lunes, 17 de septiembre de 2018

Dios y Chaquete

El conductor me pregunta algo y le respondo con naturalidad; me sorprende el modo conversador en el que me encuentro. Luego me cuenta que está muy feliz porque le salió mi carrera que ahora, supongo, es suya o nos pertenece a ambos. 

Me dice que llevaba más de dos horas parqueado y que nada de nada. “No sé, hay días, como este, en los que las cosas no le salen a uno”. Se le nota el desgano en su voz; lo único que se me ocurre contestarle es una frase de cajón, con la que le doy la razón, ustedes saben algo por como: “Las cosas pasan por algo” o cualquier frase de ese estilo. 

Unas cuadras adelante, después de romper el hielo que suele separar al conductor del pasajero o, más bien, a cualquier par de extraños, nuestro tema de conversación toma un desvío hacia el terreno de la religión. No sé como llegamos a él, supongo que lo que hablamos al principio, eso de que a uno a veces le va bien y a veces mal, tiene mucho que ver con la fe o con lo que entendemos por ella; en definitiva, con ese deseo que llevamos encima de que todo nos salga bien, por el simple hecho de que nos consideramos buenas personas. 

El hombre me cuenta que ayer transportó a un señor. “Un cristiano debía ser, lo digo por su vestimenta. Parece que iba a dictar una conferencia o algo así. Se supone que yo soy católico-apostólico-romano—dijo las tres palabras rápido como si fueran solo una—pero la verdad no voy a misa ni nada de esas vainas. Respeto mucho todo eso, y creo en Dios y todo, pero pues así son las cosas." 

Lo dejé hablar sin interrumpirlo, básicamente porque no me gusta hablar de religión y porque me quedé pensando en lo de católico-apostólico-romano, lo cual se supone que también soy. 

“Vea que cuando vino el Papa, yo lo vi de lejos; vi como levantaba un brazo. El hombre me cae bien porque inspira mucha paz y confianza, ¿cierto? Yo tengo un hijo que es bien ateo, pero anda con una noviecita muy creyente, y ella lo obligó a que fueran a verlo. Mi hijo me contó que la paz que sintió cuando el Papa pasó en frente de ellos fue muy chévere.” 

Luego tan fácil como caímos en el tema de la religión, nos pasamos al de las apuestas, de pronto porque ambos están más cerca de lo que parecen o, simplemente, porque todo en esta vida está conectado de extrañas maneras. 

El hombre me contó que toda la vida le ha gustado apostar, pero que no lo considera un vicio, porque apuesta pequeñas sumas y no va al casino. “¿Entonces dónde apuesta?”, le pregunté”, y me contó que conoce un lugar, un local o una casa, nunca me quedó claro, donde varias personas se reúnen a jugar cartas. 
“¿y que juegan?”, le pregunté. “Pues hay muchos juegos, pero el que a mí me gusta es el Rummy", del cual me da una pequeña explicación de cómo se juega; en un momento me pierdo en sus palabras, pero igual asiento con la cabeza. 

“Otras veces juego Chaquete, ¿lo conoce?”, le digo que no. “Es como el Bagamon”, dice. Supongo que es el Backgammon, que he oído nombrar en algún lado, y que tampoco conozco. “Venga le muestro cuál es”, concluye, mientras lo busca en el celular. “Mire es este”, y comienza a teclear con el dedo índice, pero la luz que da sobre la pantalla no me permite ver nada; igual hago el papel de estar viendo todo muy claro. 

“Es Bagamon, pero también se le llama chaquete. Hace rato no voy a jugar; las últimas veces he perdido; en una perdí como 80.000 mil pesos, y además siempre que voy mi mujer se pone brava porque dice que me estoy enviciando”, y cuando termina esa frase suelta una ligera risa. 

En ese momento llegamos a mí destino. Me despido del hombre y le deseo un día con muchas carreras. 

“Muchas gracias, me dio mucho gusto llevarlo”.

sábado, 15 de septiembre de 2018

Este día

Si este, el del “amor y la amistad”. ¿Acaso debería estarlo celebrando, bien sea por lo uno o lo otro, en vez de estar encerrado en mí casa escribiendo esto? Puede que si como puede que no; bien sabemos que es difícil afirmar algo con precisión sobre esta vida. 

Imagino que existirán algunos que adoran esta fecha, y esperan su llegada con ansias para celebrarlo con sus parejas, o esa persona que quieren que sea su pareja o con quien creen que lo es. Están también esos otros que despotrican de ella con ganas, esos que dicen que es un invento para hacernos consumir más y no sé que otro pocotón de cosas. No me importa ninguna de las dos posiciones, que cada uno haga con este día lo que le dé la regalada gana. Por mi parte hace rato le perdí la fe a esta fecha 

El primer sinsabor, por decirlo de alguna manera, ocurrió hace mucho tiempo cuando estaba en la universidad y solía salir con frecuencia, dizque a “rumbear”. Hágame el favor semejante cosa tan ridícula, en fin, es una posición, quizá tara, personal, y no tengo nada en contra de aquellos que les gusta ir a bailar, y a tomar trago en cantidades exuberantes. 

