martes, 11 de septiembre de 2018

Media pal' bobo

Así decía Gonzalo, un amigo de mis padres con el que jugaban cartas seguido, cuando robaba una carta que le permitía bajarse, o cuando el juego suyo o de los otros, le favorecía. 

Yo en ese entonces tenía 5 años, pero esa frase se me quedó grabada desde la primera vez que la escuché. Gonzalo tenía otros dichos que a mí me parecían buenísimos, como: “Choque esos cinco claveles, Juancho”, mientras estiraba su mano para chocarla con la mía, saludo que únicamente utilizaba conmigo y que me hacía sentir importante. 

Siempre que la vida me sonríe con giros positivos, aplico esa frase, pues me parece más precisa que cualquier otra. 

Desde hacía varias semanas venía peleando con Amazon por una subscripción a su servicio prime, que me habían cargado a la tarjeta de crédito. La primera vez que me puse en contacto con la empresa, me atendió un tal Charles, y me pidió todos los detalles de la transacción y luego de más de medía hora de conversación, me dijo que alguien de la empresa me iba a llamar. Nunca ocurrió nada. 

Días después me puse en contacto nuevamente con servicio al cliente, y en esta ocasión me atendió Aakaksha que, por su nombre, imagino, conversaba conmigo desde la India. 

Luego de volver a repetirle todo, me dejo hablando solo en la ventana del chat, hasta que la conversación finalizo porque me aburrí de escribir, y luego Raagini la retomó. Él, estaba muy perdido y quería que le volviera a contar todo. Cerré la ventana del chat con rabia y maldije a Amazon, a Aakaksha a Raagini y a Charles, y me los imaginé a los tres en su momento de descanso, en una cafetería, burlándose del caso de ese colombiano al que le habían cobrado una suscripción a Prime. ¡Malnacidos! 

Hoy volví a intentarlo, era mi última oportunidad. En el chat calló Theena, una mujer, supongo, quién me saludo muy amablemente, y me preguntó que como estaba, pero yo entré con los taches arriba y le respondí que de muy mal genio. 

“Lamento mucho escuchar lo que le paso, pero no hay problema permítame ayudarle” 

“Espero que sea verdad, todos han dicho lo mismo”, soy bueno para hacer de mártir. 

Me preguntó por la información del caso y pegué toda la conversación que sostuve con el tarado de Charles. 

“¿Me puede dar la descripción de las transacciones, su monto y fecha?” 

“Señorita, esa información está en el texto que acabo de pegar, ¿para qué me pide información si no la va a leer?” 

“permítame leer esa conversación.” 

“Bueno.” 

Seguimos en ese rifirrafe comunicativo por un tiempo, hasta que Theena se cansó, o me dio la razón y me dijo: “Le voy a emitir un crédito promocional equivalente al valor de las transacciones. ¿Qué le parece eso?” 

“Perfecto, muchas gracias”, respondí, mientras hacía cálculos de cuántos libros iba a poder comprarme con ese dinero.

Media pal’ bobo.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Colar ideas

Un día, hace unos dos años, cuando llegué al cuarto luego de salir de la ducha, agarré la libreta que estaba llenando en ese entonces, junto con un esfero y me tumbé encima de la cama aún con la toalla en la cintura a escribir a toda velocidad. 

El motivo de ese impulso se debió a que se me había ocurrido un tema sobre el que escribir mientras me duchaba, y tenía miedo de olvidarlo si no lo registraba de inmediato. Ese día mi musa, bien sabemos un ser escurridizo, estaba completamente despierta y a mi disposición. 

Apenas tomé el esfero con la mano, comenzó a dictar el texto a una velocidad superior a la de mi escritura. Recuerdo que, a manera de acuerdo, lo titulamos “Lágrimas”, y trataba sobre una foto de la guerra de Siria que había visto en un periódico. Ese día también me sorprendió el haberle permitido usar la segunda persona como el punto de vista del escrito, uno que, creo, se debe emplear con pleno uso de conciencia. 

Desde ese día no me ha vuelto a ocurrir eso, es decir, la musa no me ha vuelto a dictar con tanta claridad un escrito y entonces me toca colar las ideas que, la mayoría de las veces, llegan en desorden. 

En ocasiones me quedo esperando a que el ser fantástico de indicios de vida, pero nada ocurre, mientras las ideas se aposentan en el fondo de la mente, si es que esta tiene uno. 

Allí se quedan por un buen tiempo, y se van mezclando con otras ideas. En el momento en que me siento a escribir, con o sin musa, supongo que es un momento similar a cuando cuelo una bebida, digamos, el café, con la diferencia que en este caso el residuo es lo que funciona.

viernes, 7 de septiembre de 2018

Luisa

En la vida uno se cruza con muchas personas con las que apenas se intercambian unas cuantas palabras, unas con las que uno muy rara vez toca temas trascendentales, y las conversaciones que sostenemos con ellas, si no se hace un gran esfuerzo, agonizan después del saludo. 


