miércoles, 6 de febrero de 2019

Notas

Me atrevo a decir que las notas son imprescindibles para escribir, y me refiero a todas esas anotaciones que hacemos a mano, en el celular, en notas de voz, valga la redundancia, etc. acerca de imágenes, palabras o frases con las que nos topamos o que, de repente, aparecen en nuestro cerebro. 

Ojalá que uno tuviera una memoria prodigiosa como, digamos, el personaje de Lisbeth Salander, la protagonista de la novela Millenium de Larsson, pero no, uno es más bien propenso a olvidarlo todo, y para eso sirven las notas, para que esas imágenes, frases, por qué no párrafos, a las que nos enfrentamos o que brotan misteriosamente en nuestro cerebro, no se pierdan en las profundidades del mismo. 

La ecsritora Anne Lamott cuenta en su libro Bird by bird que uno de los peores sentimientos en los que puede pensar, es en tener un maravilloso momento o acierto, o captar una imagen y luego perderla; por eso siempre lleva consigo unas fichas de un sistema de anotación que diseño, y afirma: “Una de las cosas que ocurren cuando te das permiso de comenzar a escribir es que comienzas a pensar como escritor. Comienzas a ver todo como material”. 

A mí me gusta escribir las notas en una libreta, cuando la llevo conmigo, o si no las anoto en mi celular en una de sus aplicaciones de fábrica, que también lleva por nombre: “Notas”. Cuando las hago en la libreta y a modo de manía, procuro escribirlas con un esfero negro de gel, si lo tengo pues me la paso perdiéndolo y encontrándolo en diferentes rincones de mi cuarto. 

El método del escritor Ricardo Silva consiste en, cada vez que cree que algo le puede aportar a lo que sea que esté escribiendo, enviarse un mail, y así, cuando se sienta escribir, sabe que eso que lo impacto esta ahí, en forma de frase o palabra. 

Hace un rato escribí un artículo de una charla al que le tenía pereza porque había dejado pasar mucho tiempo para hacerlo. Fui a una de mis libretas, por el momento son dos, y las notas que tomé, aunque me toco desenredar una letra apeñuscada, con más apariencia de garabato que cualquier otra cosa, me ayudaron mucho para poder escribirlo.

Sin las notas un escritor no es nada.

martes, 5 de febrero de 2019

Amor telepático

De Vuelta al hotel mi hermana tiene sueño y no tiene ganas de comer, lo único que desea es rendirle un sincero homenaje a Morfeo. Yo también tengo sueño, fue un día largo de mucho caminar y calor, y muchos vasos de jugo de piña con hielo. 

Aparte del cansancio yo si tengo hambre, y a esta la acompaña un antojo de sushi. La culpa de que me agrade ese plato oriental la tiene María Angélica, con quien salí hace ya varios años.  En nuestra primera cita escogió comer eso. En ese entonces no se me pasaba por la cabeza comer pescado crudo, pero lo probé y me quedo gustando. Después de 4 meses las cosas con María no salieron bien, pero quedó el sushi, es decir, el descubrimiento de mi gusto por ese plato. 

Le comunico el antojo a mí hermana y me dice, con voz y cara de cansancio, que me va a acompañar, así ella no vaya a comer. Le digo que tranquila, que se quede durmiendo; igual no me parece traumático comer solo, incluso, a veces me gusta hacerlo. 

Salgo a deambular por el barrio en actitud flánerie, y a pocas cuadras encuentro un restaurante de sushi. La puerta del local es pequeña, pero apenas entro, revela un restaurante amplio. El lugar está muy lleno, y casi todas las mesas están ocupadas por 2 o más personas que levantan sus voces y risas sobre la música del lugar. 

Me siento en una mesa florero, en medio de la mitad de otras tantas, con personas que ríen, beben y comen. 

A mí lado derecho hay una pareja. La mujer tiene la piel bronceada, una camisa que deja ver sus hombros, con un escote que también deja ver el inicio de sus senos que desafían la gravedad; una falda que a ratos parece pantalón y ratos lo contrario, y unos zapatos cafés con tacón de plataforma. Su cara está pintada de manera que sus ojos resaltan; son negros de pestañas largas. De vez en cuando le da sorbos a un cóctel de color amarillo intenso servido en una copa de martini, ubicado estratégicamente para que solo tenga que inlcinarse levemente hacia adelante cada vez que lo quiere probar. 

El hombre lleva una pinta más relajada: Una camisa azul con las mangas arremangadas, jeans con algunos rotos y unos zapatos cafés que lucen cómodos. A su lado hay un vaso de mojito al que solo le quedan las hojas de hierbabuena apachurradas en el fondo. 

