miércoles, 13 de junio de 2018

Los libros de mi padre

Cuando era pequeño a veces me gustaba mirar los libros que tenía  mi papá en su biblioteca. Recuerdo, por ejemplo, que había uno pequeño con una portada amarilla. Ese libro estaba descuadernado y era de ejercicios matemáticos y acertijos, y tenía unos muy difíciles del tipo: Un autobús lleva 10 personas. Para y recoge 2, luego se bajan 3, al rato se suben 5 más, y después de un extenso y compacto párrafo, lleno de operaciones con humanos, al final preguntaban algo como : “¿Cuál era el nombre de la señora con el moño rojo que iba en la segunda fila de asientos?”. Yo leía los ejercicios y aunque no había forma de que los resolviera, me intrigaba mucho pensar cuál sería la posible respuesta. 

El que más me llamaba la atención era “Navidad en Ganímedes” de Isaac Asimov, que en la portada traía un dibujo futurista que, si no estoy mal, hacía alusión al satélite de Júpiter, junto con un extraterrestre. En ese entonces Me intrigaba mucho pensar en cómo sería esa época en ese lugar que, aunque bien lo suponía remoto, no tenía idea donde quedaba. 

Otro libro, que de solo verlo me parecía un libro denso y pesado en todo el sentido de la palabra, era Crimen y Castigo, y mis suposiciones eran reforzadas por una portada negra, rugosa y blancuzca que evidenciaba el trajín del libro en años previos. Ese era el único libro de literatura rusa en la biblioteca, al que mi padre le guarda un gran aprecio, y cada vez que hablamos sobre libros, siempre me cuenta cómo lo devoró en una sola noche. No sé si estará exagerando, pues me parece toda una proeza leerlo de un día para otro, pero pues hay lectores de lectores, ¿no? 

También estaba El amor en los tiempos del cólera, con las páginas ya amarillentas, uno de los pocos libros que leí de esa biblioteca, luego de que un amigo me insistiera en que era una obra maestra. 

Había muchos más libros, pero en mis pesquisas a ese sector de la casa, siempre caía en los mismos.

martes, 12 de junio de 2018

Reproductor

Hay cosas que no permiten que enloquezcamos, objetos que, sin darnos cuenta, nos mantienen equilibrados mentalmente, uno de ellos es el reproductor musical. 

¿Cuántas veces no habríamos cometido o planeado cometer un acto estúpido, de no ser porque nuestros pensamientos estaban ocupados, tarareando la canción que escuchamos en uno de ellos? 

Mi primer reproductor fue un Walkman Sony de color verde militar, que implicaba el uso de un par de pilas doble A y de casetes, en mi caso los TDK 90, con 45 minutos de grabación por cada lado. 

Ese Walkman sufrió muchos golpes, pero el que más recuerdo fue el de esa vez que crucé una calle corriendo y se salió del bolsillo de mi camisa, y lo único que pude hacer, luego de que se estampara contra el pavimento, fue patearlo fuerte hasta el otro andén, y esperar a que, por cosas del azar, ningún carro pasara por encima del casete que había salido disparado del walkman apenas se estrelló contra el piso. 

Tiempo después cuando el walkman dejó de funcionar, heredé de mi hermano mi primer mp3, un tubito plateado pequeño, que también necesitaba una pila triple A, pero que cargarlo no resultaba tan engorroso como llevar el walkman. 

Ese reproductor me duró bastante tiempo, hasta que mi hermana me regaló un Ipod nano. No sé por qué, pero nunca me han descrestado los productos de Apple y meterle canciones al aparatico siempre me pareció un proceso lento, así que le grabé unas cuantas, pero nunca ocupé toda su capacidad y lo utilizaba muy de vez en cuando, hasta que un día no volvió a prender; fue como si el aparatico hubiera muerto de tristeza. 

Después de ese reproductor compré el que tengo hoy en un día, un MP3 Sony que lleva conmigo más de 10 años y que al igual que el Walkman, también ha resistido muchos golpes, pero aunque algunos botones ya no le funcionan todavía suena bien.

viernes, 8 de junio de 2018

El saludo de Borges

¿Quién debe saludar, el que llega o el que está? Siempre he escuchado frases tipo: “el que llega saluda”, “saludar es de buena educación”, e imagino que otras, que no recuerdo en este momento. Ahora bien, ¿qué tan importante es saludar a alguien que no conocemos?

Hoy, cuando llegué al edificio, pedí el ascensor y mientras escuchaba Reach Down, canción con la que siempre practico batería aérea. Mientras hacía eso y me perdía en el solo de guitarra. Oprimí el botón del ascensor y esperé junto con otro señor a que este llegara.

Cuando por fin la cajita que sube y baja aterrizó en el primer piso, se abrió la puerta y salió de él un hombre canoso y calvo que me recordó a Borges.

