lunes, 16 de julio de 2018

Trago y condones

En un supermercado, justo después de pasar las cajas registradoras que no se cansan de emitir ruidos que se mezclan y resaltan sobre el barullo de voces de quienes hacen fila, se encuentra la sección de licores; toda clase de tragos con diferentes rangos de precios, que indican que podemos ser selectivos si lo que tenemos en mente, por ejemplo, es perder la conciencia. 

Los licores, de diferentes colores y envasados en botellas translucidas con curvas sensuales, sobre los que se refleja la luz artificial del lugar, resultan muy llamativos y dan ganas de echarles una mirada. 

Varios compradores se pasean con aire distraído por las góndolas. De vez en cuando se acercan a una y toman una botella que les llamó la atención. La inspeccionan con detenimiento, la pesan en sus manos, le dan vueltas, se la acercan a la cara para leer la letra pequeña de la etiqueta y la echan en sus carritos o la vuelven a dejar en su lugar. 

En el mismo sector, hay otro elemento que llama la atención, y que resalta por lo diferente, y porque parece pasar desapercibido ante los atentos compradores de trago: un stand de condones. Los empaques de estos no son tan llamativos, contario a sus nombres: Hot sensation, Triple pleasure, G vibration, entre otros. 

Se pregunta uno qué hacen ahí, y si no es un producto tipo “por si acaso”, una especie de mensaje subliminal: “Sabemos que está llevando trago. Si no quiere futuras sorpresas, lleve condones. No diga que no se lo advertimos”.

No sabemos si es una estrategia de venta de los productores de condones, de los del trago, o una alianza estratégica entre ambos; quién sabe de cuántas formas la publicidad nos engaña y nos mete mensajes en la cabeza para que consumamos todo tipo de productos.

viernes, 13 de julio de 2018

Huevo duro

Mis habilidades culinarias tienden a cero; una de las pocas cosas que sé hacer bien son galletas de navidad. A veces me imagino como un personaje de una comedia romántica en la que invito a una mujer preciosa a comer. La cena la preparo yo, con velas en la mesa y toda esa parafernalia. El personaje se vería envuelto en un enredo pues tendría que salirse de su zona de confort de las galletas de navidad. El hombre, el personaje, yo, en resumidas cuentas, me decidiría por hacer pasta, pero la mujer considera ese plato un cliché romántico y me deja por eso. El resto de la película trataría en cómo el hombre, yo, se convierte en un chef de alta cocina para recuperar a la mujer. 

Hoy me preparé un sándwich de huevo duro de comida, producto, como ya le comenté, estimado lector, de mis pocas habilidades en la cocina y también, de que me antoje de comer eso. 

Me gusta el carácter combativo del huevo, es decir, su habilidad para desenvolverse en cualquier comida como el producto principal, o como snack a cualquier hora del día. 

Dicho esto, ahora recuerdo que en múltiples visitas a la casa de un amigo inglés, siempre nos ha dado sándwiches de huevo y te, así que puedo decir que no estuve tan mal en mi opción culinaria de hoy, pues siempre he asociado eso del te ingles con un momento fino o gourmet, pendejadas que uno piensa. 

Quería escribir sobre esto, porque hoy cuando estaba pelando el huevo, me acorde de aquella ocasión, pocos días después de haber despertado del coma, en la que me dieron huevo duro de desayuno. El conflicto de esa historia radica en que, debido al accidente que me dejó el amable recordatorio, había despertado con hemiplejia. No se imaginan ustedes lo difícil que es pelar un huevo duro con una sola mano.

jueves, 12 de julio de 2018

Masa amorfa

Eso era lo que pensaba Victoria Child acerca del tiempo, que no era continuo, sino más bien una especie de masa, una pasta moldeable sin principio ni fin identificables, que se mezcla de diferentes maneras; además de ser, parafraseando un poco a Einstein, relativa, es decir que tiene un significado diferente para cada ser humano, con relación a su vida y los sucesos en los que cada uno se ve envuelto. 

Child pensaba que el pasado bien podía ser presente, el futuro el pasado y así, todas las permutaciones posibles entre esos tres estados con los que pretendemos encasillar al tiempo. 

Había días en los que no dejaba de pensar en el tema: “Este momento, este ahora, no se le puede llamar así en su totalidad, pues no dejar de ser un futuro mío de, digamos, un pasado de hace unos 5 años, al tiempo que no deja de ser un pasado de un futuro que quizás ya viví. Para ella la vida era como una máquina del tiempo constante. 

Esa era una de las dudas constantes de Child, profesora de gramática, pues le intrigaban los tiempos verbales y la necesidad, malsana creía ella, que tenemos de marcar con ellos el tiempo. 

“Masa amorfa”, denominaba al tiempo y a los verbos, dos variables que, pensaba, no pueden existir la una sin la otra. 