El lenguaje corporal de la mujer, reclinada en la silla y con los brazos cruzados, es desafiante, junto con una mirada muy seria, que contrasta con sus finas facciones. Es una lástima que no sonría. 

Parece que evitan sus miradas; ella inmersa en sus pensamientos y él prestándole atención a un televisor que muestra unas imágenes de mujeres surfeando,  con cuerpos tonificados, y que castigan las olas con latigazos de sus tablas. 

Me pregunto si sostienen una conversación telepática; si ese silencio prolongado es su forma de quererse, porque ¿quién dice que el amor es solo abrazos, diálogo y besos? 

La mesera llega a su mesa con un plato de sushi muy verde, con aguacate y algún pescado blanco. El hombre y la mujer comienzan a llevarse los bocados de sushi a sus bocas y continúan sin hablar. A ratos parece que cruzan sus miradas, como si estuvieran atravesando un pico o clímax en su conversación mental, pero pronto vuelven al mutismo sentimental. 

Apenas acaban el plato de sushi, el hombre por fin pronuncia algo: “¿Nos trae la cuenta por favor?”; palabras dirigidas a la mesera que llega a recoger la mesa y a preguntarles qué tal les pareció todo. 

Poco después la mesera llega con un cofre pequeño de madera, dentro del que viene la tirilla de la cuenta. El hombre deja de mirar a las mujeres surfistas, se pone de pie y saca su billetera del bolsillo derecho del pantalón. 

“ ¿Tienes uno de 2000?”, le pregunta a su acompañante. Ella asiento con la cabeza, busca su billetera, roja y gruesa, saca un billete muy arrugado y lo pone sobre la mesa. 

La pareja abandona el lugar para continuar con su amor en silencio.

jueves, 31 de enero de 2019

Los apuntes de Juliette

Juliette era bajita, rolliza y tenía el pelo rubio y los ojos claros. La conocí en una clase de alemán y era una buena estudiante del idioma; me parecía que muchas veces cogía rápido los temas: las explicaciones sobre el dativo, el acusativo y el genitivo; los pronombres, la conjugación de los verbos, las declinaciones, que tanto cuesta cogerles el tiro, etc. 

Muy pocas veces hablé con ella, pero recuerdo una conversación que tuvimos en la que me contó que su abuela le enseñó a hablar francés y que la influencia de ese idioma en su familia algo tuvo que ver con la selección de su nombre. 

Era una persona alegre, siempre estaba riendo, y en clase soltaba unas carcajadas refrescantes. Cuando eso pasaba,  algunas veces la profesora, para aminorar el estruendo. le decía: Juliette kannst du bitte vorlesen (Puedes por favor leer en voz alta). Ella comenzaba a hacerlo con restos de carcajada en su voz.

Siempre andaba con Felipe, que estudiaba física y quien tenía dificultades para pronunciar algunas palabras como: neun y Schreiben. Los rumores decían que a él le gustaba ella, pero nunca lo vi en plan conquista, pero imagino que una cosa era la forma en que se trataban en clase, y otra, si los rumores eran ciertos, lo que hacían fuera de ella. 

Hoy, ordenando unos papeles, me encontré con un cuaderno de Juliette. Alguna vez se lo pedí prestado para sacarle copia y no sé por qué nunca se lo devolví. Era impresionante la forma en que tomaba apuntes, con miles de colores y una letra redonda y pulcra. Para mi es un misterio cómo lo hacía, pues yo, tratando de entender lo que el profesor decía y los ejemplos que daba, copiaba de afán a un solo color, negro, y luego, cuando revisaba lo que había escrito, siempre sentía que me había hecho falta copiar lo esencial, la clave del tema que estábamos viendo, así que no sé como hacía ella para escribir tan tranquilamente, como si le estuvieran dictando las cosas muy despacio.

miércoles, 30 de enero de 2019

Dos temas

Hoy en diferentes momentos del día pensé sobre qué escribir y se me ocurrieron dos temas. Intenté engancharlos de alguna manera, pero al final no se me ocurrió cómo hacerlo y por eso los voy a plantear tal cual como salgan y, me disculpara estimado lector, sin ninguna transición elegante del uno al otro. 

Este escrito,  sin duda alguna frenético, también se debe a qué hace una media hora tenía que enviar un correo en inglés y me demoré un cojonal de tiempo escribiéndolo, otro buen rato editándolo, y estoy seguro que se fue con errores de preposiciones y esas cosas. Uno cree que habla bien inglés y cuando se escribe algo en ese idioma y se lee una, dos, tres veces, suena bien, pero es como los hijos propios, a los que nunca se les ve un defecto, en fin, tal vez no sea la comparación más adecuada, pero bueno, ¿qué más da? 

