sábado, 23 de junio de 2018

Silencio de media noche

Falta poco para la media noche. Me gusta escribir y/o leer a esta hora, porque cuesta más percibir cualquier ruido o sonido. Aparte del incansable ventilador del computador, a ratos se escuchan algunos carros que pasan por la calle y, por un instante, me aventuro a pensar quiénes son las personas que van dentro de ellos, si están alegres o tristes, si van de fiesta, para sus casas o quizás están de viaje, y también me pregunto qué los mueve en la vida, qué les alegra y qué los entristece. Creo que eso nos hace mucha falta, es decir, mostrarnos vulnerables, con nuestros miedos y dudas y dejar tanto derroche de seguridad de lado; que dejemos de acudir a esos temas de conversación comodín que siempre utilizamos, y que más bien elijamos unos que escarben nuestras partes oscuras al igual que las resplandecientes. 

Otras veces, en momentos como este, pienso que estoy solo, quizá no en el mundo pero si que estoy en la mitad de la nada, de alguna de las tantas regadas por el planeta, una nada preferiblemente rodeada de campos verdes muy extensos que culminan en unas montañas cubiertas de nieve. En esa fantasía siempre me acompaña un jarro con una bebida caliente y humeante que, por alguna extraña razón, no pierde su calor ni deja de escupir vaho. 

Hace un par de años, en una reunión de trabajo, en la que todos teníamos caras muy serías, me puse a mirar por la ventana y por un instante no vi carros ni persona alguna en la calle.  "Solo quedamos nosotros" pensé esa vez. El imaginar el mundo solo, sin otros humanos, es un pensamiento recurrente que quién sabe que significará a nivel psicológico. 

“El silencio es belleza” dice una canción de Collective Soul, pero no me gustan esas afirmaciones tan absolutas, que no dejan ningún resquicio por el que se puedan colar dudas y preguntas, como “¿qué tal si…?”, esa inquietud tan necesaria en nuestras vidas.

viernes, 22 de junio de 2018

Hora de lectura

Recuerdo que en el colegio teníamos un tiempo en el que podíamos ir a la biblioteca a leer lo que quisiéramos. En ese entonces, sin computadores donde buscar el catalogo de libro disponibles, existían unos ficheros que estaban dentro de unos cajones de metal con la información de todos los libros.

Lo que uno tenía que hacer era anotar la información del libro, nombre autor y año de publicación, y llevársela a la bibliotecaria, una mujer rolliza y de pelo negro muy largo, para que lo buscara. Un día encontré un título que me llamó la atención y cuando lo solicité, resultó ser un libro pequeño con ilustraciones, en el se contaba la historia de un niño que se iba de vacaciones a la playa con su familia. Era gracioso o por lo menos así me parecía en ese entonces, y se podía leer rápido.

Muchas veces pedí el mismo libro; no sé por qué me cautivaba tanto, supongo que podía relacionarme de alguna manera con el personaje principal y lo que le ocurría, aunque fueron pocas las veces que fui a la playa durante el colegio.

Un día vi que un amigo estaba muy indeciso y no sabía que libro pedir. Le pregunté que qué le pasaba. Me dijo que casi siempre escogía libros que lo aburrían mucho. No dude ni un instante en recomendarle mi gran descubrimiento (poco sabía, en ese entonces, lo difícil que es recomendar libros, y que por más de que a uno le gusten, no significa que van a tener el mismo impacto en otros) y me sentí bien de poder hacerlo.

Al finalizar la hora de lectura, me acerqué a él y le pregunté cómo le había parecido. Me dijo, sin ningún brillo de emoción en sus ojos, que le había agradado, pero nada más. Era claro que le había gustado, pero no al mismo nivel enfermizo mío.

jueves, 21 de junio de 2018

Ideas escurridizas

Hoy me gustaría utilizar un escrito reciclado, pues estoy seco de ideas, o bien se me escurren antes de que lleguen a mis dedos; algo que no debería ocurrirme si tanto me gusta escribir. Busqué algunos de esos escritos viejos, pero me parecieron malísimos y otros, que creía haber comenzado, me los debí haber soñado porque no los encontré por ninguna parte. 

