jueves, 4 de abril de 2019

Abandonar un libro

Continuó con la lectura de la novela Go, went gone, que trata acerca de un grupo de inmigrantes africanos en Berlín. Hacia rato no la retomaba porque se me cruzó Girl At War, una novela que trata sobre le guerra de Yugoeslavia. Ese conflicto, por razones diferentes y más allá de un burdo amarillismo, siempre me ha atraído. Además, estoy escribiendo una historia que tiene como protagonista a Radiša Dobrilo, un francotirador croata, y quiero que la atmósfera sea precisa. 

Termino la novela en pocos días y me agrada bastante. Tengo pereza de regresar a la otra porque la siento lenta y falta de acción. 

Hay quienes dicen que uno debe abandonar una lectura en el momento en que se sienta la menor pizca de aburrimiento, pero no quiero hacerlo con esta, pues ya llevo más de la mitad y, por alguna razón, tengo fe de que me enganche de nuevo. 

He abandonado la lectura de muy pocas novelas, y una de ellas fue El Péndulo de Focault de Umberto Eco. Un amigo me había dicho que era una obra maestra y es considerada una obra de culto por muchos, y  por eso la empecé a leer, pero después de un tiempo me aburrió. 

Sé que Eco es brillante, un erudito podría decirse, pero por algo, no se precisar qué, su novela no me enganchó. Quizá lo que vivía en ese momento, no me permitió conectarme con la obra, pues bien sabemos que los libros tienen tiempos particulares para cada persona. De pronto le daré otra oportunidad en unos años. 

Hoy leí tres capítulos de Go, Went, Gone, y aunque sigo creyendo que podría tener más acción, me parece que la historia mejoró un poco y que, de una u otra forma, me he relacionado con los personajes.

miércoles, 3 de abril de 2019

Ínfulas de nada

Invito a un escritor a una reunión. Nos seguimos en una red social pero no lo conozco de forma cercana, aunque alguna vez charlé con el cuando fue como invitado a una sesión de un taller de crónica que tomé hace un par de años. 

Me dice que no puede asistir en la fecha que le doy porque tiene unos compromisos de trabajo el resto del mes. “Se que suena un poco odioso, pero créame, es puro rebusque”, afirma. 

La verdad no me importa, es decir, que esté ocupado porque está lleno de trabajo o por rebusque me tiene sin cuidado, pero me agrada cuando las personas demuestran ínfulas de nada, que, independiente de quién sean y lo que hayan hecho o deshecho en esta vida, no miren a las personas por encima del hombro. 

Existe mucha fauna de esa en el mundo de las letras, personajes que por haber publicado un libro se creen la reencarnación de Shakespeare, mientras que solo unos pocos serán recordados en la historia, y el resto se irán al olvido. Lo peor es que ellos lo saben. 

García Márquez menciona eso en una de sus notas de prensa. Dice que la literatura es muy desagradecida, pues a diferencia del boxeo, solo tiene dos categorías: los inmortales y el resto, mientras que ese deporte tiene un criterio de calificación más justo con pesos welter, pesos medios, pesos mosca, etc, donde “cada quien disfruta de una gloria universal dentro de sus límites respectivos”, mientras que en la literatura solo los grandes van al cielo y adquirirán cierta inmortalidad. 

Por eso, a menos de que uno sea un Tolstoy, una Woolf, un Dickens, un Dotoyevski, una Austen o cualquier otro gran autor, lo mejor es andar por la vida sin ínfulas de nada.

martes, 2 de abril de 2019

Pimienta en las sienes

Un dolor de cabeza golpea las puertas de mi cerebro en la tarde. Él, todo inocencia, le deja seguir, y pues ni corto ni perezoso el dolor se instala, como esa visita molesta que, de repente, llega a nuestra casa, y que queremos se vaya lo más pronto posible. 

