miércoles, 27 de febrero de 2019

De libreros y recomendaciones

Hoy leí “¿Qué libro estás leyendo?”, una nota de prensa de García Márquez de Julio de 1983, que habla sobre el hábito de la lectura. Para cerrar el texto el escritor colombiano dice lo siguiente: 

“los últimos libreros bien orientados y buenos orientadores se murieron 
hace rato, y las librerías son cada vez menos lugares de tertulias 
vespertinas. Uno tenía su librero personal, como tenía su médico de 
familia y su cepillo de dientes”. 


Se me ocurre que esos libreros ya no existen porque pocos son los que quedan que atienden su propio negocio, como Mauricio Lleras de la librería Prólogo, por ejemplo. La mayoría de los que existen actualmente son empleados del dueño de la librería.  Esas personas, imagino, han leído y saben mucho sobre libros, pero varias veces he sentido que son personajes que miran por encima del hombro a esos simples mortales que visitamos las librerías y que no somos tan eruditos como ellos creen serlo. 

Sin embargo muchas veces me he acercado a ellos, pero no me ha ido bien con sus recomendaciones. No los culpo del todo, pues recomendar un libro, y dar con él en la vena del gusto de la persona que pide la recomendación es muy complicado, solo por el simple hecho de que un libro le puede fascinar a una persona y a otra no. 

Hace mucho tiempo un librero me recomendó On the road de Kerouac, uno de esos llamados “clásicos de la literatura”. Compré emocionado el libro, pero no me gustó, y traté de que así fuera, pero casi lo abandono y me costó mucho trabajo terminarlo. 

Otro libro que también me recomendaron en una ocasión fue “El hombre que amaba a los perros”, de Leonardo Padura. La historia no me pareció mala, pero siento qué es un libro muy largo al que le sobran de 200 a 300 páginas. 

Esto es solo una opinión, e imagino que existirán personas a las que les encantan los libros que mencioné. Tal vez el momento en el que llegaron a mi vida no fue el indicado, y si los leo de nuevo tal vez me sorprendan, pero eso no va a ocurrir, porque no me gusta releer libros. 

García Márquez también habla sobre eso en su artículo: 

“El gran peligro de la relectura es la desilusión. Autores que nos deslumbraron 
en su momento podrían— y casi siempre pueden— resultar insoportables.” 


Puede que la relectura funcione al revés si el libro no nos gusto la primera vez que lo leímos.

Yo a veces recomiendo los libros que me gustan. Una vez en Wilborada cuando me acerqué a la caja, estaba un viejito calvo y muy elegante, que llevaba un traje azul a rayas, corbata y un bastón, preguntando por una novela que tratara sobre la guerra en Yugoslavia en los 90. El librero no sabía cuál recomendarle, y yo me metí en la conversación y le mencioné “El chelista de Sarajevo”, una novela que me encontré por casualidad, después de conocer la historia de Vedran Smailović, quien durante 22 días, y para honrar a las 22 personas fallecidas que fueron alcanzadas por un misil mientras hacían fila para comprar pan; tocó el tristísimo Adagio de Albinoni bajo el acecho de los francotiradores.

martes, 26 de febrero de 2019

Subrayar

Estoy sentado en una barra con vista hacia la calle. Me gusta ese plan de ver pasar a la gente. La mayoría de personas que caminan solas lo hacen de afán, y algunas que van en grupo rien. El afán un tema que da para escribir libros y libros, en fin. 

A mí derecha se encuentra un libro grueso y abierto sobre la barra. Muchas lineas de las páginas de letra pequeña que están a la vista, se encuentran subrayadas con resaltador amarillo, y algunas de estas, como para reforzar la importancia de lo que sea que esta subrayado, van acompañadas de una linea negra de esfero debajo de ellas. 

Imagino que el libro es un clásico de la literatura rusa del siglo XIX; siempre asocio los libros extensos a esos escritores.

Sobre las páginas del libro reposan unas gafas de marco negro grueso, y sobre la barra dos esferos: uno gris de tapa roja y otro azul oscuro.A su lado hay una libreta pequeña que tiene unos apuntes en letra diminuta. 

