miércoles, 5 de diciembre de 2018

Ubicuidad narrativa

Ubicuidad, me gusta esa palabra, es sonora, ¿no? Me gusta porque no se utiliza en las conversaciones habituales que tenemos. Cuando la incluimos en nuestro discurso, casi siempre hace referencia a la capacidad que tiene Dios de estar aquí y allá en un mismo instante. 

Imaginemos entonces a Dios, sin ánimo de ofender a nadie, mucho menos al mismísimo Dios, que puede estar aquí, ahora mismo, examinando estas palabras, como ese punto de vista en tercera persona, que tiene una visión periférica del mundo que en el que se desenvuelve la historia, y que narra de manera omnisciente, reportando las acciones y eventos que observa. 

A veces he escuchado decir, a personas que están muy ocupadas o que tienen varias cosas por hacer, frases tipo: “necesito poseer el don de la ubicuidad” para, ya sabemos, estar en dos lugares al mismo tiempo. Qué necesidad tan enfermiza de ser eficientes, de andar a mil, de abarcarlo todo, de no perdernos nada. De todas maneras, uno intenta apostarle a ese don de diferentes maneras. 

Justo en este momento, tengo dos ventanas de Word abiertas. Estaba, digamos, presente en otro documento, en otro texto y me aburrí de escribirlo, así que abrí un documento nuevo para escribir esto. Mientras lo hago, intento darle vueltas en mí cabeza al otro texto para ver como lo voy a abordar, de qué manera lo voy a desarrollar, pero apenas comienzo a teclear en este, esas ideas sueltas que apenas se estaban formando en mí cabeza, se desvanecen como el humo de una fogata. 

Esto me hace pensar que no puedo estar presente en dos textos al mismo tiempo, y que no poseo ubicuidad narrativa, es decir, tengo que prestarle toda la atención a lo que estoy escribiendo, porque como lo dijo Pedro Mairal, escribir significa bienestar, estar bien, estar presentes, que también significa dejar el afán.

martes, 4 de diciembre de 2018

Minutos para morir

No sé cuánto tiempo me queda para escribir esta entrada. ¿5,10, 15 minutos?, ¿por qué pienso de cinco en cinco y no digo 13,4, por ejemplo? Lo hago, me refiero a escribir, mientras espero a un amigo para irnos juntos a una reunión. A veces fantaseo con el tema, es decir, en pensar que lo que estoy escribiendo es lo último que voy a escribir en toda mi vida, porque la muerte está a punto de visitarme. 

Hace mucho pensaba con frecuencia, sin llegar a obsesionarme, en el tema. En una temporada que me aficioné a jugar buscaminas, apenas comenzaba el juego imaginaba que me encontraba secuestrado con mi familia y que uno de los secuestradores me ponía una pistola en la cabeza y me obligaba a jugar ese juego. Tenía que ser el mejor juego de toda mi vida, pues equivocarme y explotar una mina, significaba la muerte de mi familia. La verdad fueron más las veces en que mi familia murió que las que la pude salvar, en fin. 

Ponerse tiempo para escribir funciona, algo hace, como que obliga a que uno haga conexiones forzadas, y a apostarle a la intuición y al instinto, creo yo. 

Hace un tiempo, una amiga escribió un cuento que título 4 horas, solo porque ese era el tiempo que tenía para escribir. Al final lo que surgió de esa restricción, fue un cuento muy chévere de un hombre que sabía que le quedaban cuatro horas para morir, porque había visitado a un brujo para que le leyera el futuro y este predijo el momento exacto de su muerte. 

El cuento, en el que el protagonista escribía una carta si no estoy mal, acaba en medio de una frase sin terminar pues al hombre se desplomaba encima del escritorio. Puede que la idea de morir escribiendo suene algo romántica si a uno le gusta escribir, pero yo la verdad prefiero que la parca no me visite cuando lo esté haciendo, bueno, de hecho no quiero que me visite nunca, eso creo, pero dudo ser inmortal.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Amarres

Un escritor cuenta que una vez, cuando aún vivía con sus padres, encontró un amarre enterrado en una matera de su apartamento. Dice que no tiene ni idea quién lo puso ahí o quién quería hacerles daño. Su esposa dice que siempre que él cuenta la historia, varias personas se sienten identificadas y cuentas las de ellos, acerca de cosas u objetos extraños que encontraron en sus viviendas. 