Durante toda su vida trato de imaginarse un verbo supremo, uno que tuviera la facultad de expresar el pasado, presente y futuro al mismo tiempo, sin necesidad de derivaciones, una única palabra que permitiera señalar el antes y el después, el ayer y el mañana, hacia atrás y hacia adelante. 

A eso dedicó su vida Child y, a fin de cuentas, el tiempo, como a todo, la consumió, sin darle nunca la respuesta que buscaba.

miércoles, 11 de julio de 2018

Cómo se cuenta un cuento

En la primera semana de la última feria del libro, me dieron un bono con un 20% de descuento para el último día de la feria. Lo guardé sin pensar que lo iba a utilizar, pero el último día del evento, ahí estaba yo de nuevo paseándome por los pabellones y pensando lo mismo de siempre: “¿En qué momento voy a leer todo lo que me falta?"

Utilice el bono para comprarme “Las tres bodas de Manolita”, una novela de Almudena Grandes. Tenía muchas ganas de leer una novela que tuviera que ver con la guerra de España, pues creo que esos ambientes de guerra sacan a flote quiénes somos realmente y que son perfectos para explorar las emociones humanas.

En medio del frenesí de la compra me antojé de otro libro, y luego de mirar la billetera y hacer unas cuentas rápidas, concluí que también podía llevarlo. Cuando fui a pagar a la caja, me dijeron que como me estaba llevando dos libros me iban a dar uno de obsequio. Di las gracias y esperé un rato a que buscaran los libros, pensando que seguro iban a ser bien malos. Al rato la cajera llegó con dos: “Cómo se cuenta un cuento”, un taller de guion de García Márquez y otro que ya no recuerdo cuál era. Me decidí por el primero sin siquiera hojearlo.

Me aburren todos los artículos tipo: “Cómo hacer Inserté aquí cualquier tema, porque a estas alturas de nuestra evolución ya deberíamos saber que eso del paso a paso es una vil mentira, que cuando uno intenta hacer las cosas con cierto orden, llega la vida con su destino, dioses, nuestras malas decisiones, lo que sea, y lo pone todo patas arriba.

Supuse que el libro debió haber sido publicado mucho antes que llegara esa moda tan dañina del “Cómo hacer…” así que imaginé que el libro se iba a alejar de esa línea de escritura simplona. Acerté.

Hace poco lo empecé a leer, y el libro no es un simple manual para escribir cuentos, con reglas y/o estructuras narrativas que se deben seguir al pie de la letra, sino una recopilación de los diálogos, liderados por el escritor colombiano, de los integrantes del taller.

La idea consistía en escribir historias de amor para cortometrajes de media hora. En cada sesión uno de los participantes presentaba un cuento o una idea de cuento resumida y luego se embarcaban en una discusión que solo tenía como fin mejorarlo, anotando los aciertos, qué les parecía que fallaba y posibles mejoras.

La primera historia que revisan se llama “Ladrón de sábado” y la presenta una mujer llamada Consuelo. En pocas palabras trata sobre un hombre que únicamente es ladrón los fines de semana y un día llega a robar una casa, pero se enamora de la mujer que vive ahí y se queda a vivir con ella y Pauli, su hijita.

Hasta ese momento el libro iba bien pero no me había enganchado, pero la forma cómo comienza el capítulo “Primera Jornada” es preciosa:

"Gabo: Bueno, procedamos a destrozar Ladrón de sábado…"

martes, 10 de julio de 2018

Presencia

Dicen, aquellos que saben mucho y que no me gusta llamar expertos, que cuando nos enfrentamos a una buena narrativa, hay ocasiones que experimentamos un fenómeno conocido como “presencia”. Ese estado nos permite comprender algo acerca de nosotros, un es un momento en el que nos conectamos con la narrativa a todo nivel, y en los que se difumina la frontera entre lo real y lo imaginario. 

Me acuerdo del tema porque veo a un hombre que debe tener un poco más de veinte años. Lleva una chaqueta verde oscura gruesa, con la cremallera hasta arriba y unas botas rojas. Sobre su mesa reposa un vaso de café grande, al que le da sorbos espaciados, pues sus manos están ocupadas sosteniendo un libro grueso de hojas arrugadas y amarillentas, del que solo lleva unas cuantas hojas leídas. 

También lleva puestos unos audífonos gigantes, aunque dudo que este escuchando algo, pues más bien parece que la función que cumplen es silenciar el ruido que se produce a su alrededor. 

En ocasiones se inclina bastante para leer el libro y parece que lo fuera a tocar con la nariz. Puede que eso se deba a alguna enfermedad de sus ojos, pero prefiero pensar que lo que el joven lector está experimentando un episodio de presencia y que lo que desea al inclinarse de tal manera es adentrarse en la historia que lee, ser otro de los personajes, 

¿Acaso cuántos de nosotros no hemos deseado eso alguna vez, deshabitar la realidad, tan turbia y extraña, en la que vivimos para habitar alguna ficción?

lunes, 9 de julio de 2018

¡Bang!