Les decía que el prime revés ocurrió en aquella época. Ese día, un sábado recuerdo, íbamos a salir con un grupo de amigos a un bar, discoteca, chuzo, sitio, lugar, boliche, antro, cuchitril, llámelo como quiera estimado lector, y efectivamente así ocurrió, pero ese día los astros se alinearon para que a mi novia de ese entonces le diera por terminarme justo en ese día, luego de unas horas de rumba. No sé por qué espero tanto tiempo para decirme que quería terminar, es decir, por lo menos me habría podido ayudar a que me ahorrara la platica que me iba a gastar ese día, ¿no? 

El segundo revés ocurrió muchos años después con una mujer que conocí en el matrimonio de un amigo. Duramos saliendo varios meses, y el sábado de la celebración, me pidió que la acompañara a comprar unos zapatos. “Que pereza de plan”, pensé, pero la vieja me gustaba, así que le dije que sí, que con ella hasta el fin del mundo. 

Fue en la tienda de zapatos, un local de Bosi, recuerdo, donde, algo incomoda, me soltó la siguiente perla después de darle un beso: “Mira, lo que pasa es que yo te correspondo los besos, únicamente para no hacerte sentir mal”. Me emputé, claro está, y recuerdo que, en defensa de mis sentimientos, incluí las palabras “mendigar amor” en mi respuesta, un pataleo poético que no sirvió para nada. 

El tercer y último revés, digo último no porque no pueda ocurrir otro, sino porque ya no me esfuerzo en lo más mínimo por celebrar este día, fue hace unos dos años. Llevaba saliendo con una mujer cierto tiempo, y se avecinaba la celebración, y tenía en mente invitarla a salir. La llamé entre semana, confiado de que me iba a decir que si, pero su respuesta, en medio de una risita canalla, fue la siguiente: “Oye, pero es que tu y yo ya hemos salido mucho”. “Pues acaso no se trata de eso tarada, de salir?”, fue mi respuesta mental; aún no llego a ese nivel de patanería en la vida real. 

De pronto lo que debo hacer es revelarme contra el sábado en el que siempre se celebra la fecha, pues es un día que, al parecer, no me funciona para esa celebración, aunque ya les dije, es difícil afirmar algo con precisión sobre esta vida.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Walkabout

Hoy alguien me acercó en carro a mi casa, pero el lugar en el que se acabó el aventón seguía estando muy lejos de ella. Comencé a caminar, teniendo en mente parar un taxi, pero me distraje con un par de pensamientos y cuando me di cuenta, ya había caminado un buen trecho y había llegado a una carrera principal. 


Estaba haciendo frio y unas gotas rebeldes se negaban a quedarse en las nubes, y en ese momento sentí que era un buen momento para un walkabout, canción que siempre se me aparece en la mente cuando me dispongo a caminar varias cuadras: 


“I think I'll go on a walkabout
And find out what it's all about
And that ain't hard
Just me and my own two feet
In the heat I've got myself to meet” 


Un estudio de la universidad de Stanford demostró que los niveles de creatividad aumentan con las caminatas, porque el ejercicio mejora la circulación de sangre hacia el cerebro y aumenta la actividad del hipocampo, una región del cerebro crítica para aprender y la creación de nuevas memorias. 

Y es que caminar creo yo, es otra de las pocas actividades que nos obligan a rumiar pensamiento tras pensamiento, una prima hermana, quizá, de ducharnos, otro momento, como ya lo he dicho, en el que estamos solos, sin ninguna distracción a la mano. 

Me gusta caminar más por ver a las personas que por hacer ejercicio. Hoy, varias de las que no llevaban sombrilla, caminaban de afán, como si las gotas que estaban cayendo fueran de lluvia ácida, que no sé bien qué es, pero siempre me imagino que si nos cayera encima ese tipo de lluvia, nos derretiríamos. 

Hoy yo, a diferencia de otros días, no me encontraba ácido y estaba en paz con el mundo, así que en ningún momento me preocupé por mojarme un poco. 

En cierto punto de la caminata vi a un vendedor ambulante barriendo el agua que había dejado el aguacero previo, en el lugar donde tenía ubicado su carrito. La empujaba hacia la calle con una escoba. Parecía una tarea de nunca acabar, pues por más que barría y barría esta volvía a aparecer como si nada 

Después de un tempo vi a una mujer con un vestido rojo enterizo y ceñido al cuerpo, que resaltaba sus curvas, caminando a unos 25 metros delante de mí. Me entró un afán tonto de querer verle la cara, y decidí apresurar el paso, pero nunca logré acortar la distancia que nos separaba, así que abandoné la tarea hasta que la mujer entro a un supermercado y la perdí de vista para siempre. 