Creo no creer, valga la redundancia, en esos temas, pero siempre queda abierta una rendija en mi cerebro por la que se cuelan preguntas tipo: “¿Qué tal si…?”. Podría decir que es un tema que me interesa, pero como de lejitos, que me intriga y da algo de miedo al mismo tiempo.

Con la historia del escritor fresca en mi cabeza, decido leer sobre el tema y hago una búsqueda rápida en Internet. Espero encontrarme con una crónica, un suceso narrado en primera persona, un acercamiento literario, digamos, al tema, pero solo encuentro artículos flojitos. Decido leer uno que se titula: “Qué debes hacer si encuentras un amarre en tu casa”. 

El artículo describe brevemente en qué consisten los amarres y luego da una serie de pasos de cómo se debe actuar ante uno. Algo que se repite mucho en el texto, es que por nada del mundo debe uno tocarlos o recogerlos para botarlos a la basura; que se debe tener mucho cuidado al interactuar con ellos. Habla de utilizar la mano izquierda y depositarlos en bolsas negras. 

También menciona mucho el uso del agua bendita, que se debe rociar por todo lado: en la vivienda, en el lugar en el que se encontró el amarre, sobre el artefacto de brujería, en fin, no estaría de más bañarse en agua bendita, pero la pregunta es, ¿dónde consigue uno ese tipo de agua? Sí, me imagino que están pensando en una iglesia, pero como se accede al líquido divino, es decir, ¿visita uno a al sacerdote con una botella o garrafón plástico en la mano y simplemente le cuenta lo que ocurre, para que por favor los llene? 

Recuerdo que en una iglesia que solía visitar cuando era pequeño, las columnas tenían incrustadas unas vasijas de mármol que, se supone, tenían agua bendita o, por lo menos, así lo aseguraba un cartelito que colgaba encima de ellas. 

Muchas veces imité el gesto de los adultos que pasaban por su lado metían un dedo y se santificaban en la frente; solo porque sí, pues no está de más protegerse un poco con esa agua, ¿acaso no? Al poco tiempo dejé de hacerlo, no porque no quisiera, sino porque nunca más volvieron a echar agua en las vasijas, quién sabe qué ocurrió con la santificación del agua por parte de los sacerdotes de la iglesia, en fin. 

Volviendo al artículo, este también decía que es un gran error quemar o botar lo que sea que se encuentre, pues eso no asegura que se deshaga el hechizo o maleficio, sino que lo que se debe hacer es llevar lo que sea que se encuentre a un experto en el tema, para que analice que tipo de conjuro es y estudie cuál es la mejor forma de revertirlo. 

Qué engorroso esto de los amarres, todo: hacerlos, padecerlos, deshacerlos, etc.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Inversiones

“¿Qué quieres?”, pregunta un hombre que camina de forma despectiva con los pulgares dentro del pantalón, y con las puntas de sus botas marcando las 10 y 10. 

Su acompañante, una mujer rubia con los labios pintados de un rojo intenso, y que lleva un pantalón oscuro muy forrado al cuerpo, que termina en unos tacones de más de 10 cm, que resuenan contra las baldosas con cada paso que da, le pregunta al tendero: “¿Tienes late?”. 

Una mesa con cinco mujeres y un hombre voltean a mirarlos por unos segundos, pero pierden rápido su interés por la pareja que acaba de llegar al lugar y vuelven a su cuchicheo. 

“Tenemos perico, café, milo, chocola…”, responde el tendero, y antes de que termine la frase la mujer lo interrumpe y dice con entusiasmo: “¡eso! ¡eso! dame un milo.” 

La mujer escoge en qué mesa se van a sentar, y el hombre, que aún no ha decidido que va a pedir y ya con las manos fuera del cinturón, pregunta hablando muy fuerte: 

“¿Y estas aguas de qué son?”. 
“Aloe Vera”, responde el tendero. 
“¿A cómo son?”. 
“a $1600 y $1300” 
“Dame una de $1600 dice el hombre fuerte, como para que todas las personas se enteren de sus saludables hábitos alimenticios.” 