El hombre no puede ver nada, hay mucho escombros y polvo a su alrededor; también siente mucho calor, producto de unas llamas que no ve pero que siente muy cerca. Su frente está empapada de sudor.

Ese día, como siempre antes de salir a trabajar, el hombre se despidió de su familia. Le dio un ligero beso a su esposa en los labios y acarició con cariño las cabezas de sus hijos, que tomaban el desayuno.

El hombre fue al garaje y encendió su coche, esperó a que el motor se calentara un poco y pasados unos segundos, en los que reflexionó sobre lo afortunado que era al contar con un trabajo, salud y una familia que lo esperaba todos los días en casa, echó reversa y tomo la calle del vecindario que lo llevaría hacia la vía principal.

El cielo estaba parcialmente despejado, y un sol tímido se asomaba por entre las nubes, un clima que quizá no auguraba mas que un día de trabajo tan rutinario como todos los otros que había vivido. 

Ese día el hombre tenía una reunión de trabajo lejos de su oficina. Llegó al lugar antes de tiempo, se tomó una taza de café y bromeo un rato con sus colegas. Luego de eso, la reunión transcurrió de manera normal.

Ahora el hombre tose y se encuentra un teléfono. Marca el número del servicio de emergencia. La operadora que contesta le pregunta que en dónde está y cuál es el número desde el que se comunica.

“Estoy, con un amigo, en el piso 105”, responde con la respiración entrecortada.
“¿Cuál es el número?, deme el número por favor, insiste la operadora, como si saber ese dato fuera la tabla de salvación para el hombre. “Escasamente puedo ver”, responde, pero al final consigue leerlo: "4,4,1,26,23", dice jadeando.

“Señorita, somos dos los que estamos en esta oficina y no estamos listos para morir, pero todo se está complicando.”

La mujer le dice que lo entiende, pero no es así, solo continúa recitando el libreto para llamadas de emergencia, con un tono de voz que no aparenta nerviosismo alguno.

La operadora organiza una conferencia telefónica con un departamento de bomberos y un bombero solicita hablar con el hombre que está envuelto en humo y que pronto lo estará en llamas:

“Donde es el fuego señor?
“Está muy mal, hay mucho humo”
“Por favor estese quieto. Llegaremos a usted tan pronto como podamos”
“Siguen diciendo eso, pero el humo está muy mal”
“Es todo lo que podemos hacer”
“¿En dónde están, en qué piso van?”
“No estamos acercando”
“No parece hombre, tengo dos hijos pequeños…”

La operadora vuelve a intervenir

“Tenemos mucho personal en la escena”
“La verdad, no parece que sea así señorita”

La mujer le pregunta el apellido y el hombre se lo repite y luego lo deletrea.

“Mi esposa cree que estoy bien. La llamé y le dije que estaba saliendo del edificio y que estaba bien, y luego ¡bang!

sábado, 7 de julio de 2018

La teoría del todo

Hoy les voy a hablar sobre el todo y, ¿qué es el todo? Pues se me ocurre decir que es lo opuesto a la nada, o también la suma de muchos “algos”. Lo que ocurre es que cualquier cosa es todo, pero que cómoda es la palabra “cosa”, entonces mejor digamos que cualquier situación, momento, suceso, tema, idea, objeto, etc. es todo. 

Supongo, estimado lector, que si a está altura o bajura sigue leyendo, espera una explicación al párrafo introductorio. Créame que yo también, así que veamos a dónde nos llevan las letras. 

Digo que todo es todo, valga la redundancia, porque me gusta pensar que todo en este mundo y nuestras vidas está conectado de extrañas maneras, imperceptibles a nuestros sentidos y lógica. Qué sé yo, suponga que hoy a las 5:34 de la tarde, alguien en Sargans, un pueblo Suizo, se atoró con un trozo de papa, un hecho insignificante a primera vista, pero lo que no sabemos es de qué forma nos afectó o nos va afectar. 

El primer paso para entender la teoría que propongo, es aceptar el todo, es decir, asumir que un recuerdo, un niño que se columpia en un parque, una sonrisa, el cursor que titila sin cansancio, un vaso con una bebida a medio terminar, un paquete de papas, una lámpara, una biblioteca, una pila de revistas, un beso apasionado, pendiente o que nunca vamos a dar; una mochila, una vela que nunca se ha encendido, un mug con esferos de todos los colores, una estatuilla en de algún dios, una puntilla clavada en la pared de la que no cuelga nada, una libreta con apuntes, un recibo, lo más insignificante o efímero que presenciemos o se nos pueda ocurrir, es todo. 

Ya una ves familiarizados con el todo, viene el paso más crítico de todos y que aún no he conseguido dominar: Entender de qué manera nos afectan esos todos que se presentan a cada instante en nuestras vidas. 

Supongo que cuando lo descifremos alcanzaremos una especie de nirvana.