El dueño del libro está de pie y también mira hacia la calle, las personas, o tiene su mirada perdida en un punto fijo del horizonte. Se me ocurre pensar que tuvo que tomarse ese momento de contemplación para absorber las ideas subrayadas, esas verdades que se encontró mientras leía y que, de una u otra forma, lo sacudieron. 

Después de un rato el hombre se sienta y de inmediato se pone a leer, actividad que intercala con anotaciones en su libreta. 

Afuera la ciudad sigue  a toda velocidad y todo pasa de largo; nada se subraya.

lunes, 25 de febrero de 2019

En la tarde

¿Qué debemos hacer?, gran dilema el que plantea esa pregunta. Hay quienes afirman que lo único que se debe hacer o más bien esperar es la muerte, ¿algo así reza ese cliché, ¿cierto?, y quienes lo pronuncian parecen envueltos en un halo de sabiduría, como si no le tuvieran miedo a esa etapa, digamos, de la vida o supieran exactamente en qué consiste. 

Pero bueno, no les vine a hablar de muerte; solo quería contarles que a lo que me refiero es que debería saber qué hacer, qué escribir justo en este momento, pero no es así. En algún momento de la tarde me puse a pensar específicamente en eso y no se me apareció ningún tema, no rescaté ningún recuerdo. De pronto mi cerebro estaba perezoso y no se esforzó en la tarea, o me distraje con cualquier pensamiento y en eso quedo la iniciativa. 

Tenía una reunión en la tarde y llegué antes para leer un rato. En el café había muchas personas que estaban sentadas solas y trabajando, o eso parecía, con computadores portátiles sobre los que algunos tecleaban frenéticamente, mientras que otros lo hacían con pereza. 

Adelante mío estaba ubicada una mujer y en la mesa de atrás un hombre. En un momento la primera se paro a saludar al segundo y este le pregunto: ¿dónde estás? y ella le señalo la mesa de la que se había puesto de pie hace un instante, donde reposaba una libreta, una taza de café de color azul claro y un par de esferos junto a un portátil de la manzanita.

La conversación que siguió al saludo fue corta, y no logré descifrar nada de lo que se dijeron, solo que el hombre mencionó muchas veces la palabra proyecto. 

Hacia el final se sumergieron en un silencio incómodo, y el hombre intentó restaurar la charla con una pregunta: “Quieres hacerte acá?”. Como antes había escuchado risas y buena intención en las palabras de ambos, o eso creí, supuse que la respuesta iba a ser afirmativa, pero la mujer contesto con un “NO” seco, desprovisto de explicaciones, y el hombre, al parecer, apenado por su pregunta contesto: “Claro estás ocupada, te entiendo”.La mujer volvió a su mesa, y el hombre continuó en la de él, como si de un momento a otro se hubieran convertido en un par  de desconocidos.

Tiempo después el hombre cambió de mesa con nuestro grupo, ya  que era numeroso, pero solo volvió a cruzar palabra con la mujer cuando esta le dijo chao, y levanto la mano para batirla de un lado a otro.

viernes, 22 de febrero de 2019

Recortes

No recuerdo cuál fue el horario del apagón en Colombia, pero tengo clavada en mi mente una imagen de estar, con mi madre y hermanos, a las 6 de la tarde sentado en la mesa de la cocina, escuchando La Luciérnaga, con la poca luz que le quedaba al día. Poco a poco las sombras de los objetos se iban inclinando hasta que la oscuridad se lo tragaba todo. 

Como la mayoría, supongo, saben, hace poco hubo una alerta por los niveles de contaminación del aire en Bogotá y se restringió el uso de carros. En la novela Lagrimas en la lluvia de Rosa Montero, que transcurre en un futuro donde, obviamente, el planeta presenta superpoblación y los recursos escasean, el aire puro se ha convertido en un lujo al que solo pocos pueden acceder. 

De pronto no estamos tan lejos de eso, y en algún momento algún empresario se le ocurrirá la “maravillosa” idea de privatizar el aire, de ver de qué forma se le puede sacar provecho económico a ese combustible del que dependen nuestras vidas. 