Apenas se sientan comienzan a hablar de inversiones en finca raíz. “Si la vendo en 230 millones, me estoy ganando 40 millones”, dice el hombre, y en medio de las inversiones que relata cuenta una anécdota tras otra, y ríe fuerte de sus propios comentarios. 

La mujer, la amante del Late pero que tuvo que decantarse por un  milo, ríe, pero es una risa nerviosa, una risa tipo: Noséquémierdashagoacá

El hombre termina una historia y se queda callado. La mujer comienza a hablar y le da consejos de qué es lo que debe hacer y de qué forma debe manejar sus importantes inversiones.

El hombre le da las gracias y le acaricia una mejilla con la mano derecha.

viernes, 30 de noviembre de 2018

Lenguaje corporal

Salgo de una reunión y decido que debo comprarme un libro. No es un pensamiento muy racional, pues no sé en qué baso la decisión, pero una vez tomada no le doy marcha atrás: hágale que no viene carro

Visito ArteLetra, con su sugestivo aviso rojo de neón, “Abierto”, en letra cursiva. El hecho de que sea necesario timbrar para poder entrar, hace que asocie el lugar con un escondite secreto. Ya adentro, me gusta que parece no haber espacio para ubicar más libros. 

Como finalmente no pude conseguir el artículo “Bienestar” de Pedro Mairal, algo me dice que debo leer al autor pronto, así que pregunto por sus libros. La librera me dice que un momento mientras teclea el nombre en el sistema. “No, lo siento, no tenemos ningún libro de él”. Para no perder el impulso, pregunto que si tienen novelas de Millás, pero tampoco tienen libros de ese autor. Le doy las gracias y me despido. 

Recuerdo que Prólogo está cerca y decido visitarla, no sin antes llamar para verificar si tienen alguna novela de Mairal. Mauricio Lleras, su fundador, es quién contesta. Después de preguntarle por los libros, me pide un momento y al rato me dice que tiene dos de sus novelas: La Uruguaya y una noche con Sabrina. Love “ ¿Cuánto Cuestan?”
“La Uruguaya 42.”
“ ¿Y la de Sabrina?”
Mmmm tengo que mirar bien, porque me sale en el sistema que no cuesta nada”. Le doy las gracias y le digo que paso en un rato. 

Cuando llego le digo que fui el que llamo hace un momento. Me muestra las novelas y me dice que la de Sabrina Love, la primera novela de Mairal con la que recibió el premio Clarín, cuesta $8000. Con ese precio es imposible no llevarla. La Uruguaya me llama la atención pero la considero muy corta para su precio.

Le pregunto a Lleras qué es lo último que ha llegado y que él considere que uno debe leer, me nombra un par de novelas y menciona con entusiasmo una colección de cuentos de Rubem Fonseca. Le digo que ya leí una, me pregunta cuál y le digo que es una que trae todos los cuentos. “Pero por la cara que hizo parece que no le gustó mucho”, concluye Lleras.

No sé qué cara hice, pero el lenguaje corporal me delató; Lleras tiene razón. Le tenía mucha expectativa a los cuentos de Fonseca por lo que había escuchado acerca de El Cobrador, uno de sus cuentos estrella, pero, a la larga, sus cuentos no me engancharon mucho. Siento algo de pena, pena de no tener una capacidad de apreciación literaria aguda como la que, supongo,   tiene Lleras, pero cada quién con en su derecho de calificar los libros como mejor le parezca, ¿acaso no?

Al final, gracias a otro impulso, decido llevar Memoria por Correspondencia de Emma Reyes.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Bienestar

Hace un par de años tuve una cita con un oftalmólogo. La sala de espera, que no era más que el hall al que daba el ascensor de un frio edificio, estaba compuesta por una hilera de sillas acomodadas contra la pared, que terminaba en una mesa con algunas revistas encima. 