El hombre se quedó mirándome fijamente, mientras movía los labios, pero sus palabras no llegaron a mis oídos pues, bien sabemos, estaba inmerso en la actividad de escuchar música, y justo en ese momento zapateaba fuerte el piso, dándole con mi pie derecho a un bombo imaginario.

No sé por qué me quedé mirando fijamente al hombre, hasta que caí en cuenta que me estaba hablando, así que me quité un audífono para ver que era lo que quería decirme. “¿Cómo perdón?”, fue la pregunta que formulé mientras colgaba el audífono en mi oreja derecha. “¡Que lo estoy saludando! Me respondió Borges con rabia con una especie de grito, como si fuera una obligación de mi parte tener que devolverle el saludo a él, un desconocido.

“Buenos días, no lo había escuchado”, le respondí. Tal vez, para aplacar los ánimos. Le habría podido contar sobre la canción del Temple of the Dog, mis ínfulas de baterista y, ¿por qué no?, de otras fantasías que me acompañan a diario, pero el Borges del que les hablo tenía cara de pocos amigos, como si no hubiera escrito por varios días, así que lo deje ser. 

Luego de mi respuesta dio media vuelta y farfulló otro par de palabras, imagino que hacían alusión a mi supuesta conducta inapropiada, que no llegaron a mis oídos.

jueves, 7 de junio de 2018

Accidente

Hace tiempo una amiga afirmaba soñar todas las noches y registraba sus sueños en un blog, hasta que un día se canso de hacerlo. La última vez que la vi le pregunté si todavía soñaba seguido; me dijo que sí, excepto cuando está muy cansada. 

Rara vez me recuerdo mis sueños, y cuando logro hacerlo, me pregunto si significaran algo o si sólo serán, como decía Freud, producto del inconsciente. Una página dice que si uno se queda dormido con un cigarrillo encendido en la mano y se quema los dedos, podría soñar con fuego, pero ¿a quién carajos le pasa eso? seguro a alguien que está muy, pero muy cansado. 

En el sueño voy en un carro en el asiento del copiloto. Es de día; el piloto yo nos guardamos silencio. Tomamos un puente muy extenso que en un punto tiene una curva. Cuando el chófer la toma, levanta a un policía que dirige el tráfico.  Es absurdo que el policía este de pie en la mitad del puente pero, recordemos, es un sueño. 

El hombre se estampa contra el panorámico y luego cae al piso. Justo al lado de mí puerta. El conductor frena en seco y la abro para ver en qué estado se encuentra el atropellado. Me bajo y le pregunto que si está bien. Siento que varias personas nos miran, pero ninguna se acerca. De repente el hombre se pone de pie y se tambalea un poco, pero insiste en que se no le pasó nada

Creo que el carro en el que voy es un Uber, estoy nervioso, pues no sé si me van a culpar de algo. Llegan dos policías en una moto, se bajan y conversan con el señor que atropellamos. Yo me acerco al conductor y le pregunto en voz baja por su nombre, para intentar preparar una coartada. No sé por qué me preocupa más eso que la salud del hombre atropellado. 

“ ¿Cuál es su nombre?”, le pregunto al conductor 
“Wilson Tavares”, responde. 

Cuando pretendo continuar con el diálogo los policías lo llaman. Más angustia, pues no quedamos de acuerdo en nada y no sé qué les va a decir. Ese yo dormido que mira los sueños desde lejos, no entiende la preocupación que me genera el sueño. 

Me despierto.

miércoles, 6 de junio de 2018

Amores tipo metro

Me causan intriga y a la vez aplaudo esas parejas de novios que llevan muchos años juntos y que el clímax de su historia de amor es el matrimonio. En mí caso, supongo que todo el tema del matrimonio es un anhelo inconsciente, producto de, digamos, la publicidad y las comedias románticas, entre otra infinidad de cosas. 

Hace poco vi las fotos del matrimonio de una mujer que se casó con, al parecer, su alma gemela. Cuando me encuentro con esas “parejas perfectas”, pienso que también me gustaría contar con una de muchos años, con esa persona de la que sabría casi todo, digo casi pues he leído en muchas partes que nunca llegamos a conocer a alguien al 100 %, ni siquiera a nuestra pareja, pues siempre tenemos zonas oscuras en nuestras vidas que preferimos guardar solo para nosotros. Esto no quiere decir que las personas que usted conoce, estimado lector, estén a un paso de convertirse en asesinos en serie, aunque nunca se sabe, sino que a veces es mejor que no todo se revele. “Cuando todo se sabe ninguna narrativa es posible ”, también leí en alguna parte.

Siempre he asociado los noviazgos largos con los metros de algunas ciudades europeas, pues son obras que no surgen de la noche a la mañana, sino que se han  trabajando a lo largo del tiempo, como el de Paris, por ejemplo, que cuenta con 117 años o el de Londres que tiene 155, y que, viejos y todo, funcionan bien. 