Creo que lo que en verdad ocurre es que estoy cansado, y lo que tengo son ganas de tumbarme en la cama y mirar pal techo por un rato, luego cerrar los ojos para hacer pereza, hasta que me aburra y me de por mirar televisión. Entre esos planes a cortísimo plazo también se encuentra leer, actividad que, supongo, haré cuando me meta dentro de las cobijas. 

Volvamos a lo de no tener ideas. En el libro Joseph Anton, Salman Rushdie cuenta las penurias que tuvo que pasar mientras tenía encima la fetua que le impuso el ayatolá Jomeini. Entre muchas de las cosas que narra, se encuentran las reuniones que tenía con diferentes escritores. En una visita a Kurt Vonnegut, el escritor estadounidense le preguntó: “¿Vas en serio con esto de escribir?” Y ante la respuesta afirmativa del autor de los Versos Satánicos, el primero le respondió: “Entonces debes saber que llegará un día en que no tendrás un libro que escribir y, aun así, tendrás que escribir un libro”. 

El tema de no tener ideas me preocupa, pues desilusiona un poco eso de no tener ni siquiera una, para escribir las 300 palabras que considero como mínimas en cada una de las entradas de este blog. Hasta este punto van 267, así que por hoy creo que me “salve”. Ni idea cuáles van a ser las palabras que van a cerrar el post, imagino que serán muy pocas, y que conformarán un párrafo corto, a menos que justo antes de iniciarlo, se me ocurra la idea de una gran novela que va a sacudir los cimientos de la literatura, y me dé por escribir un capítulo inicial  o por lo menos una introducción tan poderosa como la de Ana Karenina o la de "La metamorfosis".

Termino de escribir para informarle,estimado lector, que no se me ocurrió esa gran idea, pero que aún continuo en su búsqueda. Entre otras noticias he decidido tumbarme en la cama para leer.

miércoles, 20 de junio de 2018

Estados

Celebro con mi hermana una sesión de película y comida chatarra. Nos decidimos por una  de “terror”, aunque imagino que a ella, al igual que a mí, le asustan cosas muy diferentes que muertos vivientes, posesiones demoníacas y el resto de tramas que presenta ese género, y me refiero, estimado lector, a esas guerras internas que uno lleva por dentro, tan difíciles de poner sobre la mesa. 

La película que vemos trata acerca de un grupo de científicos que crea un suero para revivir organismos muertos. 

Al principio ensayan con cerdos y perros y todo es color de rosa, pero llega un momento en que todo se va a la mierda, pues los genios deciden revivir a una persona, y resulta que esta vuelve a la vida con poderes especiales, pues el brebaje que le inyectaron hace que utilice el cerebro al 100%, mientras que, como bien sabemos, los vivos, bien brutos que somos, solo lo utilizamos al 10%

Por favor no vean la película, es un hueso. Afortunadamente no recuerdo el título. 

El muerto viviente, por llamarlo de alguna manera, me hizo pensar en estados, Muerte y vida, en este caso en particular, pero los hay de todo tipo: Rico-pobre, empleado-desempleado, Bello-Feo, Tonto-Inteligente, Inserte aquí el que sea de su agrado

Se me ocurre que independiente de en cuál estado nos encontremos imersos, siempre queremos saltar a otro, lo que nos hace vivir cargados de ansiedad, pues nos aterra y cuesta aceptar el carácter determinante del estado actual. 

lunes, 18 de junio de 2018

Blues y Jazz

Cuando salgo a la calle, examino los bolsillos de la chaqueta, y aparte de recibos, servilletas y una cuchara plástica, me encuentro con un folleto azul pequeño. 

Decido hojearlo y resulta ser una pieza promocional del festival de Blues y Jazz Libélula Dorada de este año. Tengo fresca en mi memoria la imagen de cuando lo tomé, pero borrosa la del lugar donde eso ocurrió, aunque recuerdo que ese día pensé: “Voy a ir”, evento que finalmente no ocurrió, pues el festival se celebró del 7 de abril al 16 de Junio y hasta ahora se me vuelve a presentar. 