Ese día no llevaba ningún libro conmigo, error garrafal si uno va a una consulta médica, así que aburrido de, en o con la espera, decidí hojearlas. Todas eran revistas médicas, pero una de ellas, aparte de noticias de cirugías de vanguardia y recomendaciones para cuidar la salud tenía un par de artículos. 

Uno de ellos se titulaba Bienestar y su autor era el escritor Pedro Mairal. Un pequeño párrafo, previo al artículo, decía algo como: “Le encargamos al escritor argentino un artículo sobre Bienestar…”. 

Comencé a leerlo y el texto captó toda mi intención solo con sus primeras líneas. Trataba sobre unas vacaciones que había tomado con su familia en una casa de campo y partía el concepto de Bienestar en dos: Bien-Estar y lo relacionaba con la escritura. Escribir es estar bien o bien estar, estar presentes, algo así planteaba el autor. Además tenía unas imágenes bellísimas como la manera en que la luz del sol se filtra a través de las ramas y hojas de los árboles. 

Antes de mi cita leí el artículo varias veces, deteniéndome a saborear las frases que más me habían gustado. Ese día pensé en llevarme la revista o por los menos arrancarle las páginas, pero al final no lo hice, ¿Por qué no lo hice? 

El texto me quedo dando vueltas en la cabeza, lo busqué e internet y di con la versión digital; lo volví a leer e incluso se lo envié a un grupo de amigos para que leyeran mi gran descubrimiento. Estaba aturdido por esa descarga de buena escritura. 

En estos días, no sé por qué, me entró una gran urgencia de leerlo de nuevo, pero ahora no lo encuentro por ningún lado. Todas Mis búsquedas en internet con todo tipo de combinaciones: Bienestar Pedro Mairal, Pedro Mairal Bienestar, artículo sobre bienestar Pedro Mairal, han sido fallidas, y tampoco he podido dar con el mail que contiene el link del artículo. 

De pronto ya desaparecio de internet, creo que eso a veces ocurre, ¿no? al parecer los enlaces caducan y pasado cierto tiempo mueren, por decirlo de alguna manera. 

Le envié un tweet a Mairal preguntándole por su artículo y dónde lo puedo conseguir, ojalá me responda.

martes, 27 de noviembre de 2018

Sensación apocalíptica

El mundo va a arder y nosotros con él. 

Acabo de ver una publicación de Twitter que mostraba videos de manifestaciones contra la cumbre G20 en Argentina. En el hilo, me refiero a la conversación, o bien, gritería virtual, participaban muchas personas disparando opiniones en todas direcciones, unos a favor de las protestas exigiendo sangre y muerte sin importar a que bando pertenezcan las personas, es decir, las que protestan, las que no, las que están mal parqueadas, etc. Otros estaban a favor de manifestaciones pacíficas, pues alegan que ser violentos no tiene sentido. Con respecto a esto último, los primeros afirman que nada de pacifismo, que en las manifestaciones tienen que haber piedras, motines, gases, heridos, etc. de lo contrario ¿qué sentido tienen? Aparte de esto, la conversación también estaba salpicada por videos e imágenes de otras protestas actuales en Francia y Suiza. 

Llegar a un acuerdo en estos temas que generan tantas pasiones es difícil, pero a lo que voy, lo que quiero decirles, es que hay veces, con noticias como esa, en las que siento que el mundo está a punto de arder, que se encuentra inmerso en una tensa y falsa calma, como la cuerda de una guitarra recién afinada que está a punto de vibrar. 

Un economista, si no estoy mal (y ya había escrito sobre esto, pero me repito, porque uno se repite con los temas y muchas veces se es como un viejo que siempre cuenta las mismas historias) hablaba sobre esto, y decía que el mundo en la actualidad es como una bomba de tiempo, y pues que no tiene sentido alguno renegar del estado de los eventos actuales; que lo que en verdad nos debería preocupar, lo realmente crítico e importante, es preocuparnos por identificar nuestro momento Franz Ferdinandezco, haciendo referencia al evento que desató la primera guerra mundial, es decir, mirar que es lo que va a quebrar esa falsa calma del mundo y lo va a hacer arder.