viernes, 9 de noviembre de 2018

Cartuchos narrativos

Imaginemos a un conjunto de palabras como un cartucho, una munición narrativa que disparamos bien sea hablando, escribiendo o mediante cualquier otra forma de comunicación que las involucre, como el lenguaje de señas, por ejemplo. Este cartucho (párrafo) fue de 103 palabras, y hablo de que fue, aunque no le he puesto el punto que lo finaliza, que vendría a ser el seguro, porque una vez disparadas, las palabras dejan de ser o, más bien, dejan de tener el significado que les queríamos dar y cada quien las recibe, interpreta o se impacta con ellas como mejor le parezca; de ahí los malentendidos. 

A veces somos como metralletas, con un cargador de palabras muy amplio, que parecen no recalentarse, y no se nos dificulta dispararlas; mientras que, otras veces, el arma narrativa se atora y a las palabras les cuesta abandonarnos. 

Estas municiones, estos cartuchos, estas palabras iban a tratar sobre algo diferente, pero ya ven, hay ocasiones, como está, en las que las empezamos a disparar y adoptan vida propia, y por este motivo, a veces, se disparan cartuchos narrativos equivocados, que terminan haciendo daño. Espero que este no sea uno de esos casos. 

A veces, cuando escribo, me gusta guardar algunos cartuchos de los cuales pienso que, a futuro, pueden servir mejor en otro escrito, pues también creo que la manera en que las palabras salen disparadas, dependen de factores que están fuera de nuestras manos, qué sé yo, el tiempo, el lugar, agrupémoslos mejor en algo que llamaremos momento; un momento para el que las palabras fueron hechas y que si las logramos disparar en él, ocurren cosas maravillosas. 

Que bueno sería poder llegar a buenos términos con las palabras. Saber cuándo dispararlas y cuándo ahorrarlas; poder descifrar ambos momentos con facilidad, para complicarnos menos y hacer la vida más llevadera.

jueves, 8 de noviembre de 2018

Cuchilla y dos canciones

Salgo a comprar una de esas cuchillas con las que uno se corta la cara afeitándose, de esas que con el más mínimo corte que hacen y por más pequeño que sea, a veces parece que uno se fuera a desangrar. Recuerdo, cuando era pequeño, que mi padre, tenía en su kit de baño una piedrita, no sé de qué material era ni cual es su nombre, que servía para esas cortadas. Solo bastaba pasarla por el lugar del corte, y ya; eso sí, ardía como un condenado, pero era mejor aguantarse eso, que pasar varios minutos haciendo presión con un pedazo de papel higiénico. 

Les decía que salí. Ya es casi de noche y me dirijo hacia una droguería que queda cerca y que supongo, todavía está abierta, pues caso contrario me tocaría caminar más hasta un supermercado. La verdad es que hago fuerza para que este cerrada; aunque hace frio, me entraron ganas de caminar, hecho potencializado por Bloodsucker, la primera canción que me ofreció el dios de la aleatoriedad en mi mp3. Me pierdo en la letra y me pongo a cantarla: “…got a long Story that I wanna tell, to a rythm that I know so well…”. Esa formación de Gillan, Glover, Blackmore, Lord y Paice es, en mi humilde opinión, es la mejor que ha tenido Deep Purple. 

La canción acaba y mi mente cae en un tema que toqué con una amiga en la mañana. Hablamos sobre esos momentos en los que uno se siente desubicado, esos en los que, a primera vista, nos vemos bien, pero estamos mal, como si fuéramos una paradoja andante que vaya a saber quién la puede descifrar; ustedes saben a que me refiero, eso de andar por ahí bien mal o mal bien, de ser un oxímoron viviente. 

Me cuenta que últimamente se ha sentido así, que a veces siente que no tiene ni idea de qué hacer. Le digo que no se estrese que, si de saber qué es lo que tenemos que hacer se trata la vida, la verdad es que todos estamos improvisando, pero también recalco que no se fíe mucho de mis consejos, pues a veces siento que soy la voz de la inexperiencia. 

Ya que estoy hablando del tema de nuevo, pasa y ocurre, estimado lector, que a veces nos cortan o nos cortamos las emociones y estas comienzan a arder y entonces uno, por más chacho que se crea, se quiebra, pero también recuerde estimado lector y tenga siempre presente lo que dijo Leonard Cohen: “En todo hay una fisura, es así como entra la luz.” 