También están las relaciones tipo metro de Bogotá, esas que uno ansía tener con alguien pero que por una u otra cosa nunca se dan. Y pues imaginó, no sé, que el símil aplica para todo tipo de transporte público.

martes, 5 de junio de 2018

Señal en forma de canción

Beerdigung Significa entierro y es el nombre de la canción de Annett Louisan que escucho cuando llego al apartamento. Su final coincide con el momento en que meto la llave en la cerradura. 

Tiendo a pensar que cuando eso ocurre, es decir, cuando el fin de la canción coincide con el momento exacto en que voy a abrir la puerta, es una señal, algo evidente que el universo quiere decirme y que, a pesar de que está enfrente de mis narices, no logro ver ni descifrar. 

Posibilidades de interpretar eso, supongo que hay miles. Puede ser que tenga que ver con tres muertes recientes, una de un familiar y dos de personas conocidas, en semanas pasadas. Aunque imagino que las señales, si es que existen, carecen de sentido si pretenden señalar algo del pasado, y que más bien tienen que ver con ese terreno brumoso, que apenas se está conformando, al que llamamos futuro. Pues de eso se tratan, ¿no? Si vamos por una carretera una señal nos indica la curva peligrosa que estamos a punto de tomar, pero no tendría sentido alguno que nos dijera que hace 5 kilómetros tomamos una. 

Quizás la señal pretende que le vuelva a poner atención a ese idioma, que tanto me cautivó hace unos años. Las ganas por aprenderlo derivaron en unos cuantos cursos en un instituto de lenguas. Luego con una amiga que conocí desde el nivel A1, decidimos tomar clases particulares con una señora que insistía en que yo no me esforzaba lo suficiente, así que me aburrí y desde ahí enterré mis ganas de aprender Alemán, un deutsche Beerdigung

También me aburría las veces en que llegaba a la casa de esa señora y el que me abría era el esposo, pues cometía el error de decirle tímidamente: Guten Morgen o Guten Abend, y el señor se soltaba a hablar en un alemán velocísimo, y de todo lo que decía escasamente entendía un par de palabras, así que terminaba por asentir con la cabeza y soltaba una risita estúpida. No lo culpo, de pronto conversar con los alumnos de su esposa era la única oportunidad que tenía de hacerlo con alguien que no fuera ella, de liberarse de su amargue aunque fuera por un corto tiempo, así la otra persona no le entendiera nada, pero quién sabe, de pronto digo esto porque la señora me caía mal. 

Hace poco una mujer me contó algo con emoción. Según ella, lo que le había ocurrido era una señal y de las buenas. Yo la escuché sin mucho entusiasmo y cuando terminó de hablar no dije nada. “¿No crees en las señales?, me preguntó. “No mucho la verdad”. “Ahh, yo sí” me dijo, y en uno de esos acuerdos tácitos de las conversaciones, decidimos hablar sobre otra cosa.

lunes, 4 de junio de 2018

Poetas todos

En bachillerato, en una clase de español, tuvimos una clase sobre los Haiku. Recuerdo poco sobre el tema, por mucho, la importancia de la brevedad de los textos, que obliga a una selección y uso muy preciso de las palabras. 

Luego de la explicación, Centella, así le decíamos al profesor porque andaba en moto, nos dio tiempo para que escribiéramos uno en caliente. Al finalizar el ejercicio cada uno debía leer el supuesto poema que había escrito. 

El mío, como el de la mayoría de mis compañeros pasó al olvido, pero hubo uno que se convirtió en una epifanía, una gran revelación que nos acompañará hasta la muerte. 

En la última fila de pupitres, cuando faltaban 6 poemas por leer, le tocó el turno a Marco Emilio, un juicioso jugador de baloncesto que hablaba poco. Su Haiku fue el siguiente: 

“La hoja trabaja ligada al árbol, mañana morirá libre” 

Recuerdo el silencio sepulcral que guardó todo el salón después de escucharlo, cada uno, imagino, intentando digerir esa cachetada de palabras y significados de la mejor manera posible. 

En estos días en el grupo de chat, recordamos de nuevo en el episodio. Un amigo mencionó que sería el mejor epitafio y el Marco complementó diciendo que aplica para todo. 

Le pregunté si fue producto de un fogonazo creativo o que si llevaba una libreta oculta repleta de escritos de ese estilo. Marco respondió que en esa clase él estaba sentado al lado de una ventana que daba a un jardín interno, en el que había un arbolito que, según recuerda, estaba muy pelado, pero que aún conservaba un par de hojas verdes. 

Aprovechando el desorden de la clase y mientras Centella iba de puesto en puesto explicando el ejercicio y resolviendo dudas, el poeta efímero se englobó mirando el árbol. Después de leer el poema, el profesor se lo hizo repetir unas 20 veces, “¿acaso este man no me entiende?”, pensó Marco. 

Días después de su creación, Marco comenzó a pensar que si tenía mucho sentido decir que su Haiku aplica para todo y que con la repetición del poema, Centella solo quería procesarlo, relamerse en el una y otra vez.

Poetas todos, pero no lo sabemos.