seguro a uno lo califican mal, si se baja del carro y cierra la puerta de un portazo, como si uno no tuviera nevera en la casa.

Los carros y taxis de todas las personas llegan y me quedo solo. La aplicación dice que el mío está a 4 minutos. Miro el mapa y parece que el carro se quedó dando trompos en una esquina. Le escribo al temerario conductor y le pregunto si está cerca, pero lo imagino con una mano en el volante y la otra en el freno de mano, una maniobra complicada, y por eso no recibo respuesta alguna. Decido llamarlo y la llamada entra al buzón de mensajes. Cancelo el viaje.

Pido otro carro, y ahora este no pasa de la barrera de estar a 5 minutos de distancia, como si un campo de fuerza invisible no le permitiera acercarse, a menos de la distancia equivalente a esa cantidad de tiempo.

Vuelvo a cancelar y pido un taxi que llega en menos de un minuto.

martes, 22 de mayo de 2018

Narrar

En un curso de crónica, el escritor que lo dictaba nos decía que el punto de vista en primera persona, para una crónica, no es agradable para el lector, pues a veces se torna tedioso tanto Yo, y que sólo se debe usar cuando hemos experimentado de primera mano la situación que queremos narrar. 

Hoy, debido a una seguidilla de clics, que pretendían encontrar un libro, misión en la que fracasé, di con otro que hablaba sobre narrativas personales y en el resumen decía que la mayoría de veces el Yo narrador, de un cuento o una novela, es poco confiable, pero que en la no ficción el lector siempre debe ser persuadido en el sentido de que quien narra siempre dice la verdad. 

Por eso la tercera persona es chévere, pues nos aleja de las opiniones personales y fomenta la creatividad, pues obliga a ponernos en los zapatos de los personajes, de jugar con escritos ajenos, que son tan nuestros como de otros que existen o no. 

En ese curso de crónica del que les hablaba estaba Celia, una española editora y correctora de estilo, y siempre me gustaba cuando le tocaba leer algún texto en clase, por su acento cargado de eses pronunciadas. 

Celia tituló su trabajo final “Al otro lado del espejo”, una crónica bellísima, para mí la mejor de todas, sobre Claudia Tatiana, un travesti que había recibido un disparo en 2009 y había logrado recuperarse. 

Celia nos contó que había visitado un centro de rehabilitación, y que había pasado muchas horas con Claudia Tatiana, entrevistándola, desenmarañando su historia, que incluso la acompaño a algunas de sus clases y comió algo con ella en el pequeño cuarto de la pensión en la que vivía. 

Celia utilizó en su crónica un punto de vista en tercera persona, pero lo trato tan bien, que produjo uno de esos escritos donde la narración lo arrulla a uno, por lo ameno que resulta leer un texto, que lleva la dosis adecuada de descripción. Les compart0 un aparte de la crónica: 

“La pieza es diminuta y, para aprovechar el espacio, de las paredes sucias cuelgan 
algunos ganchos que sostienen prendas anodinas: un sombrero de corte masculino 
que alivia un instante lo lúgubre que es todo, un par de bolsas de plástico negras llenas
de cosas varias, dos bolsos cómodos y sencillos, uno rojo y otro negro, y un morral
con forma de perro de peluche, que no llega a apaciguar la sordidez del entorno.” 
— Al otro lado del espejo —

lunes, 21 de mayo de 2018

Palabrero

Edito un texto que escribí en inglés con la ayuda de una aplicación. A primera vista, la mía nada más, está bien, pero apesto con el uso de las preposiciones y estoy casi seguro de que el texto no está 100% correcto.

Además de esas dudas que pienso dejar pasar hasta que un hablante nativo lo revise, la aplicación genera un aviso. Dice que el escrito es muy palabrero, too wordy, así lo afirma.

La traducción literal de google para wordy es “verboso”, pero esa palabra, por una u otra razón, me genera desconfianza, así que prefiero palabrero, que la RAE define escuetamente como: “Que habla mucho”, es decir, una especie de Cantinflas. Es preferible, pienso yo, que a uno le pregunten: “¿Por qué es tan palabrero?”, en vez de que a uno le lancen una acusación del tipo: “Deje de ser tan verboso”; quizá de ahí viene la repulsión por la palabra, porque la asocio con “mierdero”, que si estuviera aprobada por la RAE tendría como definición: “Que habla mucha mierda”.

Le borro unas cuantas palabras al texto, evitando que la idea principal se pierda, pero nada, la berraca aplicación insiste que el escrito está palabrero o que yo lo soy, pues fui quien lo produjo.

Nada mejor que ir al grano y ser conciso, de ahí la importancia de podar los escritos hasta decir lo que se quiere con la menor cantidad de palabras.

viernes, 18 de mayo de 2018

Existencia

El correo electrónico está en inglés. Dice que mi perfil ha sido aprobado para participar en una lotería por una Green card, ese supuesto pasaje de entrada al sueño americano. 

Seguro es otra de las tantas estafas que se hacen a través de Internet, pues no recuerdo haber creado ningún perfil. Los encargados de redactar el correo tienen mucho coraje. Empiezan diciendo, atención, que América es reconocida por su diversidad étnica y la gran contribución de los inmigrantes a su desarrollo. También que quienes aplican, en este caso uno de mis tantos dobles, duplicados, doppelgängers regados por el mundo, son elegidos de acuerdo al país de origen y sus bajas tasas de emigración en los últimos cinco años, y que se enorgullecen de poder informarme que Colombia ha sido seleccionada para participar en el programa de lotería de la Green Card. El mensaje finaliza con un cuadrado rojo y letras blancas en el que me informan que puedo aprovechar esta ganga por tan solo 15 dólares. 

El mensaje es lo de menos pues, por ejemplo, ¿quién no es pariente o conocido de ese rey Nigeriano con ansias de repartir su fortuna entre miles de personas?, o ¿Quién no ha recibido información sobre el caso de Amy Bruce que lleva un resto de tiempo muriéndose a causa de un cáncer en el cerebro y el pulmón? 

Lo que me llama la atención es la cantidad de veces que podemos existir en este mundo sin que lo sepamos. 

Conozco algún par de personas que se jactan de ser anónimos en la red. Según ellos si alguien intenta buscarlos, nunca los van a poder encontrar por su nombre. Aplaudo esas ganas de querer permanecer anónimos en estos tiempos en que la mayoría queremos dejar claro quiénes somos y que hacemos a cada rato, pero ¿qué tal que eso sea imposible, es decir, que apenas diligenciemos cualquier formulario en internet, el que sea y por más inofensivo que parezca, ya hagamos parte de esa red amorfa y extraña que día a día nos deshumaniza un poco más?. 

De pronto ese perfil que yo, o mi otro yo diligenció, sea producto de una inteligencia artificial que me anda duplicando en diferentes lugares del planeta. Va uno a ver y resulta que  se tienen multas de tránsito en Moscú o una familia en Indonesia. 

Que extraña es nuestra existencia.