La droguería estaba abierta, pero no tenían cuchillas sueltas y me tocó comprar una más cara, a la que se le pueden comprar hojas nuevas, hojas listas para cortarse. En resumidas cuentas fue un gasto que no quería efectuar, pero necesario, en fin. 

De vuelta a la casa el dios del random nuevamente me trata bien y esta vez me ofrece Once, canción que abre el Ten y que me encanta. La voz del Vedder en ese entonces estaba perfecta. 


“Once upon a time I could control myself 

Once upon a time I could lose myself”

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Chat con el más allá

Deja para mañana lo que puedas hacer hoy, a veces parece ser una de las máximas que rigen mi vida. Hoy se me acabo el liquido para mis lentes de contacto, algo que vi venir desde hace días, pero siempre pensaba: “mañana miro si lo compro”, hasta que hoy fue ese mañana en el que finalmente me tocó buscar donde comprarlo. 

No sé que ocurre con los líquidos para lentes duros como los míos, pues parece que todos están agotados. La marca que  utilicé desde que me los recetaron, la descontinuaron de un momento a otro y conseguí algunos de los últimos frascos que parecían rondar en el mercado, hasta que finalmente desapareció por completo. 

Ahí me tocó comenzar a ensayar diferentes marcas, muchas coquito la verdad, hasta que por fin di con una que me funcionó. Hoy me metí a la página web para ordenar un frasco y la foto del producto tenía un sello al lado, que decía “agotado” en letras mayúsculas.  "Otra vez no", pensé.

Maldije por unos segundos, no muchos, y me puse a buscar otro distribuidor, hasta que di con una óptica que lo tenía. En su página web había un botón que decía “chatee con nosotros”. Desconfiado abrí la ventana del chat y pregunté que si tenían el líquido. Al rato me contesto una muerta, Adriana Cuellar para ser precisos, nombre que utiliza ahora en su nueva vida como bot conversacional ¿Cómo saber que uno está chateando con un humano y no con un robot o un muerto? 

Debo aclarar lo del muerto. Una vez vi un mini-documental de una mujer que había fundado una empresa de tecnología con su mejor amigo. De repente el hombre murió y su amiga quedó desolada, pues era más o menos su todo, incluso creo que era el amor de su vida, pero la mujer nunca lo confirmó ante cámaras, en fin, el hecho es que como la mujer se quedó sola de la noche a la mañana; días después del fallecimiento de su amigo, decidió pedirle a todas las personas que lo conocían, las conversaciones que habían tenido con él a lo largo de sus vidas: chats, E-mails, mensajes de voz, etc. Cuando reunió toda la información, la mujer configuro un bot con ella, con el fin de poder charlar con su amigo por WhatsApp. La mujer afirmaba que seguía ingresándole información al bot conversacional y que era increíble porque a veces si sentía que estuviera chateando con su mejor amigo, y que lo mejor era que podía hacerlo a cualquier hora del día. 

Por eso dudé mucho si en abrir o no la ventana de chat, la verdad pocas son las ganas que tengo de chatear con un muerto, así sea uno lejano.

martes, 6 de noviembre de 2018

Sola

Luego de unos exámenes de sangre, en ayunas, voy a desayunar a un café. El lugar está casi solo; únicamente hay un par de personas en la terraza, y adentro una mujer ocupa el puesto de una mesa que da hacia una ventanal.

La mujer toma café de forma espaciada. Cada vez que levanta la taza, la lleva muy despacio hasta la boca, le da un sorbo y la vuelve a poner, con delicadezasobre la mesa; parece ser  un ejercicio que realiza a plena conciencia. 

Mira fijamente un punto fijo más allá de la ventana, que da a la terraza del lugar. Supongo que posa su mirada sobre algo del entorno, cualquier cosa: una silla, la rama del único árbol del lugar, de la que cuelgan unas luces; las mismas luces, en fin; pero eso que mira tan fijamente, es muy probable que no coincida o tenga nada que ver con el lugar en el que se encuentra su mente, pues a todos nos pasa, nos enredamos con un recuerdo, una fantasía, una angustia y habitamos un espacio diferente al físico.

Me parece que la mujer esta sola, y cuando digo sola, me refiero a que está y no está, además de no tener nada a la mano que la distraiga, como su celular por ejemplo, que contrario a ella si está en el lugar y sobre la mesa. En medio de su estado contemplativo, el objeto le importa en lo más mínimo pues la mujer, creo yo, disfruta estar sola en ese otro lugar que comparte con sus pensamientos.

