lunes, 8 de octubre de 2018

El clarinetista

No debía tener más de 30 años. Su pelo rubio y ojos azules lo delataban como europeo, ¿de qué país?, digamos Latvia solo porque me gusta como suena. 

Siempre se ubicaba al costado sur de la calle 72 entre la carreras séptima y novena. Se sentaba sobre una manta de colores en posición flor de loto, sobre la que había una pequeña cesta de mimbre para las propinas. Siempre sostenía en sus manos un clarinete negro con pintas blancas, que nunca lo escuché tocar; pero claro, yo pasaba de largo hacia la séptima entre las 5:30 y 6:00 p.m. solo con ganas de llegar a casa, y cada vez que lo veía elaboraba una teoría tras otra acerca de quién era; parecía el personaje de una fábula infantil. 

Su cara siempre mostraba tranquilidad, una tranquilidad necesaria para el caos de las grandes urbes y para poder, supongo, tocar clarinete o solo sostenerlo en sus manos, mientras nosotros, los ciudadanos, nos envejecíamos con el trajín de nuestras vidas, con nuestras rutinas. 

¿Qué hacia ahí?, ¿quién era ese hombre? La última vez que lo vi llevaba un cartón colgado al cuello, que tenía escrito con marcador rojo: "Los aportes voluntarios me sirven para financiar el viaje, gracias por tu apoyo". ¿Cuál viaje?, resulta obvio pensar que el que había hecho a Colombia, pero ¿por qué  había elegido este destino?, ¿qué carajos hacia sentado, ese hombre de Latvia, en una acera de Bogotá, por la que miles de ejecutivos encorbatados y de caras serias, pasaban por su lado sin ni siquiera determinarlo? 

Aunque evito ser un “busca conversaciones”, me arrepiento mucho de nunca haberlo abordado, de no haber cruzado un de palabras con él, un escueto “hello” acompañado de una sonrisa. 

Quién sabe cuántas historias encerraba el clarinetista, pero si algo queda claro es que no debemos dejar escapar esos personajes, mucho menos si nos gusta escribir.

sábado, 6 de octubre de 2018

Nubes negras

Llueve; es una tarde gris, fría, lenta y no me hallo. De vez en cuando mi mente empieza a conjurar pensamientos negativos a los que trato de prestarles la menor atención. A veces me engancho en uno hasta que, con algo de esfuerzo, logro desecharlo. 

Necesito hacer algo para evitar caer en las trampas de la mente. “¿Leer o escribir?”, me pregunto. Me decido por lo segundo y que debo hacerlo en un café. Salgo. 

Comienzo a caminar hacia uno que queda cerca de mí casa, pero ya en el camino, recuerdo una pastelería que me presentó un amigo. La mujer que la atiende, su dueña, me parece muy bonita, o más bien muy tierna. Ese simple hecho, inclina la balanza hacia ese lugar. 

Le saco la mano a una buseta. Cuando subo esta llena, pero las calles están vacías, así que el viaje de pie no durará mucho. Me voy hacia la parte de atrás, y al rato se sube un hombre con pinta de drogado: Tiene los ojos en la nuca y la boca entreabierta, parece que respira por ella, y se mece de un lado a otro. Lo analizo de reojo y de repente el hombre se voltea hacia mí y me señala su muñeca; quiere saber la hora, pero hace muchos años dejé de utilizar reloj y el celular está cargándose en casa. “No tengo”, le respondo sin escuchar mi voz, y me refiero a que no tengo ni reloj, ni hora. El hombre farfulla algo que no logró escuchar pues llevo audífonos puestos. Por un segundo lamento no haberle podido dar la hora al hombre, “¿Qué tal que enloquezca y saque un puñal; que la falta de hora, de situarse en el tiempo lo ponga violento?, me pregunto. 