Tomo dos dolex, uno para cada hemisferio de la cabeza, pues vaya uno a saber si el dolor de cabeza tiene que ver con cálculos matemáticos o funciones lógicas que siguen corriendo, a manera de programa, en mi cabeza, o si más bien tienen relación con un aspecto humano y/o cultural como las emociones, la creatividad o el arte. Parece que las pastillas funcionan y la molestia desaparece, pero solo para volver con más fuerza un par de horas después. 

No quiero tomar más pastillas, y recurro a un aceite de pimienta que me regaló mi hermana y que funciona para los dolores de cabeza. Debe uno echarse una gota en la yema de un dedo, y luego hacer un masaje sobre las sienes. Supongo que el índice es el más adecuado para la tarea y me lo aplico.

¿Dónde carajo quedan las sienes?, sabemos que en los costados de la cabeza, y supongo que el punto más o menos exacto corresponde a seguir una línea recta desde la comisura exterior del ojo hasta, más o menos, la altura de la hélice de la oreja, pero ¿es entonces la sien un punto o un área? Decido lo primero y me aplico el aceite, el Mentha Piperita, su nombre científico me imagino, en esa zona imprecisa a la que llamamos sien, mientras me imagino la planta de la que lo extrajeron con ramas de color verde oscuro, como una mona del album de Jet.

El olor es intenso y produce escozor, con razón indican que solo se debe frotar en en ese punto, y que por nada del mundo debe tocar los ojos, no alcanzo a imaginar cómo sería de molesto si eso llega a pasar.

El dolor de cabeza parece mermar a medida que escribo estas palabras. No sé si es producto del aceite o de mi sugestión y ganas de que el dolor de cabeza se esfume de una vez por todas. 

Hace mucho en mí casa había una banda, con velcro en sus extremos, que, se suponía, funcionaba para aliviar dolores de cabeza, pues tenía dizque unos imanes en su interior. La banda en verdad no servía de a mucho, y creo que producía más dolor porque uno creía que sus capacidades curativas tenían que ver con lo fuerte que se apretara alrededor de la cabeza.

lunes, 1 de abril de 2019

Happening

Estábamos en séptimo de bachillerato, y al colegio llegó un nuevo profesor de arte, era un hombre que siempre se llevaba prendas de color oscuro, y una bufanda enroscada en el cuello. A veces, en los recreos, yo lo veía fumando solo y mirando hacia el horizonte, como embelesado en sus pensamientos, artísticos supongo. También tenía una voz grave o hablaba así de aposta, quizá esa voz oscura era necesaria para completar su look enigmático. 

Yo y un amigo tomamos su electiva, no porque en ese momento nos interesara el arte, sino porque pensamos que íbamos a tener poco trabajo en su asignatura. Era, si no estoy mal, una mezcla de todo: escultura, dibujo, pintura, teatro, en fin, cualquier expresión artística posible, y uno seleccionaba la que más le gustara. 

Yo, como siempre, escogí dibujo. Hacía un par de años la había tomado con un profesor que me enseñó a pintar con carboncillo y aseguraba que mi trazo era muy bueno. “Usted tiene muy buen trazo”, decía cada vez que miraba lo que yo estaba pintando. Yo no sabía muy bien qué significaba eso, pero suponía que tenía que ver con que no lo hacía mal. Ese profesor, a diferencia del nuevo, siempre llevaba puesta una bata de médico. 

Al final del año, el profesor nuevo anunció que, como proyecto final, íbamos a hacer un hapenning. Que palabra tan sonora esa, y cuanta anticipación y expectativa crea pues definitivamente anuncia que algo va a ocurrir. 

Yo y mi amigo nos emocionamos; nunca habíamos escuchado el término y nos parecía algo novedoso. El lugar seleccionado para la improvisación artística fue un salón amplio del segundo piso.  

El profesor nunca dijo de qué iba a tratar el proyecto final, sino que varias veces nos reunimos en el salón, sin tener idea de qué hacer. Al final convertimos el lugar como en un laberinto de sabanas y mantas colgadas del techo y cintas de cassette que iban de un lado a otro. Todo era, más bien, un relajo que carecía de significado, hecho a propósito. Así que esto es un Happening, pensé cuando terminamos de hacer el desorden. 