A veces esas personas nos caen mal y esa, imagino, es una de las principales razones de que eso ocurra, pero otras veces, aunque uno sabe que la persona es buena gente, las interacciones no traspasan la formalidad del saludo. 

Luisa era una de esas personas; una mujer menuda, que tenía el pelo negro y muy crespo y que siempre andaba con una sonrisa de oreja a oreja. Era una de las pocas personas que se dirigía a mí por mis dos nombres, pero siempre que yo necesitaba algo, digamos una explicación de alguna materia o que me prestara sus apuntes, Luisa siempre me ayudaba. 

U par de años luego de haberme graduado, me enteré de que Luisa se había suicidado, debido, según me contaron, a una depresión posparto. La noticia me impactó mucho por un momento, pero luego de un tiempo la olvidé. 

Ahora me encuentro a Luisa seguido, es decir, no vayan a pensar nada extraño o de tipo paranormal; a lo que me refiero es que desde que me enteré de su muerte muchas veces he visto mujeres que me la recuerdan, bien sea porque son parecidas físicamente, gesticulan de forma similar o tienen un tono de voz parecido. 

Hoy me la volví a encontrar. Esta vez era una mujer con el mismo tipo de pelo, pero muy alta. Me quede mirándola fijo a sus ojos por unos segundos, para ver si tenía algo por decirme desde el más allá estando acá, pero la Luisa de esta ocasión volteó la cara hacia otro lado de forma despreocupada. Supongo que, sin darnos cuenta, nos repetimos constantemente en los otros.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Reglas

Lo mejor sería pensar que nada tiene reglas, pues estas, de una u otra manera, están relacionadas con lo que está bien y lo que está mal; entonces uno las sigue para, supuestamente, hacer lo correcto, pero ¿quién carajos dictamina eso, es decir, donde está ese manual que indica qué es lo que está bien y lo que está mal?, como siempre todo se resume al punto de vista y ya. Algo que es bueno para unos es malo para otros, y lo mismo ocurrirá, supongo, con las reglas; unos las siguen ciegamente y otros no les ponen tanta atención, o simplemente se las saltan por llevar la contraria, por ser rebeldes. 

El año pasado tomé un curso de escritura creativa que, la verdad, no me pareció nada del otro mundo. De pronto es que soy muy exigente y espero que el que lo dicte sea juan José Millás. De hecho, averigüé si el escritor español tenía algún curso online, le escribí a una institución que dicta cursos de escritura en Madrid con escritores de renombre preguntándoles por el curso de Millás, y me dijeron que no tenían ningún curso de él y que nunca había dictado uno con ellos, que vergüenza, en fin. 

Los profesores del curso que mencioné son personas con estudios literarios, no novelistas consagrados, pero dictan un curso de escritura, entonces digamos que están unos escalafones más arriba que yo, por decirlo de alguna manera, en el mundo de la escritura, si suponemos que, para quienes nos gusta escribir, existe un sistema de puntos, y que dictar un taller de da cierta cantidad de estos. 

En una de las clases hablaron sobre errores comunes de los principiantes a novelistas y uno de ellos era que las novelas que tuvieran, ya no recuerdo qué cantidad, de adverbios terminados en mente: dulcemente, comúnmente, ágilmente, etc. las descartaban de primerazo en los concursos de novela. Tampoco recuerdo la razón a la que aducían para afirmar eso, pero me pareció una regla tonta.

En mi imaginario, la escritura no tiene fórmulas que aseguren el éxito de un texto, sino que simplemente (ojo al adverbio terminado en mente), todo depende del uso del lenguaje por parte del escritor y del ritmo como decía Virginia Woolf. Por ejemplo, ¿cómo saber que Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi, una novela que repite hasta el cansancio su título, iba a funcionar?.

Eso es lo chévere de la escritura, que más allá de la ortografía y puntuación, todo es válido. Otra tema es el gusto por un escrito, del que no se toca nada en este arrume de palabras.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Halagos


“Su último libro ha recibido muy buenos comentarios, ¿a que cree usted que se deba esa avalancha de éxito?”, le pregunta la periodista. 

“Avalancha de éxito” repite García en silencio; le parece inapropiada la figura. García Cifuentes, escritor, ha recibido muchos halagos por La ventana oscura”, su última novela. Antes de aventurarse a dar una respuesta, le gustaría preguntarle a la mujer, que sostiene un micrófono sobre el que contrastan unas uñas pintadas de un rojo oscuro intenso, qué entiende ella por éxito, que por favor le explique, pues él, la verdad, no tiene idea si se puede llegar a un consenso sobre ese término tan escurridizo. 

La mujer, que ahora se dirige a la cámara continúa hablando. 

“Entre los múltiples comentarios que le han hecho se destacan: “Un dominio narrativo único”, “La mejor novela de la última década”, “Cifuentes tiene un dominio ejemplar del lenguaje”; ¿qué me puede decir al respecto?”, concluye mientras voltea a mirarlo. 

Cada vez que concede una entrevista y le preguntan o le piden alguna opinión sobre lo que la crítica anda diciendo de su última obra, Cifuentes sonríe incomodo y trata de cambiar de tema lo más rápido posible. 