No pasa nada, el hombre sigue en su mundo, en su traba, y a cada rato cambia de postura y se hace a la derecha o a la izquierda de la buseta. Dos pasajeros se bajan y el hombre sin hora, se sienta de inmediato. Ahora mira por la ventana completamente distraído, “¿En que estará pensando?”, me pregunto, pero al rato lo dejo ser; cada quien con su traba, con sus líos y sus pensamientos, en definitiva cada quien con su vida, por más insólita que nos parezca. 

Mas tarde, ya en el lugar, pido una torta de chocolate con toneladas de crema y un café, y me sumerjo en la lectura. Mi cabeza ya está lo bastante despejada y me concentro fácil en la historia. 

Corroboro que la mujer es tierna y también que tiene novio. un hombre de barba y que lleva puesta una cachucha. A a cada rato ella le dice: “Amor esto”, “amor lo otro”. 

La mujer deja el local a cargo de su novio porque se antoja de un helado y se va a comprarlo. Por la calle pasa un hombre vendiendo bolsas de basura y lo saluda. El hombre, el novio, sale a la entrada del lugar para charlar con el vendedor. Este le dice: “Que techo tan bacano”, el novio mira hacia el techo, que tiene muchos bombillos pequeños, y le da la razón, le contesta que sí, que es bacano. “No parce, su visera. ¿no se le dice techo a eso?, anota el visitante. El novio, el amor, se quita la cachucha que es de color negro y, algo apenado por la falta de léxico callejero, le da vuelta al pedazo de techo en sus manos. 

Al rato llega la mujer y le da las gracias al novio por haber cuidado el local. Intento, infructuosamente, que el café y el final de un capítulo coincidan. Pago y abandono el lugar. 

Camino un par de cuadras y tomo otra buseta. Apenas subo recuerdo al hombre que estaba en un viaje dentro del viaje. Contrario a la otra, esta tiene pocos pasajeros, y un hombre que está sentado en la última fila no deja de bostezar de manera exagerada y audible. 

Me distraigo mirando por la ventana y veo como una pareja de adolescentes se devoran sus bocas, mientras sus manos juguetean en diferentes partes del cuerpo del otro. Del recorrido, que también dura poco, es la imagen que más me llama la atención. 

Cuando me bajo sigue haciendo frio, pero el ambiente está fresco. El suelo tiene muchos charcos y los locales que voy pasando de largo tienen un ambiente de fiesta. En ese momento suena What's It Gonna Be, con su intro de batería que siempre me sube el ánimo. 

Ya no hay rastro de nubes negras en mí cabeza.

viernes, 5 de octubre de 2018

Margarita

Margarita es la prima de una amiga. Siempre que escucho, como hoy, una canción de Juanes, me acuerdo de ella. Hace muchos años me gustaba mucho. Yo la apodé la popstar, porque tenía cierto parecido con una de las participantes de ese programa. 

Con Margarita y un grupo de amigos, fuimos a un concierto de Juanes en el Campín. Yo ya había salido un par de veces con ella, y andaba en plan de conquista. 

Ese día estaba lloviendo y, si no estoy mal, le pasé el brazo por la cintura o el hombro, gesto que, al parecer, no la incomodó. Rato después, en pleno concierto y envalentonado por unos tragos de ron, que no recuerdo como logramos ingresar al estadio, y adicional a lo mucho que me gustaba, me lancé a darle un beso. Apenas me incliné hacia ella todo iba bien, pero a medio camino perdí el impulso, pues Margarita me hizo el quite. 

Es una escena borrosa que, supongo, debido al desenlace que tuvo, no me preocupé en atesorar en mi memoria. No recuerdo que pasó después, si me sentí incomodo, o si ella se molestó, o si sumergí mi cerebro en más ron para pasar el trago amargo; aunque no creo porque solo encaletamos un par de cajitas de cartón pequeñas que no dieron medio brinco. 