Por fin llegó el día en que habilitamos la entrada al resto de estudiantes que, imagino, se pasearon por el lugar, sin tener idea qué habíamos hecho y qué hacían ellos en ese lugar, en ese happening con pinta de nothingness.

jueves, 28 de marzo de 2019

Suponer

C. es una gran amiga, pero hace meses que no hablo con ella. Es terrible eso, es decir, dejar pasar el tiempo y no comunicarse con las personas que uno estima, pues en el momento menos pensado  dejamos de existir; la muerte siempre nos respira en la nuca, pero la jodida nunca se deja ver, y en el momento menos pensado nos hace zancadilla.

Intentamos cuadrar un encuentro, pero nunca logramos coincidir y al final no quedamos en nada. Después le escribí un par de mensajes que leyó, pero que nunca respondió. 

Pensé que algo le había molestado, ¿Qué habrá sido?, ¿Qué hice o dije que la hizo enojar?, me pregunté, pues va uno por la vida sin saber en qué momento se algo de lo que hacemos, la estupidez más mínima, puede ser considerada una ofensa mayor por las personas cercanas. 

Hace unos años me pasó eso con ella. La notaba distante, monosilábica, seca, hasta que supuse que era lo que le había molestado y decidí hablar con ella. Esa vez le pegué al perro en el hocico, y di en el punto exacto de su molestia. Hablamos del tema por un momento y al poco rato lo olvidamos. A veces la técnica del “como si nada”, es la mejor manera para continuar viviendo. 

Esta vez era distinto. Repasé muchas situaciones y charlas y no logré identificar ninguna como el foco de su molestia. En esos días pensé mucho acerca de si es verdad o no, eso que dicen por ahí de que la gente puede cambiar de un momento a otro, pero cuando intentaba aplicarle esa máxima de vida a C. nunca le quedaba. A ella le gusta hablar claro y no guardarse nada. 

Ayer me llamo M, Juntos somos una especie de tres mosqueteros. “¿En qué anda?, ¿por qué tan perdido?” salí de esas preguntas con una respuesta breve, sin entrar en muchos detalles. “Oiga veámonos mañana a las 7:30 en mi apartamento, ya hablé con C. y sí puede”, me dijo, algo inusual pues vive envuelta de clientes y proyectos, y casi nunca tiene tiempo. 

Aproveché y le pregunté a M. por ella, que si de pronto sabía que mosco la había picado”. M río, y luego dijo “Ella me dijo: “Juanma debe estar que me odia, quedé en llamarlo, pero la verdad me ocupé feísimo y nunca lo hice”. 

Podría quedarme entonces patinando en aquel otro pensamiento de martir: “Si las personas se interesan por uno, miran como sacan el tiempo para contactarlo”, pero prefiero evitar el drama. “Como si nada”como mantra de vida. 

Mañana, imagino, solucionaremos todo, solo un decir, pues no hay nada que solucionar, al ton y son de alguna bebida espirituosa.

miércoles, 27 de marzo de 2019

Sueños

Leo un libro que profundiza sobre las historias y que, básicamente, intenta responder a la pegunta ¿Qué son y cómo se pueden identificar?, y a todas las que se derivan de ese cuestionamiento. 

En un capítulo habla sobre los sueños y como estos también son intentos en los que nuestro cerebro intenta forzar una narrativa, a partir de la “basura” que almacenamos en él y que, prácticamente, representan el caos diario de nuestras vidas. 

Dice el autor que si los sueños tienen que ver con el descanso, deberían ser apacibles, tranquilizantes y divertidos;  en cambio son todo lo contrario, y  la mayoría de veces están cargados de angustia, con situaciones de vida o muerte o de peligro inminente; en definitiva que predominan en ellos los problemas y el conflicto, la fuente primaria de las historias. 