En medio de la caminata también me llego el olor de un cigarrillo, de un hombre que paso por mi lado muy cerca y que se lo había acabado de llevar a la boca. 

Fue así, en medio de esa contemplación desinteresada, que la caminata no se me hizo tan larga. No se me ocurrió ninguna idea brillante, pero disfrute de un momento de paz que, creo, es importante.

martes, 11 de septiembre de 2018

Media pal' bobo

Así decía Gonzalo, un amigo de mis padres con el que jugaban cartas seguido, cuando robaba una carta que le permitía bajarse, o cuando el juego suyo o de los otros, le favorecía. 

Yo en ese entonces tenía 5 años, pero esa frase se me quedó grabada desde la primera vez que la escuché. Gonzalo tenía otros dichos que a mí me parecían buenísimos, como: “Choque esos cinco claveles, Juancho”, mientras estiraba su mano para chocarla con la mía, saludo que únicamente utilizaba conmigo y que me hacía sentir importante. 

Siempre que la vida me sonríe con giros positivos, aplico esa frase, pues me parece más precisa que cualquier otra. 

Desde hacía varias semanas venía peleando con Amazon por una subscripción a su servicio prime, que me habían cargado a la tarjeta de crédito. La primera vez que me puse en contacto con la empresa, me atendió un tal Charles, y me pidió todos los detalles de la transacción y luego de más de medía hora de conversación, me dijo que alguien de la empresa me iba a llamar. Nunca ocurrió nada. 

Días después me puse en contacto nuevamente con servicio al cliente, y en esta ocasión me atendió Aakaksha que, por su nombre, imagino, conversaba conmigo desde la India. 

Luego de volver a repetirle todo, me dejo hablando solo en la ventana del chat, hasta que la conversación finalizo porque me aburrí de escribir, y luego Raagini la retomó. Él, estaba muy perdido y quería que le volviera a contar todo. Cerré la ventana del chat con rabia y maldije a Amazon, a Aakaksha a Raagini y a Charles, y me los imaginé a los tres en su momento de descanso, en una cafetería, burlándose del caso de ese colombiano al que le habían cobrado una suscripción a Prime. ¡Malnacidos! 

Hoy volví a intentarlo, era mi última oportunidad. En el chat calló Theena, una mujer, supongo, quién me saludo muy amablemente, y me preguntó que como estaba, pero yo entré con los taches arriba y le respondí que de muy mal genio. 

“Lamento mucho escuchar lo que le paso, pero no hay problema permítame ayudarle” 

“Espero que sea verdad, todos han dicho lo mismo”, soy bueno para hacer de mártir. 

Me preguntó por la información del caso y pegué toda la conversación que sostuve con el tarado de Charles. 

“¿Me puede dar la descripción de las transacciones, su monto y fecha?” 

“Señorita, esa información está en el texto que acabo de pegar, ¿para qué me pide información si no la va a leer?” 

“permítame leer esa conversación.” 

“Bueno.” 

Seguimos en ese rifirrafe comunicativo por un tiempo, hasta que Theena se cansó, o me dio la razón y me dijo: “Le voy a emitir un crédito promocional equivalente al valor de las transacciones. ¿Qué le parece eso?” 

“Perfecto, muchas gracias”, respondí, mientras hacía cálculos de cuántos libros iba a poder comprarme con ese dinero.

Media pal’ bobo.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Colar ideas

Un día, hace unos dos años, cuando llegué al cuarto luego de salir de la ducha, agarré la libreta que estaba llenando en ese entonces, junto con un esfero y me tumbé encima de la cama aún con la toalla en la cintura a escribir a toda velocidad. 

El motivo de ese impulso se debió a que se me había ocurrido un tema sobre el que escribir mientras me duchaba, y tenía miedo de olvidarlo si no lo registraba de inmediato. Ese día mi musa, bien sabemos un ser escurridizo, estaba completamente despierta y a mi disposición. 

Apenas tomé el esfero con la mano, comenzó a dictar el texto a una velocidad superior a la de mi escritura. Recuerdo que, a manera de acuerdo, lo titulamos “Lágrimas”, y trataba sobre una foto de la guerra de Siria que había visto en un periódico. Ese día también me sorprendió el haberle permitido usar la segunda persona como el punto de vista del escrito, uno que, creo, se debe emplear con pleno uso de conciencia. 

Desde ese día no me ha vuelto a ocurrir eso, es decir, la musa no me ha vuelto a dictar con tanta claridad un escrito y entonces me toca colar las ideas que, la mayoría de las veces, llegan en desorden. 