Volviendo al tema no-tema, digamos, de esta entrada, el primer tema, y escribí tema muchas veces, y ¿qué van a hacer o qué?,¿de uno en uno o todos en manada? 

Lo primero que se me ocurrió fue algo relacionado con el centro, y no el político, porque apesto para hablar de política, sino en que todos, supongo, buscamos realizar actividades que nos centren, que nos mantengan en equilibrio en este mundo de locos; cada quien, entonces, busca hacer cosas que inhiban las ansiedades que desbordan nuestro cerebro, y es que las personas están en todo su derecho de actuar como quieran, por más raras que nos parezcan, ¿acaso no? 

El otro tema que se me ocurrió tenía que ver con que somos como paredes, es decir, que estamos tan anclados a nuestro punto de vista, que muchas veces lo que nos dicen, las opiniones que nos regalan, rebota en nosotros como si nada, y que por más abiertos que creamos que somos o digamos ser, muy en el fondo somos como muros sólidos, muros enfurruñados (que alegría que exista esta palabra), somos opiniones imposibles de derrumbar. 

Estoy seguro que estos temas, si se les puede llamar de esa manera, a los que les di muchas vueltas hoy en mi cabeza, se podrían conectar de manera elegante, pero tengo sueño combinado con ganas de ver una serie; dos deseos en contravía.

lunes, 28 de enero de 2019

Mariana

De vuelta a casa ráfagas de frío helado me golpean la cara. Intento cubrirme la boca y nariz con la mano, pues tengo indicios de gripa y un viaje dentro de poco, así que no quiero resfriarme. Cuando salí estaba haciendo sol y por eso decidí no llevar bufanda. Maldito clima bipolar, pienso. 

Para completar comienza a llover, así que decido hacer una parada en un café que queda cerca a la casa. El lugar es muy pequeño, solo tiene un par de sillas y una barra con un revistero empotrado en la pared. Después de hacer el pedido, un capuchino, por supuesto, los planetas se alinean y logro conseguir una silla en la barra de las revistas. Una de las que siempre está de primeras, y la más trajinada según el estado de sus hojas, es la que siempre muestra modelos ligeras de ropa; el resto son de farándula, de esas que nos cuentan que fulanito pasó unas increíbles vacaciones con Menganita en la costa Azul francesa, como si  eso nos importara, pero si nos importa o, más bien,  sufrimos de una envidia difícil de entender. 

Al lado mío hay una pareja. Parece que discuten, pero lo hacen en voz baja, con jadeos al final de sus frases que evidencian mal humor, allá ellos. Para quemar tiempo tomo una de las revistas y comienzo a hojearla. Que bueno ser famoso y tener mucho billete, pienso, no para salir en esas revistas, sino para viajar a esos lugares de playas paradisíacas y casas de campo de ensueño. La pareja, sube el tono de la voz. Miro a la mujer, una rubia que lleva el pelo crespo hasta los hombros, y tiene los ojos aguados. La situación está cargada de drama, así que me pongo a escuchar la conversación, simulando que sigo en mi tarea de hojear la revista. 

“Jose, la verdad no entiendo por qué eres así”, dice la mujer mientras se pasa el dorso de su mano derecha por los ojos” 
“¿Así cómo, Mariana? 
Mariana abre los ojos, parece ser que para ella está claro a que se refiere. 
“¿Qué te cuesta estar bien conmigo?, ¿Por qué sigues buscando a Ximena? 
“Yo no estoy buscando a nadie, no sé quién le metió semejante idea en la cabeza. 

Ahora Sostienen un pulso cargado, no se sabe bien si de odio, nostalgia, amor o una mezcla de los tres, con la mirada” 

“Voy a pagar, voy al baño y nos vamos”, le dice el hombre. 

Caigo en cuenta que ya no disimulo y que soy un espectador, en primera fila, de su discusión. Mariana me sostiene la mirada por un par de segundos y, apenado, devuelvo la mía hacia la revista. 

“¿Usted que piensa?”, pregunta ahora ella. Levanto la mirada y me encuentro con sus ojos negros, profundos. 

“Qué pienso de qué?, le respondo 
“pues de lo que acaba de escuchar”, o me va a decir que no estaba chismoseando la conversación. 
Guardo silencio, y cuando le voy a contestar, su pareja entra en el local 
“Vamos Mariana”, le  dice su pareja. 