En esos momentos, gracias a los Beatles, a Lennon para ser preciso, siempre le viene a la mente la frase: “Hapiness is a warm gun”, y Cifuentes piensa: “De ser así, los halagos, entonces, son un arma afilada, que contrario a pinchar se esfuerzan en pulir el ego.” 

A Cifuentes le agradan los halagos, ¿acaso a quién no? Oírlos le sienta bien, y le producen, no sabe bien si satisfacción o felicidad; por eso da las gracias y sonríe, mientras sus oídos se llenan con palabras dulces y le estrechan la mano de forma, cree él, sincera. 

Luego, cuando todo se acaba, le quedan rezagos placenteros por un tiempo, y a veces se cree superior en lo que sea que hace, escribir se supone, pero tanto halago lo distrae, "que fácil es perder el rumbo", piensa Cifuentes. 

Cuando se deja llevar por esas sobredosis de dopamina, Cifuentes lucha para caer en cuenta de que en verdad él no es nadie o, mejor, que la única competencia que tiene es él mismo.  Que si, que es fabuloso complacer a otros con sus novelas, pero que más allá de eso, su oficio es su forma de salvación, la única manera en la que logra saldar cuentas con el mundo y la vida, con lo que fue, es y  no ha sido.

“I need a fix 'cause I'm going down 
Down to the bits that I left uptown” 

martes, 4 de septiembre de 2018

Leer o escribir

Leer o escribir, esa es la cuestión.  

Muchas veces me pongo a pensar en eso, ¿Qué tanto, en términos porcentuales tiene un escritor de lector o viceversa? Entonces a veces entro en ese dilema, en qué debo hacer, si leer o escribir; actividades que, claramente, se nutren la una de la otra. 

Todo se resume, creo yo, a una mera cuestión de sentimiento, es decir, por un motivo u otro uno escoge, en un momento determinado, una actividad sobre la otra. 

El otro día, por ejemplo, en la tarde y antes de una reunión, disponía de una hora libre. Podía leer o escribir; en cuanto a lo segundo era más bien bocetar un ejercicio de escritura creativa basado en la creación de una historia en segunda persona a partir de una imagen; me decidí por lo primero. ¿Por qué? es difícil de explicar, supongo que lo más sensato es decir que lo hice porque me dio la gana. 

Más tarde, cuando llegué a la casa me senté a escribir el ejercicio en caliente y creo que el texto que produje fue mejor que si lo hubiera planificado de alguna forma, aunque la verdad eso es más bien mentira, porque, ¿cómo saber que habría sido peor eso que no escribí? 

Me aventuro a decir que cada texto tiene su tiempo, y que lo encuentra a uno cuando debe ser. 

A la larga no importa mucho descifrar qué es más importante, pues son actividades que van de la mano, y la falta de una o, más bien, una ausencia prolongada, creo yo, afecta a la otra. 

El dilema entonces se resuelve de forma sencilla; es una cuestión de momentos: A veces uno es 100% lector y otras 100% escritor, no se diga más, por lo menos no en este texto.

lunes, 3 de septiembre de 2018

La mapa

Hoy, en clase, el profesor hizo una dinámica en la que debíamos pasar por diferentes mesas explicando algo, al tiempo que debíamos recibir preguntas al finalizar nuestra presentación. El ejercicio me recordó a Björn. 

Hace unos años me obsesioné con el idioma alemán, y quise comenzar a aprenderlo lo más rápido posible. Primero lo tomé como electiva en la universidad y luego, cuando entré a trabajar, me metí a clases más formales, por decirlo de alguna manera. 

El profesor del primer nivel se llamaba Björn, un mono oji-claro más blanco que la leche y de actitud noble. Él, sin no estoy mal, era suizo y sabía poco, más bien nada, de español. Mis compañeros de clase y yo estábamos emocionados porque nuestro primer contacto con el idioma iba a ser a través de un hablante nativo. 

Comenzar a aprender un idioma nunca es fácil y constantemente caíamos en el error de traducir literal del español, lo que queríamos decir en alemán. En medio de esos primeros pasos lingüísticos solíamos preguntar: “¿Y si quiero decir esto o lo otro en alemán, cómo sería? 

Björn le ponía atención a todas las dudas que nos surgían, pero como no sabía español, sus explicaciones aparte de confusas, solo eran en alemán. 

Algo que se nos quedo grabado fue la confusión que tenía con los artículos femenino y masculino para algunas palabras en español; inconveniente que, supongo, tenía que ver con los artículos alemanes der, die, das. En una clase Björn no se cansó de decir La mapa: la mapa esto, la mapa aquello, etc. 

En otra ocasión, en una clase que estaba intentando explicar la conjugación de verbos, Björn tuvo la brillante idea de conformar grupos de 3 personas y cada grupo debía pasar por las otras mesas verificando que todos hubieramos aprendido bien la lección. La dinámica fue un desastre porque si alguien tenía alguna duda, nadie se la podía solucionar. 

En medio de todo, era un buen tipo el tal Björn.