Lo que rescato de esa situación son las ganas que tuve de darle un beso y el haberlo intentado, sin darle muchas vueltas al asunto. Si, muy triste y todo no haber sido correspondido, pero le aplaudo esa actitud a mi yo de ese entonces, un yo que calculaba menos sus actos; un yo impulsivo y más fresco con la vida en general.

jueves, 4 de octubre de 2018

Certeza

Nada es blanco o negro en este mundo, nada es 1 o 0; nada ni nadie, valga la pena decir, se encuentra completamente iluminado o en la oscuridad total. Entre los extremos en que se mueve nuestra vida, encerrados dentro del más obvio, su inicio y la muerte, siempre existirán millones de tonos, millones de opciones; sino que, creo yo, en nuestro afán de certidumbre tendemos a escoger eso que creemos absoluto. 

Luego de ese párrafo introductorio, estimado lector, cargado de percepciones propias y por qué no decirlo, de extremos de los que me gusta aferrarme, debo decir que a veces es bueno tener certezas, adherirse a un extremo del pensamiento y sentirse bien en él. 

La certeza sobre la que les quiero hablar es sencilla, inclusive irrisoria, imagino, para algunos: Estoy seguro de que este año voy a leer, empezar a leer o por lo menos comprar un volumen de los diarios de Anaïs Nin. 

Hablé sobre ese libro hace no mucho en otra entrada, y como ya lo he mencionado, como tantas veces me he repetido en este espacio, considero que uno no debe obviar esos momentos en que un libro comienza a buscarlo a uno. 

Hoy el libro se me volvió a aparecer en un artículo de María Popova. Popova habla sobre el gran tesoro que son esos diarios y de cómo Nin escribe de manera precisa sobre la vida, el amor y el arte de escribir. 

No conozco a Nin, es decir, no he leído nada de ella, novelas o historias, al contrario de cuando leí los de Woolf, por ejemplo, pero hay algo que me atrae con fuerza a sus diarios. 

Por eso hoy creo tener la certeza de comprarlos en lo que queda de este año; aunque quien sabe, como nada es absoluto, quizá mañana cambie de parecer. 

“Older people fall into rigid patterns. Curiosity, risk, 
exploration are forgotten by them.” 
- Anaïs Nin – 

Esta cita corresponde a una carta de Nin dirigida hacia hacía Leonard W. un aspirante a autor, que acogió bajo su mentoría y tiene, me parece, mucho que ver con las certezas o la fe que les tenemos.

miércoles, 3 de octubre de 2018

No escribir

No escribía nada desde el lunes, bueno, es un decir, escribí un libreto para una presentación que di ayer. En resumidas cuentas no escribí acá, donde tanto me gusta hacerlo, ni trabajé en alguno de los cuentos que tengo por ahí empezados. 

Algo debe ocurrir; algo debe desajustarse en el mundo cuando uno deja de hacer lo que le gusta, pero como vivimos tan ocupados con el día a día, como el ritmo de vida no da tregua, no nos damos cuenta de qué es lo que cambia. 

De pronto es en uno de esos descuidos en los que nuestro destino se despiporra, fascinante palabra esta, y toma el camino menos adecuado, el que nos va a generar más vicisitudes, pero ¿yo qué sé? 

Puede que ese cataclismo personal no tenga nada que ver con el futuro; concepto complejo este, así que digamos más bien “con el devenir de los sucesos” que es la misma vaina, pero suena, si acaso, más cálido, que la sensación helada que produce la palabra futuro. 

Encarrilándome de nuevo un poco y como les venía diciendo, puede que esos cambios imperceptibles ocurran dentro de nosotros, a un nivel celular o, peor aún, psicológico, y digo peor pues a nadie le deseo caer en los abismos de la mente. 

Algo, algo ocurre estimado lector, y ojalá pudiera decirle o darle indicios de qué es, pero yo, al igual que ustedes improviso, tratando de contener esto que llamamos vida,  y que tan fácil se nos sale de control. 