Hace un tiempo vi una película en la que una mujer, hija de un científico de renombre, se quedaba en la tierra, mientras todos habían emigrado en una nave espacial. La mujer vívia en una especie de domo, en el que había cultivos hidropónicos, agua y suministros para sobrevivir por mucho tiempo. 

Hablo acerca de esta película, porque el aire también tenía un papel importante. En el escenario planteado, había pocas zonas que quedaban con aire puro y cada vez que la mujer iba a la ciudad en una cuatrimoto, usaba mascara anti-gas. 

Poco a poco las zonas de aire puro se iban reduciendo y la manera en que la mujer sabía si todavía estaba a salvo en el lugar donde vivía, era por una llama de color azul de una pipeta en la entrada de su hogar. Si esa llama cambiaba de color significaba que el aire ya se había contaminado. 

¿Para cuando el primer recorte de aire?

jueves, 21 de febrero de 2019

Enredo

Un Enredo se puede traducir al inglés como entaglement, al alemán como Quantenverschränkung, y vaya a saber uno cuál será la traducción al ruso; parece que a medida que se complica el idioma lo mismo ocurre con la palabra; esto, claro está, a que no se trata de cualquier enredo, sino que estamos hablando del mismísimo entrelazamiento cuántico. 

A veces los temas me persiguen y ayer, luego de que escribí acerca de que todas las cosas y todos estamos conectados de extrañas maneras, hoy me topé con ese concepto, que algo tiene que ver con esa teoría. 

Dicen, digamos, los científicos, pues no se me ocurre a quién más achacarle tal conocimiento, que el entrelazamiento cuántico, ese enredo de nombre rimbombante, ocurre cuando una partícula influencia el estado de otra instantáneamente, inclusive aunque estén, y ojo a esto, a años luz de distancia. 

Entonces de pronto, ahí radica, y está la explicación a ese cuento de que todo y todos estamos conectados, que sé que suena muy extraño, pero es una teoría en la que me gusta creer, así no la pueda explicar. 

También dicen que ese entrelazamiento cuántico se basa en que al principio del universo, justo antes del big bang, todo estaba unido. Todo, todos, pues debemos suponer que de una u otra forma estábamos ahí presentes o que venimos de eso, estábamos conectados, unidos, prestos a explotar, y que después de producirse la gran explosión quedamos regados en diferentes lugares, pero como eramos lo mismo, seguimos conectados a la esencia de ese todo al que pertenecíamos, sin importar donde hayamos terminado, y es por eso que seguimos conectados y podemos influenciarnos. 

Supongo que esto tendrá algo que ver con esa otra teoría del hilo rojo, ya saben ustedes, la leyenda china que dice que un finísimo hilo rojo invisible mantiene unidas a todas aquellas personas que se deben conocer en cierto momento de sus vidas, y que ese hilo se puede torcer y enredar, pero nunca romper.

miércoles, 20 de febrero de 2019

Prueba y error

Esto va a ser una prueba, ¿o un error?  ¿Acaso la vida no es lo uno o lo otro?

Por más ordenada que parezca, estamos sujetos a que todas nuestras acciones sean prueba y error, a intentar, y mirar si las cosas funcionan, ¿qué cosas? Pues las cosas. Que fea es esa palabra o, más bien que simplista, aunque Peor aún sería escribir: “cosas, etc.” que cantidad de ambigüedad contenida en solo dos palabras. 

Cuando digo que esto es una prueba y error, me refiero a estas palabras, pues creo que van a resultar siendo un puñado de ideas desordenadas, sin aparente conexión, pero ya lo he dicho, y aunque no pueda probarlo ni lo entienda, todo, todas las cosas, digamos,  están conectadas de extrañas maneras en esta vida, y nosotros, ciegos, cortos de entendederas, no las vemos o no las comprendemos. 