En ocasiones me quedo esperando a que el ser fantástico de indicios de vida, pero nada ocurre, mientras las ideas se aposentan en el fondo de la mente, si es que esta tiene uno. 

Allí se quedan por un buen tiempo, y se van mezclando con otras ideas. En el momento en que me siento a escribir, con o sin musa, supongo que es un momento similar a cuando cuelo una bebida, digamos, el café, con la diferencia que en este caso el residuo es lo que funciona.

viernes, 7 de septiembre de 2018

Luisa

En la vida uno se cruza con muchas personas con las que apenas se intercambian unas cuantas palabras, unas con las que uno muy rara vez toca temas trascendentales, y las conversaciones que sostenemos con ellas, si no se hace un gran esfuerzo, agonizan después del saludo. 


A veces esas personas nos caen mal y esa, imagino, es una de las principales razones de que eso ocurra, pero otras veces, aunque uno sabe que la persona es buena gente, las interacciones no traspasan la formalidad del saludo. 

Luisa era una de esas personas; una mujer menuda, que tenía el pelo negro y muy crespo y que siempre andaba con una sonrisa de oreja a oreja. Era una de las pocas personas que se dirigía a mí por mis dos nombres, pero siempre que yo necesitaba algo, digamos una explicación de alguna materia o que me prestara sus apuntes, Luisa siempre me ayudaba. 

U par de años luego de haberme graduado, me enteré de que Luisa se había suicidado, debido, según me contaron, a una depresión posparto. La noticia me impactó mucho por un momento, pero luego de un tiempo la olvidé. 

Ahora me encuentro a Luisa seguido, es decir, no vayan a pensar nada extraño o de tipo paranormal; a lo que me refiero es que desde que me enteré de su muerte muchas veces he visto mujeres que me la recuerdan, bien sea porque son parecidas físicamente, gesticulan de forma similar o tienen un tono de voz parecido. 

Hoy me la volví a encontrar. Esta vez era una mujer con el mismo tipo de pelo, pero muy alta. Me quede mirándola fijo a sus ojos por unos segundos, para ver si tenía algo por decirme desde el más allá estando acá, pero la Luisa de esta ocasión volteó la cara hacia otro lado de forma despreocupada. Supongo que, sin darnos cuenta, nos repetimos constantemente en los otros.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Reglas

Lo mejor sería pensar que nada tiene reglas, pues estas, de una u otra manera, están relacionadas con lo que está bien y lo que está mal; entonces uno las sigue para, supuestamente, hacer lo correcto, pero ¿quién carajos dictamina eso, es decir, donde está ese manual que indica qué es lo que está bien y lo que está mal?, como siempre todo se resume al punto de vista y ya. Algo que es bueno para unos es malo para otros, y lo mismo ocurrirá, supongo, con las reglas; unos las siguen ciegamente y otros no les ponen tanta atención, o simplemente se las saltan por llevar la contraria, por ser rebeldes. 

El año pasado tomé un curso de escritura creativa que, la verdad, no me pareció nada del otro mundo. De pronto es que soy muy exigente y espero que el que lo dicte sea juan José Millás. De hecho, averigüé si el escritor español tenía algún curso online, le escribí a una institución que dicta cursos de escritura en Madrid con escritores de renombre preguntándoles por el curso de Millás, y me dijeron que no tenían ningún curso de él y que nunca había dictado uno con ellos, que vergüenza, en fin. 

Los profesores del curso que mencioné son personas con estudios literarios, no novelistas consagrados, pero dictan un curso de escritura, entonces digamos que están unos escalafones más arriba que yo, por decirlo de alguna manera, en el mundo de la escritura, si suponemos que, para quienes nos gusta escribir, existe un sistema de puntos, y que dictar un taller de da cierta cantidad de estos. 

En una de las clases hablaron sobre errores comunes de los principiantes a novelistas y uno de ellos era que las novelas que tuvieran, ya no recuerdo qué cantidad, de adverbios terminados en mente: dulcemente, comúnmente, ágilmente, etc. las descartaban de primerazo en los concursos de novela. Tampoco recuerdo la razón a la que aducían para afirmar eso, pero me pareció una regla tonta.

En mi imaginario, la escritura no tiene fórmulas que aseguren el éxito de un texto, sino que simplemente (ojo al adverbio terminado en mente), todo depende del uso del lenguaje por parte del escritor y del ritmo como decía Virginia Woolf. Por ejemplo, ¿cómo saber que Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi, una novela que repite hasta el cansancio su título, iba a funcionar?.

Eso es lo chévere de la escritura, que más allá de la ortografía y puntuación, todo es válido. Otra tema es el gusto por un escrito, del que no se toca nada en este arrume de palabras.