Aprovecho ese instante para dejar la revista y abandonar el lugar. 


sábado, 26 de enero de 2019

La cama

Cuando era pequeño dormía con muchas cobijas, ninguna muy gruesa, quizá esa era la razón principal para que fueran varias; En ese entonces tender la cama me parecía súper aburridor. No es que fuera una tarea del otro mundo, pero supongo que, me tocaba esforzarme para que quedaran bien estiradas. Siempre esperé aquel día en que no me iba a mover mi cuerpo por la noche y así la cama no iba a amanecer tan destendida, nunca ocurrió. 

Mi padre, que estudió parte de su infancia en un internado, me cuenta que como eran tan estrictos les daban muy poco tiempo para que se alistaran por las mañanas antes de pasar a desayunar, así que él desarrollo una técnica: todos los días dejaba bien templadas las cobijas y al momento de acostarse se metía dentro de la cama con sumo cuidado. Cuando se despertaba, gracias al tendido de la cama y a que, no sé cómo, también desarrollo otra técnica que consistía en no cambiar mucho de posición mientras dormía, se salía, como un contorsionista, de la cama sin destenderla, y esta quedaba prácticamente tendida, lo que le hacía ganar valiosos minutos que podía utilizar para demorarse más en el baño o lo que fuera. 

Imagino que hace muchos años mi cama amanecía hecha un desorden porque era sencilla, y su pequeñez no daba para tantas cobijas y un cuerpo juntos. Desde hace unos años tengo una semidoble que nunca la utilizo toda, solo duermo en su lado derecho, que da a un mueble modular que hace sus veces de mesita de noche, y sobre el que está la lámpara que utilizo para leer. 

Cuando tenía la cama pequeña, pensaba también en cómo sería dormir en una cama más grande, y siempre imaginé que la iba a ocupar toda; nunca pensé que solo fuera a utilizar menos de su mitad como lo hago ahora. 

A veces, cuando tengo mucho calor en las piernas y pies, las estiro, como si fueran reptiles buscando una superficie más fría, para llegar a esas zonas de la sabana que están frías, pero es poco tiempo el que mis extremidades duran explorando esos confines desconocidos antes de que vuelvan al territorio del lado derecho. 

Hoy, cuando la tendí, en un principio parecía que no me había movido, un mero engaño visual, pues la zona izquierda tenía las cobijas y sabanas curiosamente enroscadas; quién sabe qué tipo de seres habitan ese sector de la cama.

jueves, 24 de enero de 2019

Alucinar

A lo largo del día voy abriendo diferentes páginas de artículos que, por alguna razón, captan mi atención. Siempre juro que los voy a leer en cualquier rato libre, pero son más las veces en que olvido hacerlo, o que ya cansado apago el computador, sin que me importen en lo más mínimo. A veces, cuando sé que no los voy a leer me da algo de remordimiento de conciencia, y me envío un E-mail con varios de esos links, pero también suelen perderse entre otros correos y al final nunca los reviso; quién sabe de cuánta información fascinante e imprescindible para mi vida me he perdido. 

Hoy abrí dos, uno que habla sobre las 30 carreras mejor pagadas y más solicitadas, y que no lo cerré porque me llamó mucho la atención la frase con la que comienza el artículo: “Las carreras universitarias son las que definen el destino de una persona”. 

Cómo están tan seguros de eso, ¿cuántas personas se dedican a hacer algo que no tiene nada que ver con la carrera universitaria que estudiaron? Y, además, ¿cómo se atreven a mencionar el destino, semejante concepto tan intrincado, así como tan a la ligera? Igual creo que conmigo lograron su cometido que, más allá de que este de acuerdo o no, consistía, supongo, en que le diera clic al enlace para enriquecer los bolsillos, con unos cuantos centavos de dólar,  de quién sabe qué persona. 

El otro artículo es sobre un neurocientífico que habla sobre la manera en que alucinamos a toda hora. Asocio la palabra, me refiero a alucinar, con la luna, es decir, con estar en la luna, englobados, inmersos en un mundo de fantasía que no es “real”, y entrecomillo esa palabra porque precisamente de eso habla ese señor de que en realidad, valga la redundancia, no hay nada real, y que no hacemos nada más que alucinar a todo momento, y que cuando nos ponemos de acuerdo en esas alucinaciones, es  eso a lo que llamamos realidad. 

¿Si lo real no existe, cómo es que nos vienen a meter el cuentico ese de las 30 carreras mejor pagadas? 

Entre otras cosas, me enteré de que la palabra alucinar no tiene nada que ver con la luna sino con alucinari, su raíz del latín que significa: vagar mentalmente con falsas imágenes.