domingo, 3 de junio de 2018

Ficción y realidad

Una familia termina involucrada en un lío con un terrorista árabe que es buscado por más de cinco países. El padre y el hijo logran capturarlo. Suena a, y es ficción; un capítulo de una serie que acabo de ver. 

El hijo le dispara en una pierna al delincuente y lo encierra en el sótano de la casa, pero después cae en cuenta que este morirá, bien sea desangrándose o por la infección que le va a producir la bala si quedó incrustada en un hueso. 

Decide sacársela y mientras realiza esa operación, la madre, que no está enterada del lio en el que se ha metido su familia, llega a la casa y lo llama. El hijo sube a la sala y luego de que se saludan, alguien timbra. Es un inspector de policía que está investigando un caso que involucra al árabe. En un momento les pide que por favor le entreguen las armas que tienen en la casa, una pistola y una escopeta. 

El hijo responde que están en el sótano y que las va a ir a buscar, pero apenas se pone de pie, el inspector le dice que es mejor que deje que la madre vaya a buscarlas, porque él tiene que hacerle unas preguntas. 

Es un momento tensionaste, “Qué va a hacer la madre?, nos preguntamos ¿Gritar apenas vea al terorista desangrándose en el sotano?, ¿quedarse callada?, pensamos mil opciones pero no sabemos qué va a ocurrir. Todo el peso de lo que ocurra recae en el personaje de la madre, o mejor, en sus rasgos de personalidad, en cómo actúe en esos momentos dónde todo está en juego. 

Recuerdo ahora un pasaje de la novela La Luz que no puedes ver, en el que a un Nazi le obligan a azotar un judío, repetidas veces, pero el hombre, que no tiene los sentimientos tan podridos, en un momento se rehúsa a hacerlo. 

Dice el guionista Robert Mackee, que esos momentos en los que una persona debe actuar bajo presión, los que revelan el verdadero carácter, y que entre más presión, más profunda será la revelación y más fiel a la verdadera esencia del peronaje. 

Supongo que esto también aplica en la realidad, pues, si nos fijamos bien, a veces son pocas las diferencias que tenemos con los personajes de una novela o una película, bien sean héroes o villanos.

jueves, 31 de mayo de 2018

Lanzamiento

Estamos en el lanzamiento de un libro, una recopilación de textos de viaje escritos por mujeres. Estoy ahí porque una amiga me invitó. Ella es una de las editoras y también conozco a varias de las autoras.

El evento es en la azotea de un edificio. Hace muy buen clima y el cielo se tiñe de color naranja, muy chic la vaina. No conozco a nadie y después de saludar a mi amiga, ella nota el desparche en el que me encuentro y me introduce en la conversación de un hombre y una mujer, y se va a atender al resto de invitados 

Mi grupo de conversación lo componen el editor de una revista y una redactora publicitaria Sueca. El nombre de ella suena  como "línea", pero con tilde en la e, es decir, algo como Li-ní-a. Me cuenta que siempre que alguien la conoce y luego de preguntarle el nombre dicen: “Ahhh Línea, ¡claro!”. Se lo hago pronunciar varias veces para familiarizarme con la marcación del acento y no olvidarlo. 

Sé que el editor escribió una novela. Alguna vez la hojeé, pero no me llamó la atención. El hombre lleva una de esas caras de “que perdedera de tiempo, debería estar en otro lugar”, y es de esas personas que intentan monopolizar la conversación, es decir, que todo tema de conversación nuevo que se propone debe tener su visto bueno para poder ahondar en él.

Intento meter la cucharada en lo que están hablando. Li-ní-a cuenta sobre un trabajo, con una ONG, que tuvo en Suecia antes de venir a Bogotá, en el que tenía que entrevistar a abusadores sexuales. 

El hombre hace un par de preguntas, y da su opinión. Yo participo poco, como para no desentonar. En ese momento mi amiga vuelve y el hombre cambia un poco su actitud, como si ella sí estuviera a la altura para hablar con él. 

Con el pretexto de buscar un punto en común, de encontrar un punto de conexión humano, cometo el error de preguntarle al hombre  si es el autor de esa novela. “Si”, responde orgulloso, y mi amiga, no sé si por joderme o de ingenua, me pregunta: “ ¿Cómo se llama?”. Me quedo callado. Busco y busco en mi mente pero no logro dar con el título. Al final ella lo da y hago un par de preguntas tontas al respecto, que el hombre responde de forma despectiva. Luego me aburro y me voy a buscar otro grupo de desconocidos. Lo siento por a Li-ní-a.