No entiende uno, por ejemplo, por qué personas que uno frecuentaba desaparecen de un momento a otro de nuestras vidas. Volteo mi cabeza hacia la derecha y en mi biblioteca veo un libro que se llama “Narrative Impact”. Lo voy a abrir en la página 98 y voy a leer la línea # 5, y ahí va a estar contenida la respuesta a ese interrogante; ¿por qué?, porque sí, porque ajá, porque etc. Dice así: 

“It has increasead it’s ability to mimic the sensory qualities of other media” 

No encuentro la repuesta a mí pregunta por ningún lado. Ojalá pudiera sacar muchas conclusiones acerca de esa frase, pero no se me ocurre ninguna. De pronto estoy equivocado en eso de que todo está conectado y el experimento de la frase aleatoria para solucionar dudas, es una invitación a que deje todo tipo de misticismo de lado, y que la única señal sólida, cierta y clara es el Pare de color rojo que hay en la esquina donde termina la calle que queda enfrente de mi edificio. 

Se me ocurre que es difícil analizar la frase porque no conozco cuál es el contexto del que hace parte y, como por decir algo sobre las personas que nos dejan de hablar, eso es lo que debe pasar, es decir, desconocemos cuál es su contexto actual y, en nuestras ínfulas de importancia, nos empeñamos en creer, a la ligera, que quieren evitarnos, mientras lo que en verdad ocurre es que no tenemos claro el contexto, ese gran cuadro en el que apenas somos una mancha. 

Ahora pico unos trozos de papaya. Miro los pedazos de fruta, anaranjados y jugosos, detenidamente, pero en ellos tampoco encuentro la respuesta sobre aquellos que desparecen de nuestras vidas, pero es que es obvio, solo es una fruta; entonces opto por pensar en lo más fácil: “Dar papaya”. Puede ser que también se trate de eso, de que esas personas, llamémoslas “los que se fueron”, creen que nos dieron papaya y, de cierta forma, se sienten abusadas. Como las amistades también son una cosa, también les aplica la Prueba y error. 

No dejo de darle vueltas al asunto, la cosa. “Prueba y error, prueba y error”, me repito. Creo que lo mejor que puedo hacer es ponerme a leer, actividad que, en vez de despejarme la mente, me la ocupa con otras preguntas.

martes, 19 de febrero de 2019

Pazite, snajper!

¡Cuidado francotirador! 

Con esas dos palabras se alertaban los ciudadanos, cuando iban a cruzar de una esquina a otra de la ciudad, en la guerra del la antigua Yugoslavia a inicios de los 90, mientras un francotirador los acechaba a través de su mira, Cuando sabían que el soldado había “desperdiciado” un tiro, salían a correr hasta llegar al otro lado. 

En ese tiempo la región era un hervidero al borde de una guerra civil. Coexistian 6 republicas, había 5 diferentes nacionalidades, 4 lenguajes, dos alfabetos, y estaba populada por Musulmanes, Catolicos, entre ortodoxos y protestantes, y cristianos. 

Tengo cierta fascinación, que está lejos de ser un sentimiento amarillista, con ese conflicto armado Desde que leí la novela “El chelista de Sarajevo”. Me parece increíble que en medio de la guerra algunos ciudadadanos intentaban llevar una vida normal. 

Me encontré las palabras de alerta: Pazite, snajper! ayer, mientras leía unas noticias para una historia que estoy escribiendo acerca de un francotirador que se llama Radiša Dobrilo, originario de Macedonia. 

La historia se titula respirar y transcurre en una misión en la que Radiša, ubicado en la azotea de un edificio, cuenta mientras inhala y exhala, e intercambia información con su observador, su pareja en la misión que le ayuda dándole la posición de los objetivos y la dirección del viento, entre otras cosas. 

En plena misión Dobrilo, con el dedo en el gatillo, comienza a tener muchas dudas y a cuestionar la guerra, lo que hace, todo, y en cierto momento pierde una orden disparo por andar inmerso en sus pensamientos. 

Es el tercer borrador de la historia, y me ha gustado mucho escribirla. Desde que la retomé hace un par de días, se me metió en la cabeza el personaje y lo veo claro tendido en la azotea del edificio: con su uniforme camuflado, cubierto por mantas viejas y cajas, y respirando pausadamente, como si estuviera meditando, mientras los rayos del sol golpean su espalda. 

 Me la he pasado pensando cómo mejorar la historia, qué incluirle o quitarle para hacerla más compacta, tanto que no le queden cabos sueltos a simple vista o, mejor, lectura; que funcione como un reloj que da campanadas exactas.