únicamente le da sorbos a la taza de café, sin mover nada más que su brazo izquierdo. Me pregunto en qué pensará, qué decisiones ha tomado en lo que lleva ahí sentada, mientras el resto de los mortales nos anestesiamos con nuestras rutinas.

Un hombre entra en la escena, la saluda y la saca de su estado contemplativo; luego pone un maletín sobre la mesa, hace ruido con la silla en la que se va sentar y se inclina para darle un beso en la mejilla. 

¿Seguirá sola la mujer?

lunes, 5 de noviembre de 2018

Pasos en la madrugada

Salimos del sitio en la madrugada y caminamos por un tiempo. Varios tratan de que Jay, un mexicano, no se tropiece con las personas que ocupan las acera, ni que se entretenga conversando con alguna mujer que no conocemos. No hay rastro de Miguel, su wingman, otro mexicano. 

Me alejo de mi esquina; quiero decir que me alejo de la esquina desde la cual siempre pido transporte cuando me encuentro en ese sector. Nos detenemos y estoy algo desorientado. Pienso que me excedí, y que más tarde me va a doler la cabeza. 

De repente ya todos saben para donde se dirigen, con quién y cómo se van a ir, mientras a mí, se me confunde el sur con el norte, las calles con las carreras. A mi lado está Andrea, una mujer que solo conozco desde hace un par de horas y que luce angustiada. Como nos dirigimos hacia el mismo lado, le digo que si quiere yo me voy con ella. Al resto de personas les parece bien mi propuesta y, ahora sí, se dispersan. 

Andrea me pregunta que si vamos a coger el carro juntos. “¿Pero primero vamos a pasar por tu casa?”. “Sí, ponemos dos direcciones, primero la mía y luego la tuya”. Parece no gustarle mi propuesta y se estresa. “¿Ahora qué hago?”, pregunta al aire, mientras yo cancelo un carro que reserva la carrera, pero que está muy lejos. 

Le digo que no, que tranquila, y la invito a que caminemos a la esquina. Andrea hace un puchero y me dice que no, que no quiere caminar más, y me da a entender que tiene un cansancio similar al de haber corrido una maratón. “¿Qué le pasa a esta cosa?”, pregunta ahora refiriéndose a su celular al que, al parecer, no le funciona el gps, pues no la deja escribir la dirección completa. Le digo que me deje intentarlo. Con el celular en mis manos,  pero mi gps interno fallando,un modelo que no conozco, no encuentro la tecla #, hasta que por fin lo logro, pero es verdad, la aplicación no deja poner la dirección completa. 

“Ay! Mira, ahí salieron ellos”- me dice, refiriéndose a una segunda tanda del grupo de personas con las que estábamos, que, de repente,aparece cerca de nosotros. “Yo mejor me voy con ellos. Le dijo que bueno, que lo siento por no haberle podido ayudarla a llegar a su destino, y me dice que tranquilo, que no hay problema. Se ve un poco más calmada. 

comienzo a caminar hacia mí esquina, y luego de unos pasos por fin me ubico. Ahora pienso en “El Sereno”, ese enemigo invisible, que nos acecha en las madrugadas. 

Por fin llego a la esquina de siempre, mí esquina, y me siento en un murito. Pido el carro y está a 8 minutos. Guardo el celular en el bolsillo y me dedicó a ver las personas que caminan a esa hora, un par de ellos van disfrazados, veo a una chilindrina y a una diabla. De repente un hombre con una guitarra se para enfrente mío y comienza a tocar una canción. Evito el contacto visual porque no tengo dinero para darle, pero el hombre no se mueve y sigue tocando: “Es ligero equipaje para tan largo viaje, las penas pesan en el corazón…”, típica canción de un Guitarrita

Otro hombre, que viene caminando de norte a sur por la misma acera en la que se encuentra este concertista de madrugada, lo empuja. No sabemos si no le gustan los “guitarritas”, la canción o qué es lo que le ocurre. El empujón hace que el hombre termine su canción antes de tiempo. “¿Qué le pasa a la gente?”, alega. Tiene razón, “¿Qué nos pasa?”, me pregunto. Por fin lo miro, le levanto un pulgar, y me pide una moneda; hago un gesto indicándole que no tengo, sonríe y sigue su camino. Luego un grupo compuesto por dos hombres y una mujer pasan por el lugar. Discuten lo bien que la pasaron. Uno de ellos lleva una botella de Tres Esquinas, en sus manos, y los otros dos vasos plásticos. 