A la salida, me encuentro en el ascensor con dos gringas que me preguntan si estaba en el evento o si trabajo en el edificio. Les respondo y me preguntan que si no voy a ir a la fiesta, “¿Cuál fiesta?. El “after” dicen. Luego me dan el nombre de un bar que no conozco. Síguenos me dicen. Cancelo el taxi que había pedido y me dejó guiar por ellas, que ríen y hacen mucho escándalo.

miércoles, 30 de mayo de 2018

Olvidarse

Olvidarse, perderse, dejar de ser. 

Hace un momento pensé en algo, y la conclusión del breve monólogo mental que sostuve fue: “Voy a buscarlo en Internet". Justo después mi mente saltó a otro tema y cuando abrí el explorador no pude recuperar el pensamiento. La maldita paloma se había escapado. 

Olvidar es uno de mis miedos frecuentes. Cuando salí del coma, producto de aquel suceso que me dejó el amable recordatorio, una de las primeras conversaciones que tuve fue con una Neuropsicóloga. Yo, en medio de mí desubique, estaba tranquilo y la doctora comenzó a hacerme una serie de preguntas que consideré estúpidas en ese momento: “¿Cómo se llama?, ¿en qué año estamos?, ¿Qué país?”, mientras yo pensaba: “¿De qué se trata esto?”, ¿acaso me creen tarado?, pero una de los posibles escenarios era haber sufrido perdida de memoria, como sufrí por unos días la pérdida del olfato y del gusto, como si la memoria fuera un sentido. En otras palabras, que hubiera olvidado esos datos ridículos, como olvidarse de quien es uno, si es que alguna vez llegamos a descifrar eso. 

De pronto ahí está fundado el miedo, pues recordar nos asienta en la realidad y nos da identidad. Si pensamos quién somos ahora, es muy probable que debamos recordar quién fuimos hace un segundo, un minuto un año o una década, suponiendo que lo que somos se debe a lo que hemos hecho o no hecho a lo largo de nuestras vidas, en fin. 

De pronto estamos obsesionados con el yo, con ser nosotros y nadie más y por eso olvidarse da pánico, pues es que solo imagínense cómo sería si un día si, de repente, uno se despierta sin saber nada del pasado, que en resumidas cuentas significa no saber nada del presente. 

Olvidarse, olvidar, olvidarnos, nos da la oportunidad, o mejor nos obliga a ser otro ¿Acaso no es eso lo que soñamos a diario? ¿Haber tenido una mejor repartición de cartas en el juego del destino para tener otra vida? Que raro ese miedo.

martes, 29 de mayo de 2018

Arder

“Es Mejor quemarse que desvanecerse” dijo Neil Young en la canción "My My, Hey Hey (Out Of The Blue), y luego Kurt Cobain también utilizó esa frase en su nota de suicidio.

¿Será mejor?, quién sabe, de pronto los dos rockeros lo tenían claro y por eso, digamos, se atrevieron a afirmarlo en momentos distintos, en los que la frase tenía un significado diferente para cada uno. 

La verdad no importa, es decir no ganamos nada con saber si lo mejor es arder de manera fulminante o consumirnos lento como una fogata que se deja a merced del viento; lo que inquieta es que nosotros o algo puede arder en cualquier momento.

Inquieta porque casi no tenemos control sobre esas chispas que van a prender la llama, y también porque la frontera entre la calma y el caos, el calor y un incendio, es muy borrosa. En un instante estamos en el primer escenario y la vida, con sus múltiples desvíos, justo al rato nos ubica en el otro como si nada. Todo, como siempre, en un perfecto pero peligroso equilibrio.

Recuerdo vagamente un artículo que escribió un historiador que, de una u otra forma, se puede relacionar con este tema. El hombre contaba que en las últimas décadas los ambientes de todas las sociedades están en permanete tensión, y que sus habitantes están expectantes y llenos de incertidumbre. Concluía que eso no era nada nuevo y que  lo realmente importante era estar alerta para identificar nuestro momento "Francisco-Fernando-Archiduque", por decirlo de alguna manera, que va a destara el caos, o bien, que va a hacer arder todo. 

Pero bueno, lo difícil, supongo, es determinar, para cada situación crítica que se presenta en nuestras vidas, si lo mejor será arder o achicharrarnos despacio.

lunes, 28 de mayo de 2018

Batallas

Hace unos días contaba en esta entrada que quería escribir sobre un tema que me llamó la atención. Hoy tomé un nuevo impulso para continuar ese escrito que, hasta el momento, sumando la incursión bélico-narrativa de hoy, tiene 234 palabras en desorden. 182 la componen tres párrafos que he escrito varias veces y otro que solo se quedó en la frase: “Al leer el cuento se intuye que”, con el que pensaba atacar el texto desde otro flanco. Las otras 52 palabras lo componen un par de notas, que espero me puedan dar algún tipo de información táctica. 