Los sueños más típicos consisten, menciona el escritor basándose en estudios, en ser atacados, perseguidos, o en hundirse; caer desde grandes alturas, estar perdidos o atrapados; estar desnudos en público, lastimarnos, en morir o encontramos en medio de un desastre natural. 

Muy pocas veces son las que sentimos algo placentero cuando soñamos, y casi siempre esas historias, locas y extrañas, se relacionan con sentimientos de ira, miedo y tristeza. 

¿Y qué con los sueños húmedos, por ejemplo?, se preguntarán ustedes, y sí, a veces soñamos con eventos que nos hacen sentir bien como volar como un pájaro o tener sexo, pero esos sueños, digamos, “felices”, menciona el autor, ocurren rara vez: Las personas únicamente vuelan en uno de cada 200 sueños, y el contenido erótico únicamente hace presencia en 10, y cuando el sexo es el tema principal, rara vez consisten en un paraíso hedonista, y más bien están cargados de ansiedad, duda y arrepentimiento. 

Ayer soñé algo que creo que puede catalogarse como un sueño feliz; no tenía nada que ver con sexo, pero involucraba a una mujer, pero la verdad no recuerdo de qué trataba o cuál era mi papel en él.

martes, 26 de marzo de 2019

Sarah Sanders

Sábado. 

Camino y hace una fuerte brisa, pero a pesar de ello siento mucho calor, y mis manos, piernas y brazos y están muy calientes. Me gustaría zambullirme en una piscina con agua helada. 

Pienso en ello hasta que llego a la peluquería, y ahí abandono mi fantasía. Pregunto por A. “Si siga, está en su puesto”, dice la mujer de la caja. La buscó y me pide el favor de que la espere de 10 a 15 minutos, pues está terminando de peinar a una señora, que me mira recelosa a través del espejo. 

Me siento en un sofá a esperar, y veo una revista. Gran error haber abandonado la casa sin un libro, pero la visita a la peluquería no era algo que tenía previsto. Tomo la revista que lleva como nombre Sarah Sanders. 

En la portada sale una mujer, Sanders supongo, empujando una carreta que lleva unas calabazas grandes. A sus lados se ven campos de trigo y al fondo una casa. La palabra que llega a mi mente es “Acres” e imagino que la finca, casa de recreo, lo que sea de Sarah, se encuentra en un terreno que le pertenece, ha pasado en su familia de generación en genración, y está compuesto por miles de ellos. 

Reviso de dónde es la revista y en la esquina inferior izquierda, debajo de las calabazas, dice Canadá. ¿Qué carajos hace una revista canadiense en una peluquería? 

Esperaba leer chismes de la farándula criolla, que fulanito se separo de menganita, y que ahora está con tal otra, mientras que menganita ni corta ni perezosa se levanto a perencejo, pero la revista de Sanders es la única disponible. Comienzo a hojearla con desgano y en las primeras páginas aparece el índice con los temas que trae esa edición. Está dividido en grupos de días del mes de octubre, en los que Sarah nos va a enseñar algo o tiene algo que decirnos, qué sé yo, del 5 al 10: Bricolaje, 10 al 12, técnicas de maquillaje, y así. 

Sandres debe tener mucho billete para tener una revista propia en la que pueda hablar sobre lo que se le ocurra, y ni debe saber que su alcance cubre, incluso, a las peluquerías colombianas. 

Levanto la vista por un momento y un sonido de un televisor empotrado en la pared, que lucha contra el ruido de secadores de pelo, muestra una escena de un perro negro que habla con un niño; luego volteo la cabeza hacia la derecha y un aviso en la pared dice: “Se le recuerda a nuestra distinguida clientela que ya no recibimos pagos en tarjeta, solo en efectivo”. La palabra distinguida me hace pensar en Sanders, que, seguro, lo es. Vuelvo a volcar la atención sobre la revista y la termino de hojear de afán. A. ya se desocupo y me puede atender.