El carro por fin llega.

sábado, 3 de noviembre de 2018

Bolsas plásticas

Una mujer ser acerca a  la barra en la que estoy leyendo y comienza a hablarme. Saca unas bolsas plásticas de su maleta y me cuenta que las está vendiendo para pagar sus estudios. 

Le dijo que no gracias, que no estoy interesado, ¿para qué hacerle perder su tiempo? Responde algo que no entiendo, pues habla muy de afán, y le vuelvo a repetir que no gracias. ´La sonrisa con la que inició su discurso se esfuma y ahora me mira con, creo yo, algo de rabia. 

Decide abordar al hombre que está sentado a mi izquierda, que tiene varios papeles en desorden sobre la barra, maneja una calculadora como si su vida dependiera de oprimir los botones, y hace anotaciones con un esfero rojo; ¡Rojo! 

Ls mujer le echa el mismo discurso de hace un momento, y el hombre, un sesentón con gafas y aspecto bonachón, sonríe como si estuviera escuchando a una nieta que le cuenta algo. 

“¿Qué estudias?”, le pregunta el hombre esbozando una sonrisa pícara 
“Relaciones internacionales” 
“¿En dónde?”. La mujer, algo incomoda ante la cercanía verbal de su nuevo interlocutor, le contesta algo que no logro entender 
“Ahh ya, ¿y de dónde eres?” 
“De acá de Bogotá” 
“¿Rolita como yo?”—!Rolita!, contraataca  el hombre, en su juego de pregunta-respuesta 
“La mujer sonríe pero con desgano, y no responde nada. 
“¿Y cómo te va con eso, si has vendido?” 
“Hay días buenos y días malos”, responde de forma seca. 
“Pero es que yo no utilizo de esas cosas, dice el hombre refiriéndose a las bolsas, como si fueran una prenda de vestir. 
“Sirven para todo: para canecas de basura grandes y papeleras” 

El hombre se mete la mano al bolsillo para sacar unas cuantas monedas que luego deja caer en la palma de la mano de ella cuando  estira el brazo, acción acompañada con la frase: “Estás muy linda”, que parece subrayar en un rojo pasión. 

“Gracias”, responde ella de forma escueta, da media vuelta y abandona el lugar rápidamente.

jueves, 1 de noviembre de 2018

La distancia

La distancia corroe los afectos, especialmente el amor y el cariño. Es difícil precisar a quién afecta primero, si al que se va o el que se queda, pero algo quiebra en las relaciones, y no solo me refiero a las amorosas, aunque parece que son las que más perjudica. Muchas veces he escuchado historias acerca de parejas de novios que deciden terminar, cómo no queriendo dejarse joder por ella, justo antes de que alguno de los dos tenga que realizar un viaje prolongado. 

Otras veces, como le pasó a una amiga, la pareja decide desafiarla y continúan la relación uno acá, el acá que le aplique a cada quien, y el otro allá, ese allá motivo de estudio, trabajo o la razón que sea, y a veces lo logran, pero cuando la separación termina y se supone que la relación vuelve a su cauce habitual, que todo vuelve la normalidad, vuelvo e insisto, parece que algo se hubiera quebrado; al final la relación de mi amiga no aguantó la embestida que la distancia le había dado y todo se fue al traste, que vaya a saber uno dónde queda, pero que definitivamente no es un lugar para los noviazgos. 

También está el caso de los parientes que dejaron su país, y se fueron a buscar suerte en otro lugar, solos o con toda su familia. Parientes que, aunque llevan varias décadas por fuera, la nostalgia de estar lejos de los suyos todavía les pega duro, y cada vez que llaman a hablar con esos "suyos", que ya son otros, quieren hacerlo por horas enteras; hablar sobre todo, lo que sea: el clima, la política, los deportes y cualquier otro lugar común que esté a la mano, y también sobre temas trascendentales, de esos que evitamos mientras la rutina del día a día nos envuelve. ¿Y qué pasa?, que al que llaman no se siente igual, no le pesa la nostalgia, y en cambio está preocupado por sus cosas: la casa, el trabajo, el dinero, las deudas, los hijos, en fin, lo que sea que ocupe su mente y prefiere evitar esas conversaciones pues le molesta ese dejo sentimental. 

Pero igual ahí vamos, tratando de ganarle el juego a la distancia.