Después de cavilar un rato, viendo el cursor parpadear, emprendí la retirada, pues mis tropas de escritura no estaban a la altura de esa batalla, así que decidí enviarlas a un cuento que trata sobre una mujer que se encuentra un celular en la sala de espera de un consultorio médico, se lo queda y esto da pie a una serie de acontecimientos que la han sorprendido tanto a mí como a ella. 

Por el momento, parece que la batalla de escritura del cuento tiene más futuro que la del otro texto, que trata sobre un idioma africano. Para esa primera batalla descargué unos documentos, a modo, digamos, de mapas de guerra, pero estos van más allá de mis conocimientos lingüísticos; de ahí la protesta de mis tropas: " ¿pero cómo nos va a enviar allá, sin conocer el terreno?", "Claro como el está ahí sentadote jugando con nuestra posición y destino".

De pronto nunca tenemos chance de ganarle la batalla a un escrito, y esos que consideramos buenos, bien sean producto de nuestras tropas o las de otros, solo significan que hemos logrado acertarle un golpe, pero no nos dejemos engañar, los textos siempre ganan la batalla.

domingo, 27 de mayo de 2018

El mejor escrito


Se supone que iba a ser este, pero ya no. Ayer, en un duermevela febril y delirioso, y mientras navegaba la frontera que separa los mares de la vigilia y el subconsciente, quizá con algunos  tintes de fiebre a causa de una gripa;  se me apareció una idea en la cabeza. 

No recuerdo de qué trataba o qué me sugería, pero estoy casi seguro de que habría dado pie al mejor escrito de la historia de la humanidad. Digo esto porque recuerdo la fuerza con la que irrumpió y la sensación que me dejó, y como, al instante, y durante pocos segundos, empecé a asociar ideas, a atar cabos entre temas que, parece, no tienen nada que ver, aunque bien sabemos que todo tiene que ver con todo, pero nos cuesta aceptarlo. 

El error, siempre los hay, es que dejé pasar la oportunidad, es decir, no la anoté y dejé que, junto a muchas otras, la gran idea cayera a los abismos de la mente. 

Pensé que al escribir sobre el tema la iba a resucitar (supongo que del golpe, producto de su caída libre, quedo muerta) pero no fue así. Solo queda esa placentera sensación que nos dejan esos fogonazos mentales tan escasos, en los que la vida cobra sentido, en los que, por un segundo, entendemos cuál es nuestro papel en esta extraña existencia.

jueves, 24 de mayo de 2018

Zapatos nuevos

Ayer Lucia, una Vecina que vive sola, se estrenó unos zapatos. Por la mañana, en la cocina, luego de pelar una papaya y al momento de dar media vuelta para ir a botar los restos de cascaras a la caneca, que se encuentra a menos de dos pasos del fregadero, se cayó y se fracturó la cadera. 

¿Qué ocurrió? Podemos pensar que la suela de los zapatos, al estar nuevos, tiene una mayor fricción con el piso y de ahí el peligro de girar de súbito si los tenemos puestos. ¿Qué se puede hacer?, ¿que los zapatos vengan con una advertencia para su uso, algo como: “tenga cuidado al girar bruscamente, pues dependiendo del tipo de superficie y el coeficiente de fricción, puede sufrir un accidente”? 

No, de nada sirve eso. Lo mismo le podría habría podido ocurrir con unos zapatos viejos, o bien, descalza. 

Volvamos con la vecina. Que momento angustiante y terrorífico el que habrá vivido mientras estaba tendida en el piso. Imaginemos las cascaras de la papaya esparcidas por el piso junto con el cuchillo, filoso por supuesto, que afortunadamente cayó y rebotó lejos, y a la mujer pensando “¡puta vida! —valga la redundancia—, casi me mato”. 

Luego de unos minutos decidió arrastrarse hasta el teléfono, que se encuentra en la sala; escena que podría parecer humillante, pero nada lo es cuando se trata de sobrevivir. En ese corto trayecto que quizá ya había recorrido con sus zapatos nuevos, a primeras horas de la mañana, fue un proceso tortuoso, en cámara lenta. Al intentar esquivar algunas de las cascaras su cintura protesto con un fuerte dolor punzante y no le quedo remedio que restregar su cuerpo sobre ellas. Por fin llegó al teléfono y llamó a una hija que fue en su auxilio. 

Aterra pensar todo lo que puede ocurrir al utilizar un par de zapatos nuevos.