El librito, a mi parecer, esta muy bien diseñado y antes de la presentación de las agrupaciones que hicieron parte de la última edición, hay una introducción, en la que se habla acerca de los 21 años del festival, dato que relacionan con la mayoría de edad que, hace algún tiempo, en algunos países, era apta para ejercer el voto y consumir alcohol aunque, como bien sabemos, se supone que ambos eventos son mutuamente excluyentes en un día de elección, aunque cada quien es libre de descerebrarse a punta de trago en su casa y no ir a votar si es el caso, pues al momento de votar cada quién hace lo que le venga en gana.

Escuché hablar sobre ese festival por primera vez en la universidad, cuando estábamos organizando un evento de bandas de rock con unos amigos, y las bandas invitadas que teníamos en la mira eran Seis peatones o Black Cat Bone; al final logramos contactar a la segunda. 

Pero volvamos al folleto. Este tiene 22 páginas, cada una de ellas con la foto de una banda y una corta descripción de su trayectoria, quiénes son sus integrantes y sus influencias. En la contraportada trae un listado de grupos invitados entre los que me llaman la atención, solo por el nombre, Isidore Ducasse jazz blues band, Arrabalero y Fónika band. 

Libelula Dorada, siempre me ha gustado como suena la combinación de esas palabras y las imágenes que evocan.

sábado, 16 de junio de 2018

Elecciones

“Apreciado cliente: Le recordamos que quedan 20 minutos para que empiece la ley seca que va desde las 6 de la tarde del hoy hasta las 6 de la mañana del lunes”, recita una voz de mujer a través de los parlantes de un supermercado, y concluye: “quedan 20 minutos para que lleve todo el trago que quiera”.

El mensaje lo repiten cada 5 minutos, y la mujer tiene mucho cuidado en decirnos el tiempo restante que tenemos para comprar licor. Paseo, como siempre en esos lugares, medio perdido, hasta que consigo todos los productos que voy a llevar.

A 5 minutos de que comience la ley seca, mientras hago fila en la caja, la mujer repite el mensaje. En ese momento, un hombre se ubica detrás de mí en la fila, y me pide permiso para poner encima de la banda dos six pack de cerveza y media de aguardiente.

No sé por qué el conversador con extraños que llevo dentro sale a flote y le digo: “Apenas…”
“Si toca reabastecerse”, responde.
“Para emborracharse mañana”, le digo
“Si, aunque dicen que eso ya lo gano Petro”


No entiendo bien el uso de la palabra “aunque” en su frase, y solo atino a preguntarle: “¿Usted cree?”, pero el hombre no me escucha, o simplemente se aburrió de conversar con un extraño.

jueves, 14 de junio de 2018

Efecto dramático

Es tarde, pero me enganchó en un capítulo de una serie. En él, llevan a una mujer a reconstruir la escena de un crimen. En una escena anterior el personaje relata un sueño recurrente en el que intenta gritar pero no le sale la voz. 

Me da un ataque de hambre repentino y caigo en cuenta de que no comí nada, así que pongo el capítulo en pausa y me voy a preparar una salchicha con pan francés. Pienso en eso de que uno no debe comer tan tarde, pero el hambre espanta mis dudas. 

Decido acompañar el snack nocturno con un vaso de jugo de mandarina, y cuando llegó al cuarto me meto en la cama y le pongo play al capítulo. La escena es tensionante, y ahora, al igual que en el sueño de la mujer, a ningún personaje le sale la voz. “ ¿Qué ocurre?” me pregunto, y luego de unos segundos, imagino que la mudez de los personajes fue idea del guionista, un efecto dramático para resaltar el desconcierto de la protagonista, su tristeza y desolación, en general, la agitación emocional con la que carga. 

La escena está a punto de acabar y todos siguen sin hablar. Luego comienza otra con otros personajes y supongo que algo está mal. 

Tomo el control y le subo el volumen, que está completamente en 0, al televisor. Ese efecto dramático en el que había pensado, lo causé yo mismo, cuando llegué con mi merienda nocturna y sin querer me apoyé en el control hasta que le quité todo el volumen al televisor.