Estas pocas palabras le pusieron algo de orden al mundo, por lo menos al mío, a mí cabeza, a mi ansiedad. De una u otra forma, creo, reparcharon baches emocionales a los que no había prestado  atención. 

Escribir, escribir para tapar esos huecos del no escribir, para darle algo de sentido o, mejor, entender y aceptar el caos propio y el del mundo.

domingo, 30 de septiembre de 2018

¡NO!

Si me los vuelvo a encontrar en otro sueño les diría ¡NO! ¿A quiénes?, a esos personajes que me propusieron escribir gratis, que si me fijaba bien era una oportunidad que no podía dejar pasar, y a los que por pena o porque me engatusaron muy bien, les dije que sí. 

No estoy seguro si el sueño fue en un estado profundo del mismo o cuando me encontraba en un duermevela febril producto de una sesión de “dormir Netflix”.  

Como casi siempre me ocurre, no recuerdo los diálogos precisos que sostuve, o que sostuvo mi yo del sueño, que muchas veces diferente a uno, ni los rasgos faciales de mis interlocutores, que más bien eran bultos borrosos; en cambio si recuerdo el mal genio que me dio después cuando recapacité sobre ese “sí”, que les di como respuesta, enceguecido, supongo, por el afán de publicar, de ver mi nombre en un papel, de obtener validación externa por lo escrito. 

Conozco muy bien ese tipo de rabia y ahora, despierto, se me vienen a la memoria muchas ocasiones en las que no he dicho lo que estaba pensando por no querer desentonar, por caer bien, guardar la compostura, etc. 

En el sueño, o quizás en el filo que divide ese territorio y la vigilia, después de la reunión, cuando recapacité sobre la respuesta , quise caer en esa escena de nuevo, como esas veces en que parecemos dominar los sucesos del sueño y los vamos acomodando a nuestro antojo, pero no lo logré. 

Espero algún día volver a encontrarme a esos tipejos, a esos bultos de aspecto corporativo, en otro sueño, para gritarles “¡NO!” en la cara. Mientras tanto le deseo suerte s mi yo del sueño en lo que sea que esté escribiendo.

jueves, 27 de septiembre de 2018

16 minutos

Si yo fuera sinestésico, de pronto diría que el 16, en lo que se refiere a tiempo es redondo, mientras que, por otro lado, el 15, el cuarto de hora, es como la punta de una esquina, algo que, por su exactitud, encaja en cierto lugar. 

Hablemos entonces de los 16, minutos, claro está, que los encuentro más amables. Se supone que ese es el tiempo con el que cuento para escribir algo; ese algo es esto, un texto que va saliendo de algún lugar al que a veces tengo fácil acceso, y otras, como últimamente ocurre, se me es negado. 

Ahora tengo 11 minutos. La razón de, supuestamente, no tener tiempo, es porque me fije como hora para empezar a ver una película, las 10:30, pues si no la empiezo a esa hora, fijo me trasnocho y mañana debo madrugar. 

La película es una tarea para un curso de escritura que estoy haciendo, en el que estamos discutiendo la estructura dramática: Inicio, nudo, desenlace, y la debemos ver para discutir como está estructurada, analizar el minuto 33 en el que se acaba el primer acto y esas cosas. 

Esa es una película que ya me debería haber visto, de pronto ya lo hice, pero no lo recuerdo. Ocurre que no he visto mucha de esas películas que todo el mundo parece haber visto. A veces lo que pasa es que las veo por fragmentos, es decir, un día las comienzo a ver, algo ocurre que interrumpe mi sesión de película y otro día vuelvo a caer en ella mientras cambio canales desinteresadamente y continúo viéndolas; esto es solo un decir, porque sería increíble, incluso miedoso, caer exactamente en el momento en el que la había dejado. 

Voy a dejar aquí porque ya son las y 29. El minuto que queda y que ya corre, espero destinarlo a la nunca bien ponderada tarea de edición.